Magisterio de la Iglesia

Ubi Primum

PÍO IX
Sobre la conservación de la disciplina

en las Familias Religiosas 
17 de junio  de 1847

Amados hijos varones religiosos, salud y bendición apostólica

1. Elogio de las Órdenes Religiosas

   Apenas por un secreto designio de la divina Providencia fuimos elevados al gobierno de toda la Iglesia, entre los principales cuidados y solicitudes de nuestro Apostólico ministerio nada tuvimos más presente que abrazar con singular afecto de Nuestra paternal caridad a vuestras Familias Religiosas, prodigarles toda Nuestra atención, protegerlas, defenderlas y mirar y proveer con todas Nuestras fuerzas a un mayor bien y esplendor.

   Pues ella, instituidas por varones santísimos, inspirados por el divino espíritu para procurar la mayor gloria de Dios Omnipotente y la salvación de las almas, y confirmadas por esta Sede Apostólica, realizan con sus múltiples formas aquella hermosísima variedad que maravillosamente circunda a la Iglesia y constituyen los selectísimos escuadrones auxiliares de soldados de Cristo, que fueron siempre un máximo ornato y defensa para uso tanto de la república civil como de la cristiana. Como quiera que sus hijos llamados por singular beneficio de Dios a profesar los consejos de la sabiduría evangélica, y juzgándolo todo detrimento por la eminente ciencia de Jesucristo, despreciando con excelso e invicto ánimo todo lo terrestre y teniendo fijos los ojos únicamente en las cosas celestiales, siempre se mostraron insistiendo en egregias obras y realizando gloriosos trabajos con los que merecieron bien tanto de la Iglesia Católica como de la sociedad civil. nadie ciertamente ignora o puede ignorar, que las Familias Religiosas, ya desde su primera institución brillaron con casi innumerables varones insignes en todo género de doctrina y cúmulo de erudición, y esclarecidos con el ornato de todas las virtudes y la gloria de la santidad, ilustres también en honrosísimas dignidades, encendidos en ardiente amor de Dios y de los hombres, hechos espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres y que solamente se deleitaron en aplicarse con todo cuidado, afición y empeño, de día y de noche, a llevar sobre su cuerpo la mortificación de Jesús propagar la fe y doctrina católicas desde el sol naciente hasta el ocaso, luchar valientemente por ella, soportar alegremente cualquier género de severidades, tormentos y suplicios hasta dar la misma vida, atraer a los pueblos rudos y bárbaros, sacándolos de su tinieblas, fiereza de costumbres y encenegamiento en los vicios, a la luz de la verdad evangélica, a toda virtud y a la cultura de la sociedad civil, cultivar y proteger las letras, disciplinas y artes y librarlas cíe la destrucción, modelar maduramente las tiernas mentes de lo jóvenes y sus corazones blandos como la cera en la piedad y la honestidad, volver a los errantes al camino de la salud. Ni es esto sólo sino que, revestidos de entrañas de misericordia, no hay ningún género de caridad heroica que ellos, aun exponiendo su vida, no hayan ejercido, como proporcionar amorosamente los oportunos subsidios de la cristiana beneficencia y providencia a los cautivos, encarcelados, enfermos, moribundos y a todos los desgraciados, necesitados y afligidos, suavizando sus dolores, enjugando sus lágrimas y proveyendo a sus necesidades con todo género de auxilios y obras.

2. Las famillas religiosas y los Pontífices

   De aquí ciertamente proviene que los padres y Doctores de la Iglesia con toda razón y derecho han honrado a los cultores de la perfección evangélica con sumas alabanzas y hayan combatido acérrimamente a sus impugnadores que afirman con temeridad que estos sagrados institutos son inútiles y perjudiciales a la sociedad. Los romanos Pontífices Predecesores Nuestros, demostrando siempre benévolo afecto hacia las mismas Ordenes Regulares, no dejaron por su parte de protegerlas y de defenderlas con el patrocinio de la autoridad apostólica, ni de honrarlas con los más grandes honores y privilegios, reconociendo muy bien cuales y cuántos bienes y utilidades hayan redundado en todo tiempo de esas mismas Órdenes a la universal república cristiana. Los mismos predecesores Nuestros se mostraron tan solícitos por esta principalísima parte del campo del Señor, que apenas supieron que el hombre enemigo disimuladamente sembraba cizaña en medio del trigo(1), y que las pequeñas zorras destrozaban los florecientes retoños(2) sin ninguna dilación pusieron todo cuidado en arrancar y destruir de raíz cuanto pudiera impedir los ubérrimos y venturosísimos frutos de la semilla sembrada. Por esta causa, sobre todo CLEMENTE VIII de piadosa memoria y también URBANO VIII, INOCENCIO XII, CLEMENTE XI, PÍO VII y LEÓN XII predecesores Nuestros, ya tomando saludables determinaciones, ya publicando sapientísimos decretos y constituciones, no dejaron de tener tensos todos los nervios de la vigilancia y providencia pontificias para remover totalmente cuantos males se habían introducido en las Familias Religiosas por las  tristísimas vicisitudes de las cosas y de los tiempos, y para proteger y restaurar en ellas la disciplina regular.

   Nosotros pues, según la suma caridad que sentimos hacia las mismas Ordenes, emulando los ilustres ejemplos de Nuestros Predecesores y siguiendo las sapientísimas sanciones sobre todo de los Padres Tridentinos(3) según la obligación de Nuestro Supremo Apostolado, determinamos dirigir todos nuestros cuidados y pensamientos, con todo el afecto de nuestro corazón, a vuestras Familias Religiosas, con la mira de consolidar lo débil si lo hay, sanar lo enfermo, restablecer lo resquebrajado, reducir lo perdido y levantar lo decaído, para que revivan en todas partes y cada día prosperen y florezcan más la integridad de las costumbres, santidad de la vida, observancia de la disciplina regular, las letras, las ciencias, sobre todo las sagradas, y las leyes propias de cada Orden.

3. Empeño del Sumo Pontífice en conservar la disciplina religiosa. 

   Si bien, pues, intensamente nos alegramos en el Señor de que haya muchos hijos de estas Familias Sagradas que, teniendo presente su santísima vocación y aventajándose en el ejemplo de toda virtud y doctrina, con todo empeño procuran seguir las huellas de sus ilustres Padres, trabajar en el ministerio de la salvación y difundir en todas partes el buen olor de Cristo, con todo lamentamos de que haya algunos, que olvidados de su profesión y dignidad declinen en tal manera del instituto que los había aceptado, que no sin grandísimo daño de las mismas Ordenes y de los fieles, lleven tan sólo la apariencia y el hábito de la piedad, y contradigan con su vida y costumbres la santidad, el nombre y la vestimenta del instituto que profesan. Os damos pues a vosotros, amados Hijos, que sois los superiores de las mismas Ordenes, esta carta que os manifiesta nuestra afectuosísima voluntad hacia vosotros y vuestras Ordenes Religiosas y por la que os hacemos saber las decisiones que hemos tomado para instaurar la disciplina regular. Esta determinación tiende enteramente estatuir y perfeccionar con la ayuda de Dios, todas aquellas cosas que puedan conducir más y más a  proteger y conseguir la incolumidad  y prosperidad de cada Familia Religiosa, a procurar el bien de los pueblos, y a amplificar el culto divino y promover la gloria de Dios. Puesto que al instaurar la disciplina en vuestras Ordenes, Nuestro celo y Nuestros deseos se dirigen principalmente a que podamos tener de las mismas Ordenes operarios instruidos y laboriosos, provistos no menos de ciencia que de piedad, perfectos hombres de Dios y preparados para toda obra buena, cuya actividad podamos aplicar en el cultivo de la viña del Señor, en la propagación de la fe católica, sobre todo entre los pueblos infieles y en el manejo de los gravísimos negocios de la Iglesia y de esta Santa Sede. Y para que un asunto de tanta importancia para la Religión y para las mismas Ordenes Regulares se desenvuelva, como grandemente anhelamos, próspera y felizmente y obtenga el deseado éxito, siguiendo las huellas de Nuestros Predecesores, hemos instituido una Congregación peculiar de Venerables Hermanos Nuestros, Cardenales de la Santa Romana Iglesia, que hemos denominado del Estado de las Ordenes Regulares, para que los mismos Venerables Hermanos Nuestros, según su singular sabiduría, prudencia, consejo, uso y pericia en el manejo de los negocios, nos proporcionen una ayuda en este asunto tan importante. También a vosotros, amados hijos, os llamamos a colaborar en la misma empresa y os advertimos, exhortamos y rogamos ardientemente en el Señor, que queráis unir vuestro esfuerzo con toda diligencia a Nuestros cuidados y celo, para que vuestra Orden brille con la primitiva dignidad y esplendor. Así, pues, por el lugar que ocupáis y el cargo que os han señalado, no dejéis nada por hacer para que los varones religiosos que están sujetos a vosotros, meditando seriamente la vocación con que han sido llamados, caminen dignamente en ella y procuren cumplir siempre religiosamente los votos que un día ofrecieron a Dios.

4. Exhortación a los superiores religiosos - Ideal religioso - Noviciado.

   Atended pues con toda vigilancia a que, siguiendo ellos las insignes huellas de sus mayores, custodiando la santa disciplina y rechazando enteramente las seducciones, espectáculos y negocios del mundo a los que renunciaron, insistan sin intermisión en la oración, meditación, doctrina y lectura de las cosas divinas y se dediquen a la salud de las almas según el propio instituto de su Orden, y mortificados en la carne, y vivificados en el espíritu, se muestren al pueblo de Dios modestos, humildes, sobrios, benignos, pacientes, justos, irreprensibles en la integridad y la castidad, fervientes en la caridad, honorables por la sabiduría, no siendo obstáculo para nadie sino dando a todos ejemplo de buenas obras, para que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de ellos. Por cuanto muy bien sabéis con qué santidad de vida y ornato de todas las virtudes deben absolutamente brillar quienes, des preciando todos los halagos de las cosas humanas, voluptuosidades, falacia y vanidades, prometieron y profesaron dedicarse únicamente a Dios y al culto divino, para que el pueblo Cristiano mirándolos a ellos como nitidísimo espejo, reciban de ellos aquellas enseñanzas de piedad, religión y toda virtud con las que más dichosamente camine por las sendas del Señor. Y como el estado y decoro de toda la familia sagrada depende enteramente de la diligente admisión de los novicios y de su óptima institución, os exhortamos vehementemente a que averigüéis antes con cuidado la índole, el ingenio y las costumbres de los que habrán de ingresar en vuestras Familias Religiosas y solícitamente investiguéis qué determinación, espíritu y razón los llevan a comenzar la vida regular. Y después que hayáis entendido que ellos no pretenden otra cosa al abrazar la vida religiosa, que la gloria de Dios, utilidad de la Iglesia y la salvación propia y de los demás, procurad con toda diligencia, cuidado e industria, que durante el tiempo del noviciado sean educados pía y santamente, por óptimos maestros, según las leyes de la propia Orden y sean informados en toda virtud y en el instituto, por ellos iniciado, de la vida regular.

Estudios. - Trabajo y Unión

   Ya que uno de los principales e ilustres títulos de gloria de las Ordenes Regulares fue siempre el cultivo y fomento de las letras y la ilustración de la ciencia de las cosas humanas y divinas adquirido con muchos trabajos eruditos, doctos y laboriosos, os exhortamos y advertimos con gran encarecimiento que, según las leyes de vuestra Orden y con el mayor cuidado e ingenio, promováis una recta organización de los estudios y lo intentéis todo para que estros alumnos religiosos se ocupen constantemente en el aprendizaje de letras humanas y de las más severas disciplinas, sobre todo las sagradas, con lo que inmejorablemente cultivados en las óptimas y sanas doctrinas puedan desempeñar religiosa y sabiamente tanto las obligaciones del propio cargo como los ministerios sagrados. Ahora pues, como grandemente anhelamos que todos los que militan en los ejércitos del Señor a una voz glorifiquen unánimes a Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, y perfectos en el mismo sentir y opinar se muestren solícitos en conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, os rogamos una y otra vez que unidos con estrechísimo lazo de concordia y caridad y perfecto consenso de ánimos con los Venerables Hermanos, Obispos y el clero secular nada consideréis más estimable que emplear todas las energías en unión de aspiraciones, para la realización de la obra del ministerio y edificación del Cuerpo de Cristo, emulando siempre los carismas mejores(2). Siendo pues una la Universal Iglesia de los Prelados Regulares y Seculares, de los Subditos exentos y no exentos, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, de todos los cuales es uno el Señor, una la Fe y uno el Bautismo, conviene que sea una la voluntad de todos los que pertenecen al mismo cuerpo y estén ligados entre sí, como hermanos, por el vinculo de la caridad(3).

5. Conclusión. 

   Estas son, amados hijos, las cosas que juzgamos deber Nuestro exponeros y advertiros en esta Carta Nuestra, para que claramente entendáis cuánta benevolencia sintamos hacia vosotros y vuestras Familias Religiosas y con cuánto empeño queramos proveer a las normas, utilidades, dignidad y esplendor de las mismas Familias. No dudamos pues, que vosotros, según vuestra eximia religión, piedad, virtud, prudencia y el mismo amor hacia vuestra Orden, os gloriaréis en responder lo mejor posible a nuestros deseos, cuidados y disposiciones. Confiados en esta fe y esperanza, como testimonio de Nuestro intensísimo afecto y caridad hacia vosotros y a todos vuestros compañeros religiosos y como auspicio de todos los celestiales dones, os impartimos a vosotros, amados hijos, varones religiosos y también a ellos, amorosamente, la Bendición Apostólica, salida de lo íntimo del corazón.

   Dado en Roma, junto a Santa María la Mayor, el día 17 de Junio del año 1847, de Nuestro Pontificado en el año primero.

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