Magisterio de la Iglesia

Pascendi       

5. EL MODERNISTA "APOLOGISTA

   Veamos ahora el apologista.
   También el apologista modernista está en dependencia del filósofo por una doble razón: primera, de modo indirecto, puesto que la materia sobre la que trabaja es la historia escrita al dictado del filósofo; segunda, de modo directo, porque recibe del filósofo los dogmas y los criterios. De ahí que la es cuela modernista afirme que la nueva apologética debe dirimir las controversias sobre la religión por medio de investigaciones históricas. En consecuencia, el apologista modernista se pone a su trabajo advirtiendo a los racionalistas que él defiende la religión no con los libros sagrados, ni con las historias que la Iglesia utiliza corrientemente y que están escritas con métodos anticuados, sino con la historia real, construida con teorías y métodos modernos. No dicen esto porque quieran esgrimir argumentos ad hominem, sino porque están convencidos de que verdaderamente en esa historia se halla la verdad. Hacen alarde de sinceridad al escribir son conocidos entre los racionalistas y elogiados como militantes de una misma causa; cualquier católico rechazaría esos elogios, pero ellos se ufanan y los ponen en contraste con las reprensiones que reciben por parte de la Iglesia.

Su método apologético

   Pero examinemos cómo uno de ellos hace la apología. El fin que se propone es llevar al hombre que todavía no tiene fe a que alcance la experiencia de la religión que es, según los modernistas, como ya sabéis, el único fundamento de la fe. Para conseguirlo hay dos caminos: el objetivo y el subjetivo. El primero procede del agnosticismo, y consiste en mostrar que en la religión, y de modo particular en el catolicismo, hay tal fuerza vital, que cualquier psicólogo o cualquier historiador razonable han de llegar al convencimiento de que en su historia hay necesariamente algo desconocido. Para esto es necesario demostrar que la religión católica actual es exactamente la misma que fundó Cristo, es decir , el progresivo desarrollo de la semilla que Cristo plantó. Primero hay que determinar cuál es esa se milla; se puede expresar con la siguiente fórmula: Cristo anunció la venida del reino de Dios, que en breve sería constituido y del que El sería el Mesías, el realizador y el que lo gobernaría por mandato divino. A continuación hay que demostrar por qué esa semilla siempre inmanente en la religión católica y permanente se fue desarrollando insensible mente al paso de la historia, y se adaptó a las di versas circunstancias, extrayendo de éstas vitalmente lo que le era de provecho en las formas doctrinales, culturales y eclesiásticas; y todo ello, al mismo tiempo que superaba obstáculos, luchaba contra los adversarios y sobrevivía a las persecuciones ya las luchas. Si después de haber demostrado todo esto -obstáculos, adversarios, persecuciones, luchas e incluso la fecundidad de la Iglesia-, no se llega a una explicación muy satisfactoria de la historia eclesiástica, aunque se hayan seguido las leyes de la evolución, entonces se nos aparece y se nos ofrece de por sí lo desconocido.
  
Esto dicen. Mas no advierten que en todo este razonamiento, la semilla de la que han partido es un producto del apriorismo del filósofo agnóstico y evolucionista, y que la misma definición de esa se milla es gratuita y elaborada a su conveniencia.

La Sagrada Escritura

   Mientras por una parte los nuevos apologistas se esfuerzan en afirmar y defender la religión católica, por otra, dan por supuesto y reconocen que hay en ella muchas cosas que soliviantan a los espíritus. E incluso, no sin cierta satisfacción, insisten abierta mente en que también en el aspecto dogmático se dan errores y contradicciones, aunque añaden que no sólo son justificables esos errores, sino que -y esta afirmación causa estupor- se produjeron justa y legítimamente. Igualmente, según ellos, en los libros sagrados hay muchas cosas equivocadas. En estos libros no se trata de cuestiones científicas o históricas, sino sólo de religión y de costumbres, la ciencia y la historia no son en este caso más que la envoltura con la que las experiencias religiosas y morales se presentan para una más fácil difusión entre el pueblo, el cual no sabría entenderlas de otro modo: una ciencia o una historia más perfectas no le harían más que daño. Por otra parte, añaden, los libros sagrados son, por su misma naturaleza, religiosos y viven una vida peculiar; esta vida tiene también su verdad y su lógica, aunque diferentes de la verdad y la lógica racionales, e incluso de un orden distintos al de ellas; se trata de la verdad de la analogía y de la proporción, tanto con respecto al medio -como ellos dicen- en que se vive, como con respecto al fin por el que se vive. En fin, llegan hasta decir sin rodeos que todo lo que se ex plica por la vida es verdadero y legítimo.
   Nosotros, Venerables Hermanos, que creemos que la verdad es una y que los libros sagra
dos están escritos por inspiración del Espíritu Santo y tienen a Dios por autor(19), afirmamos que decir todo lo expuesto es tanto como atribuir a Dios una mentira útil u oficiosa y compartimos lo que dice San Agustín: una vez admitida alguna mentira oficiosa en autoridad tan excelsa, no quedará en pie ni una pequeña parte de esos libros que, en cuanto a alguien se le antoje difícil en las costumbres o increíbles para la fe, en virtud de esa misma regla no pueda ser atribuida a mentira del autor, que persigue una finalidad concreta(20). La consecuencia será la que señala el mismo Doctor: En ellas (en las Escrituras), cada cual creerá lo que quiera y no creerá lo que no quiera.
  
Pero los modernistas apologistas continúan con audacia conceden que en los libros sagrados se encuentran, para probar alguna determinada doctrina, argumentaciones que no tienen ningún fundamento racional, como las que se apoyan en las profecías. Pero las admiten como recursos oratorios justificados por la vida misma. ¿y qué más? Admiten también, es más, afirman que Cristo se equivocó manifiestamente cuando indicó el tiempo del advenimiento del reino de Dios, pero -añaden- no hay por qué extrañarse, porque también El estaba sujeto a las leyes de la vida.
   ¿ Qué queda entonces de los dogmas de la Iglesia ? Están repletos de claras contradicciones, pero, dejando aparte que la lógica vital las permite, no van contra la verdad simbólica, pues en ellas se trata del infinito, que tiene infinitas facetas. Por último, aprueban y defienden estas contradicciones, ya que -no dudan en afirmar- al Infinito no se le puede hacer mejor honor que decir de El cosas contradictorias.
   Pero, una vez admitida la contradicción ¿qué no se podrá legitimar?

Los «argumentos subjetivos» para la fe

   Sin embargo. el que todavía no cree puede disponerse para la fe no sólo con argumentos objetivos, sino también con los subjetivos. Para ello, los modernistas echan mano de la doctrina de la inmanencia. Se esfuerzan por convencer al hombre de que en su interior y en lo más íntimo de su naturaleza y de su vida están ocultos un cierto deseo y una cierta exigencia de alguna religión, y no de una religión cualquiera, sino precisamente de la católica, ya que el pleno desarrollo de la vida la está exigiendo.
  
En esto también debemos lamentar profunda mente que no faltan católicos que, aunque no admiten la doctrina de la inmanencia, la utilizan en su apologética; y lo hacen con tal falta de sensatez, que afirman no sólo que en la naturaleza humana hay una capacidad y una disposición al orden sobrenatural. cosa que los apologistas católicos han admitido siempre con las debidas puntualizaciones, sino que hay una auténtica exigencia.
   A decir verdad, esta exigencia de religión católica la defienden los modernistas que se dicen modera dos. Los que se llaman integralistas pretenden de mostrar que en el hombre que todavía no cree está latente el mismo germen que tuvo Cristo en su conciencia y que El transmitió a los hombres.
   Así, pues, Venerables Hermanos. vemos que el método apologético de los modernistas sumaria mente expuesto, es del todo congruente con sus doctrinas, apto para destruir y no para edificar, no para hacer católicos, sino para llevarlos a la herejía. e incluso para llegar a destruir totalmente cualquier religión.

6. EL MODERNISTA "RENOVADOR"

   Algo queda por añadir sobre el modernista re formador. Lo que hemos venido diciendo muestra de sobra hasta qué punto estos hombres tienen un incontenible afán de novedades. Este afán se extiende absolutamente a todo lo que es católico.
   Quieren renovar la filosofía, especialmente en los seminarios, para que, recluyendo la filosofía escolástica en un capítulo de la historia de la filosofía, como un sistema más ya superado, se enseñe a los jóvenes una filosofía que responda realmente a nuestro tiempo.
   Para renovar la teología, quieren que la teología que llamamos racional se fundamente en la filosofía moderna. Propugnan que la teología positiva se apoye en la historia de los dogmas.
   Exigen que la historia se escriba y se enseñe de acuerdo con su método y con los sistemas modernos. Dicen que los dogmas y su evolución se han de armonizar con la ciencia y con la historia.
   En cuanto a la catequesis, quieren que en los libros de catecismo sólo se incluyan los dogmas que hayan sido reformados y que estén al alcance del vulgo.
   Acerca del culto piden que se reduzcan las religiones externas y que se prohíba que surjan otras nuevas. Aunque hay algunos, partidarios del simbolismo, que en esto son más tolerantes.
   Claman por que el régimen de la Iglesia sea reformado especialmente en sus aspectos disciplinar y dogmático; en lo interno y en lo externo deben adecuarse a la que llaman conciencia moderna, que tiende a la democracia; por eso han de participar en el régimen de la Iglesia el clero inferior y los laicos, repartiendo así la autoridad, que está demasiado concentrada y centralizada.
   Asimismo quieren que se reformen las Congregaciones Romanas, sobre todo la del Santo Oficio y la del Índice.
  
También pretenden que se cambie la intervención del régimen eclesiástico en las cuestiones políticas y sociales, de modo que se independice de los ordenamientos civiles, y que al mismo tiempo se adapte a ellos y los impregne de su espíritu.
   En cuestión de costumbres, adoptan la postura americanista: las virtudes activas se han    Desean un clero que viva la humildad y la pobreza antiguas, pero que en sus ideas adopte los principios modernistas.
   Por último, hay quienes, siguiendo gustosos a los maestros protestantes, desean que se suprima el celibato de los sacerdotes.
   ¿Qué dejan incólume en la Iglesia, que no deba ser reformado por ellos y según sus ideas?

Compendio de todas las herejías

   Puede que alguien piense, Venerables Hermanos, que nos hemos extendido demasiado en la exposición de esta doctrina modernista. Era absolutamente necesario, tanto para que no nos echen en cara -así suelen hacerlo- que no conocemos por donde andan, como para poner de manifiesto que, cuando se habla de modernismo, no se habla de una serie de doctrinas vagas y dispersas, sino de un verdadero cuerpo de ellas, en el que, admitiendo un punto, necesariamente se han de admitir los demás. Esta ha sido la raz6n por la que hemos adoptado un método casi didáctico, incluso utilizando los vocablos bárbaros que utilizan los modernistas.
   Mirando ahora este sistema en su conjunto, no causará asombro si lo definimos llamándolo compendio de todas las herejías. Ciertamente que, si alguien se propusiera reunir en un puñado la sustancia y la esencia de todos los errores que se han dado en la Iglesia, no lo conseguiría mejor que lo han hecho los modernistas. Es más, tan lejos han ido, que no sólo han destruido la religión católica, sino -como ya hemos dicho- cualquier otra religión. Por eso cuentan con el aplauso de los racionalistas, cuyos miembros más sinceros y abiertos se felicitan de haber encontrado en ellos los colaboradores más eficaces.

El "sentimiento espiritual" y la "experiencia"

   Volvamos por un momento, Venerables Hermanos, a considerar la perniciosa doctrina del agnosticismo, la cual afirma que el hombre no puede llegar a Dios por medio de la inteligencia, pero sí puede hacerlo a través de un cierto sentimiento espiritual y a través de la acción. ¿Quién no ve lo absurdo de esto? El sentimiento espiritual es una respuesta a la impresión que nos causan las cosas propuestas por el intelecto o por los sentidos externos. Si se suprime el intelecto, el hombre que ya es dado a seguir a los sentidos, irá tras ellos con mayor avidez. Nuevo absurdo; todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no son capaces de dar al traste con el sentido común, el cual nos enseña que cualquier perturbación o preocupación del espíritu no sólo no nos sirve de ayuda para indagar la verdad, sino que son un obstáculo; nos referimos a la ver- dad en sí, porque esa otra verdad subjetiva, producto del sentimiento interno y de la acción, si bien sirve para hacer equilibrios verbales, no le aprovecha nada al hombre: el hombre, lo que quiere saber es si fuera de él mismo hay un Dios, en cuyas manos caerá más tarde o más temprano.
   Para quehacer tan laborioso, echan mano de la experiencia, como ayuda. Mas ésta nada añade al sentimiento espiritual. Absolutamente nada: sólo sirve para hacerlo más vehemente; lo cual hace que, cuanto más aumenta esa vehemencia, más convencido se está de conocer la verdad del objeto. Mas el sentimiento espiritual sigue siendo sentimiento, no cambia su naturaleza, sujeto siempre al engaño si no la gobierna la inteligencia, y con todo ello se robustece y se estimula, ya que mientras más intensidad tiene el sentimiento, más sentimiento es.
   Sabéis bien, Venerables Hermanos, que en esto del sentimiento religioso y de la experiencia que le acompaña, es necesaria mucha prudencia y mucha doctrina que apoye a esa prudencia. Lo sabéis a través de vuestro trato con las almas, sobre todo con algunas en quienes el sentimiento domina; lo sabéis por los libros ascéticos, que, aunque los modernistas los desprecien, contienen una doctrina mucho más sólida, una más sutil agudeza de observación, que la que ellos se atribuyen. Nos parece una insensatez, o al menos una gran imprudencia, tomar como verdaderas, sin ninguna investigación, las experiencias íntimas que los modernistas propalan. Por lo demás, y dicho sea de paso, si tanta es la fuerza y la solidez de estas experiencias ¿por qué no atribuirlas también a la experiencia que muchos católicos aseguran tener acerca del camino equivocado -que los modernistas siguen? ¿Es que esta experiencia sería falsa y engañosa? La inmensa mayoría de los hombres mantienen y mantendrán siempre que el sentimiento y la experiencia solos no podrán ser nunca luces que guíen a la razón para llegar a un conocimiento de Dios. sólo queda, pues, el ateismo y la negación de la religión.

La doctrina del "simbolismo"

   Tampoco pueden los modernistas esperar mejores resultados con la doctrina del simbolismo. Pues, si todo elemento intelectual, como ellos dicen, no es más que un símbolo de Dios ¿por qué el nombre de Dios o de la personalidad divina no ha de ser también un símbolo? y si esto es así, se puede dudar de la personalidad divina, quedando abierto el paso al panteísmo.
   A un puro y desnudo panteísmo conduce también esa otra doctrina de la inmanencia divina. Debemos preguntarnos si esa inmanencia distingue al hombre de Dios, o no. Si lo distingue, ¿en qué se diferencia de la doctrina católica, o por qué no admite la doctrina de la revelación externa? Si no lo distingue, estamos en el panteísmo. Pero esta inmanencia de los modernistas pretende y acepta que todo fenómeno de conciencia procede del hombre en cuanto hombre, luego, en buena lógica hay que admitir que Dios es una sola cosa con el hombre: esto es panteísmo.

La distinción entre ciencia y fe

   Por último, la distinción entre ciencia y fe que predican llega a la misma conclusión. Para ellos el objeto de la ciencia es la realidad de lo cognoscible, y el objeto de la fe es lo incognoscible. Pero lo incognoscible es un resultado de la falta de adecuación entre el objeto y el intelecto. Ahora bien, esta falta de adecuación o proporción no se puede evitar
o ni con la doctrina de los modernistas, luego lo incognoscible será siempre incognoscible tanto para el creyente como para el filósofo. Por consiguiente, si existe alguna religión, será una religión de la realidad incognoscible. No vemos, entonces, por qué, esta realidad no podría ser el alma del mundo, como admiten algunos modernistas.
   Es suficiente con lo dicho para mostrar claramente cuántos son los caminos por los que la doctrina modernista conduce al ateismo y a la abolición de toda religión. El primer paso lo dio el protestantismo, le siguió el modernismo; pronto aparecerá el ateismo.

II. CAUSAS DEL MODERNISMO

   Para llegar a un conocimiento más profundo del modernismo, y para buscar los remedios adecuados que restañen las heridas, nos ayudará, Venerables Hermanos, estudiar un poco las causas de su origen y el fondo de donde se alimenta.

1. CAUSAS MORALES

La curiosidad

  No cabe duda de que la causa próxima inmediata hay que buscarla en la ofuscación de la inteligencia. Como causas remotas vemos dos: la curiosidad y la soberbia. La curiosidad, si no se la domina, basta por sí sola para explicar cualquier error. Con razón escribía nuestro Antecesor Gregorio XVI: Es muy lamentable ver hasta dónde llegan los delirios de la razón humana cuando está hambrienta de novedades y cuando, en contra de la advertencia del Apóstol, quiere saber más de lo que conviene saber, cuando, con un exceso de confianza en sí misma, pretende buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, donde se encuentra sin la más leve sombra de error(21).

La soberbia

   Pero mucho más eficaz para obcecar el espíritu y hacerlo caer en el error es la soberbia, que en la doctrina del modernismo está como en su casa, de ella saca todo el alimento que quiere, y en ella se disfraza de todas las formas posibles. Por soberbia adquieren tal confianza en sí mismos, que llegan a creerse que son la norma universal, y como tal se presentan. Por soberbia se vanaglorian como si fueran los únicos que poseen la sabiduría, y dicen atrevidos e infatuados: No somos como los demás hombres; y para no ser comparados con los demás, se abrazan a cualquier novedad, por muy absurda que sea, y sueñan con ella. Por soberbia rechazan toda obediencia y tienen la pretensión de que la autoridad se adapte a la libertad. Por soberbia, se olvidan de sí mismos y sólo piensan en reformar a los demás, sin respeto a ninguna clase de autoridad, incluida la. autoridad suprema. En verdad que no hay camino más breve y más rápido hacia el modernismo que la soberbia. Si algún católico, seglar o sacerdote, se olvida del precepto de la vida cristiana, que nos manda negarnos a nosotros mismos si queremos seguir a Cristo, y no arranca de su corazón el orgullo, está tan abocado como el que más a abra- zar los errores modernistas.
   Por esta razón, Venerables Hermanos, es necesario que nuestro primer deber sea poner barrera a estos hombres orgullosos, encomendarles las tareas más insignificantes y oscuras, para que se humillen tanto como quieren elevarse y para que, desde un puesto humilde, tengan menos posibilidades de hacer daño. Aparte de esto, examinad cuidadosamente vosotros mismos o por medio de los superiores de los Seminarios a los alumnos, y si descubrís alguno que tenga espíritu de soberbia, apartad lo con energía del sacerdocio. ¡Ojalá se hubiese hecho esto siempre con la vigilancia y constancia que eran menester!

2. CAUSAS INTELECTUALES

   Si ahora pasamos de las causas morales a las que tienen su origen en el intelecto, la primera y más importante es la ignorancia.

La ignorancia

   Todos los modernistas, que pretenden ser y hacerse pasar por doctores de la Iglesia, pregonan a voz en grito la filosofía moderna y desprecian la escolástica; pero se han afiliado a aquélla no tanto por haberse dejado engañar por sus oropeles y sus falacias, como porque con una absoluta ignorancia de ésta no tenían argumentos para suprimir la con- fusión ni para refutar los sofismas. De la combinación de la falsa filosofía con la fe, surgió el sistema modernista repleto de tantos y tan grandes errores.
   ¡Ojalá pusieran menos empeño en propagarlo! Pero es tal su audacia y la actividad que despliegan, que produce tristeza ver tanto esfuerzo dedicado a dañar a la Iglesia, cuando podría serle de mucha utilidad, si estuviese bien empleado.
   Dos tácticas emplean para engañar a las almas: primero procuran allanar los obstáculos, después buscan todo lo que les puede servir y lo utilizan incansable y pacientemente.

Ridiculizan la filosofía y la teología escolásticas

   Tres son las cosas que consideran principales escollos para sus intentos: el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Santos Padres y la tradición, y el magisterio eclesiástico. Contra ellos luchan denodadamente. Ridiculizan la filosofía y la teología escolásticas y las desprecian. Ya sea que lo hagan por ignorancia o por cobardía, o quizá por ambas cosas, el hecho es que el deseo de novedades va siempre unido alodio contra el método escolástico; no hay mejor síntoma de que alguien empieza a inclinarse hacia las doctrinas modernistas que verle empezar a odiar al método escolástico.. Recuerden los modernistas y sus partidarios la condenación de Pío IX contra la proposición que dice (22): el método y los principios con los que los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología no son adecuados a las necesidades actuales ni al progreso de las ciencias.

Desvirtúan la Tradición y los Santos Padres

   Ponen todo su empeño en desvirtuar el valor y la naturaleza de la Tradición, para quitarle importancia y peso. Pero siempre estará en pie para los católicos la autoridad del Concilio II de Nicea, que condenó: a quienes se atreven..., como los criminales herejes, a despreciar las tradiciones eclesiásticas y a escogitar novedades... o a agitarse malvada y astutamente para cuartear cualquiera de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica. y seguirá en pie la profesión del Concilio IV de Constantinopla: Profesamos observar y custodiar las normas que han dado a la Iglesia Santa Católica y Apostólica, los santos y famosísimos Apóstoles, los Concilios ortodoxos universales y locales, y cualquier Padre inspirado por Dios y maestro de la Iglesia. Fue deseo de los Romanos Pontífices Pío IV y Pío IX añadir en la profesión de fe: Acepto firmemente y abrazo las tradiciones apostólicas y eclesiásticas, y las demás observancias y constituciones de la Iglesia.
   Igual que de la Tradición piensan los modernistas sobre los Santos Padres de la Iglesia. Con enorme desfachatez enseñan al pueblo que son muy dignos de veneración, pero que tenían una ignorancia tan grande acerca de la crítica y de la historia, que sólo se les puede excusar teniendo en cuenta el tiempo en que vivieron.

Menosprecian el Magisterio

   Por último, se dedican denodadamente a menos preciar y debilitar la autoridad del magisterio eclesiástico, tergiversando heréticamente su origen, su naturaleza, sus derechos, y haciéndose eco de las calumnias que contra él levantan sus adversarios. Son aplicables a este grupo de modernistas las palabras que con gran dolor escribía nuestro Predecesor: Con el propósito de hacer odiosa y detestable a la Esposa mística de Cristo, que es la luz verdadera, los hijos de las tinieblas tienen la costumbre de atacarla públicamente con calumnias perversas y, tergiversando las cosas y el sentido de las palabras, la hacen pasar por partidaria de las tinieblas, mantenedora de la ignorancia y enemiga de la luz y del progreso de las ciencias(23).

La "ley del silencio"

   Estando así las cosas, Venerables Hermanos, no es de extrañar que los católicos que luchan con denuedo por la Iglesia se atraigan toda la malevolencia y el odio de los modernistas. No hay clase de injuria que no les lancen y, a cada momento los acusan de ignorancia y terquedad. Si temen su erudición y su fuerza, anulan su eficacia con una conjuración del silencio. Es un modo de actuar contra los católicos, tanto más odioso cuanto que simultánea mente no escatiman los medios para ensalzar sin descanso a quienes están de acuerdo con ellos; acogen con grandes aplausos sus libros cargados de novedades; a quien con mayor atrevimiento destruye lo antiguo y rechaza la tradición y el magisterio, más propaganda la hacen como hombre sabio. Por último -y esto es algo que horroriza-, si la Iglesia condena a alguien, lanzan sus elogios a todos los vientos y hasta lo veneran unánimemente como mártir .
   Con todo este estrépito de alabanzas y de insultos, los entendimientos de los jóvenes se ven mal tratados y confundidos, y para no ser tenidos por ignorantes y para pasar por sabios, alentados en su interior por la curiosidad y por la soberbia, se rinden y se entregan al modernismo.

El "bombo mutuo"

   Estos son los malabarismos que hacen los modernistas para colocar su mercancía.  ¿ Qué no son capaces de mover para aumentar el número de sus secuaces? En los Seminarios y en las Universidades ocupan los puestos de profesores y convierten las cátedras en focos de infección. En los sermones van sembrando sus doctrinas, aunque no sea más que veladamente; las exponen con toda claridad en los congresos; las introducen y enseñan en las instituciones sociales. Editan, con su propio nombre o con seudónimos, libros, revistas, artículos. A veces, un mismo escritor utiliza varios nombres, para que los incautos crean que el número de autores es mayor . En resumen, con obras y con palabras no dejan de hacer todo lo que pueden, como si estuvieran poseídos de una fiebre frenética.
     ¿Con qué resultado? Lloramos por esa gran cantidad de jóvenes, en quienes se podía poner las esperanzas, que podrían haber trabajado con gran eficacia por la Iglesia, y que se han extraviado. y lamentamos que otros muchos, si no han llegado a ese extremo, se han corrompido contagiados por una atmósfera podrida, y piensan, hablan, escriben con un desenfado impropio de católicos. Los hay seglares y los hay sacerdotes y hasta lo que menos se podía esperar: también los hay en las órdenes religiosas. Manejan la Biblia según los principios modernistas. Al escribir la historia, con pretexto de dejar clara la verdad, destacan con minuciosidad y con fruición cualquier cosa que parezca manchar a la Iglesia. Movidos por un cierto apriorismo, intentan con todas sus fuerzas destruir las piadosas tradiciones populares. Desprecian las sagradas reliquias. venerables por su antigüedad. Están hincha dos por la vanidad de que el mundo hable de ellos, y piensan que no lo conseguirán si se limitan a decir las cosas que siempre y por todos se han dicho. Ya todo esto, están convencidos de que están prestando un servicio a Dios ya la Iglesia; sin embargo, la verdad es que no hacen más que daño, no sólo con sus trabajos, sino también por la intención que los mueve y porque colaboran eficacísimamente con las maniobras de los modernistas.

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