164_26_10_KK3 Manuel C. Martínez M.
Sadelas
Sociedad Amigos de la Salud
ORDEN AZAROSO y DESORDEN TENDENCIOSO
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y esta estaba desordenada y vacía, y D. dijo: sea la luz (energía; paréntesis mío), y fue la luz... (Biblia genérica, Génesis correspondiente).
El título de esta entrega bien podría ser: Dialéctica del caos, tema sobre el cual se ha escrito mucho durante los últimos 50 años, aunque metafísicamente, y con orígenes que rayan en la biblicidad. Primero fue el caos, apuntan los genetistas procristianos. Ver epígrafe.
Desde luego, se trataría de un <<caos indeterminado>>, según como afirmó (versión castellana) el belga Ilya Prigoguin (Nobel de Química, 1977), por vía de Guy Sorman (Periodista, 1992, Seix Barral): <<Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo>>, Cáp. II, <<El orden nació del caos>> . A este <<caos>> doy en llamarlo: orden <<prima facie>>.
Mediante esa versión, tal científico quiso salirle al frente a la consuetudinaria visión mecanicista del mundo, con sus rigidísimas leyes supuesta y sumatoriamente atrapables en una fórmula matemática que se sigue obtusa e infructuosamente configurando, pero que aún no descartan los seguidores de Sir Isaac Newton.
Según Prigoguin, la vida con sus múltiples y variatísimas formas, así como las interesantes manifestaciones inorgánicas, muy bien ordenaditas y hechecitas, han sido la resultante de mil fuerzas encontradas, las unas, complementarias, las otras, que ocasional, probabilística o azarosamente concomitan cual variables de una informulable poliecuación, en un espacio y tiempo no menos indeterminados, que terminan, pues, perfilando un determinado <<orden>> a tal o cual planta, animal, persona o cuerpo cristalino, gaseoso, líquido, plasmático o corpóreo en general.
Hasta ahora, compartimos y pensamos que, luego de la formación coyunturalmente azarosa y espuria de un determinado <<nuevo>> orden, éste más tarde o más temprano será <<atraído>> por el caos de donde provino, cual tendencia termodinámicamente entendida. De manera que entre formaciones azarosas, que bien pudieron no haber ocurrido de la manera que hemos conocido hasta ahora, por una parte, y la tendencia e ineluctabilbilidad de su *redesordenación* entrópica, por otra, se da una asimetría conductual, que Prigoguin llama desequilibrio, y asimilado, por él, a otra de las violadas leyes trascendentales que nos ofrece la Física moderna. Yo prefiero, sin embargo, pensar que se trata una pura y simple manifestación del movimiento implícito en toda forma material, es decir a la subyacente tendencia a metamorfosis variopintas; de otra manera estaríamos dando paso a cualquier forma de quietud absoluta lo que de partida sería antidialéctico.
De resultas: Según la versión prigoguiana, privaría el desorden sobre el orden. Este nobelado es enfático al decirnos y proponernos que sólo existe el desequilibrio y que este es el semillero o nuevo locus de donde el <<dios>> caos azarosamente crea sus criaturas, y en esto, en mi concepto, le va su falla como buen químico mortal que es. Prigoguin no pudo desprenderse de las amarras del mecanicismo: no pudo ver en ese desorden indeterminado un orden general o macroorden formado por los distintos órdenes que se hayan constantemente metamorfoseado, gene y degenerándose, a fin de mantenerse como un todo en perpetuum mobile. Se trata, por así entenderlo, de la recíproca actitud asumida por Albert Einstein cuando este negó la posibilidad de un Dios ludófobo. (Cf. la Sadelas 178)
En Sadelas inferimos que la formación azarosa de entes reordenados a partir del caos, y su demoledora tendencia hacia él, cual aguja horaria que se aleja de las 12 para volver a esta, no significa para nada que el caos sea el depósito hacia donde tienda todo lo creado ordenadamente hasta ahora. En todo caso, esa aguja marcaría la hora, sí, pero como si se tratara de otro reloj. No perdamos de vista que la trayectoria por donde se desplazan las agujas horarias, cual elipses planetarias, no son cerradas como nos las han pintado los geógrafos privilegiados y connotados hasta ahora, sino que son apenas volutas con vida y pistas separadas, cual espiral de creciente y apretado enrollado. (Cfere. Sadelas, 091, Curiosidades de la Física).
Porque no se trata de un huevo que ya fertilizado, que se incuba, quiebra, arroja criaturas, para cerrarse y reincubarse y recriar y birrecriar. Vale decir: El caos prigoguiano tampoco sería un <<huevo cósmico>>. No, de lo que se trata es de una permanente y concomitante reordenación (movimiento) azarosa e impredeterminable, digamos, de formas que seguimos desconociendo y descubriendo por cuanto siempre serán creaciones originales, cual chatarra reciclable, que ya desgastadas por el uso, o disipadas, terminan sirviendo de materias primas para formar nuevos entes variopintos que volverán irremisible y tendenciosamente a otro *caos ordenado* de partida, sin que este sea el acabóse, sino, más bien, a manera de retroalimentación de aquella aguja horaria la cual seguirá marcando las 12 de nuevos días, de nuevas vidas de novedosa morfología. Digamos que el orden es el objetivo, y el desorden, sus medios o tránsito para alcanzarlo; un desorden u orden en permanente metamorfosis per se.
Es que la vida que hemos conocido, por ahora, tiene orígenes insondables, hasta ahora no matematizables; hay leyes y gobiernos pendientes de su descubrimiento, y de sus correspondientes manifestaciones entrópicas, también. Sólo debemos admitir que nada es eterno, que nada termina perfeccionándose para quedarse, sino para tendenciosamente agotar el reordenamiento anterior que azarosamente le haya dado forma, pero que habrá de entrar en la barajadura o <<barajo>> de dados que tercamente el discípulo de Newton y nobelado, Albert Einstein, se negó sistemáticamente a admitir, en tanto y cuanto él no llegó a comprender que se trata de nuevos dados, vírgenes en cada jugada, cual dominós que luego de barajados parten de un orden que luego se desordena justamente en la medida que ellos van reordenándose con cada mano de las sesiones de una partida. Y es que este otro nobelado ya tenía bastante con sus dólares y con su mea culpa principal en las masacres y devastaciones japonesas, como para declararse ateo y negar así los divinos, desordenados y bíblicos orígenes terrestres. Sin embargo, ahora, en la Sadelas 177 retomo este tema de los *dados* y ofrezco una hipótesis que sustentaría la intuición del genial Albert Einstein.
Veremos cómo es la energía solar la que origina el caos y niega a este su carácter de condición predeterminada.
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