25 julio
SANTIAGO EL MAYOR,*
Ap�stol

 

 La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy Yo como 
la da el mundo. No se turbe vuestro coraz�n, ni tema.
(Juan, 14, 27).

   Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de San Juan, predic� el Evangelio en Jerusal�n inmediatamente despu�s de la ascensi�n de Jesucristo. Llev� despu�s la antorcha de la fe a Espa�a; mas, no correspondiendo el �xito a sus esperanzas, volvi� a Jerusal�n donde, entre otras personas, convirti� al mago Herm�genes. Irritados los jud�os, excitaron contra �l a Herodes Agripa, y �ste para complacerlos, hizo decapitar al santo Ap�stol. Su cuerpo, enterrado en Jerusal�n, fue despu�s transportado a Espa�a; descansa en la catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, y todos los a�os atrae a un n�mero prodigioso de peregrinos.

MEDITACI�N SOBRE LA VIDA
DE SANTIAGO, AP�STOL

   I. Santiago dej� su barca, sus redes, su padre y todo lo que pose�a, al primer llamado del Salvador . Jes�s te llama a ti desde hace muchos a�os a una vida m�s santa, y todav�a est�s en medio de los estorbos del mundo. Tus inclinaciones, tus riquezas, tus empresas. son otras tantas redes que te impiden ir a Dios. Rompe tus ataduras; esas ocupaciones que te divierten y cautivan son indignas de un coraz�n hecho para amar a Dios.

   II, Este santo Ap�stol no vio siempre el �xito responder a sus esperanzas; pero sus decepciones no lo abat�an, porque regulaba su conducta seg�n la de Dios. Haz todo lo que est� en tu poder para cumplir dignamente la tarea que Dios te ha confiado. Si el �xito corona tus trabajos, bendice al Se�or por ello y a �l refiere toda la gloria que provenga. Si no ob tienes lo que esperas, no te quejes, es cosa de Dios proporcionar el �xito que a �l le plazca. Acaso te perder�a la vanidad si llevases a buen fin todas tus empresas.

   III. Santiago volvi� a Jerusal�n, su patria; y sus conciudadanos, como recompensa a sus trabajos, le dieron muerte. Prep�rate a recibir el mal por el bien que haces a tu pr�jimo. Los sufrimientos y las aflicciones nunca faltar�n a los que buscan a Dios; es una se�al infalible de que Dios quiere recompensarlos en el otro mundo. No puede faltar la gloria a los justos que soportan el sufrimiento y las tribulaciones; esp�rales la corona eterna.

El celo por las almas
Orad por los peregrinos. 

ORACI�N

   Se�or, santificad y proteged a vuestro pueblo, a  fin de que ayudado por la asistencia de vuestro Ap�stol Santiago, os sea agradable por su conducta y os sirva en perfecta tranquilidad de esp�ritu. Por J. C. N. S, Am�n.

   

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