Magisterio de la Iglesia

Mens Nostra

PÍO XI
Sobre los Ejercicios Espirituales
20 de diciembre de 1929

   INTRODUCCIÓN


a) El fin del jubileo anunciado

   1. Motivo: Bodas de Oro sacerdotales del Papa. Estímulo de fe y de piedad

   A ninguno de vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue nuestra intención o nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al orbe católico un jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo aniversario de aquel día en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos por vez primera el santo sacrificio del altar.

   Porque, como solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus Nobis, promulgada el día 6 de enero de 1929(1), con dicha celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran familia cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón Divino, participasen en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen gracias al Supremo Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos la dulce esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros celestiales de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles dichosa oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres públicas y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total pacificación de cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua pacificación de las almas y de los pueblos.

b) Los frutos del jubileo celebrado

2. Frutos del año jubilar

   No fue vana nuestra esperanza. Porque aquel encendido ardor de devoción, con que fue acogida la promulgación del jubileo, lejos de menguar con el transcurso del tiempo, ha ido creciendo cada vez más, ayudando a ello el Señor con memorables acontecimientos que harán imperecedera la memoria de este año, verdaderamente de salud.

   Con indecible consuelo hemos podido ver, en gran parte con nuestros propios ojos, este magnífico aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos hemos complacido en contemplar tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a los cuales pudimos recibir en nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con paternal afecto contra nuestro corazón.

c) De cómo se pueden conservar esos frutos

3. Medios para asegurar estos frutos

   Hoy, mientras desde lo más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia un ardiente himno de gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se dignó producir, madurar y cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra pastoral solicitud nos mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos comienzos resulten en lo sucesivo grandes y permanentes beneficios para la felicidad y salvación de los individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.

   Y meditando Nos cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo, con palabras gravísimas, que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus Nobis(2), exhortaba a todos los fieles a recogerse algún tiempo para poner en cosas mejores sus pensamientos apegados a la tierra(3), y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m., Pío X, tan celoso promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar en el año jubilar de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al clero católico(4), daba enseñanzas preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de la vida espiritual.

d) La práctica de los ejercicios espirituales se recomienda para ello

4. Los ejercicios espirituales.

   Siguiendo, pues, las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado oportuno hacer también Nos algo, aconsejando una práctica excelente, de la cual esperamos que el pueblo cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho. Nos referimos a la práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos ardientemente se promueva y difunda más y más cada día, no sólo en ambos cleros, sino también entre las agrupaciones de seglares católicos, y que nos complacemos en dejar a nuestros amados hijos como recuerdo de nuestro Año Jubilar.

   Lo cual hacemos con tanto mayor gusto, al declinar ya el año del quincuagésimo aniversario de nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede ser más grato que recordar las celestiales gracias e inefables consolaciones que muchas veces hemos experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con cuya práctica asidua hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas etapas de nuestra vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y cumplir el divino beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar cuanto en todo el transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por instruir al prójimo en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios, con tanto fruto y tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos que los Ejercicios espirituales son y constituyen un especial medio para alcanzar la eterna salvación.

I. LA IMPORTANCIA, OPORTUNIDAD
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

a) Especialmente para nuestros tiempos.

5. Los ejercicios, remedios de los males de los presentes tiempos.

   Y en verdad, venerables hermanos, que al considerar, siquiera sea de paso, los tiempos que vivimos, se verá por más de una razón la importancia, utilidad y oportunidad de los santos retiros. La más grave enfermedad que aflige a nuestra época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata lamenta, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres. De ahí la disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de ahí la insaciable codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y extingue en las almas el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las enreda en las cosas exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la consideración de las verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del mismo Dios, único principio y fin de todo el universo creado; el cual, no obstante, por su infinita bondad y misericordia, en nuestros mismos días y a pesar de la corrupción de costumbres que todo lo invade, no deja de atraer a los hombres hacia Sí con abundantísimas gracias.

   Pues para curar esta enfermedad que tan reciamente aflige hoy a los hombres, ¿qué remedio y qué alivio mejor podríamos proponer que invitar al piadoso retiro de los Ejercicios espirituales a estas almas débiles y descuidadas de las cosas eternas? Y, ciertamente, aunque los Ejercicios espirituales no fuesen sino un corto retiro de algunos días, durante los cuales el hombre, apartado del trato ordinario de los demás y de la baraúnda de preocupaciones halla oportunidad, no para emplear dicho tiempo en una quietud ociosa, sino para meditar en los gravísimos problemas que siempre han preocupado profundamente al género humano, los problemas de su origen y de su fin, de dónde viene el hombre y adónde va; aunque sólo esto fuesen los Ejercicios espirituales, nadie dejaría de ver que de ellos pueden sacarse beneficios no pequeños.

b) Para formar al hombre.

6. Los ejercicios espirituales son palestra del espíritu.

   Pero todavía sirven para mucho más. Porque al obligar al hombre al trabajo interior de examinar más atentamente sus pensamientos, palabras y acciones, considerándolo todo con mayor diligencia y penetración, es admirable cuánto ayudan a las humanas facultades; de suerte que en esta insigne palestra del espíritu, el entendimiento se acostumbra a pensar con madurez y a ponderar justamente las cosas, la voluntad se fortalece en extremo, las pasiones se sujetan al dominio de la razón, la actividad toda del hombre, unida a la reflexión, se ajusta a una norma y regla fija, y el alma, finalmente, se eleva a su nativa nobleza y excelencia, según lo declara con una hermosa comparación el Papa San Gregorio en su libro Pastoral: «El alma humana, a la manera del agua, sí va encerrada, sube hacia la alto, volviendo a la misma altura de donde baja; pero si se la deja libre, se pierde, porque se derrama inútilmente en lo más bajo»(5).

   Además, al ejercitarse en las meditaciones espirituales, la mente, gozosa en su Señor, no sólo es avivada como por ciertos estímulos del silencio y fortalecida con inefables raptos, como advierte sabiamente San Euquerio, obispo de Lyón(6), sino que es invitada por la divina liberalidad a aquel alimento celestial, del que dice Lactancio: Ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad(7), y es admitida a aquella escuela de celestial doctrina y palestra de artes divinas(8), como la llama un antiguo autor (que largo tiempo se creyó fuese San Basilio Magno), donde es Dios todo lo que se aprende, el camino por donde se va, todo aquello por donde se llega al conocimiento de la suprema verdad(9).

7. Los ejercicios espirituales forman al cristiano.

   De donde se sigue claramente que los Ejercicios espirituales tienen un maravilloso poder, así para perfeccionar las facultades naturales del individuo como principalmente para formar al hombre sobrenatural o cristiano. Ciertamente que en estos tiempos, cuando el genuino sentido de Cristo, el espíritu sobrenatural, esencia de nuestra santa religión, vive cercado por tantos estorbos e impedimentos, cuando por todas partes domina el naturalismo, que debilita la firmeza de la fe y extingue las llamas de la caridad cristiana, importa sobre toda ponderación que el hombre se sustraiga a esa fascinación de la vanidad que obnubila lo bueno(10), y se esconda en aquella bienaventurada soledad, donde, alumbrado por celestial magisterio, aprenda a conocer el verdadero valor y precio de la vida humana para ponerla al servicio de sólo Dios; tenga horror a la fealdad del pecado; conciba el santo temor de Dios; vea claramente, como si se le rasgase un velo, la vanidad de las cosas terrenas, y, advertido por los avisos y ejemplos de Aquel que es el camino, la verdad y la vida(11), se despoje del hombre viejo(12), se niegue a sí mismo, y acompañado por la humildad, la obediencia y la voluntaria mortificación de sí mismo, se revista de Cristo y se esfuerce en llegar a ser varón perfecto, y se afane por conseguir la completa medida de la edad perfecta según Cristo, de la que habla el Apóstol(13); y más aún, se empeñe con toda su alma en que también él pueda repetir con el mismo Apóstol: «Yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí»(14). Estos son los grados por los que sube el alma a la consumada perfección, y se une suavísimamente con Dios, mediante el auxilio de la gracia divina, lograda más copiosamente durante esos días de retiro, por más fervorosas oraciones y por la participación más frecuente de los sagrados misterios.

8. En los ejercicios espirituales se halla la paz del alma.

   Cosas son éstas, venerables hermanos, verdaderamente singulares y excelentísimas, que exceden con mucho a la naturaleza. En su feliz consecución se hallan, y solamente en ella, el descanso, la felicidad, la verdadera paz, que con tanta sed apetece el alma humana, y que la sociedad actual, arrebatada por la fiebre de placeres, busca inútilmente en el ansia de los bienes inciertos y caducos, en el tumulto y agitación de la vida. En cambio, vemos muy bien por experiencia cómo en los Ejercicios espirituales hay una fuerza admirable para devolver la paz a los hombres y elevarlos a la santidad de la vida; lo cual también se prueba por la larga práctica de los siglos pasados, y quizá más claramente por la de nuestros días, cuando una multitud casi innumerable de almas, que bien se han ejercitado en el sagrado retiro de los Ejercicios, salen de ellos arraigadas en Cristo y edificadas sobre El como sobre fundamento(15), llenas de luz, saturadas de gozo e inundadas por aquella paz que supera a todo sentido(16).

c) Para formar al apóstol

9. Los ejercicios espirituales son fragua de apóstoles

   Pero de esta plenitud de vida cristiana, que a todas luces producen los Ejercicios espirituales, además de la paz interior, brota como espontáneamente otro fruto muy exquisito, que redunda egregiamente en no escaso provecho social: el ansia de ganar almas para Cristo, o lo que llamamos espíritu apostólico. Porque natural efecto de la caridad es que el alma justa, donde Dios mora por la gracia, se encienda maravillosamente en deseos de comunicar a las demás almas aquel conocimiento y aquel amor del Bien infinito que ella misma ha alcanzado y posee. Ahora bien: en estos tiempos en que la sociedad humana tiene tanta necesidad de auxilios espirituales, cuando las lejanas tierras de las Misiones blanquean ya para la siega(17) y reclaman cada vez más numerosos operarios, cuando nuestros mismos países exigen escogidísimas legiones de sacerdotes de ambos cleros que sean idóneos dispensadores de los misterios divinos y numerosos ejércitos de piadosos seglares que, unidos estrechamente con el apostolado jerárquico, le ayuden con celosa actividad, consagrándose a las múltiples obras y trabajos de la Acción Católica, Nos, venerables hermanos, enseñados por el magisterio de la historia, consideramos y celebramos los sagrados retiros de los Ejercicios como Cenáculos alzados como por inspiración divina donde los corazones generosos, fortalecidos por la gracia, ilustrados por las verdades eternas y alentados por los ejemplos de Cristo, no sólo conocerán claramente el valor de las almas y se encenderán en deseos de salvarlas en cualquier estado de vida en que, después de diligente examen, crean que deben servir a su Creador, sino que, además, aprenderán plenamente el celo, los medios, los trabajos y las arduas empresas del apostolado cristiano.

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