Magisterio de la Iglesia

Ad Caeli Reginam
Carta Encíclica

PÍO XII
Sobre la realeza de María
11 de octubre de 1954

INTRODUCCIÓN  

1. La devoción mariana practicada desde los primeros siglos, es hoy más que nunca necesaria

   A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial.

   Y ahora, después de las grandes ruinas que aun ante Nuestra vista han destruido florecientes ciudades, villas y aldeas; ante el doloroso espectáculo de tales y tantos males morales que amenazadores avanzan en cenagosas oleadas, a la par que vemos resquebrajarse las bases mismas de la justicia y triunfar la corrupción, en este incierto y pavoroso estado de cosas Nos vemos profundamente angustiados, pero recurrimos confiados a nuestra Reina María, poniendo a sus pies, junto con el Nuestro, los sentimientos de devoción de todos los fieles que se glorían del nombre de cristianos.  

2. El Pontífice establece la fiesta de la realeza de María

   Place y es útil recordar que Nos mismo, en el primer día de noviembre del Año Santo, 1950, ante una gran multitud de Eminentísimos Cardenales, de venerables Obispos, de Sacerdotes y de cristianos, llegados de las partes todas del mundo -decretamos el dogma de la Asunción de lla Beatísima Virgen María al Cielo(1), donde, presente en alma y en cuerpo, reina entre los coros de los Ángeles y de los Santos, a una con su unigénito Hijo. Además, al cumplirse el centenario de la definición dogmática -hecha por Nuestro Predecesor, Pío IX, de ilustre memoria- de la Concepción de la Madre de Dios sin mancha alguna de pecado original, promulgamos(2) el Año Mariano, durante el cual vemos con suma alegría que no sólo en esta alma Ciudad -singularmente en la Basílica Liberiana, donde innumerables muchedumbres acuden a manifestar públicamente su fe y su ardiente amor a la Madre celestial- sino también en toda las partes del mundo vuelve a florecer cada vez más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios, mientras los principales Santuarios de María han acogido y acogen todavía imponentes peregrinaciones de fieles devotos.

   Y todos saben cómo Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la posibilidad, esto es, cuando hemos podido dirigir la palabra a Nuestros hijos, que han llegado a visitarnos, y cuando por medio de las ondas radiofónicas hemos dirigido mensajes aun a pueblos alejados, jamás hemos cesado de exhortar a todos aquellos, a quienes hemos podido dirigirnos, a amar a nuestra benignísima y poderosísima Madre con un amor tierno y vivo, cual cumple a los hijos.

   Recordamos a este propósito particularmente el Radiomensaje que hemos dirigido al pueblo de Portugal, al ser coronada la milagrosa Virgen de Fátima(3), Radiomensaje que Nos mismo hemos llamado de la "Realeza" de María(4).

   Por todo ello, y como para coronar estos testimonios todos de Nuestra piedad mariana, a los que con tanto entusiasmo ha respondido el pueblo cristiano, para concluir útil y felizmente el Año Mariano que ya está terminando, así como para acceder a las insistentes peticiones que de todas partes Nos han llegado, hemos determinado instituir la fiesta litúrgica de la "Bienaventurada María Virgen Reina".  

3. No se trata de una nueva verdad, sino de la exposición de una realidad antigua.

   Cierto que no se trata de una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano, porque el fundamento y las razones de la dignidad real de María, abundantemente expresadas en todo tiempo, se encuentran en los antiguos documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia.

   Mas queremos recordarlos ahora en la presente Encíclica para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer más viva la devoción en las almas, con ventajas espirituales.

I. 

La tradición acerca de la realeza de María

4. La fe del pueblo cristiano basado en la Biblia.

   Con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que reinará eternamente en la casa de Jacob(5) y [será] Príncipe de la Paz(6), Rey de los reyes y Señor de los señores(7), por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios de gracia. Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.  

5. Los antiguos escritores y Padres de la Iglesia

   Por ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos escritores de la Iglesia, fundados en las palabras del arcángel San Gabriel que predijo el reinado eterno del Hijo de María(8), y en las de Isabel que se inclinó reverente ante ella, llamándola Madre de mi Señor(9), al denominar a María Madre del Rey y Madre del Señor, querían claramente significar que de la realeza del Hijo se había de derivar a su Madre una singular elevación y preeminencia.

   Por esta razón San Efrén, con férvida inspiración poética, hace hablar así a María: Manténgame el cielo con su abrazo, porque se me debe más honor que a él; pues el cielo fue tan sólo tu trono, pero no tu madre. ¡Cuánto más no habrá de honrarse y venerarse a la Madre del Rey que a su trono!(10). Y en otro lugar ora él así a María: ... virgen augusta y dueña, Reina, Señora, protégeme bajo tus alas, guárdame, para que no se gloríe contra mí Satanás, que siembra ruinas, ni triunfe contra mí el malvado enemigo(11). -San Gregorio Nacianceno llama a María <Madre del Rey de todo el universo, Madre Virgen, [que] ha parido al Rey de todo el mundo(12). Prudencio, a su vez, afirma que la Madre se maravilló de haber engendrado a Dios como hombre sí, pero también como Sumo Rey(13). -Esta dignidad real de María se halla, aademás, claramente afirmada por quienes la llaman Señora, Dominadora, Reina. -Ya en una homilía atribuida a Orígenes, Isabel saluda a María Madre de mi Señor, y aun la dice también: Tú eres mi señora(14). -Lo mismo se deduce de San Jerónimo, cuaando expone su pensamiento sobre las varias "interpretaciones" del nombre de "María": Sépase que María en la lengua siriaca significa Señora(15). E igualmente se expresa, después de él, San Pedro Crisólogo: El nombre hebreo María se traduce Domina en latín; por lo tanto, el ángel la saluda Señora para que se vea libre del temor servil la Madre del Dominador, pues éste, como hijo, quiso que ella naciera y fuera llamada Señora(16). -San Epifanio, obispo de Constantinopla,, escribe al Sumo Pontífice Hormidas, que se ha de implorar la unidad de la Iglesia por la gracia de la santa y consubstancial Trinidad y por la intercesión de nuestra santa Señora, gloriosa Virgen y Madre de Dios, María(17). -Un autor del mismo tiempo saluda solemnnemente con estas palabras a la Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros: Señora de los mortales, santísima Madre de Dios(18). -San Andrés de Creta atribuye frecuentemmente la dignidad de reina a la Virgen, y así escribe: (Jesucristo) lleva en este día como Reina del género humano, desde la morada terrenal (a los cielos) a su Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun permaneciendo Dios, tomó la carne humana(19). Y en otra parte: Reina de todos los hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si sólo a Dios se exceptúa(20). -También San Germán se dirige así a la hhumilde Virgen: Siéntate, Señora: eres Reina y más eminente que los reyes todos, y así te corresponde sentarte en el puesto más alto(21); y la llama Señora de todos los que en la tierra habitan(22). -San Juan Damasceno la proclama Reinaa, Dueña, Señora(23) y también Señora de todas las criaturas(24); y un antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama Reina feliz, Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nivea cabeza está adornada con áurea corona(25). -Finalmente, San Ildefonso de Toledo ressume casi todos los títulos de honor en este saludo: ¡Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor..., Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas(26).  

6. Los teólogos y Papas.

   Los Teólogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de estos y otros muchos testimonios de la antigua tradición, han llamado a la Beatísima Madre Virgen Reina de todas las cosas creadas, Reina del mundo, Señora del universo. Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo el aprobar y excitar con exhortaciones y alabanzas la devoción del pueblo cristiano hacia la celestial Madre y Reina.    Dejando aparte documentos de los Papas recientes, recordaremos que ya en el siglo séptimo Nuestro Predecesor San Martín llamó a María nuestra Señora gloriosa, siempre Virgen(27); San Agatón, en la carta sinodal, enviada a los Padres del Sexto Concilio Ecuménico, la llamó Señora nuestra, verdadera y propiamente Madre de Dios(28); y en el siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al patriarca San Germán, leída entre aclamaciones de los Padres del Séptimo Concilio Ecuménico, proclamaba a María Señora de todos y verdadera Madre de Dios y Señora de todos los cristianos(29).

   Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa(30), al referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada concepción de la Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: Reina, que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado. E igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae(31) llama a María Reina del Cielo y de la tierra, afirmando que el Sumo Rey le ha confiado a ella, en cierto modo, su propio imperio.

Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción: Porque la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina(32).

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NOTAS  

  

(1) Cf. const. apost. Munificentissimus Deus: A.A.S. 32 (1950), 753 ss.

(2) Cf. enc. Fulgens corona: A.A.S. 35 (1953) 577 ss.

(3) Cf. A.A.S. 38 (1946) 264 ss.

(4) Cf. Osservat. Rom., 19 maggio 1946.

(5) Luc. 1, 32.

(6) Is. 9, 6. 

(7) Apoc. 19, 16.  

(8) Cf. Luc. 1, 32. 33.

(9) Luc. 1, 43.

(10) S. Ephraem Hymni de B. María (ed. Th. J. Lamy t. 2, Mechliniae, 1886) hymn. XIX, p. 624.

(11) Idem Orat. ad Ssmam. Dei Matrem: Opera omnia (ed. Assemani t. 3 [graece] Romae, 1747, p. 546).

(12) S. Greg. Naz. Poemata dogmatica XVIII v. 58 PG 37, 485.

(13) Prudent. Dittochaeum XXVII PL 60, 102 A.

(14) Hom. in S. Luc. hom. VII (ed. Rauer Origines' Werke t. 9, 48 [ex "catena" Macarii Chrysocephali]). Cf. PG 13, 1902 D.

(15) S. Hier. Liber de nominibus hebraeis: PL 23, 886.

(16) S. Petrus Chrysol., Sermo 142 De Annuntiatione B.M.V.: PL 52, 579 C; cf. etiam 582 B; 584 A: "Regina totius exstitit castitatis".

(17) Relatio Epiphani ep. Constantin. PL 63, 498 D.

(18) Encomium in Dormitionem Ssmae. Deiparae [inter opera S. Modesti] PG 86, 3306 B.

(19) S. Andreas Cret., Hom. 2 in Dormitionem Ssmae. Deiparae: PG 97, 1079 B.

(20) Id., Hom. 3 in Dormit. Ssmae. Deip.: PG 97, 1099 A.  

(21) S. Germanus In Praesentationem Sanctissimae Deiparae 1 PG 98, 303 A.

(22) Id., ibid. 2 PG 98, 315 C.

(23) S. Ioannes Damasc., Hom. 1 In Dormitionem B.M.V.: PG 96, 719 A.

(24) Id. De fide orthodoxa 4, 14 PG 44, 1158 B.

(25) De laudibus Mariae [inter opera Venantii Fortunati] PL 88, 282 B. 283 A.

(26) Ildefonsus Tolet. De virginitate perpetua B.M.V.: 96, 58 A.D.

(27) S. Martinus I, epist. 14 PL 87, 199-200 A.

(28) S. Agatho PL 87, 1221 A.

(29) Hardouin Acta Conc. 4, 234.238 PL 89, 508 B.

(30) Syxtus IV, bulla Cum praeexcelsa d. d. 28 febr. 1476.

(31) Benedictus XIV, bulla Gloriosae Dominae d. d. 27 sept. 1748.

(32) S. Alfonso Le glorie di Maria,

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