Hace dos días fue mi cumpleaños. Mi hijo mayor me regaló dos goles en su partido de fútbol del colegio ese sábado por la mañana. Tiene ocho años y estoy pensando en intentar hacer carrera de él, eso sí, mientras no me acabe siempre con una brecha en la frente, una herida en la rodilla o una expulsión por pelearse con el defensa que le ha puesto la zancadilla y que mide una cuarta más que él.
Mi hija pequeña, a punto de cumplir los tres años, me hizo un fantástico dibujo abstracto donde una serie de trazos y colores diversos representaban, según sus propias y todavía balbuceantes palabras "al papá más guapo del mundo", cosa que obviamente me hizo ser también el papá con la baba caída más grande del mundo, y que derramé hasta el suelo cuando se me subió a las rodillas y me estampó un sonoro beso en la mejilla, rodeándome el cuello con sus bracitos.
Y Clara, mi mujer, apareció con su regalo a la hora del café: un pequeño paquete rectangular que desenvolví con la sospechosa sensación de que no era mi cumpleaños sino el suyo... adelantado más de cuatro meses. La confirmación a dicha sospecha me vino cuando, poniéndome cara de gatita en celo al tiempo que me servía un enorme trozo de tarta de chocolate (sabe que es mi punto más débil) y me preparaba un gin tonic como más me gusta, me dijo en un jadeo más que un susurro:
- Esta noche tendrás tu regalo más especial...
La excitante perspectiva me hizo esbozar una sonrisa deseosa pero no me quitó el regusto agridulce de sentirme otra vez como he venido haciéndolo de un tiempo, que ya se me va antojando bastante largo, a esta parte; es decir, como vehículo, motivo, excusa, instrumento y hasta ya me estoy empezando a plantear lo de objeto o como uno quiera llamarlo, de y para su último delirio femenino y, créanme, en estos mismos momentos, ya casi preocupante y desde luego jodidamente fastidioso para el normalmente henchido y ocasionalmente fingido ego masculino.
Una vez que hube desenvuelto el regalo y tuve en una mano la edición especial en formato DVD de L. A. Confidential, película que, admito sin demora y de forma sincera totalmente, me gusta bastante, y en la otra -esta vez en la edición para coleccionistas con dos discos e incontables extras - la de Gladiator, que también debo admitir, casi con rabia porque es de verdad, que me parece fabulosa, pues opté por la ironía. Y lo hice así para no romper la magia del momento, es decir, delicioso chocolate negro derritiéndose en mi boca bañado con el punto justo del amargor de un insuperable gin tonic y la guinda de una caliente promesa de pasión nocturna hecha por la preciosa gatita en celo, madre de las sonrisas de mis hijos.
- Cielo, yo pensaba que hoy era mi cumpleaños... ¿A qué se debe este adelanto del tuyo?
- No sé por qué dices eso...-me contestó ella echando un trago de mi gin tonic-. Me dijiste que te gustaría tenerlas porque te encantan.
- Y a ti, cariño, y a ti... -me quedó muy bien la media sonrisa.
Ella me la devolvió, consciente de haber sido cazada en toda regla pero ya sin preocuparse por disimular.
- Bueno, pero ¿te gustan, no? Me pareció que serían un buen regalo... Estoy harta de comprarte libros, camisas y colonias caras.
- Vale, nena, me gustan...-contesté dejando las películas sobre la mesa.
Mi hija se acercó curiosa, me tiró del brazo para que la cogiera y se quedó mirando. Luego señaló una de las portadas y me miró.
- Es guapo ¿verdad, papá?
A Clara se le atragantó el trozo de tarta al intentar contener la risa. Yo sí me reí porque lo contrario hubiera sido echarse a llorar sin consuelo posible...

Es sólo una frase, una simple frase que me ha costado reconocer y que casi me duele escribir: mi mujer está enamorada.
Y sería muy romántico de veras, fantástico, maravilloso, fascinante, genial, fabuloso y absolutamente perfecto si siguiera siendo sólo de mí. Pero no. Así que públicamente me he decidido a admitirlo y a aceptarlo tal y como es y trato de llevar estos infames y grandiosos cuernos psicológicos que ella me está poniendo casi a diario y con total impunidad. Lo auténticamente grave y serio sería que resultaran ser físicos también pero, y eso es algo -o lo único- que me mantiene tranquilo, tengo la plena seguridad de que no serán nunca así y por otro lado me destroza la criminal idea de que ella daría lo que fuera -y aquí es literalmente cualquier cosa- por que alguna vez llegaran a ser auténticos. Es así de duro pero verdadero y mi desazón más descorazonadora es ser totalmente consciente de ello.
Al principio pensé que se trataba de otra de sus innumerables fiebres cinematográficas -ambos somos cinéfilos y de hecho la conocí en la cola de un cine-, su lista de actores favoritos es interminable y además fue una niña precoz a la hora de sentirse atraída por los estereotipos masculinos de la pequeña pantalla aparte de desarrollar posteriormente una predilección por los hombres de aspecto oscuro y fuerte apariencia y personalidad. En mi favor he de decir que cumplo con esos requisitos necesarios para haberla atraído hacia mí, haberla enamorado y haberme casado con ella hace ya casi diez años y además también añado mi propia convicción, sin pecar de exultante narcisismo latino ni chulería española, de que estoy bueno, o sea, que soy atractivo. Tengo bonitos ojos castaños, estoy conservando de maravilla un buen pelo oscuro (toco madera al instante y elevo mis plegarias al cielo por que siga siendo así...), de vez en cuando me destrozo los abdominales en el gimnasio para no terminar de desengañarme admitiendo de una vez que sufro -como cualquier varón español y saludable que ha rebasado ya los treinta y...- de una incipiente y generalizada curva de la felicidad y bueno..., entro dentro de la media nacional de los 13.5 /14 centímetros de "motor central" pelviano (y si Clara tiene el día inspirado hasta podría atreverme a farolear hasta los 20).
Total, que no estoy mal. Otra cosa es que uno sea como el resto de los españolitos, a quienes siempre nos ha gustado jugar al "parchís": nos hemos comido una y nos hemos contado veinte, pero aparte de eso, no me he quejado nunca.
Por eso, este repentino, fulminante y quiero pensar que aparente desinterés de mi mujer por mí me tiene bastante jodido por cuanto que el motivo en cuestión no es más que otro de los cientos de actores favoritos que le han gustado desde que tiene uso de razón, razón que en este último caso, ha parecido perder o por lo menos, tener asombrosamente alterada.
Para muestra, el anterior botón de la escena que hubo en mi cumpleaños. Y sí, la caliente promesa se cumplió, ¡y de qué manera...!, aquella noche, pero, y créanme que fue muy duro y triste pensarlo, durante un momento del largo par de horas de intensa pasión y mejor sexo que tuvimos, no pude evitar sentir que me estaba mirando a los ojos y veía a... ¡joder, sí, lo tengo que decir y me tengo que dejar de eufemismos literarios!... ¡ese mamón de Russell Crowe!
Ya estoy más tranquilo. Evidentemente este tío lo debe tener muy clarito en cuanto a la gilipollez general que ha generado, por lo menos en mi entorno femenino más cercano: ahora me doy cuenta de lo amplio que es porque desde mi suegra, pasando por mi hermana y la de Clara, que es un caso perdido, siguiendo con varias compañeras del trabajo, hasta incluyendo a un amigo gay (en esta opción son incontables) y acabando con mi niña que ¡no llega a los tres años y ya lo mira con buenos ojos! Pero en general, y desde luego asumiendo que no reprimo un cierta envidia insana, no sé hasta qué punto me pondría en la piel de este pollo.
Lo que realmente me molesta es que Clara pueda sentir algo parecido a lo que siente por mí y no me refiero a que pueda atraerle físicamente -a mí sinceramente me parece un chulo de playa pero admito que es un tío atractivo con pinta de camionero macarra-, eso es aceptable porque le gustan así (que conste que yo de camionero macarra no tengo nada de nada y mucho menos con la cara de mala leche que tiene el susodicho). Quiero irme al lado emocional y ahí es donde me parece que ando librando una batalla por mucho que me empeñe en creer que la tenía ganada desde el principio y que ella me insista, se mosquee y termine por enfadarse diciéndome cosas como con quién te metes todas las noches en la cama, a quién te follas cuando quieres y con quién estás compartiendo una tranquila vida y dos hermosos hijos a los que habéis engendrado y adoráis. Pero es que viéndola en el estado en que me la he encontrado algunas veces es para cabrearse de verdad y no digamos ya cuando en su delirio le acompañan una panda de amigas tan desequilibradas o más que ella por el jodido gladiador que para colmo, el cabrón es un buen actor y ha ganado el oscar este año por hacernos disfrutar como niños viendo una superproducción de romanos y calentar, y en serio, entre los muslos a la mitad de la población mundial -la otra mitad somos hombres...
No me pregunten sobre ese hecho porque no quiero acordarme de la que me tocó pasar esa semana. Los días anteriores quiso tenerme contento o prepararme para el abandono provisional -el mío y el de mis hijos- de la semana siguiente al que iría directo como el tío se llevara el oscar y así, no pueden imaginarse qué derroche de atenciones, qué platos en las comidas -hasta hubo un par de cenas fuera y con los niños en casa de sus padres -, qué exceso de cariños diarios y noches de auténtica lujuria y sexo más que de amor. Yo, por supuesto, gocé al máximo y me aproveché de la situación (¿ven?, eso sí es de agradecer al pollo éste), pero también a sabiendas de que me iba a dejar tirado como una colilla como pasara lo que al final pasó. No me equivoqué.
La serie de posteriores y, tengo entendido, desatadas celebraciones, tanto por Internet -sí, está metida en una lista de correo de viciosas por este tío-, como por teléfono con las locas que no son de aquí y de reuniones con las que sí son de aquí, se la pueden imaginar. Para más inri, empalmaron con las que hicieron por el cumpleaños del camionero que fue casi a la vez y así he preferido tratar de olvidar más de un mes de euforia colectiva y estrógenos disparados a riesgo de convertir esto en una tragedia que no merece la pena ni plantearse.
De modo que en ésas estoy y como tengo una voluntad fuerte, llevo tiempo contraatacando. Primero, siguiéndole el juego: no sé cuántas veces he visto Rápida y Mortal tratando de babear con la Stone igual que ella lo hace con el macarra éste que ahí va de predicador ex pistolero al que dan caña a conciencia. Cuando llega la consabida escena caliente desisto derrotado porque aunque me pongo bastante con esa Stone descamisada, ni de lejos me aproximo a únicamente la brillantez de los ojos catatónicos que le veo a Clara ; con L. A. Confidential -de la que podría repetir diálogos enteros y si me esfuerzo, hasta con el mismo tono oscuro que derrocha toda la película, por otra parte magnífica- ni me atrevo a moverme y eso que la Basinger es mi debilidad desde que terminó de proporcionarme las mejores poluciones nocturnas de mis aún jóvenes carnes cuando la vimos hacer ese striptease antológico en "Nueve semanas y media" que todo bicho varón tiene marcado a fuego en la mente, ¡qué mujer y qué personaje!. Y Clara, con cara de pensar que soy idiota perdido si no es así, siempre me dice lo mismo..."por Dios, Marcos, no me digas que nunca te lo has montado con ella cuando estás conmigo...". Pues nada, mis fantasías mentales con esa Verónica Lake deben quedarse en simples revolcones adolescentes comparadas con los auténticos maratones de sexo, y además del duro teniendo en cuenta lo bestia parda que es el personaje en cuestión, que ella tiene con Bud White. Y doy fe de esto porque lo pude comprobar en mis propias carnes cuando en un momento de pérdida de lucidez (o desesperación por mi parte ante lo desatada que estaba por ese personaje), aparecí una tarde con el pelo cortado al cepillo y una pequeña herida en la frente -eso sí juro que no fue a propósito... ¡ya lo que me faltaba!, romperme la cabeza en el gimnasio para tratar de parecerme al personaje de una película... ni hablar, hombre, uno puede hacer muchas tonterías pero no ser tan gilipollas-. Se volvió loca, como lo leen, y hasta que no me volvió a crecer el pelo y mientras se me hizo la pequeña cicatriz que ahora luce por encima de mi ceja izquierda (a ese mamón sólo le pusieron maquillaje y yo me pude abrir la cabeza...), fui su Bud White particular con todo lo que eso supuso para mi disfrute personal.
Eso por lo menos me hace sentir bien. En realidad mi cabreo es más bien fastidio porque no entiendo muy bien qué es lo que realmente le pasa a mi mujer con este tema. Es decir, no tiene excesivos ni graves problemas, yo no soy un mal tío y sigo enamorado de ella. No me pidan que explique ahora qué clase de amor es que el siento en este momento de nuestra vida compartida porque no puedo compararlo al que teníamos cuando éramos más jóvenes, llevábamos menos tiempo casados o no teníamos hijos. Sólo puedo decir que sigue siendo amor con las muchas formas que tiene. Y ella también me quiere igual aunque sé que su manera de sentirlo es distinta a la mía. Es más, ahora está más receptiva, anda por ahí haciendo amistades y en general está de buen humor. Se ríe, se divierte, me hace de rabiar mandándome correos guarros que acompaña con fotos calientes del macarra vestido de romano y que luego me escenifica en privado con la evidente satisfacción de que soy yo el que recibe las grandiosas respuestas a los excitantes estímulos que ese pollo le produce sin saberlo y esa idea me regocija aún más y me quita el inútil malestar de cuernos en la frente. Decididamente, igual que los acepto los llevo a la salud de ese tío y no me pongo en su piel ni por todo el oro -y el sexo- del mundo pero... joder... que deje ya de dar la vara con tanto calentar a nuestras mujeres, que para eso ya estamos nosotros. Búscate una propia, capullo.

DAMNIFICADO



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