1. Elementos musicales. El
canto.
El canto en
la Liturgia no es elemento meramente decorativo como la pintura, sino que «es
parte integrante de la Liturgia solemne». (Pío X. «Motu proprio»,
22-XII-I903).
El canto litúrgico es la plegaria solemne de la Iglesia, ya que no hay acto
solemne litúrgicamente que no sea cantado. Si forma parte de la Liturgia, «tiene el mismo fin»
(Pío X). La Iglesia es la única que puede legislar en
materia litúrgica:
«luego a ella corresponde legislar en canto litúrgico». («Divini cultus
sanctitatem», Pío XI.). Por el canto litúrgico nos unimos a la Iglesia
triunfante: cum angelis et archangelis, etc.., del Prefacio.
El canto gregoriano es el canto propio de la Iglesia (Pío
X, ibíd.); «ha sido restablecido felizmente a su pureza e integridad por
estudios recentísimos». Es modelo acabado de música religiosa y a él deben
ir a buscar inspiración los compositores de música sagrada» (Pío X).
Pero «La Iglesia ha reconocido y fomentado en todo tiempo los progresos de las artes, admitiendo en el servicio del culto cuanto
en el decurso de los siglos supo el genio hallar de bueno y bello, salva
siempre las leyes litúrgicas» (Pío X). La música profana no debe oírse en la Iglesia de Dios.
El canto se encuentra en todos los pueblos de la tierra, ya
que es la manera más natural para el hombre de expresar los sentimientos de su
alma. El canto es esencialmente religioso, y todas las religiones lo han
utilizado para el culto divino. «La religión y la música son dos hermanas
gemelas, que descendieron un día del cielo y no han sabido separarse»
(Bougaud). «El canto es la lengua de los ángeles» (Durando).
Así como no hay pueblo sin religión, así tampoco sin cantos religioso
Al acto sacrifical de los pueblos primitivos y salvajes acompaña siempre
el canto y muchas veces la danza; hasta el punto de que muchos autores sostienen que tanto uno como otra reconocen origen
religioso.
Los hebreos apenas constituyeron nación, cuando por medio de cánticos comenzaron a entonar las
alabanzas del Señor. Conocidos son los cánticos
de Moisés, de Dévora, del real Profeta, y de Judit. David no sólo compuso la mayor parte de
los salmos, sino que hizo reunir en el
templo coros de músicos y cantores para el culto divino; Salomón siguió la costumbre de su
padre, y Esdras la restableció al regresar del cautiverio de Babilonia.
En el Nuevo Testamento tenemos el himno de Zacarías: «Benedictus
Dominus, Deus Israel...» y el de la Virgen Santísima: «Magnificat anima
mea Dominum...»; y el Evangelio nos dice que Jesús Himno dicto, después
de cantar el himno, salió con sus discípulos al monte a orar.
La Iglesia ya en sus primeros tiempos usó el canto. San
Pablo: «Exhortaos unos a otros, con salmos, con himnos y cánticos espirituales»
(Eph. VI-9). Informando Plinio a Trajano sobre las costumbres
de los primeros cristianos, le dice: «Se reúnen los domingos para cantar
himnos a Jesucristo como a un Dios». Cavagna escribe: «los cantos litúrgicos
florecieron en torno del sacrificio eucarístico, el cual iba precedido y seguido del canto».
Vivamente desea a Iglesia que los cristianos de hoy, a
semejanza
de los antiguos, participen en la liturgia solemne por el canto. «Porque
si esto felizmente sucede, no habrá que lamentar ese triste espectáculo en que
el pueblo nada responde o apenas responde con un murmullo bajo y confuso a las oraciones más comunes expresadas en
lengua litúrgica y hasta en lengua vulgar (Pío XI).
Es necesario que los fieles, para poder cumplir estos deseos de la
Santa Sede,
se presten a ensayar cuando en su parroquia, colegio, asociación, etc., para ello se
les requiera.
2. Elementos literarios.
La oración es natural al hombre, pues aun
cuando por triste
herencia del pecado original es orgulloso y soberbio, no puede menos de
reconocer su pequeñez y su impotencia para dominar las fuerzas de la
naturaleza.
Por eso, en todos los siglos y bajo todos los climas, los hombres han
levantado las manos al cielo, implorando la protección de lo alto. El hombre siente la
necesidad de ponerse en comunicación con Dios, de alabarle por sus infinitas perfecciones, de mostrarle gratitud por sus beneficios y de
implorar su protección y ayuda en los momentos de
apuro. y tiende a expresar bellamente sus sentimientos piadosos.
Todos los pueblos así como tienen su literatura propia, tienen su literatura
religiosa. Ella sirve ora para ensalzar los grandes acontecimientos religiosos, ora también para la
comunicación oficial -litúrgica- entre el pueblo, representado por sus sacerdotes y la divinidad.
Los Salmos. - «La primacía de la
literatura religiosa toca al pueblo hebreo: elegido por Dios para preparar la
plebe cristiana, el pueblo hebreo tenía una vasta y maravillosa literatura
religiosa, en la Biblia en general, y especial mente en los Salmos.
Los Salmos son una parte importante de la
Biblia y en ciertos aspectos un compendio de la misma; ellos fueron la
conmovedora oración del pueblo escogido, y con la venida del Cristianismo, son
la oración de la Iglesia.
Los ciento cincuenta Salmos forman parte del Oficio que
el Clero reza todas las semanas; también toman parte los Salmos en la Liturgia
de la Santa Misa.
Algunos Salmos son mesiánicos, es decir, que ya en profecía contienen rasgos de la vida de Cristo, el verdadero
Mesías,
salvador del mundo.
Otros Salmos son históricos; narran los hechos
principales del pueblo judío. Algunos son morales; en ellos se ensalza la
protección que Dios concede a los que viven en su santo temor; y se amenaza
con duros castigos a los que se separan de la ley del Señor.
Otros, por último, son verdaderas plegarias; en ellos
se implora la misericordia de Dios y el perdón de los pecados.
También usa la Liturgia algunos cantos tomados de la
Biblia, como el cántico de Moisés, el de los tres jóvenes en el horno, el de
Zacarías y el «Magnificat» de la Santísima Virgen.
San Ambrosio, Arzobispo de Milán, compuso numerosos
himnos latinos. A él, juntamente con San Agustín, se atribuye el Te-Deum,
poema épico de sublime belleza.
Y entre los poetas latinos autores de himnos diversos, re cogidos en
la Liturgia descuella el zaragozano Prudencio (Aurelio Clemente
348-410).
En las lecciones del Oficio Divino, que el clero reza, hay
distribuidas por todo el año litúrgico páginas hermosas de literatura latina.
Unas lecciones están tomadas de la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, otras son comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia, y otras tienen carácter histórico,
versando sobre el misterio del día, o haciendo un elogio breve de la vida del
Santo que se celebra. La Escritura es la ley divina que debemos cumplir; los comentarios de los Santos Padres
son la explicación de la ley, y la vida del
Santo es un ejemplo práctico que nos anima a cumplir lo que la ley manda.
3. El latín es la lengua oficial de la
Iglesia.
La Iglesia lo emplea en los Divinos Oficios para conservar mejor la
unidad de fe pues como las lenguas vivas cambian de continuo, su uso podría
introducir alteraciones en la Liturgia y en los ritos de los sacramentos.
Además, usando la misma lengua en los países
más diversos; brilla la catolicidad de la Iglesia. En ningún templo católico
puede sentirse extraño un hijo de la Iglesia, porque en todas partes se
celebran los mismos oficios, interpretados con las mismas palabras.
4. El latín, lengua litúrgica.
Los libros litúrgicos están escritos en la
lengua oficial de la Iglesia, o sea en latín, que es, desde el siglo III
o principios del IV, la única lengua litúrgica de todo el Occidente. Los pocos
vocablos griegos (el" Kyrie eléison", de la Misa y de las Letanías,
y el trisagio "Ágios o Theos" del Viernes Santo), y hebreos ("amen"
"alleluia" "hosanna" "sabaoth") que todavía se
emplean en la Liturgia romana, son restos de las primitivas lenguas litúrgicas
y un indicio bien claro de la unidad de la Iglesia de Cristo, a la que
sucesivamente se fueron incorporando judíos, griegos y romanos.
En los orígenes del cristianismo celebrábase la Liturgia en
lengua vulgar, siguiendo en esto el ejemplo de Jesucristo y de los Apóstoles,
que usaban el arameo, por ser entonces entra sus compatriotas, el idioma
popular. "Los cristianos griegos -dice a este propósito Orígenes- ruegan
a Dios en griego; los romanos se sirven de la lengua latina; los demás pueblos
le dicen sus alabanzas cada cual en su propio idioma". No obstante esta diversidad de lenguas litúrgicas
primitivas, el griego, que era a la sazón el idioma más conocido y
popular, dominó en seguida a todos los demás, de modo que, hasta la paz de
Constantino (313) fue prácticamente la lengua oficial de la Iglesia. A partir
de esa época, empero, la influencia de Roma empezó a ser ya decisiva en las
naciones cristianas de Occidente, y su lengua, que era ya conocida en todas
ellas y usada con frecuencia por los hombres cultos, se impuso en seguida como
idioma universal. De esta suerte, el griego cedió su lugar en la Iglesia al
latín, el cual quedó en adelante como lengua litúrgica oficial.
Las Liturgias de Oriente usan desde muy antiguo, según
las regiones: el griego, el armenio, el sirio, el etíope y el eslavo, que son
las lenguas vulgares de esos mismos pueblos.
Paulo V concedió a los jesuitas establecidos en China el uso litúrgico
de la lengua del país; León XIII permitió el glagolito a los croatas y montenegrinos,
que lo venían usando hasta el año 1868; y Benedicto XV consintió que la nueva República checoeslovaca lo empleara igualmente en ciertas
solemnidades y en determinados altares.
5. Ventajas del latín.
El uso del latín, como única lengua
litúrgica de Occidente, ofrece varias y muy apreciables ventajas, contra algún
pequeño inconveniente.
Las ventajas son:
-
1º) que contribuye poderosamente a
conservar la unidad de la fe;
-
2º) que facilita a los eclesiásticos de todas
las naciones y de todas las lenguas el desempeño, en cualquier iglesia y país,
de sus sagradas funciones; y
-
3º) que envuelve de cierto misterio y majestad a
los actos de
culto.
Es bien obvio que la unidad y universalidad del
latín ha salvaguardado en la
Iglesia Romana la unidad e ir mutabilidad de la fe, tanto como en las
iglesias protestantes ha sido fuente de discordias y discrepancias la adaptación periódica del Libro de Oraciones al lenguaje de la época. Gracias a la
lengua única, nuestra fe es proclamada siempre y dondequiera con las mismas
f6rmulas, las cuales nos han sido transmitidas desde los Apóstoles, de generación
en generación. .
Gracias al latín, por otra parte, no existen propiamente,
en la Iglesia Romana, liturgia ni templos extranjeros, como tampoco sacerdotes
ni fieles advenedizos: todos nos sentimos dondequiera como en nuestra propia
y parroquial iglesia. Para la liturgia no hay patria chica ni dialectos ni celos
regionales. Todos somos hijos de una madre común, la Iglesia Romana, y todos
hablamos u oímos la misma lengua materna, que, es el latín.
La antigüedad y venerabilidad del latín y el ser hoy una lengua
muerta, contribuye, finalmente, a revestir los ritos litúrgicos de cierta
gravedad y misterioso misticismo, que los ponen al resguardo de la profanación
y sarcasmo de los burladores de la Iglesia. A la vista están los comentarios
picarescos que a veces provocan hoy ciertos cánticos y oraciones populares en
la boca de los maliciosos.
Contra estas indiscutibles ventajas sólo aducen los enemigos
del latín, casi todos protestantes o afines a ellos, un inconveniente de
bulto, a saber: que es ininteligible al común de los fieles. El inconveniente es cierto, pero no tan grave como a primera vista
parece.
No es tan grave como parece, por cuanto se ha remediado en
gran parte con las traducciones y comentarios del Misal y del Breviario y de
los ritos más usuales de la Liturgia; y además, porque para orar bien, no
es absolutamente necesario -aunque sea muy conveniente- entender las fórmulas
de oración que se usan, ya que es la Iglesia el órgano oficial de la alabanza y
nosotros meros portavoces. Para bien orar, basta unir, a la adoración en espíritu
y en verdad, la pronunciación y la presencia materiales.
6. La pronunciación
del latín.
Asegurada la unidad de la lengua litúrgica por las grandes
ventajas que reporta a la fe y a la piedad cristiana, la Iglesia se preocupa, sobre
todo en estos últimos tiempos, de uniformar en lo posible hasta su pronunciación, para que así reine
una más perfecta inteligencia entre los
eclesiásticos de todos los países católicos. Y como no es fácil precisar
ahora cuál es la verdadera y clásica pronunciación latina, la Iglesia ha
manifestado deseos de que se adopte la romana, cuyas características,
por lo mismo, es necesario conocer.
En el latín se pronuncian todas las palabras, y nunca se acentúa la última sílaba
de las palabras. Las palabras de
más de dos sílabas casi siempre llevan señalado el acento,
como en español.
Los diptongos ae, oe, se pronuncian e. Ejmplo: laetus, coelum, que
se leen: Letus, celum. Suelen ecribirse formando una sola letra, en
esta forma: .
C, delante de e y de i y de los diptongos ae, oe, se pronuncia aproximadamente como
tch. Ej.: pace patche, cibus=tchibus
coelum=tchelum. Al duplicarse la c, se duplica también la t. Ejemplo: ecce=ettche.
Ch se pronuncia k. Ej.: ohérubin=Kérubin, brachio=brakio.
Ge, gi no tienen sonido equivalente en español; equivalen a dj francesas Ej.: ágimus=ádjimus, reges=redjes.
Gue,
gui se pronuncian güe, güi. Ej.: pinguedo=pingüedo, sanguis=sangüis.
Gn equivale exactamente a ñ. Ej.: agnus=añus.
H se pronuncia k en las palabras mihi, nihil y sus derivados. Ej.: mihi=mik7ci.
J se pronuncia como y. Ej.: Jerusalem=Yerusalem,
jejúnium=yeyunium.
Ll suena como dos l. Ej.: ille=il-le, alleluia=al-leluia.
Ph como f. Ej.: Joseph=Yosef,
philosophia=filosofía.
S, entre dos vocales suena algo más dulce que en español;
T, en medio de dicción y seguirla de i y de otra vocal,
se pronuncia ts, Ej.: laetitia=letitsia, gratia=gratsia. Pero se conserva
el sonido de t cuando está precedida de s o de x. Ej.: ostium=ostium,
mixtio=mixtio; y en las palabras Antiochia, y sus derivados.
Sc Suena aroximadamente como ch francesa. Ej.: descendit=dechendit.
Xc se parece a kch francesas. Ej.: excelsis=ekchelsis.
Z al principio de la dicción, se pronuncia
ds, pero suavizando la s. Ej.: Zachaeus=Dsakeus; y en medio de
dicción, como ts. Ej.: N azareus=Natsareus.
Esta pronunciación romana del latín tiene, para los de habla española, el
ligero inconveniente de alterar los sonidos de algunas palabras, cuyo significado, por su gran parecido con el español, adivinan aún los que ignoran
totalmente el latín. Así, por ejemplo, pronunciando reges, pace, coelum, etc.
a la española. no hay nadie que no adivine su significado; mientras que
pronunciándolas a la romana, el vulgo en seguida se desorienta. Pero es éste
un inconveniente tan insignificante, que apenas merece
tenerse en cuenta.
Algunos gramáticos meticulosos se resisten a pronunciar el latín
a la romana, pretextando que no es esa la verdadera pronunciación del
lacio; mas conviene recuerden que lo que, por ahora se pretende es tan solo la
unificación práctica de dicha pronunciación, no su restauración arqueológioa. Mientras ésta no llegue, bueno y conveniente
será fomentar aquélla,
siguiendo las directivas de Roma.
7. Las Bellas Artes.
También las Bellas Artes sirven
a la religión para solemnizar el culto al Creador. «Las Bellas Artes ligadas
a los pasos de la religión cristiana la reconocieron por su madre tan
pronto como apareció en el mundo, dándole sus encantos terrestres a cambio de
su divinidad; la música escribió sus cantos, la pintura la representó en sus dolorosos triunfos,
la escultura se complació en soñar con ella sobre las
tumbas y la arquitectura lee edificó templos sublimes y misteriosos como
el
pensamiento». (Chateaubriand). La Iglesia ha protegido generosamente
en todos los tiempos las artes y a los artistas; la música religiosa ha inventado y
perfeccionado el órgano, llamado «rey de instrumentos»; las catedrales y
monasterios encierran gran número de obras bellísimas de escultura, pintura y
orfebrería, hasta el punto de que son verdaderos museos; y los mismos
museos nacionales, aun los más famosos del mundo, la mayor parte de las joyas
que atesoran y las más valiosas son de carácter religioso. Sublime tributo
del arte y de la religión a la Belleza increada, al Autor de toda belleza.
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