Magisterio de la Iglesia

Evangelii Praecones

PÍO XII
Sobre el modo de promover la Obra Misional
2 de junio de 1951

Introducción

   l. Los heraldos del Evangelio, que trabajan fatigosamente en inmensos campos de apostolado para que "la palabra de Dios se propague y sea glorificada" (2Tes 3,1), se presentan de un modo particular a Nuestra mente y a Nuestro corazón, al recurrir el vigésimo quinto aniversario de la encíclica Rerum Ecclesiae, por la que nuestro predecesor de inmortal memoria, Pío XI, mediante normas sapientísimas, cuidó de promover más y más las Misiones católicas. Al considerar cuántos progresos ha hecho esta santísima causa durante este período, nos llenamos de grande gozo. Pues, como tuvimos ocasión de afirmar el 24 de junio de 1944, al recibir a los dirigentes de las Obras Misionales Pontificias, «aquel activo celo de los propagadores de la religión cristiana, tanto en las religiones que ya están en posesión de la cruz del Evangelio como entre los gentiles a quienes esta luz no ha iluminado todavía, alcanzó tal vigor, impulso y amplitud cual quizás nunca se había registrado en los anales de las Misiones católicas».

   2. Mas ahora, cuando corren tiempos turbios y amenazantes, y no pocos pueblos se separan unos de otros y se combaten mutuamente, parécenos en gran manera oportuno recomendar de nuevo con insistencia esta empresa, por cuanto los legados evangélicos inculcan a todo el mundo la bondad humana y cristiana, y lo exhortan a una convivencia fraterna que está por encima de las luchas entre los pueblos y de las fronteras de las naciones.

   3. Al hablar en aquélla misma ocasión a los directores de las mencionadas Obras, dijimos, por eso, entre otras cosas: «La naturaleza de vuestra vocación, que no se circunscribe a ningunas fronteras nacionales, y vuestra labor universalista y fraterna ponen ante los ojos de todo el mundo aquélla gloriosa característica de la Iglesia católica que rehúsa las discordias, evita las discrepancias y es enteramente ajena a aquellas luchas que perturban a los pueblos y a veces los arruinan miserablemente; nos referimos a la fe cristiana y a la cristiana caridad para con todos, la cual pasa más allá de las partes en lucha, más allá de cualesquiera fronteras entre Estados, más allá de todas las distancias terrestres y de las inmensidades del océano, y excita y estimula a todos y a cada uno de vosotros a alcanzar aquélla meta que, una vez alcanzada, hará que el Reino de Dios se extienda a todas las partes de la tierra» .

   4. Por lo cual, aprovechando la oportunidad del vigésimo quinto aniversario de la encíclica Rerum Ecclesiae, alabamos con gran satisfacción del alma la fecunda labor ya realizada, y exhortamos a todos a proseguir adelante con el mayor entusiasmo posible; a todos, decimos: a los venerables hermanos en el Episcopado, a los propagadores del Evangelio, a los sagrados ministros y a cada uno de los fieles, tanto a los que trabajan en territorios que aún hay que cultivar en la verdad cristiana como a los que en cualquier región del mundo contribuyen a una empresa tan importante, ya elevando a Dios sus oraciones, ya instruyendo y ayudando a los frutos misioneros, ya también por medio del óbolo de su limosna. 

l. MIRADA RETROSPECTIVA SOBRE LOS ÚLTIMOS VEINTICINCO AÑOS

2. Auge misionero

   5. En primer lugar, queremos resumir aquí brevemente los progresos felizmente realizados en este campo. En 1926 existían 400 Misiones y hoy en día son ya unas 600; los católicos residentes en ellas no llegaban a 15 millones, mientras hoy son ya casi 20 millones. En aquélla misma fecha los sacerdotes, tanto del clero extranjero como indígena, se acercaban a 14.800, al paso que hoy son ya más de 26.860... Entonces, los sagrados pastores de casi todas las Misiones provenían del extranjero; en cambio, durante estos veinticinco años, 88 Misiones han sido confiadas al clero indígena, y en no pocos territorios la implantación de la jerarquía eclesiástica y la designación de obispos originarios de los mismos habitantes de la región demuestran de un modo más elocuente que la religión de Jesucristo es en realidad «católica», y que en parte alguna del mundo debe ser tenida por extranjera.

   6. Así, para aducir algunos ejemplos, en China y en algunas regiones del África, la jerarquía eclesiástica ha sido establecida según las normas de los sagrados cánones. Se han celebrado tres concilios plenarios, todos muy importantes: el primero en Indochina el año 1934, el segundo en Australia en 1937, el tercero el año pasado en la India. Los seminarios de estudios inferiores, que suelen llamarse seminarios menores, han crecido mucho en número y en importancia; mientras los seminaristas de cursos superiores, que hace veinticinco años eran sólo 1.770, en la actualidad son 4.300; y han sido edificados muchos seminarios regionales. En Roma se ha creado el «Instituto Misionológico» en el Ateneo Urbaniano de Propaganda; también en Roma, como en otras partes, se han erigido facultades y no pocas cátedras de «Misionología». En esta misma alma ciudad se ha fundado el Colegio de San Pedro Apóstol, para que los sacerdotes nativos reciban en él una formación más honda y más perfecta en los estudios sagrados, en la virtud y en la preparación al apostolado. Se han fundado además dos universidades; los colegios de estudios superiores y medios, que antes eran alrededor de 1.600, pasan hoy de 5.000; las escuelas primarias casi han duplicado su número, y lo mismo puede decirse de los dispensarios y de los hospitales, en los cuales son atendidos toda suerte de enfermos, aun los leprosos. A todo ello hay que añadir todavía que la Unión Misional del Clero ha tomado un gran incremento en este período, que ha surgido la Agencia Fides, cuyo fin es obtener, suministrar y divulgar informaciones sobre los sucesos religiosos; que los escritos impresos se multiplican y difunden más y más casi en todas partes, que se han celebrado no pocos congresos para promover las Misiones, entre los cuales es digno de especial recuerdo el celebrado en Roma durante el Año Santo, el cual demostró elocuentemente cuántas cosas y cuán grandes se han realizado en esta empresa; que poco antes se había celebrado un Congreso Eucarístico en Kumasi (Costa de Oro, África), notable por la muchedumbre de los asistentes, admirable por el fervor y la piedad; y, finalmente, que hemos señalado un día al año para promover con la oración y la limosna la «Obra Pontificia de la Santa Infancia». Todo lo cual claramente manifiesta que las iniciativas apostólicas, empleando métodos nuevos y más adaptados, responden oportunamente a las nuevas circunstancias y a las necesidades cada día mayores de nuestros tiempos.

   7. Tampoco hay que pasar en silencio que en este lapso de tiempo han sido creadas legítimamente en varias regiones cinco Delegaciones Apostólicas dependientes de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, además de que existen no pocos territorios de Misiones sometidos a nuncios o internuncios apostólicos. Y, a este propósito, nos es grato afirmar que la presencia y la actividad de estos prelados han dado ya ubérrimos frutos, sobre todo consiguiendo que los trabajos apostólicos de los misioneros contribuyesen a alcanzar la meta común más ordenadamente y en más íntima cooperación. Para obtener lo cual, no poco han ayudado además nuestros legados, ya visitando con frecuencia cada una de las regiones, ya interviniendo a veces con nuestra autoridad en las reuniones de los obispos, en las que los ordinarios locales exponían lo que la experiencia les había enseñado y a los demás pudiera ser útil, y de común acuerdo adoptaban métodos de apostolado más aptos y más fáciles, Esta fraterna unión en la fe y en las obras apostólicas ha traído también la ventaja de que las autoridades civiles y los no católicos tengan mayor estima de la religión cristiana.

   8. Lo que hemos mencionado aquí brevemente por escrito acerca de los progresos misionales en el transcurso de estos veinticinco años, y lo que pudimos ver Nos mismo durante el Año Santo, cuando muchedumbres no pequeñas vinieron a Roma desde remotas tierras cultivadas por los predicadores del Evangelio, para alcanzar los dones sobrenaturales de Dios y nuestra bendición, todo ello, decimos, nos mueve vehementemente a formular de nuevo los encendidos deseos del Apóstol de las Gentes, quien escribe a los Romanos: «que yo os comunique alguna gracia espiritual con la que seáis fortalecidos; quiero decir que, hallándome entre vosotros, podamos consolarnos mutuamente por medio de la fe, que es común a vosotros y a Mí» (Rom 1,11-12).

   9. Parécenos que el mismo Divino Maestro nos repite a todos aquellas palabras llenas de consolación y de aliento: «Alzad vuestros ojos, tended la vista por los campos y ved ya las mieses blancas y a punto de segarse» (Jn 4,35). Con todo eso, como los propagadores del cristianismo no pueden dar abasto a las necesidades presentes, a esas palabras corresponde en cierto modo aquélla invitación del mismo divino Redentor: «La mies es verdaderamente mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38).

   10. Sabemos en verdad, no sin grande consolación del alma, que el número de los que actualmente, movidos por cierta inspiración divina, se sienten llamados a la grande empresa de propagar el Evangelio por todas partes del mundo, aumenta felizmente, y con él crece la firme esperanza de la Iglesia. Pero aún queda mucho por hacer; es mucho lo que hay que alcanzar de Dios por medio de la oración. Recapacitando sobre aquellas innumerables gentes que por medio de estos ministros sagrados han de ser llamadas a un solo redil y a un solo puerto de salvación, Nos elevamos al celestial Príncipe de los Pastores esta súplica del Eclesiástico: «Así como a vista de sus ojos demostraste en nosotros tu santidad, así también a nuestra vista muestres en ellos tu grandeza; a fin de que te conozcan, como nosotros hemos conocido, oh Señor, que no hay otro Dios fuera de ti» (Eclo 36,4-5).

 

3. Persecución y martirio

   11. Este salutífero incremento que la empresa misional ha tenido se debe no sólo a los arduos trabajos de los sembradores de la palabra divina, sino también a mucha sangre vertida generosamente por el martirio. Pues en el decurso de estos años no faltaron, en algunas naciones, acérrimas persecuciones contra la naciente Iglesia; y en nuestros días no faltan tampoco en el Extremo Oriente regiones purpuradas con sangre santa por este motivo. Pues ha llegado hasta Nos que no pocos fieles, por el solo hecho de haber sido y ser fidelísimos a su religión, al igual que vírgenes consagradas a Dios, misioneros, sacerdotes indígenas y aun algunos obispos, se han visto desposeídos de sus casas y de sus bienes, y perecen de hambre en el destierro, o se hallan detenidos en prisiones, cárceles y campos de concentración, o a veces han sido bárbaramente asesinados.

   12. Nuestra alma se llena de la mayor tristeza cuando pensamos en las angustias, en los dolores y en la muerte de estos queridísimos hijos nuestros; no sólo sentimos hacia ellos un afecto paterno, sino que aun los veneramos con paternal reverencia, puesto que sabemos perfectamente que su altísima vocación se ve a veces elevada a la dignidad misma del martirio. Jesucristo, el Príncipe de los mártires, dijo: «Si me han perseguido a mí, también os han de perseguir a vosotros» (Jn 15,20); «en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33); «si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; mas si muere, produce mucho fruto» (Jn 12,24-25)

   13. Los propagadores y heraldos de la verdad y de las virtudes cristianas que, lejos de sus hogares, sucumben a la muerte en el ejercicio de este santísimo oficio, con semillas de las que algún día, cuando Dios disponga, germinarán ubérrimos frutos. Por lo cual afirmaba el apóstol San Pablo: «Nos gloriamos en las tribulaciones» (Rom 5,3); y San Cipriano, obispo y mártir, consolaba y animaba a los cristianos de su tiempo con estas palabras: «Quiso el Señor que nosotros nos alegrásemos y nos gozásemos en las persecuciones, porque, cuando hay persecuciones, entonces hay también corazones de fe, se prueban los soldados de Dios y se abren los cielos a los mártires. No nos alistamos en este ejército para pensar sólo en la paz, evitando y rehuyendo el servicio militar; pues que el primero que militó en este ejército fue el mismo Señor, maestro de humildad, de paciencia y de sufrimiento, haciendo El mismo por nosotros lo que exhorta a padecer»

   14. Estos sembradores del Evangelio, que hoy trabajan denodadamente en apartadas regiones, promueven una empresa semejante a la que incumbía a la primitiva Iglesia. Pues casi en las mismas circunstancias vivían en Roma los que con los príncipes de los apóstoles, San Pedro y San Pablo, introducían la verdad evangélica en la fortaleza del Imperio romano. Quien considere que en aquellos tiempos la Iglesia naciente carecía de recursos humanos, mientras era oprimida con tribulaciones, trabajos y persecuciones, no podrá menos de admirarse vehementemente viendo que un inerme puñado de cristianos venció a la mayor potencia que tal vez jamás haya existido. Lo que entonces sucedió, sin duda sucederá también de nuevo una y otra vez. Como el joven David, fiado más en el auxilio de Dios que en su honda, echó por tierra al gigante Goliat protegido por su armadura de hierro, así aquella divina sociedad fundada por Jesucristo no podrá jamás ser vencida por ningún poder humano, sino que superará todas las persecuciones con frente serena. Aunque bien sabemos que ello proviene de las divinas promesas, que no fallarán nunca, no podemos menos de manifestar nuestro agradecimiento a los que han atestiguado su fe invicta e impávida en Jesucristo y en la Iglesia, columna y apoyo de la verdad (cf 1Tim 3,15), a la vez que los exhortamos a que con la misma constancia prosigan por el camino comenzado.

   15. Con mucha frecuencia nos llegan noticias de esa fe invicta y de ese valor esforzado, que nos llenan de grande consuelo. Y si no han faltado quienes intentasen separar de esta alma Urbe y de esta Sede Apostólica a los hijos de la Iglesia católica, como si el amor y la fidelidad a la nación propia demandara esa separación, ellos, empero, han podido y pueden responder con toda razón que no ceden en amor patrio a ninguno de sus conciudadanos, pero que con la mayor sinceridad de miras desean gozar de la justa libertad.

4. Lo que queda por hacer

   16. Ante todo hay que tener presente el hecho que ya hemos indicado: lo que en esta empresa queda aún por realizar exige un trabajo en verdad ingente e innumerables operarios. Acordémonos de que aquellos hermanos nuestros que «yacen entre las tinieblas y las sombras» (Sal 106,10) son una gran multitud de hombres que puede calcularse en unos mil millones. Parece, Pues, que aún resuena aquel gemido inenarrable del amantísimo Corazón de Jesucristo: «Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, las cuales debo Yo recoger, y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16).

   17. Y no faltan pastores, como bien sabéis, venerables hermanos, que se esfuerzan por separar a las ovejas de este único aprisco y de este único puerto de salvación; y sabéis también que tal peligro en algunas partes es cada día mayor. Por lo cual Nos, considerando ante Dios la inmensa multitud de hombres que todavía están privados de la luz de la verdad evangélica y a la vez ponderando como conviene el grave peligro en que muchos se encuentran, debido al creciente materialismo ateo o a cierta doctrina que se dice cristiana, pero que en realidad está contagiada de los errores y falsedades del comunismo, nos sentimos movidos, con intensa solicitud y ansiedad del alma, a promover en todas partes y con todos los medios posibles las obras de apostolado, y estimamos como dirigida a Nos mismo aquella exhortación del profeta: «Clama, no ceses, haz resonar tu voz como una trompeta» (Is 58,1).

   18. Y de un modo particular encomendamos a Dios a los operarios apostólicos que trabajan en las regiones interiores de la América Latina, teniendo bien sabido a qué peligros y a cuántas insidias están expuestos por parte de los errores de los no católicos, que se difunden, ya abierta, ya solapadamente.

11. Colaboración entre los Institutos misioneros

   54. En tiempos pasados, el vastísimo campo del apostolado misional no estaba dividido por límites de circunscripciones eclesiásticas determinadas, ni se encomendaba a una Orden o Congregación religiosa para que lo cultivase juntamente con el clero indígena a medida que éste fuese creciendo. Esta es, hoy, como todos saben, la costumbre general, y sucede también a veces que algunas regiones confiadas a religiosos sean de una determinada provincia del mismo Instituto. Nos, en verdad, vemos la utilidad de este sistema, pues que con estos métodos y normas se simplifica la organización de las misiones católicas.

   55. Pero puede suceder que de este modo de proceder se sigan inconvenientes y daños no pequeños, a los cuales hay que poner remedio en cuanto sea posible. Ya nuestros predecesores trataron este asunto en las letras apostólicas que antes hemos recordado, y dieron normas prudentísimas en esta materia; las cuales nos es grato ahora repetir y confirmar, exhortándoos paternalmente a que, por el conocido celo de la religión y de la salvación de las almas que os anima, las recibáis con ánimo filial y dócil. «Los territorios y distritos de Misiones que encomendó a vuestro cuidado y diligencia la Sede Apostólica, para que los reduzcáis al imperio de Cristo, son muchas veces tan extensos que no bastan ni con mucho para cultivarlos los misioneros de que puede disponer uno u otro Instituto misionero. En este caso imitad sin vacilaciones la conducta que en las diócesis ya constituidas guardan los obispos, valiéndose de religiosos de varias Congregaciones clericales o laicales, y de hermanas pertenecientes a diversos Institutos. Esa ha de ser vuestra norma en requerir la ayuda de otros misioneros, sean o no sacerdotes, pertenezcan o no a vuestra Congregación o Instituto, ya para la dilatación de la fe, ya para la educación de la juventud indígena, ya para otros cualesquiera ministerios.

   56. Gloríense santamente todas las Ordenes y Congregaciones religiosas de las misiones vivas, que les han sido confiadas, y de los trabajos y éxitos que por el amor de Cristo han realizado en ellas hasta el día de hoy; pero entiendan bien que no laboran en aquellas regiones ni por derecho propio ni para siempre, sino sólo por concesión de la Sede Apostólica y a voluntad de la misma. A ella, por lo tanto, compete el derecho y el deber de mirar por su entera y cumplida evangelización.

   57. No puede, pues, satisfacer a esta obligación apostólica el Papa con sólo distribuir los países de misiones, grandes o pequeños, entre las varias Congregaciones misioneras, sino que -lo que más importa- está obligado a proveer siempre y cuidadosamente a que los dichos Institutos manden tantos y sobre todo tales misioneros a cada región, como allí fueren necesarios, para difundir copiosa y eficazmente por toda ella la luz del cristianismo».

 12. Adaptación y respeto por las culturas

   58. Queda un punto por tratar, el cual deseamos ardientemente que todos entiendan claramente. La Iglesia, desde sus orígenes hasta nuestros días, ha conseguido siempre la prudentísima norma que, al abrazar los pueblos el Evangelio, no se destruya ni extinga nada de lo bueno, honesto y hermoso que, según su propia índole y genio, cada uno de ellos posee. Pues cuando la Iglesia llama a los pueblos a una condición humana más elevada y a una vida más culta, bajo los auspicios de la religión cristiana, no sigue el ejemplo de los que sin norma ni método cortan la selva frondosa, abaten y destruyen, sino más bien imita a los que injertan en los árboles silvestres la buena rama, a fin de que algún día broten y maduren en ellos frutos más dulces y exquisitos.

   59, La naturaleza humana, aunque inficionada con el pecado original por la miserable caída de Adán, tiene con todo en sí «algo naturalmente cristiano»; lo cual, si es iluminado con la luz divina y alimentado por la gracia de Dios, podrá algún día ser elevado a la verdadera virtud y a la vida sobrenatural.

   60. Por lo cual, la Iglesia católica ni despreció las doctrinas de los paganos ni las rechazó, sino que más bien las libró de todo error e impureza, y las consumó y perfeccionó con la sabiduría cristiana. De la misma manera acogió benignamente sus artes y disciplinas liberales que habían alcanzado en algunas partes tan alto grado de perfección, las cultivó con diligencia y las elevó a una extrema belleza a la que antes tal vez nunca había llegado. Tampoco suprimió completamente las costumbres típicas de los pueblos y sus instituciones tradicionales, sino que en cierto sentido las santificó; y los mismos días de fiesta, cambiando el modo y la forma, los hizo que sirviesen para celebrar los aniversarios de los mártires y los misterios sagrados. A este propósito escribe muy oportunamente San Basilio: «Como los tintoreros preparan de antemano con ciertos procedimientos lo que hay que teñir, y así fácilmente después le dan el color de púrpura o cualquier otro, de la misma manera nosotros también, si queremos que permanezca indeleble y para siempre en nosotros el esplendor de la virtud, procuraremos en primer lugar iniciarnos en estas artes externas y después aprenderemos las doctrinas sagradas y arcanas; acostumbrados a ver el sol, por decirlo así, en el reflejo del agua, podremos alzar nuestros ojos directamente a la luz... Y así como la vida propia del árbol es producir a su tiempo frutos abundantes, y, sin embargo, las hojas adheridas a los ramos les proporcionan algún ornato, de igual modo el fruto principal del alma es la misma verdad, pero, sin embargo, no es desagradable el adorno de la sabiduría externa, que, como follaje, proporciona al fruto sombra y agradable aspecto. Se dice que Moisés, varón verdaderamente eximio y de gran fama entre todos los hombres por su sabiduría, después de haber ejercitado su espíritu en las enseñanzas de los egipcios, llegó a la contemplación de Aquel que es. De igual manera, posteriormente, del profeta Daniel se refiere que llegó al conocimiento de las doctrinas sagradas después de haber sido instruido en Babilonia en la sabiduría de los caldeos» .

   61. Y Nos mismo, en la presente encíclica que publicamos, Summi Pontificatus, escribimos lo siguiente: «Los predicadores de la palabra de Dios, después de muchas investigaciones realizadas en el decurso de los tiempos con sumo trabajo e intenso estudio, se han esforzado en conocer más profunda y dignamente la civilización e instituciones de los diversos pueblos y cultivar las buenas cualidades y dotes de sus almas, para que así el Evangelio de Cristo obtuviese en ellos más fáciles y abundantes progresos. Todo aquello que en las costumbres de los pueblos no está vinculado indisolublemente con supersticiones o errores, se examina siempre con benevolencia y, si es posible, se conserva incólume».

   62. En el discurso que tuvimos en 1944 a los directores de las Obras Pontificias entre otras cosas decíamos: «El misionero es apóstol de Jesucristo. Su oficio no le exige que introduzca y propague en las lejanas tierras de misión precisamente la civilización de los pueblos europeos, y no otra, como quien trasplanta un árbol; sino más bien que enseñe y eduque a aquellas naciones, que a veces se ufanan de sus culturas antiquísimas, para que se apresten a recibir prácticamente los principios de la vida y costumbres cristianas. Tales principios pueden armonizarse con cualquier civilización que sea sana e íntegra, y pueden conferirle un mayor vigor en la defensa de la divinidad humana y conseguir la felicidad. Los católicos nativos deben ser en primer lugar miembros de la gran familia de Dios y ciudadanos de su Reino (cf Ef 2,19); pero sin dejar por esto de ser ciudadanos de su patria terrena».

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