172_01-02-KK4 Manuel C. Martínez M.
Sadelas
Sociedad Amigos de la Salud
PRESENCIA CAVERNÍCOLA
Históricamente, se llevó sus buenos milenios el manejo controlado del fuego por parte de nuestros antepasados, quienes hicieron de las cuevas naturales sus hábitat íntimo.
Con sus bien formados caninos, y a manera de continuidad evolutiva del mamífero recién constituido, en su dieta regular entró la carne en vivo, misma que con el empleo del fuego pasó a representar la mejor delicia culinaria de entonces. La caza logró ser un trabajo permanente al lado de la recolección de vegetales varios.
Entre los animales que pasaron a ser objeto de humeantes asados estuvieron las aves y el ganado salvaje. Esta dieta carnívora se ha mantenido a lo largo de la milenaria vida humana. Se han perfeccionado las fuentes fogosas, pero la esencia de la cocción por llama directa continúa.
Por eso, cuando observamos esa parafernalia de utensilios culinarios y domésticos, con delicadas apariencias y en metales de lo más chic, tenemos que recordar que, entre las coloreadas brasas y la carne que suele modernamente comerse, podrán colocarse emparrillados de oro, pero, seguiremos utilizando la misma técnica del más remoto de los cavernícolas.
Por eso, inferimos que en materia culinaria es poco lo que hemos avanzado, abstracción hecha de los sintéticos fabricados, más bien, con fines terapéuticos. Y que en cuanto a esa deliciosa carne asada, barbacoa, parrilla,. etc., seguimos siendo tan primitivos como aquel ser humano que los dibujantes nos pintan con copiosa barba, greñudo, forzudo y engarrotado que solía vivir con un mínimo de esfuerzo en su cálida y segura cueva de roca labrada in situ.
Mal puede, pues, jactarse alguien de ser un experto parrillero, pues con ello sólo está confirmando su pesado e inamovible estancamiento de perpetua presencia cavernaria.