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Apocalipsis

Por Victoriano Domingo Loren

LAS SEÑALES CONCRETAS DEL FIN

Terminábamos nuestro artículo anterior preguntándonos sobre los signos que el propio Cristo señalara como precursores de su segunda venida, los cuales habrían de anunciarnos su regreso de la misma manera que los brotes de la higuera anuncian la llegada del estío. Ya anticipamos entonces que el texto de los Evangelios era oscuro y difícil de desentrañar. Pero los teólogos y Padres de la Iglesia, del estudio conjunto del nuevo Testamento, han llegado al a conclusión de que los mismos se reducen principalmente a tres:

1) La predicación del Evangelio en todo el mundo.

2) La Discessio, o apostasía general, y

3) La vuelta de Jerusalén a manos de los judíos y la conversión del pueblo elegido.

Comentemos brevemente cada una de ellas, junto con los textos escriturísticos que les sirven de apoyo, y veamos cómo anda su cumplimiento.

Primera señal: LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO EN TODO EL MUNDO.

Tiene su fundamento en estas palabras de Jesús, que nos transmite San Mateo (24, 14):

" Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin. "

Y vuelve a recalcarse en los Hechos de los Apóstoles, donde por boca de San Lucas se anuncia esta predicción del Señor:

" Y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra. " (1, 8).

A la vista de estas palabras tan claras, resulta un tanto desconcertante el pánico apocalíptico que hemos visto desencadenarse en varias ocasiones sobre la Humanidad. Si el Evangelio aún no había sido anunciado ¿cómo podían esperar y temer el retorno del Señor?. Sólo el desconocimiento de la extensión y amplitud del mundo pudo motivar tamaño error. Los hombres del imperio romano, los del año mil, los que vivieron el Cisma de Occidente y los que contemplaron la época de profanación de la Religión, que supone el Renacimiento, creían que nuestro planeta era de dimensiones mucho más reducidas que las reales. América y sus millones de hombres irredentos, a los que no había llegado noticia del mensaje, eran desconocidos. El descubrimiento del nuevo mundo tuvo lugar en el año 1492, bajo el pontificado de Alejandro VI, y fue este Papa, sensual y ambicioso, español de nacimiento, quien condenó e hizo quemar a Savonarola, portavoz principal de los terrores del fin. A partir de entonces, asistimos a una mitigación de la tensión escatológica. Recuerdan ya los hombres la "señal" que estudiamos, que ha de ser previa a la inminencia del fin, y amortiguados sus temores, comienzan a dilatar la esperanza en el segundo retorno. Cada día se van descubriendo nuevas tierras y nuevos hombres que no conocen el Evangelio. El fin de los tiempos, deducen, está muy lejano aún.

Pero hoy la tierra ha sido descubierta por entero. Sólo algunas tribus perdidas faltan por incorporar al mundo civilizado. El Evangelio está prácticamente predicado en todo el mundo, y los hombres, casi en su totalidad, conocen la sustancia de la predicación de Jesús. Saben que existió un hombre, Jesús-Enmanuel, de la raza judía, que afirmó ser el Hijo de Dios, que sufrió tormento y persecución en el suplicio de la cruz y que, al tercer día de su muerte, resucitó. Todos tienen noticia de la esencia de su mensaje: que hay un Dios creador, al que el hombre debe adoración y alabanza; que debemos amar a nuestros semejantes, por cuya redención Él murió, y que algún día sobrevendrá el fin, y todos seremos juzgados según nuestras obras, gozando de infinita bienaventuranza los elegidos y ardiendo en el fuego eterno los que se condenen. Todos conocen que hay una Iglesia, que se dice fundada por Él, y que es la depositaria de su doctrina. La blanca figura del Vicario de Cristo es conocida en su función por los hombres de toda la tierra.

El Papa actual ha cruzado los continente, ha visitado Asia, África y América del Norte y del Sur. Antes las naciones Unidas, representación simbólica de todas las naciones de la tierra -salvo China-, el Evangelio ha sido predicado. Y no deja de ser desconcertante el releer las palabras que Paulo VI dirigió a los representantes de todas las naciones. Pues así les dijo:

" Conocéis nuestra misión: somos portadores de un mensaje para toda la humanidad... Nosotros tenemos conciencia de vivir un instante privilegiado -por breve que sea- en que se cumple el deseo que llevamos en el corazón hace casi veinte siglos... Celebramos aquí el epílogo de una laboriosa peregrinación en busca de un coloquio con el mundo entero desde el día en que se nos ordenó: "Id, llevad la buena nueva a todas las naciones". Vosotros sois quienes representáis a todas las naciones."

El empleo de la palabra "epílogo", que hemos subrayado, ¿no nos autoriza a sostener que Paulo VI estima cumplida con su gesto la primera de las condiciones necesarias para la segunda venida, que ISAÍAS expresó también con estas palabras: " Por toda la tierra. ("Vosotros sois los representantes de todas las naciones"), se ha de extender su voz y hasta los confines del orbe su pregón. "?

¿Podemos nosotros también, a la vista de lo transcrito, tener por cumplida la primera de las condiciones?. Creemos, en verdad, que la respuesta afirmativa se impone por sí sola. Hay por otra parte, en la humanidad que nos rodea, una evidente expectativa de fin. Los grandes historiadores de la humanidad -Spengler, Toynbee...- hablan todos de crisis, de ocaso, de fin de nuestra civilización. Una sensación de angustia aletea sobre toda la tierra. Sabemos que nuestro mundo se asienta sobre un polvorín, que en cualquier momento puede hacerlo saltar hecho millones de trozos. No es preciso que el fuego que ha de purificar todas las cosas, al decir de San Pedro (11, 3, 10), baje del cielo. El ingenio del hombre dispone de medios más que suficientes para abrasar la tierra.

Esta angustia trata de ser callada por los medios generales de difusión, y disimulada tras de un hedonismo superficial y absorbente. Pero a cualquier observador imparcial no se le oculta la extensión y profundidad del mal. Pese a las tesis oficiales que hablan de un porvenir amplio, dilatadísimo y muy feliz, apenas iniciado, la sicosis escatológica del mundo es una realidad. A la vista de la propia descomposición de la Iglesia, que se trata de ocultar bajo el eufemismo que habla de una " crisis de crecimiento ", una sensación de malestar y de angustia se apodera del pueblo fiel.

Pero hay un hecho aún más significativo. Cuantas veces amenazó en siglos anteriores resquebrajarse el edificio eclesial, los hombres se entregaron masivamente a la mortificación, para aplacar la cólera de Dios. Hoy ante una situación análoga, la humanidad, desconcertada, se refugia en el placer. ¡Qué pocos movimientos de penitencia existen en el mundo!. ¡Cuán olvidada está necesaria e imprescindible labor de expiación!.

Pero, sin querer, nos estamos adentrando en la segunda de las señales del fin, la DISCESSIO o APOSTASÍA GENERAL, que será objeto de estudio en el capítulo siguiente.

 

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