Magisterio de la Iglesia

Mensaje al III Congreso Internacional
de Maestros Católicos de Viena 

 Pío XII
5 de agosto de 1957

   Os disponéis, amados hijos e hijas de la Unión Mundial de Maestros Católicos, a celebrar, por invitación de los maestros católicos de Austria, vuestro III Congreso Internacional en Viena. De los maestros católicos de Austria partió la idea, en su tiempo, de una organización mundial de los maestros católicos, y en Viena, en el Congreso Eucarístico de 1912, se fundó la asociación internacional de pedagogos católicos. Las tormentas y tragedias que después cayeron sobre Austria también afectaron a aquélla. Pero después del año 1945, la idea que había dado cuerpo a aquélla agrupación internacional revivió más intensamente. El Año Santo 1950 trajo luego la formación de vuestra Unión, que estableció su sede en el centro de la Iglesia, muy cerca de Nos.

   Nos alegramos de la fuerza juvenil y del crecimiento de esta Unión. De diez asociaciones de maestros se formó; pero hoy pertenecen ya a ella cuarenta asociaciones de maestros de todo el mundo. Ahí está con trescientos veinte mil socios, todos unidos en el pensamiento y en el obrar que Nuestro Predecesor inmediato, Pío XI, de venerable memoria, sentó como ideal católico de la educación en su Encíclica «DIVINI ILLIUS MAGISTRI» . Con satisfacción comprobamos la estimación de que goza vuestra Unión, así como por el hecho de que haya sido contada por la UNESCO entre las asociaciones consejeras.

   La Unión de Maestros Católicos de Austria, encargada de la preparación de vuestro Congreso Mundial de este año, Nos ha rogado le concedamos Nuestra Bendición. Gustosamente accedemos a este deseo y creemos conveniente, atendida la importancia de vuestra profesión y de vuestra Unión, dirigiros algunas palabras de orientación.

     Los últimos cien años, y más, están llenos del esfuerzo de la Iglesia en favor de la enseñanza y de la escuela católicas para su juventud. Donde la Constitución y la ley dejaban a los católicos erigir sus escuelas con sus propias fuerzas espirituales y económicas, han hecho sacrificios realmente heroicos con este fin. Entre tanto, la humanidad ha pasado a la era de la técnica. Ésta está ahora introduciendo cambios en la estructura espiritual del hombre; pero no debe tocar el ideal católico de enseñanza. Pedagógicamente se ha observado con toda razón que frente a aquellas transformaciones que -en cuanto a la vida de los instintos- van a parar a la entrega exagerada a las impresiones sensoriales, con atrofia del pensamiento activo, exagerada ansia de actividad, tendencia hacia una acomodación, sin resistencia ni responsabilidad, la educación moral-religiosa es todavía más importante que la enseñanza y formación profesionales; que precisamente en la era de la técnica, el hombre necesita de aquella educación cerrada, única, que descansa sobre la verdad absoluta y coloca a Dios en el centro de su existencia, cual sólo puede darla la fe cristiana, la Iglesia católica. Trasladamos, pues, también con vosotros nuestro antiguo ideal escolar a la nueva época.

     Pero también lleva la Iglesia católica a la nueva época el ideal del maestro católico. El maestro es el alma de la escuela. Ahí está la razón por la que la Iglesia concede tanta importancia a la personalidad y a la formación del maestro como a la escuela misma. Es que el maestro auténticamente católico es el elemento más esencial de la escuela católica. Tanto, que la labor profesional del maestro católico o la maestra católica se inserta en el apostolado seglar, en el sentido estricto de la palabra. Estad convencidos, amados hijos e hijas: el maestro católico que esta a la altura de su misión profesional por su formación y entrega, pero que al mismo tiempo también está profundamente convencido en su fe católica y la vive ante la juventud a él confiada como algo completamente natural, como algo convertido en su segunda naturaleza, ejerce una actividad al servicio de Cristo y su Iglesia que equivale al mejor apostolado seglar. Y esto vale para el maestro católico en la escuela católica y casi más todavía en la escuela no católica.

     Vuestro Congreso Internacional ha elegido como tema «La misión del maestro católico en la vida internacional». En serias sesiones tendréis muchas cosas que discutir. Nos quisiéramos tocar sólo pocas pero grandes cuestiones y tareas del momento actual relacionadas con la enseñanza y la escuela católicas.

     En toda América latina, frente a los peligros mortales a que se ve expuesta la Iglesia católica, reza una de las exigencias: fuerte multiplicación y activa formación profesional del personal docente; fomento y perfeccionamiento en cuanto a espíritu católico y rendimiento en las escuelas católicas superiores, en las que se esperan vocaciones sacerdotales y a las que corresponde formar para otras profesiones gente joven convencida.

     En lo que respecta a la educación y a la escuela católicas en Asia, la I Asamblea Asiática de Apostolado Seglar, en Manila, y en África la I Reunión de los Dirigentes del Apostolado Seglar, en Kisubi (Uganda), han señalado valiosas normas directrices y tareas: también aquí la formación profesional de maestros católicos que puedan servir de ejemplo, escuelas de chicas y formación de mujeres, relación del maestro católico con la autoridad eclesiástica; para África, además, relaciones del maestro con las autoridades indígenas del Estado y su conducta frente a las asociaciones neutrales fundadas por el Estado y exclusivamente autorizadas por él. En Kisubi se estableció el principio sano y exactamente correspondiente al principio de subsidiaridad: el Estado deja desarrollarse la familia y la escuela misional católica mientras éstas no necesiten de su protección y complemento; la escuela, por su parte, se preocupa de formar buenos ciudadanos.

    En Nuestro mensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1955, al tratar de la garantía de la paz del mundo, Nos ocupamos de las relaciones de Europa con los jóvenes Estados extraeuropeos. Éstos, decíamos, no deben olvidar cuánto deben a Europa; pero Europa debe seguir poniendo generosamente a su disposición los valores auténticos, de los que es rica. Lo que decíamos allí podéis aplicarlo también, un poco transformado, a la escuela y la educación. Pero consideramos natural que la recepción de valores culturales por parte de aquellos pueblos jóvenes, quizá todavía poco desarrollados, se verifique orgánicamente, o sea, a la manera como el organismo vivo toma lo que se le ofrece y lo elabora de manera autónoma: en la medida y en la manera que corresponden a las condiciones del pueblo joven y siempre de tal manera que el desarrollo espiritual y moral se mantenga al mismo ritmo que el desarrollo técnico, industrial e intelectual. La personalidad total dirigida hacia Dios es la meta de la auténtica estructura cultural. Aquí esta la misión de todos aquellos que son capaces de influir sobre el desarrollo espiritual, o sea, precisamente del maestro católico y de la maestra católica.

     En relación con el tema de vuestro Congreso, quisiéramos llamar vuestra atención hacia una idea muy sencilla pero evidente; la radio, el cine y la televisión -junto a la acción destructora que desgraciadamente ejercen con no poca frecuencia- tienen ciertamente de bueno el que acercan a los hombres entre sí en el mundo en cuanto que contribuyen a conocerse mutuamente, pero también a crear lazos afectivos. El maestro católico sabe elevar estos sentimientos a la altura de su meta moral. Él sabrá hacer notar que también los hombres que viven lejos de nosotros tienen nuestros mismos sentimientos, que también han realizado empresas grandes y que en muchas cosas pueden servirnos de modelo; pero sobre todo que Dios es también su Creador y su Padre y que están incluidos en el amor a la redención de Cristo y llamados a formar parte de su Iglesia. Así el joven sabrá, con orgullo justificado de la historia y de las empresas de su propio pueblo y con todo el amor a su propia patria, mostrar a todos los demás pueblos respeto y consideración. ¡Qué fuerza tan poderosa hay en semejante educación frente al nacionalismo exagerado, que no siente aquel respeto y aquella benevolencia y es incompatible con el pensamiento cristiano! También aquí se manifiesta la acción de vuestra escuela como un reflejo de la unidad, que todo lo abarca, de la Iglesia católica.

   Vais a clausurar vuestro Congreso con una peregrinación a la Madre Milagrosa de Mariazell. Encomendadle a Ella, la más pura y poderosa Virgen, en fervorosa oración, vuestras decisiones, tareas, preocupaciones y esperanzas. Jesucristo, Hijo de Dios y de María, haga fructificar todo con su gracia y conceda su realización.

   En presencia de todo ello, os otorgamos de todo corazón, amados hijos e hijas que os reunís en Viena, así como a toda vuestra Asociación, la Bendición Apostólica.                                                                                                                         PÍO XII

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