Magisterio de la Iglesia

Miranda Prorsus
Carta Encíclica

 Pío XII
Sobre el cine, la radio, la televisión
8 de septiembre de 1957

1. Origen y fines del progreso técnico   

   Los maravillosos progresos técnicos, de que se glorían nuestros tiempos, frutos si del ingenio y del trabajo humano, son primariamente dones de Dios, Creador del hombre e inspirador de toda buena obra; "en efecto, no sólo da la existencia a toda criatura, sino que, después de haberla creado, la conserva y la desarrolla.(1)"

   Algunos de estos nuevos medios técnicos sirven para multiplicar las fuerzas y las posibilidades físicas del hombre, otros para mejorar sus condiciones de vida; pero hay aún otros que miran más de cerca a la vida del espíritu y sirven, directamente o mediante una expresión artística, a la difusión de ideas, y ofrecen a millones de personas, en manera fácilmente asimilable, imágenes, noticias, enseñanzas, como alimento diario de la mente, aun en las horas de distracción y de descanso.

   Entre las técnicas que se refieren a esta última categoría, han tomado un extraordinario desarrollo, durante nuestro siglo, como todos bien saben, el cine, la radio y la televisión.

2. Motivos del interés de la Iglesia

   Con particular alegría, pero también con vigilante prudencia de Madre, la Iglesia ha tratado desde el principio de seguir los pasos y proteger a sus hijos en el maravilloso camino del progreso de las técnicas de difusión(2).

   Tal solicitud proviene directamente de la misión que le ha confiado el Divino Redentor, porque dichas técnicas tienen -en la presente generación- un poderoso influjo sobre el modo de pensar y de obrar de los individuos y de la comunidad.

   Hay también otra razón por la cual la Iglesia muestra un especial interés por los medios de difusión: porque Ella misma, sobre todos los otros, ha de trasmitir a los hombres un mensaje universal de salvación: "A mi, que soy el ínfimo de todos los santos, me ha sido concedida la gracia de llevar a los gentiles la buena nueva de la inescrutable riqueza de Cristo, de poner en luz ante los ojos de todos cuál es la realización del arcano escondido desde los siglos en Dios, que todo lo ha creado"(3); mensaje de incomparable riqueza y potencia que debe recibir todo hombre de cualquier nación o tiempo(4).

   Así que ninguno podrá maravillarse de que el celo por la salvación de las almas conquistadas "no con oro y plata corruptibles... sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero inmaculado"(5), haya movido en diversas ocasiones a la Suprema Autoridad Eclesiástica a reclamar la atención sobre la gravedad de los problemas que el cine, la radio y la televisión presentan a la conciencia cristiana.

   Han pasado más de veinticinco años desde el día en que nuestro Predecesor de santa memoria dirigió por primera vez, valiéndose «del admirable invento marconiano», un solemne mensaje «a través de los cielos a todas las gentes y a toda criatura»(6).

   El mismo Pontífice, pocos años después, daba apostólicas enseñanzas sobre el recto uso del cine al venerable Episcopado de los Estados Unidos con la memorable Encíclica Vigilanti cura declarando «necesario y urgente el procurar que también en esta materia los progresos del arte de la ciencia y de la misma perfección de la técnica humana, puesto que son verdaderos dones de Dios, se ordenan a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirven prácticamente para la dilatación del reino de Dios en la tierra»(7).

   Nos mismo, durante nuestro Pontificado, en diversas ocasiones hemos recordado a los Pastores a las diversas ramas de la Acción Católica y a los educadores, los deberes cristianos relativos a las formas modernas de difusión de los espectáculos. Gustosamente hemos admitido a nuestra presencia a las varias categorías sociales del mundo del cine, de la radio y de la televisión, para expresarles nuestra admiración por la técnica y por el arte que cultivan, recordarles los peligros, indicando los altos ideales que deben iluminar su nada fácil e importante oficio.

   Ha cuidado también nuestra paterna solicitud de crear en la Curia Romana una expresa Comisión permanente con la misión de estudiar los problemas del cine, de la radio y de la televisión, que se relacionan con la fe y la moral, a la cual así los Obispos como las competentes Oficinas puedan dirigirse para pedir consejo y segura orientación en materia tan compleja.

   Nos mismo con frecuencia nos aprovechamos de los modernos medios de difusión, que nos ofrecen «la posibilidad de perfeccionar la unión espiritual entre rebaño y Pastor», para que nuestra voz «tenga asegurada en la violenta lucha espiritual de hoy una fuerza de penetración y un eco tal, que pueda responder a los crecientes deberes del sumo apostolado confiado a Nos»(8).

2. Los frutos de la Enseñanza Pontificia

   Grandemente nos consuela saber que las repetidas exhortaciones de nuestro Predecesor, de feliz memoria, y las nuestras que se dirigen a orientar el cine, la radio y la televisión a los fines de la gloria de Dios y del perfeccionamiento humano, han encontrado una grande y fecunda resonancia.

   Bajo vuestra vigilante guía y celoso impulso, venerables Hermanos, han sido promovidas actividades y obras, en el campo diocesano, nacional e internacional, con miras a un previsor apostolado en esos sectores.

   No pocos dirigentes de la vida pública, representantes del mundo industrial y artístico, y numerosos grupos de espectadores católicos, y aun no católicos de buena voluntad, han dado apreciables pruebas de sentido de responsabilidad, haciendo laudables esfuerzos, frecuentemente a costa de no pocos sacrificios, para que en el uso de las técnicas de difusión se eviten los peligros del mal y se respeten los Mandamientos de Dios y los valores de la persona humana.

   Sin embargo, por desgracia, debemos repetir con San Pablo: "No todos han hecho caso a la buena nueva"(9), porque también en este campo el Magisterio de la Iglesia ha encontrado a veces incomprensiones, y hasta ha sido violentamente combatido de parte de individuos, empujados por un desordenado apetito de lucro, o víctimas de ideas erróneas sobre la realidad de la naturaleza humana, sobre la libertad de expresión y sobre la concepción del arte.

   Si la actitud de estas personas Nos llena el alma de amargura, no podemos sin embargo desviarnos de nuestro deber, y esperamos que también se nos concederá el reconocimiento, dado a Jesús por sus enemigos: "Sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios según la verdad, sin preocuparte por nadie"(10).

3. Motivo de la Encíclica

   No sólo grandes utilidades, mas desgraciadamente también tremendos peligros pueden nacer de los progresos técnicos que se han realizado y continúan realizándose en los vitalísimos sectores del cine, de la radio y de la televisión.

   Estos medios técnicos -que están, puede decirse, al alcance de cualquiera- ejercen un extraordinario poder sobre el hombre, conduciendo «así al reino de la luz, de lo noble, de lo bello, como a los dominios de las tinieblas y de la depravación, gracias a ultrapotentes y desenfrenados instintos, según que el espectáculo ponga en evidencia y estimule los elementos de uno o de otro campo»(11).

   Como en el desarrollo de las técnicas industriales del siglo pasado no se ha sabido evitar la esclavitud del hombre a la máquina, destinada a servirlo, y generaciones enteras hasta nuestros días deben dolorosamente expiar tales errores; así también hoy, si el desarrollo de los medios técnicos de difusión no se somete «al yugo suave»(12) de la ley de Cristo, corre el peligro de ser causa de infinitos males, tanto más graves, cuanto que no se trata de someter las fuerzas materiales, sino también las espirituales, privando «a los descubrimientos del hombre de las elevadas utilidades que tenían como fin providencial»(13).

   Siguiendo con paterna solicitud de día en día el desarrollo del grave problema y considerando los saludables frutos que ha producido -en el sector cinematográfico- durante los últimos dos decenios la ya mencionada Encíclica Vigilanti cura, hemos acogido benévolamente la petición, que nos ha llegado de celosos Pastores y de seglares competentes en estas técnicas, de que diésemos enseñanzas y directivas, por medio de la presente Carta Encíclica, valederas también para la radio y la televisión.

   Por tanto, después de haber invocado con insistentes oraciones y por intercesión de la Virgen Santísima, la asistencia del Omnipotente, queremos dirigirnos a vosotros, venerables Hermanos, cuya solicitud pastoral conocemos, para recordar la doctrina cristiana relacionada con este tema, recomendar providencias necesarias y ayudaros así a guiar con mayor seguridad la grey de Dios, confiada a vuestros cuidados, y a precaverla de los errores y las imprudencias en el uso de los medios audiovisuales, cuya tolerancia traería consigo un grave peligro para la vida cristiana.

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