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Como una amazona

a Luisa Bottari Rico

Dec�a Paula Rico Cardona, esposa de Don Eleuterio, que su hija le sali� vaga y cachorra. Se refer�a a Luisa Bottari Rico. Muchas quejas se dieron por causa de rumores. Los verbalizaron las familias Garc�a, Oronoz, Rivera Alers, Yparraguire, Echeand�a, Rodr�guez Rabell y otras, en fin, gente que siendo de la clase propietaria, cat�lica y conservadora, vio que la muchacha crec�a con abundancia, pero como una liebre salvaje en Piedras Blancas. Nacida entre los fundos agr�colas de Eleuterio Bottari Brigalio, Luisa parec�a la abundancia de un esp�ritu mundano y una auto-estima que ensanchaba la libertad a su paso.

Supieron muy poco y casi ninguno sobre el por qu�, en 1899, don Eleuterio emigr� a Puerto Rico. Un hermano suyo y �l, nativos del Sur de Italia, pisaron la aduana de Ellis Island; pero el m�s joven, Eleuterio (nacido circa del 1865), cambi� de rumbos. Lleg� a Pepino. Se enamor� de esta tierra. Supo que hay un ed�n en los campos. Se obsesion� con la isla que invadieron los americanos. Quiso trabajar con la tierra, criar caballos, oler a frutas, a cascajo, a montes. Y para alegria de los Rico-Bottari, lo hizo.

El ten�a poco menos que 35 a�os cuando vio a Paula Rico, bella muchacha, flor de linda cepa y de 18 a�os. Es hija de Braulio Rico Mart�n y Moreno, espa�ol.

Y siendo la edad suya el doble que la de Paula, se enamor� y se cas� con ella a pocos meses. Como un ni�ajo caprichudo, dijo a don Braulio: �Io sono completamente nell'amore con quella ragazza, se non posso ottenere sposato con Paula, appena possibile, io morir�.

No tard� en pre�arla. Se la comi� con gusto en los montes de la cama. Fue una concha de rica sensualidad para sus huesos. Fue un premio de alegr�a para su alma. No obstante, naci� as� �el dolor de cabeza de su casa�, Luisa, linda como la madre. �No, a�n m�s linda�, dijo Eleuterio.

Y el italiano la consentir�a en todo. Un dia, al rico terrateniente, por so�ar qu� nuevas alegr�as dar�a a do�a Paula y su hija, se le ocurri� traerse un Ford, el primer carrazo que pisar�a las tierras pepinianas. Har�a, como familia, historia, por aquellas calles apestosas a mierda de caballo, repletas de baches y agujeros, carentes de aceras y acueductos.

Como ya el Viejo Eleuterio ten�a su auto, la muchachita le solicit�:

�Pap�, quiero mejor tu caballo negro y tu caballo blanco. Quiero aprender a montarlos�.

�Son briosos, muy grandes, para una piccola ragazza�, dijo, bes�ndola.

Tarde o temprano, lo que anhelara, Luisa Bottari lo obtendr�a. Es que se transform� en una mujer adorable, espl�ndida por su silueta, su busto, sus nalgas. Derrite a quien se asoma a su mirada. Tiene car�cter y, en ese cuerpecito esbelto, su portento de energ�as.

Por demandas de costumbres en la �poca, muy jovencita, le dijeron: C�sate. Le asignaron hasta el var�n, seg�n su clase. Y ella dej� la hacienda de Piedras Blancas de Bottari, su padre, y termin� en Juncal, barrio hacia el sur, m�s profundo que Eneas y Cidral, colindante con las fincas de Echeand�a en Magos, donde pronto el plan matrimonial dej� de perfilarse a su gusto.

�La mujer debe cuidarse. No vestir en pantalones. La mujer fina que no alimente cerdos. Que no tome la cabeza de un gallo ni les bese la cresta ni el plumaje... P�rtate bien. Has llegado a la casa de Garc�a. Debes visitar con nosotros el Casino e ir a la misa, aunque sea los domingos�.

Habr�a querido verse mucho m�s libre, como antes, soltera, redescubriendo los huevos de las gallinas ponedoras, vaciando latones de alimentos para un corral de puercos. Le gustaban las flores, el viento aromado que penetraba el campo, tirar pe�ones, o pedruzcos con atinado pulso al r�o, dibujar los movimientos de ondinas en las aguas fluyentes de las quebradas y charcos.

Por eso, s�lo por eso, rememor� la viuda de Eleuterio que Luisita es vaga, cachorra, una liebre veloz y a quien solamente el cansacio y la fatiga han de llevarla mansamente a los brazos de quienes la aman. Es independiente. Ama los caballos m�s que al coche que se le trajo de regalo. Luisa se ejercita por instinto. Es una amazona griega. Una guerrillera o gladiadora romana tendr� metida en los huesos.

Esta jibara de Piedras Blancas es preciosa. Sin duda, tiene una negrita vacilona, duendecilla fabricada con fuego serpentino, en medio del coraz�n. Es cachonda, a veces imprudente.

De hecho su esposo Enrique, se apesadumbra a�n queri�ndola. Da su queja.

�Luisa es l�brica, algo libidinosa�.

En realidad, ha querido decir que es ardiente y que �l no da la talla. Se cansa. Se preocupa. No est� para desvelarse. Ella no es lo m�s importante. Si lo acosa, �l se hast�a.

Ella le pide que viajen juntos. Que es hora de ir a New York, ciudad que llaman la perfecci�n de Babilonia, La Gran Manzana. Es hora de ver puertorrique�os que se han ido al Bronx y conocer los primos suyos porque all� a�n vive su t�o. De hecho, seg�n ha sabido Don Enrique, es un capo del crimen organizado. Con �l no quiere v�nculos.

El ingeniero explica a la cachorra y malhablada �potoquita� qu� sucede en el mundo, en la isla, en los EE.UU.. Le dijo, por ejemplo: ��Qu�? �no sabes? La Depresi�n a�n no acaba. El mundo se est� llenando otra vez de resentidos, trotskistas, 'quadristi' fascistoides,la Tercera Internacional pide que se inciten m�s revoluciones, el Congreso no quiere japoneses ni inmigrantes. Gente que desata quemazones y mata presidentes�.

�Pero, �qu� me dices a m�, Enrique, si no s� nada de eso?�

�Que no hay dinero. Ni en el Pueblo de Pepino ni en el mundo... Y apenas hemos podido terminar el Acueducto Urbano y la Planta El�ctrica de Riverita no da abasto para alumbrar los campos. Tenemos que comenzar el progreso en este pueblo... T� sue�as mucho, mijita... S�. Es cierto que hay que salir de los trapiches, pero que sea poco a poco. No todo el mundo puede comprarse un tren, un Ford, alquilar aviones y pasearse. La miseria nos come como pueblo�.

Tom� un peri�dico de un taburete y le dijo: �L�ete �sto: acaban de predecir 'A new US Market Crash' y viene fuerte, desatar� en el mundo depresiones�.

A Luisa no le importa qu� suceda. S� supo que el invento del siglo que conmueve a los aventureros y valientes son los aviones. Ya se sabe que han volado sobre el Polo Norte (italianos como Umberto Nobili), desde Noruega a Alaska y, al reflexionar sobre el vaticinio del USA Market Crash que adviene (��y qu� me importa?�), al lado del titular que lo destaca se menciona que Charles Lindbergh ha volado solo sobre el Oce�no Atl�ntico. Se siente incomprendida y malinterpretada o�do el hecho de que su esposo crea que pedir� como obsequio un avi�n de Floyd Bennett o Nobili.

Tan desazonada la puso �l que so�� en la noche que ten�a un caballo que volaba. Y se levant� al otro d�a, temprano en la ma�ana y se fue a los establos. Ir�a al Pueblo. Mont� un caballo negro que hab�a sido de su padre. Se puso unos ce�idos pantalones, una camisa azul de Irlanda m�s grande que su talla, se arremang� y, asiendo de las crines al caballo, jinete� desde Juncal a campo abierto. Al no llevar brassier, sus formados y turgentes senos se agitaban. Sentada a pelo, su nalgatorio fue agasajo. No estaba en cueras, como Lady Godiva, pero, a los 25 a�os, Luisa Bottero se asemej� a una diosa, con un peque�o mo�o trenzado, porque su caballera no fue tan larga como ped�a su marido y la madre de �ste.

�La mujer fina no debe cortar su caballera ni dejar que su busto se descote. Ni subir a un caballo a horcajadas y a pelo. Ni andarse sola por caminos rurales�, pero ella lo hizo. Y no ser�a la �ltima vez.

Son los tiempos del Alcalde Antonio Sagard�a Torr�ns. En 1927, fue que admiraron su galope por primera vez. A las diez de la ma�ana, Chil�n Echeand�a y Getulio, su hermano, dialogaban en plena esquina, en punto tal en que se juntaban las calles Padre Feliciano y la M. J. Cabrero.

Y, s�lo Getulio, se ech� al lado cuando vio el galope de la mujer. Chil�n se hizo el gracioso; se qued� en medio, como si quisiera atajar la bestia y hacerla que ella la frenara con un jal�n de las crines. Antes de que ella lo hiciera, poco falt� para que el caballo lo botara y derribara sobre el r�stico pavimento.

Ella oy� lo que �l dijo:

�Bestias, par de contrayaos�.

Dio vuelta en regreso, retrocediendo el camino galopado, y busc� al emisor del comentario.

��A qui�n carajo llam� los contrayaos?�, pregunt� ella. Ahora es Getulio, quien sonr�e.

��Ah, la mujer del ingeniero!�

Chil�n ya hab�a sabido, por rumores, que do�a Luisa y su marido discut�an. �Habr�n tener problemas en la cama por causa de esta mula, la italiana�, pens� mas sin decirlo.

�Casi me echas el caballo encima�, se quej� �l.

��Pues, qu�tese del medio y no estorbe el camino!�

��Bien se ve que lo que necesita es un macho que la dome!�, ripost�. La examin� de arriba bajo y decidi�, coraz�n adentro que le dar�a su escarmiento. La agresiva soberbia de ella lo flech�.

�S�, yo la domo�, medit� aunque haga que la reputaci�n de los Garc�a se hunda en fango. Es que hab�a, cerquita de la esquina, sus curiosos. Oyeron lo que dijo la italiana, �a qui�n carajo...? Que sepa el pueblo, desde hoy, al hijo de Cecilio Echeand�a, a la cepa de Font, V�lez y Mendoza, nadie le da carajos por respuestas. Se le trata de USTED, ni m�s ni menos, aunque les arda la boca o le sangren las enc�as.

Unos d�as despu�s, Chil�n comenz� a espiarla. Le mand� recaditos amorosos. La busc� por sus rumbos. Dijo que le prepar� un �nido amor�, en unos rancherones avivados por palomas. En una casita azul, �l la esperaba. Y, maravillosamente, Luisa fue, accedi� al fin y ambos se amaban como t�rtolos, porque los dos rabicalientes parecieron hechos el uno para el otro. Este amor hizo esc�ndalo. Se juntaron y los Garc�a sufrieron y echaron la culpa a los caballos de Bottari, cuyos enormes falos implicaban que las hembras de la hacienda estaban en celo permanente. Y con estas puyas le dijeron a Paula Rico: �Lo que sucede es que esa hija que le dio el italiano es una ramera desvergonzada; ustedes han perdido el orgullo�.

Siempre se justificaba a los varones.

�No es culpa de Luisa, se�ora Garc�a; Chil�n la persigue�.

Y pasaron varios a�os. Los amantes segu�an juntos. Ambos c�mplices, como Bonnie & Clyde, creando disparates y esc�ndalos, d�ndose amor y sexo, ri�ndose de las miserias / depresiones que vaticin� el Ingeniero Garc�a por leer las portadas de los diarios como si fuese la biblia del absolutismo burgu�s y financiero.

Mas no se hab�a equivacado: �In 1929, the stock market crashed, begining the Great Depression�.

Getulio Echeand�a atrajo, como imanes de simpat�as a sus iguales, politicastros del colonialismo. Y, con grandes picnics en el campo, llegaba la gringada de La Fortaleza, terratenientes ausentistas e inversionistas y millonarios. Incluyendo, por supuesto, al Gobernador americano. Despu�s de los a�os en la Alcald�a de Sagard�a Torr�ns, el Pepino de la Depresi�n m�s aniquiladora organiz� un Clan Poderoso, asociado al Gobernador Teddy Roosevelt, a los Morgan y los Vandervilt, ecos de Tugwell y Winship.

M�s que el mismo Cecilio, el padre, Getulio es quien m�s conectado est�. Es el Imponderable Cocoroco, un g�golo, seductor / mandam�s de corazones / traidor con plata. Administra millones de d�lares de su peculio heredado cuando el grueso de la poblaci�n pepiniana (y de todo Puerto Rico), lame calderos, empobrece, pierde lo que tiene, boquea en los matorrales y en la nueva labranza, el monocultivo ca�ero. Getulio es personero / representante de capitales extranjeros, u�a y mugre de Teddy Roosevelt. El nacionalismo de Albizu Campos no lo asusta.

Ni el socialismo de Santiago Iglesias.

Ni el populismo de Nito.

2.

�Te voy a necesitar, Chil�n. H�blate con Fundador Cubero porque �sto es muy secreto�, dijo.

�Estoy para lo que me digas, hermano�, ripost� Chil�n.

�Te entretuviste suficiente con Luisa. �D�jala ya! �C�brate la insolencia que nos dijo!� �S�. �Recuerdo que nos mand� al carajo y me ech� un caballo encima!�

Para proceder, ya que hoy Luisa Bottari estorba su trabajo pol�tico, los nuevos desaf�os que tiene La Colchoneta y La Mogolla, Chil�n la cit� a solas. Habr�a podido citarla en otro lugar que no representara ese nidito de amor que ambos fabricaron. Es ya una casita limpia y bien acondicionada. Y Luisa, tan hacendosa, la adorn� con flores, y compr� unas suaves cortinas, y todo huele tan primorosamente, como su carne cuando se ba�a en cueras delante de �l que le besa de los tobillos a la rabadilla y sube y baja y lame, y le acaricia los pechos, despu�s de clavarla por donde se le place:

��Potoquita, mi �nica potoquita!�, la chulea.

Hoy no habr� dulzura. Es el d�a de la separaci�n.

��Me dieron un nombramiento grande y peligroso!�, dijo a Luisa.

��Y qu�?�

�Quiero no involucrarte. Coordinar� la Ganga de los Siete Pu�ales�. �Yo no tengo miedo a nada, Chil�n�, aclar� Bottari.

�De todos modos, no quiero que est�s�.

��Te lo ha pedido tu hermano?�

�No. Tom� la decisi�n. Es m�s... me aburr� de t�. Dej� de quererte�.

��Me mientes? Todav�a hoy me tomaste, me besaste del tobillo al culo. te vuelves una marota cuando est�s conmigo y me dices... '�dej� de amarte'?�

�S�, porque es la verdad. Tengo otra mujer, otra que me gusta�.

��T�n m�s g�evos y d�me que no es cierto! S� m�s hombre, carajo!�

Sopl�ndole un bofet�n al rostro, Chil�n repuso:

��Es la �ltima vez que delante de m� y refiri�ndome te oir� la palabra carajo. La pr�xima vez que me la digas te juro que te mato�, la amenaz�.

Y, oy�ndolo con los ojos encendidos de coraje m�s que de llanto, Luisa Bottari sali� de la casita. Su escondido nido de amor entre matorrales. Fue a un corral de cabros y gallinas, donde ten�a un machete. Se hundi� entre un montezuelo de bamb�a y cort� dos de suficiente largo y grosor para que cupiera en sus pu�os y se manejara h�bilmente su peso. Despu�s volvi� rumbo al nido de amor.

��Chil�n, Chil�n! �Todav�a est�s ah�?�, grit� Luisa a todo pulm�n.

Vio que de un tir�n �l abri� la ventana, a la que ella puso sus coquetas cortinas de seda.

�Te dije que te fueras. Ya no somos nada�.

�Venga ac�, carajo. Que el bofet�n que me d�ste como despedida, me lo voy a cobrar hoy por si acaso no te vuelvo a ver�.

��Qu� te traes, potoquita? Mira que yo todav�a tengo orgullo. Soy flor y nata de este pueblo. T�, sin m�, ya no eres nada�.

��El orgullo del pueblo me lo paso por la tocineta! ... pero ven para ac�, a ver si vales algo�.

�Contray� mujer, �qu� te traes?� y, al fin sali� mientras dec�a y promet�a unas nuevas sartas de pescozadas.

No hab�a terminado de aproximarse a ella, cuando Luisa tir� a sus pies una de las varas de bamb�as que hab�a cortado en el monte. Se qued�, con la suya, bien en guardia.

�D�me una tunda, carajo, porque si no te la voy a dar yo�.

Chil�n super� el instante de asombro. La campesinita, a la que �l lleva al menos dos pies y medio de estatura, lo humillaba por segunda vez. Esto ya merec�a su perro odio.

Y, pese a que la quiso golpear, tundir en serio, fue ella reson� un fuetaso en sus orejas. Sab�a d�nde golpear, el punto fr�gil y doloroso, c�mo agotarlo y enlentecerlo. Apena �l la roz�. Luisa era una liebre y una avispa brava, impredecible, y con la vara le rompi� unas costilla, le hinch� la nuca, las clav�culas; lo hizo revolcarse en dolor y contusiones que lo mantuvieron en cama tres semanas.

�T� no sabes pelear n�. No s� porque Getulio te quiere al frente de la Ganga de los Siete Pu�ales�.

Calentaba el agua, cortaba unos parches con ung�entos. Ahora, piadosamente, atender�a a Chil�n para curarlo.

�De valiente no tienes un g�bilo, necesitas matones y pistolas�.

Seg�n lo iba curando, estudi� el rostro suyo. �Eres guapo, malote, me gustaste; pero hasta hoy no me fijo que tienes unos ojos traicioneros�.

Luisa vio que Chil�n convaleci� con sus cuidados. Ella le cocinaba, lo aliment� con una cuchara como si fuera un ni�o porque le hinch� las mu�ecas y los dedos cuando lo moli� a palos. Un d�a ella no lleg�. El la esperaba. Quer�a ba�arse y que lo vistiera. Amanec�a cada noche con la pinga en arrecho y, ella ni pensar que acceder�a a tocarlo, despu�s que le dijo: Me aburr�. Dej� de quererte.

No regres�. Se fue al Bronx. Quer�a ver los aviones, recibir la lealtad del hampa.

Chil�n mismo dijo a su familia de Pepino: �Ella est� bien�.

Luisa prosper�. Tuvo un bar-restaurant cerca de la Casa Hernandez y otros dos edificios, uno lo ocup� su joyer�a. Vend�a diamantes, rub�es y esmeraldas.

Despu�s de 28 a�os en Nueva York, rica y millonaria, la jibarita regres� a Pepino e hizo cuanto le gustaba, criar puercos y gallinas, vender su joyer�a y, sobre todo, trabajar con sus manos.

Enero 2006

Publicado en Letras salvajes (Puerto Rico)

De libro en preparaci�n Leyendas hist�ricas y cuentos coloraos de Carlos L�pez Dzur

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