Russell Crowe cuenta su verdad a un buen amigo

Entrevista aparecida en el Magacine de "El Mundo" realizada por Martyn Palmer

 

Es el típico macho de Hollywood: tiene talento, un carácter de mil demonios y, al parecer, es irresistible para las mujeres. Martyn Palmer lo entrevistó por primera vez en 1990 y se hizo amigo del que no era más que un prometedor actor. Doce años después, descubre a un hombre práctico y realista en esta charla, justo cuando su interpretación más reciente, la del torturado genio de las matemáticas John Forbes Nash, por la que ha obtenido su tercera nominación seguida al Oscar, aterriza en las pantallas.

No hace mucho, cuando volvía de Sidney a su finca del norte de Nueva Gales del Sur, Russell Crowe se metió en un restaurante de carretera, en pleno descampado, para comprar algo de comer. No era nada raro; por lo menos en él. Para los que hacían cola a su lado el asunto era diferente. Al fin y al cabo, nadie espera ver al ganador de un Oscar esperando su turno para pedir una hamburguesa. Se daban codazos, le miraban fijamente y se oían risitas sofocadas.

Nadie dijo una palabra a excepción del camarero ("¿Querrá usted patatas fritas, señor?") y un conductor de camiones. Con la fama de Crowe quizá sea comprensible que la mayoría de la gente se sienta cohibida. Se sabe que en ocasiones ha escupido montones de improperios contra personas que se le han acercado, aunque casi siempre eran paparazzis que le importunaban. Aún así, cualquiera puede pensar que, si se le pilla en un mal día, a lo mejor te arranca la cabeza de un mordisco. No es para tanto.

"El camionero se acercó -me cuenta Russell- y me dijo: 'Oye... bueno, me estaba preguntando qué pasaría si te decía algo, porque aquí estamos todos como bobos... ¡joder! mirándote'. Era un tío estupendo. Me habló de su trabajo y, al final, me dijo: 'Tío, ha estado bien esto de charlar contigo. Además, estoy encantado de poder contárselo a mis amigos. ¿A que no sabes lo que les voy a decir? Que en lo tuyo eres de lo mejor'. Me dio la mano, me deseó suerte y se largó. Fíjate lo que te digo, simplificando un poco, así es como yo lo veo también. Lo que hago es eso: ir a trabajar, hacerlo lo mejor que sé y cobrar al acabar la semana. Entiéndeme, ahora mi paga es un poco más cuantiosa que la de ese chaval, pero la filosofía es la misma".

En lo esencial, así ha sido, a pesar de que el sueldo que cobra, como dice él, se lo tienen que llevar en un furgón blindado. No es para menos: por Gladiator (2000) cobró unos 4.375.000 euros (726 millones de pesetas) y, por su último trabajo, Una mente maravillosa, 13 millones de euros (2.178 millones de pesetas). Pero, efectivamente, su planteamiento y él apenas han cambiado. Es el mismo al que conocí en Sidney hace unos doce años. Él tenía 25 y comenzaba su carrera cinematográfica en Australia; a mí me enviaron a entrevistarle. Nos hicimos amigos. Cuando él estaba en el Reino Unido se alojaba en mi casa. Cuando yo viajaba a Australia, me quedaba en una habitación que le sobraba y allí me ponía un colchón, entre un piano y
varias guitarras.


Con cucarachas. Era la época en que vivía en un pisito de Sidney de dos dormitorios que compartía con docenas de cucarachas y un montón de botellas vacías que dificultaban el acceso hasta el fregadero de la cocina. Ahora tiene su rancho -con 350 cabezas de ganado vacuno y caballos; 20 edificios diversos, entre ellos, un gimnasio y casas para invitados, y dos piscinas- y un piso que acaba de comprarse en Sidney.

También tiene coches y motos (las Harley-Davidson que le vuelven loco), sus guitarras y sus mesas de mezclas, y a saber cuántas cosas más, por no hablar de una vida que, desde el éxito de Gladiator, aparece cada dos por tres en
los titulares de los periódicos.

La primera vez que lo entrevisté, en 1990, acababa de terminar su debut cinematográfico, The Crossing. Me encontré con un chico que no se iba a conformar con ser un segundón. Era ambicioso, aunque no hablaba ni de Hollywood ni del Oscar. Quería buenos papeles, me dijo, los mejores que le pudieran dar, pero claro, cualquier actor en su situación hubiera dicho lo
mismo.

Ahora bien, incluso entonces se desmarcaba de los demás, porque otros principiantes hubiesen sido más humildes y menos bocazas. "Es que, cuando hice The Crossing -se justifica ahora- los de vestuario se habían empeñado en que llevara una chaqueta de cuero como si fuera James Dean y era ridículo. 'Estamos en Australia -les dije-, en mil novecientos sesenta y no sé-qué-coño, y en pleno monte, ¿vale?, y soy un esquilador de ovejas que no ha salido en la vida de este pueblo. ¿Cómo demonios voy a tener una chaqueta de cuero?'".

Con los años, nuestra amistad se ha ido haciendo más profunda. La gente suele creer que, si tu trabajo es entrevistar a famosos, terminas haciéndote íntimo de ellos. Eso no suele ocurrir: la mayoría es tan reservada con los que no pertenecen a su círculo que roza la paranoia. Con él ha sido diferente, hasta el punto de que se ha convertido en una especie de padrino para mis dos hijos: desde cualquier lugar del mundo les envía regalos, mensajes y recuerdos de sus películas, cuando puede se los lleva a los rodajes y, en Gladiator, los sentó en las sillas del productor y del director para que viesen mejor cómo se filmaba una de las escenas.

Cuando le llegó la fama de verdad, la compartió como si fuera una bolsa de caramelos. En Cannes, donde se estrenó L.A. Confidential en 1997, me llevaba -a mí, un periodista, es decir, al enemigo- a todas las fiestas que daban en yates privados. Me organizó un encuentro con el escritor James Ellroy porque sabía que me fascina. Hace unos años, alquiló un helicóptero para poder estar con mi hija cuando cumplió 12 años. En fin, que ha seguido siendo, en lo esencial, un tipo de lo más normal.

Y eso que ha conseguido tres candidaturas al Oscar como Mejor Actor en tres años sucesivos: por El dilema (1999), que perdió frente al Kevin Spacey de American Beauty; Gladiator (2000), que ganó, y la tercera por su interpretación de John Forbes Nash -un matemático, ganador del premio Nobel, que tuvo que luchar contra la esquizofrenia-, en la película que acaba de estrenar, Una mente maravillosa, por la que ha sido galardonado con un Globo de Oro.

Sin embargo, para cierto sector de la crítica parece que sólo ha conseguido un bombazo de taquilla, Gladiator, y que, además, fue una casualidad para este hombre nacido en Wellington (Nueva Zelanda), en 1964. "Todavía sigo en el mismo viaje en el que me embarqué hace 13 años, cuando rodé mi primera cinta -me dice-. Por supuesto, la suerte ha tenido mucho que ver en lo que he conseguido, pero creo que cada uno es dueño de su destino. Seguro que mucha gente dice: '¡Vale! He nacido en Wellington, así que ya empieza mal la cosa para ir a Hollywood y hacer películas. ¿Qué probabilidades voy a tener de que ocurra? ¡Muy, muy poquitas! Hay quienes se resignan, pero yo no lo hice".

Si su interpretación del gladiador Maximus ha sido la que le ha reportado un reconocimiento masivo, sus relaciones con Meg Ryan, que empezaron cuando rodaron juntos Prueba de vida (2000), le han mantenido en el candelero. Tanta atención puesta en ellos no les benefició a ninguno de los dos, ni a su relación amorosa, según opina él. Ryan acababa de romper con su marido, Dennis Quaid, y a Crowe le colgaron el sambenito de villano del drama. "Mi historia con Meg fue mucho más sencilla y, al mismo tiempo, más complicada de lo que parece, pero el caso es que no nos merecíamos ni por lo más remoto todas aquellas acusaciones que levantaron contra ella y toda la mala fama que me colgaron a mí. Fue algo muy humano y, con el tiempo, la gente dejará de hablar de ello".

El "caso Meg". Lo que sucedió no fue más que dos personas -y yo fui testigo- se enamoraron. Russell no puede evitar sentirse culpable de la ruptura. Cree que permitió que sus compromisos profesionales se interpusiesen entre ellos y que tendría que haber sido "más flexible". "No creo que estuviéramos preparados al cien por cien para lo que suponía, en nuestro caso, estar el uno con el otro. No teníamos nada planeado; sucedió y ya está".

Sé que todavía están muy unidos. Intercambian mensajes por correo electrónico y hablan con frecuencia, aunque él prefiere no entrar en detalles de las razones y las circunstancias que les separaron. "Meg es fantástica. Que seamos amigos es imprescindible para mí. A pesar de todas las cosas absurdas que ocurrieron después, lo nuestro fue algo increíble",
afirma.

Hay algo que todavía le duele: que se diera por supuesto que su relación perjudicó la película que estaban rodando. Dirigida por Taylor Hackford y filmada en Polonia, Ecuador e Inglaterra, Prueba de vida llegó a continuación de dos de las mejores actuaciones de Crowe, la de Maximus en Gladiator y la de Jeffrey Wigand, el hombre que se enfrenta a la industria del tabaco, en El dilema.

Si bien Prueba de vida es una película de acción bastante entretenida, en la que Crowe interpreta a un ex miembro de los Servicios Especiales de las Fuerzas Aéreas de Gran Bretaña, especializado en negociar con secuestradores, que se enamora de la mujer de un rehén, el filme dejaba bastante que desear. En una rueda de prensa celebrada el año pasado, Hackford dio a entender que el romance entre Crowe y Ryan había dejado el largometraje en un segundo plano."A ver si aclaramos algunas cosas -salta- porque, aparte de que se produjeran un par de incidentes -debidos, sobre todo, a las circunstancias en las que tuvimos que trabajar, ya sabes, a más de 4.000 metros de altura en los Andes, donde las condiciones atmosféricas cambian cada cuarto de hora-, el rodaje fue muy intenso, extenuante, y Taylor ni siquiera se enteró de que me había liado con Meg. Lo supo cuando una serie de individuos se lo contaron durante unas entrevistas de promoción. Nuestra relación personal no interfirió en el plano profesional. Lo hicimos lo mejor que pudimos con aquel director".

Preguntas estúpidas. Son muchos los que se hacen una idea equivocada de Crowe. Y es muy fácil, porque tiene una cierta propensión a padecer ataques de sinceridad que deben volver locos a sus encargados de imagen y es probable que responda desabridamente a quien le haga una pregunta estúpida. Sin embargo, aunque sea muy capaz de resultar desagradable, tiene un humor excelente y la facultad de reírse, sobre todo, de sí mismo.

También conserva su espontaneidad, como demostró, por ejemplo, en el estreno de Prueba de vida en Madrid. Mientras Hackford, en un perfecto español, hacía la presentación de la película, en el exterior, una muchedumbre
enloquecía entre cánticos de "¡Rooosell! ¡Gladiador!". Tardó 20 minutos en atravesar aquel gentío hasta llegar al cine. Cuando el realizador terminó la introducción, presentó a su estrella. Crowe se subió de un salto al escenario: "¡Gracias, muy amables! Yo también he estado aprendiendo español y, si no les importa, me gustaría decir unas palabras". A continuación, y en
perfecto castellano, gritó: "¡Dos cervezas, por favor!". Saludó rápidamente
y se marchó.

A partir de su ruptura con Meg, hace ya más de un año, a la prensa sensacionalista le habría venido muy bien que se hubiera convertido en el romeo oficial de Hollywood. Se da por hecho que ha estado saliendo con Sharon Stone. No es cierto. Ella le proporcionó la oportunidad de dar un giro a su carrera, ofreciéndole su primer papel en Estados Unidos a bordo de Rápida y mortal (1995), pero nunca hubo más. También se ha dicho que fue novio, en tiempos, de Nicole Kidman. Tampoco es cierto. Son muy buenos amigos, pero nada más, como también lo es de Tom Cruise. Hasta a él le cuesta mantenerse al corriente de tantas y tantas correrías como se le atribuyen.

La última habladuría, de hace apenas un par de semanas, le emparejaba con Jennifer Connelly, que interpreta a su esposa en Una mente maravillosa. Pone cara de hastío y brama: "Llega un momento en que todo esto me cansa. Tengo una magnífica relación de trabajo y de amistad con Jennifer. La otra noche, por ejemplo, estuvimos juntos en una ceremonia de entrega de premios y lo siguiente que salta por ahí es la noticia de que estoy saliendo con ella. No es más que una solemne tontería. Tengo muy buenas relaciones con muchas de las actrices con las que he trabajado y eso no quiere decir que haya salido
con todas. En fin, tampoco es que me preocupe mucho a estas alturas. Es una estupidez, francamente ridículo. El otro día dijeron que estaba en Nueva York, en un club de striptease con cinco bailarinas. A esa hora estaba en Australia. Al día siguiente, me encontré con uno que leía el periódico y me miraba como si... y te dan ganas de decirle: '¡Gilipollas! ¡Estoy aquí, delante de ti! ¡A ver si te crees que puedo estar en dos continentes a la vez!'"

La verdad es que, en el fondo, disfruta con estas cosas, igual que le encanta la compañía de todas esas mujeres estupendas. Eso por no hablar de que también a ellas parece que les gusta estar con él. Ahora bien, con que sólo fueran ciertos la mitad de los flirteos que se le atribuyen, no le habría quedado tiempo para rodar películas. No hace mucho, en Londres, tenía
reservada una suite en el hotel Dorchester. La mayor parte del tiempo se dedicó a conceder entrevistas y a participar en reuniones interminables. Su tiempo libre lo empleaba... ¡en pasear por Hyde Park y en ir de compras!

Es cierto que, cuando se lo pasa verdaderamente en grande es con los trabajadores de su finca, hablando de deportes, echando una partida de billar y tomándose unas cervezas. Sin embargo, también se siente a gusto en las mejores mesas de Hollywood, bebiendo champán con lo más selecto de la industria del cine.

Eso sí, cuando monta una fiesta, suele ser de las que no hay que perderse por nada del mundo. Cada año, en cuanto acaban las Navidades, organiza una cena en el rancho para sus amigos, que vuelan hasta allí desde cualquier parte del mundo. Este año se presentaron más de 200 invitados a la fiesta, que estuvo amenizada por una orquesta y un showman irlandés. "Una vez al año, no importa lo que pase o deje de pasar, quiero ver a todo el mundo por el que siento cariño -confiesa- y esa fiesta, esa forma de empezar cada año con una juerga que dura toda la noche, se ha transformado en una especie de minifestival".

El hogar que no tuvo. La finca es para él el hogar que nunca tuvo cuando era niño. Sus padres, Alex y Jocelyn, trabajaban como encargados de hoteles en Nueva Zelanda y Australia y, a temporadas, como organizadores de eventos sociales. Se trasladaban con frecuencia de un sitio a otro y ni Crowe ni su hermano mayor, Terry, recuerdan una casa que, de pequeños, considerasen su hogar. "No viví en una casa propiamente dicha hasta que tuve 14 años. Mi padre cambiaba de trabajo cada 12 meses y lo habitual era que eso implicara que nos mudáramos a otro piso o a otro hotel. Ahora me encuentro con gente que ha crecido en una, que no ha tenido más que un dormitorio, y les tengo envidia. ¿Que si echo eso en falta? Claro que sí, y lo que he hecho en el rancho es construir algo así. El sitio es lo suficientemente grande para que mis padres y Terry y yo, cuando estoy aquí- podamos vivir juntos sin tener que estar unos encima de otros. Aquí puedo darme la gran vida, puedo descansar sin hacer nada, puedo entregarme al trabajo físico, o puedo vagabundear por el monte y disfrutar de una serenidad absoluta".

Algún día, esta finca será el hogar de sus hijos. "Así lo espero, de verdad", confirma él. Serán unos niños que, por supuesto, tendrán una infancia completamente diferente de la suya. Es lo único que parece que falta en el universo familiar que se ha construido. Será un padre magnífico, estoy convencido.

De pequeño, Crowe ya apuntaba maneras. La primera vez que actuó fue, con seis años y un par de frases, en una serie de televisión, Spyforce. Ya de adolescente, instalado en Nueva Zelanda por aquel entonces, estaba deseoso de dejar el colegio y de comprobar si era capaz de salir adelante como músico y actor. Después de unos cuantos trabajos sin futuro -estuvo los números en un bingo, pero le despidieron porque introducía rimas de su propia cosecha-, consiguió un papel en la versión teatral de Grease. Con 19 años, se trasladó a Australia y se concentró en los escenarios, una dedicación que compartió con empleos alimenticios. "Hice una película para la formación de conductores de la Comisión de Carreteras y Seguridad de Nueva Gales del Sur. Yo era el tío que enseñaba a la gente la forma correcta de interpretar la señal de stop", recuerda entre carcajadas.

Una nueva meta. Lo más importante es que empezó a recibir buenas críticas por sus apariciones en producciones teatrales como Blood Brothers y The Rocky Horror Show. En 1989 fue seleccionado para The Crossing, con Danielle Spencer, que se convirtió en la novia con la que más tiempo ha estado y con la que, no podía ser de otra forma, mantiene una profunda amistad.
Resumiendo, en los años 90 apareció en casi cualquier película australiana digna de mención.

Después de haber recibido varios premios AFI, los equivalentes a los Oscar en Australia, Estados Unidos se convirtió en su meta. Recuerda que estaba sentado junto a su representante, Shirley Pearce, y que hablaban del futuro. "Me preguntó qué era lo que quería. Le respondí: 'Acaban de estrenar Rain Man, ¿la has visto?'. Me dijo que sí y le contesté : 'Pues quiero un papel como ése'. Shirley me dijo: '¿Cuál? ¿El de Tom Cruise?', y yo le dije: '¡No! ¡El otro!'".

Desde ese momento, se puso manos a la obra para hacerse un hueco en Norteamérica y la película realmente decisiva para sus propósitos fue L.A. Confidential. Su apasionada interpretación del violento policía Bud White le granjeó el reconocimiento general y, en opinión de parte de la crítica, tenía que haber sido candidato al Oscar al Mejor Actor Secundario. A partir de aquel título, su situación en la industria empezó a aproximarse bastante a lo que desea.

En cuanto a su nueva interpretación, para muchos es una de las mejores del año. Dirigida por Ron Howard (Apollo 13), Una mente maravillosa está basada en la vida de Nash. La cinta cuenta cómo el excéntrico y brillante John Forbes Nash hijo llegó a la Universidad de Princeton en 1947. De personalidad complicada y huraña, parecía que tendría muy difícil integrarse en el competitivo ambiente de una de las universidades más selectas de Estados Unidos. Al principio, daba la sensación de que nunca haría nada especial, pero inventó una teoría del juego -las matemáticas de la competencia- que contradecían las doctrinas del economista Adam Smith y pasó a ser considerado un genio. Al terminar la carrera, en plena época de la guerra fría, empezó a trabajar para los servicios de espionaje de Estados Unidos, descifrando códigos en clave. Casado con una guapa estudiante de física, Alicia, sus vidas se rompieron en mil pedazos. A Nash le diagnosticaron esquizofrenia y desapareció del mapa académico. Sin embargo, su mujer siguió junto a él, apoyándole y, poco a poco, recobró un cierto control. En 1994, fue galardonado con el premio Nobel.

En el fondo, se trata, tal y como subraya Russell, de una formidable historia de amor. "En mi opinión, esa relación entre John y Alicia tenía una fuerza tremenda. No es una película que se haya limitado a tratar una determinada enfermedad mental o las rarezas de un genio, sino que es una historia de amor, la crónica de una convivencia maravillosa, entregada, que
duró toda una vida".

Durante el rodaje, apenas pudo dormir una noche. "Tenía pesadillas sin parar. No importaba lo que hubiera estado haciendo el fin de semana, no importaba que hubiera tratado de relajarme por todos los medios... No podía pegar ojo. Sin embargo, creo que eso ha sido parte del proceso: te metes en la situación y ya no hay vuelta de hoja, salvo la de preguntarte a ti mismo
cómo te sentirías tú en una situación así".

Más viejo. La transformación no sólo fue psicológica, también sufrió grandes cambios físicos. "Lo que yo quería con este personaje era encontrar un par de cosas que me ayudaran a construirlo de una manera creíble. Una fue dejarme crecer las uñas. Nash tenía unos dedos muy largos y pensé que, si me dejaba crecer las uñas, eso me obligaría a usar las manos de una manera diferente cuando tuviera que escribir en una pizarra o coger un papel".

Russell ha tenido que interpretar a Nash desde que era estudiante hasta que cumplió 70 años. Está acostumbrado a esas metamorfosis. Ya hizo lo mismo en El dilema, cuando apenas si se le podía reconocer en el papel de Jeffrey Wigand, un hombre 20 años mayor que él. Cada mañana, Crowe se miraba en el espejo y creía que era su propio padre el que le miraba a él.

"Papá es calcado a Wigand -comenta-. Es más, estuvo en el estreno de la película, en Los Ángeles, y todos los fotógrafos se fueron directos a por él. ¡Bueno, ya sabes tú cómo es él! Cuando se le vino encima el cuarto fotógrafo, perdió la paciencia, se volvió contra él y le dijo: '¡Vete a tomar por culo ! ¡Yo no soy ése!'". Russell todavía se ríe con ganas cuando recuerda esta anécdota. Ahora, por lo menos, ya saben de quién ha heredado sus explosivos modales.

 

-Artículo añadido de Jordi Costa-

¡Escondan a sus novias! Llega Russell Crowe.

Su aspecto y su leyenda lo identifican plenamente con lo que los Monty Python llamaban sintéticamente "un bruce": es decir, un australiano brutote, viril y unidimensional. Confiesa que le gusta beber y practicar en sus ratos libres la ruda ética del motero. En su juventud ejerció de roquero mostrenco bajo el nombre de Rus Le Roc -su primer 'single' llevó el título de "Quiero ser como Marlon Brando"- y en la actualidad lidera la banda 30 Odd Foot of Grunts. Para completar este perfil situado en las antípodas del concepto de "hombre nuevo", se está labrando una fama épica de destroza-matrimonios y terror de las chicas. En algún sitio, no obstante, debe esconder el alma que le sirve para dar cuerpo, vida y verosimilitud a personajes fracturados como los que ha encarnado en "L.A. Confidential", "El dilema" o "Una mente maravillosa". Recordaba Pedro Almodóvar al volver de la campaña americana de "Todo sobre mi madre" que Russell Crowe se había fijado como objetivo militar la seducción de Penélope Cruz. Fracasó en ese empeño, pero desde entonces no ha dejado de echar leña al fuego de la crónica rosa. Su mayor golpe de efecto fue, aunque él no se cansa de negarlo, la pulverización del matrimonio de Meg Ryan y Dennis Quaid y su posterior jugueteo con el corazón de la actriz como si fuera un yo-yo. Pero la fiesta del "australiano priápico" no había hecho más que empezar: se le relacionó con la actriz Heather Graham -con quien se dijo que compartía una misma afición por los chistes guarros-, se fue de vacaciones con Nicole Kidman, le tiró los tejos a Gwyneth Paltrow, se le vio asiduamente con Jodie Foster y, según informaba maliciosamente un diario amarillista británico, aprovechó los ratos libres entre tanto trajín para frecuentar un club de "striptease", donde lamía la nata que cubría los cuerpos de las bailarinas. Las últimas noticias sobre este tifón sexual apuntan, no obstante, a la calma: se dice que quiere sentar la cabeza. De momento, se ha reconciliado con la ex novia que dejó en Australia -la cantante y actriz de culebrones Danielle Spencer- y ha manifestado su voluntad de ser papá. Nadie debería reprocharle que su "despedida de soltero" haya tenido tanto sentido del espectáculo.

Por Jordi Costa

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