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No debemos juzgar nunca a las personas, pero sí sus hechos, si estos fuesen contrarios a la Sagrada Escritura o a la tradición

Fundación María Mensajera

El Papa es el Jefe de la Iglesia, el que tiene las llaves y potestad de nuestra Casa: la Iglesia; él es el Santo Padre, el Jefe de esa Gran Familia que formamos todos los cristianos; el Vicario o representante de Cristo en la tierra.

El Papa debe ser para nosotros en lo espiritual, lo mismo que nuestros padres de la tierra. Y al igual que a ellos, le debemos nuestro respeto y todo nuestro amor; y si -algunas o muchas veces- hacen cosas no claras, que no entendemos, y que pudieran incluso no ser conformes con la Verdad objetiva, debemos creer que lo hacen siempre de buena fe y por el bien nuestro, por el bien de sus hijos.

Todo esto lo digo, a modo de introducción, porque algunos pocos suscriptores (entre ellos algún "vidente") se han rasgado las vestiduras por algunos artículos nuestros, relacionados con la "Jornada mundial de oración de las religiones" y nos han dicho que juzgamos al Santo Padre cuando manifestamos nuestra postura. Hay que aclarar que nosotros no juzgamos las intenciones de los organizadores del acto de Asís sino los hechos. Las intenciones pertenecen al fuero interno de la persona. Nadie, salvo Dios, puede conocer con certeza las intenciones del que obra u organiza un acto. La buena fe se debe presumir siempre, y nadie puede saber lo que cada uno de nosotros hubiésemos hecho en sus circunstancias. Por eso nosotros no juzgamos jamás la intención de nadie, y mucho menos la de nuestro Papa.

Pero una cosa es la intención del que actúa, que puede ser buena y sincera, y otra es el hecho en sí mismo. Nosotros no condenamos al errado, sino el error. "El error no es objeto de derecho", decía Pío XII. No condenamos al marxista, sino al Marxismo... No juzgamos la intención del que convocó el acto de Asís del 24 de enero del 2002, que seguramente habrá sido por razones políticas muy respetables, sino el error, es decir, el acto religioso en sí de querer obtener de Dios el bien de la paz por la oración de todas las falsas religiones. Y este hecho sí que lo juzgamos y censuramos porque es erróneo y contrario a la Sagrada Escritura, a la Tradición, a los Diez mandamientos y al Magisterio de todos los Papas desde el Apóstol Pedro hasta nuestros días, hasta que se enarboló con el Concilio Vaticano II la bandera del actual Ecumenismo.

Invitar a esas religiones a rezar es invitarlas a realizar un acto que Dios reprueba y condena en el primer mandamiento: "a un solo Dios adorarás". Es llevar a error a los adeptos de esas religiones y confirmarlos en su ignorancia y su desgraciado estado. Fue Dios quien expresó por boca de su apóstol Pablo, lo que sigue: "No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? ¿Qué concierto entre el templo de Dios y los ídolos?" (II Corintios 6, 14-16) .

El Papa Juan Pablo II convocó a las grandes religiones del mundo, y en particular a los musulmanes, para una gran reunión de oración. Observen, queridos hermanos, que el problema no está en la oración individual del hombre en su relación personal con Dios creador, sino en la convocatoria oficial que se ha hecho de Oración de las distintas religiones en cuanto tales, con su propio rito que se dirige a su propia divinidad. Y esto es escandaloso porque en la Sagrada Escritura, sobre todo en el Nuevo Testamento, se nos enseña que Dios sólo tiene por agradable la oración de Aquel que estableció como único mediador entre Él y los hombres; y que esta oración únicamente se encuentra en la verdadera religión. Las demás, y en particular la idolatría, le son abominables.

¿Cómo se pretende entonces que las religiones que ignoran al verdadero Dios puedan obtener algo de Él?. Acaso no dijo el Apóstol Pedro: "Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos ser salvos" (Hech. 4, 12). ¿Se atreverá alguien a recordar estas verdades elementales a los invitados ajenos al cristianismo?. Más bien no, se teme molestarlos e incomodarlos con afirmaciones semejantes.

Porque una cosa es el establecimiento de la paz civil (o política) entre las naciones mediante congresos, debates y medidas diplomáticas, con la intevención de personas influyentes de las distintas naciones y religiones, y otra -repetimos- la pretensión de querer obtener de Dios el bien de la paz por la oración de todas las falsas religiones. Porque esas falsas religiones, tal y como dice San Pablo, rezan a "dioses extranjeros" que no son otros que los demonios. "Antes bien -dice San Pablo- lo que sacrifican los gentiles, a los demonios y no a Dios lo sacrifican. Y no quiero yo que vosotros tengáis parte con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en el mesa del Señor y en la mesa de los demonios" (I Cor. 10, 20-21)

Por tanto, la fe de la Iglesia, definida por la Iglesia de siempre, es la siguiente:

No sólo hay un único y verdadero Dios -"de manera que son inexcusables quienes lo ignoran" (Rom. 1,20)- sino también un único mediador (I Tim. 2, 5) y único embajador acepto ante Dios, que intercede sin cesar por nosotros (Hebr. 7, 25). Las religiones que rechazan explícitamente la divinidad de Cristo, como por ejemplo el Judaísmo o el Islam, están condenadas al fracaso en sus oraciones a causa de un error fundamental. "¿Quién es el embustero -dice el Apóstol Juan- sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco tiene al Padre" (I Juan 2, 22-23).

A pesar de las apariencias monoteístas no tenemos el mismo Dios, ni tenemos el mismo Mediador. Y sólo la Esposa mística de Cristo (Ef. 5, 32) tiene las prerrogativas para obtener de Dios, en nombre de Jesucristo, todo bien y en particular el bien de la paz. Esta es la fe de la Iglesia enseñada y creída en todos los tiempos y en todas las épocas. Y no se trata en modo alguno de una cuestión de intolerancia o de desprecio del prójimo sino del rigor de la verdad. "Nadie viene al Padre sino por Mí" (Jn. 14, 6)

Establecer un acto y conducir a actos que ya no expresan esto es un error, a pesar de la buena fe de los organizadores. Es ofender en realidad a Dios Padre y a Aquel en quien puso El Padre sus complacencias (Mc. 9, 7), Nestro Señor Jesucristo.

¿Cómo podrían ser escuchados por Dios quienes rechazan esta mediación, tal y como los judíos y musulmanes hacen explícitamente al rechazar su divinidad?. Y lo mismo habría que decir de quienes rechazan para la Iglesia el papel de mediadora.

OBJECIONES A ESTA VERDAD DE SIEMPRE ENSEÑADA

Se suele decir como objeción de lo que aquí afirmamos, que "Toda oración auténtica viene del Espíritu Santo que habita misteriosamente en cada alma".

En primer lugar: ¿qué es oración auténtica? ¿Cuál es el sentido correcto de la palabra "auténtica"?. ¿Es oración auténtica la que reza un budista ante el ídolo de Buda o la de un brujo fumando la pipa de la paz?. ¿Viene del Espíritu Santo la oración de los terroristas musulmanes?

De ninguna manera. Sólo es auténtica la verdadera oración, es decir, la que se dirige al verdadero Dios. Sería un abuso calificar de auténtica la oración de aquel que se dirige al demonio o la del terrorista que se estrelló contra la torre de Manhattan. ¿Tendremos que declararlas también como auténticas? ¿acaso no estaban convencidos de actuar bien? ¿acaso no actuaban con sinceridad?. Es por lo tanto evidente que la visión subjetiva no basta para que una oración sea auténtica.

En cuanto a la segunda parte de la frase, la que dicen de que "el Espíritu Santo habita misteriosamente en cada alma" es falsa. La palabra "misteriosamente" puede ser engañosa. La realidad es que en la teología católica se enseña dogmáticamente que la inhabitación del Espíritu Santo está directamente unida a la recepción de la gracia santificante, la cual se consigue con el Sacramento del Bautismo o se recupera con el de la Penitencia. Observen cómo en el bautismo, por ejemplo, se ordena al demonio que abandone esa alma para dar lugar al Espíritu Santo, prueba evidente e inequivoca de que el Espíritu Santo no habitaba antes de ello en esa alma.

Otra objeción que se predica es que hay mucho bien en las otras religiones y que, puesto que el bien sólo puede venir de Dios, Dios actúa en las otras religiones. Es un sofisma basado en la no distinción real entre el orden natural y el orden sobrenatural, porque es evidente que cuando se habla de una acción de Dios en una religión se entiende de una obra de salvación. Es decir que Dios salva por su gracia, y la gracia es sobrenatural. Pero el bien del que se hace mención como presente en las otras religiones (al menos en las no cristianas) no es sino un bien natural, y en esto Dios sólo actúa como creador que da el ser a todas las cosas y no como salvador.

Con estas ideas democráticas y liberales se llaga a la mayor de las confusiones: la de hacer creer que cualquier religión puede finalmente obtener de Dios los mayores bienes. Es un engaño enorme y grotesco, basado en no creer en el fondo que Cristo insituyese una sola Iglesia y pusiese en Pedro su fundamento. Sólo hay Una Iglesia Santa de inspiración divina, fundada por el Señor; las demás iglesias, aunque sean cristianas y tengan por ello parte de la verdad revelada, son creadas por hombres, que apostataron o cayeron en la herejía.

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