Magisterio de la Iglesia

Epístola a todos los cristianos 

URBANO I

Sobre la costumbre de la común posesión de bienes entre los cristianos y la práctica de los fieles de donar bienes a la Iglesia para la manutención del clero y de los hermanos más necesitados. La primacía de la sede episcopal en las iglesias. Respetar el juicio del obispo sobre personas perniciosas para la comunidad  

Urbano, obispo, a todos los cristianos, en la santificación del Espíritu, en obediencia y aspersión de la sangre de Cristo nuestro Señor, los saludo.

   Conviene a todos los cristianos, mis bienamados hermanos, imitar a Aquel cuyo nombre han recibido. «De qué sirve, hermanos», dice el apóstol Santiago, «que un hombre diga que tiene fe, si no tiene obras?»(2) «Hermanos, no sean muchos maestros, sabiendo que reciben la mayor condenación; porque en muchas cosas ofendemos todos»(3). «Dejad que aquel que es sabio, y dotado de sabiduría entre ustedes, muestre lo que enseña en sus acciones obradas con la humildad de la sabiduría»(4).

   Sabemos que ustedes no ignoran que hasta hoy día el principio de vivir con todas las cosas en común ha operado vigorosamente entre los buenos cristianos, y por la gracia de Dios, sigue siendo así; y sobretodo entre aquellos que han sido escogidos para el lote del Señor, esto es, los clérigos, tal como leemos en los Hechos de los Apóstoles: "La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y ninguno decía que alguna cosa de las que poseía era suya, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran fortaleza los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y había gracia abundante entre todos ellos. Tampoco había alguno entre ellos que sufriera necesidad: porque todos los que poseían campos o casas, los vendían, y traían el precio de las cosas vendidas, y lo ponían a los pies de los apóstoles: y la distribución era hecha a cada persona según sus necesidades. Y José, que era llamado por los apóstoles Bernabé, (que significa "hijo de consolación"), un Levita y natural de Chipre, teniendo un campo, lo vendió y puso al precio a los pies de los apóstoles."(5), y continúa así. Y es por eso que los sumos sacerdotes y otros, y los levitas, y el resto de los creyentes, percibieron que era más ventajoso si ellos entregaban a las iglesias presididas por los obispos, las herencias y campos que iban a vender, pues así podían organizar un mayor y mejor mantenimiento para los hermanos en la fe, y más con las rentas de las propiedades que con el dinero que conseguirían si las vendiesen de una y esto no sólo para el presente sino también en tiempos futuros, empezaron a consignar a las iglesias madres la propiedad y las tierras que iban a vender, y entraron en el modo de vivir sobre las rentas de estas.

   Las propiedades, además, que poseían varias parroquias fueron puestas en las manos de los obispos, quienes tienen el puesto de los apóstoles; y esto es así hasta hoy, y debe siempre ser así en el futuro. De esas posesiones los obispos y los fieles, que son sus mayordomos, deben satisfacer a todos los que desean entrar en la vida en común todas las necesidades de la mejor manera posible, de tal manera que nadie deba ser encontrado en necesidad entre ellos. Por ese motivo, las posesiones de los fieles son también llamadas oblaciones, porque son ofrecidas al Señor. Ellos no deben ser desviados, por tanto, a ningun otro uso ajeno al de la Iglesia, y en beneficio de los hermanos cristianos antes mencionados, y de los pobres; porque estas son las ofrendas de los fieles, y son dinero de recompensa por los pecados, y patrimonio de los pobres, y son donados al Señor para el propósito ya antes mencionado. Pero si cualquiera actúa de otro modo (que sea prohibido por Dios), que se cuide, no sea que reciba la condenación de Ananías y Safira, y sea encontrado culpable de sacrilegio, como lo fueron aquellos que mintieron sobre el precio de la propiedad, de quienes hemos leído en el pasaje citado anteriormente de los Hechos de los Apóstoles: "Un hombre llamado Ananías, con Sáfira, su mujer, vendió su posesión pero retuvo una parte del precio con consentimiento previo de su mujer, y trajo una parte y la puso a los pies de los apóstoles. Pero Pedro dijo a Ananías: ¿Cómo es que Satanás te ha tentado para mentir al Espíritu Santo, y para retener parte del precio de la tierra? Quedándote con él ¿no era tuyo? Y después de vendido ¿no quedaba a tu disposición? ¿Por qué has concebido esto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Dios. Y Ananías oyendo esto, cayó al suelo y expiró. Y un gran temor vino sobre todos aquellos que oyeron estas cosas. Luego los hombres jóvenes lo amortajaron y lo llevaron fuera del lugar y lo enterraron. Y fue al cabo de unas tres horas, que su esposa entró sin saber lo que había sucedido. Pedro le preguntó "Dime ¿habéis vendido el campo en tanto? Ella dijo: "Si, en tanto". Entonces Pedro le dijo "¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para tentar al Espíritu De Dios? Mirad, Los pies de los que han enterrado a tu marido estan a la puerta y ellos te llevarán a tí. Al instante cayó a sus pies y murió. Y los jóvenes entraron, la encontraron muerta y, llevándosela, la enterraron al lado de su esposo. Y un gran temor sobrevino en toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron estas cosas."(6). Hermanos, nos debemos guardar cuidadosamente de estas cosas, y las debemos temer grandemente. Porque la propiedad de la Iglesia que no es propiedad personal sino propiedad común, y propiedad ofrecida a Dios, debe ser distribuida con el más profundo espíritu de temor, en espíritu de fidelidad, y por ningún otro motivo que los arriba nombrados, para que no caigan en culpa de sacrilegio, quienes las desvían de las manos a las cuales fueron consignadas, y no sea que deban venir a merecer la pena de la muerte de Ananías y de Sáfira, y no sea que (lo cual es aún peor) ellos deban tornarse anatema maranatha, y no sea que, aunque su cuerpo no caiga muerto como el de Ananías y Sáfira, su alma, que es más valiosa que el cuerpo, deba caer muerta y ser separado de la compañía de los fieles, y hundirse en las profundidades de la fosa. Por lo tanto todos deben prestar atención a este problema y velar en fidelidad, y evitar el deshonor de tal usurpación, no sea que posesiones dedicadas a los usos de cosas sagradas y divinas sean corrompidas por cualquier grupo, invadiéndolas. Y si cualquiera actúa así, entonces, después de la aguda venganza que corresponde a tal crimen, y que con tanta justicia debe ser emprendida en contra del sacrílego, dejadlo ser condenado a la infamia perpetua, y puesto en prisión o consignado a exilio de por vida. Porque de acuerdo al Apóstol(7), nosotros habríamos de entregar tal hombre a Satán, y dejar que su espíritu sea salvado en el día del Señor.

   Por lo tanto, por el crecimiento, y el modo de vida que han sido mencionados, las iglesias presididas por los obispos, han crecido tanto con la ayuda del Señor, y la mayor parte de ellas están ahora en posesión de propiedades, que entre ellos no hay un solo hombre que, escogiendo la vida en común sea mantenido en pobreza, sino que tal recibe todo lo necesario del obispo y sus ministros. Luego, si cualquiera en el presente o en el futuro se subleva e intenta desviar esta propiedad, dejad que sea afligido con el juicio que ha sido ya mencionado.

   Además, con respecto al hecho de que en las iglesias de los obispos se encuentren asientos elevados y preparados como tronos, por medio de éstos se muestra que el poder de inspección y de juicio, y la autoridad para desatar y atar, le son dadas por el Señor. Pues el Salvador mismo dice en el Evangelio: " Cualquier cosa que atéis en la tierra será atada en el cielo; y cualquier cosa que desatéis en la tierra será desatada en el cielo"(8). Y en otro lugar: " Reciban el Espíritu Santo. A todo aquél que le perdonen los pecados, les serán perdonados; y a todo aquél que se los retengan les serán retenidos.(9)

   Estas cosas, las hemos puesto ante ustedes, amadísimos, para que entiendan el poder de sus obispos, y para que reverencien a Dios en ellos, y los amen como a sus propias almas; y para que no tengan comunicación con aquellos con quienes ellos no la tienen, y no reciban a aquellos a quienes ellos han rechazado. Pues el dictamen de un obispo debe ser muy respetado, aunque él pueda juzgar a alguien injustamente, de lo que, no obstante, él debe cuidarse con el más grande celo.

   Exhortando a vosotros, también amonestamos a todos aquellos que han abrazado la fe en Cristo, y que han tomado de Cristo el nombre de cristianos, a que no hagan en nada vano vuestro cristianismo, sino que mantengan inconmovible el compromiso que ustedes asumieron en el bautismo, de tal modo que puedan ser encontrados sin reproche, antes bien dignos en su presencia. Y si cualquiera de vosotros ha entrado en la vida que tiene todas las cosas en común, y ha asumido el voto de no tener ninguna propiedad personal, que se cuide de hacer vana su promesa, y que mantenga con toda fidelidad este compromiso que le ha hecho al Señor, de modo que pueda merecer para sí mismo no la condenación, sino la recompensa; porque es mejor para un hombre no asumir un voto del todo que no desplegar lo mejor de su habilidad para cumplir con el voto que ha realizado. Porque aquellos que han hecho un voto, o tomado sobre sí la fe, y no han guardado su voto o han llevado a cabo en sus vidas cosas perversas, son castigados con mayor severidad que aquellos que han realizado sus vidas sin un voto, o han muerto sin fe, pero no sin hacer buenas obras. Porque, para este fin hemos recibido como regalo de la naturaleza una inteligencia razonable, y también la renovación del segundo nacimiento, para que, de acuerdo con el Apóstol, sepamos discernir, más bien, las cosas de arriba y no las cosas de la tierra(10); porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios(11). Porque, ¿a qué, amadísimos, nos urge la sabiduría de este mundo, sino a buscar cosas que son dañinas, y a amar las cosas que son perecederas, y a abandonar cosas que son saludables, y a estimar como carentes de valor cosas que son permanentes? Recomienda el amor al dinero, del cual es dicho: "El amor al dinero es la raíz de todo mal"(12); y es aquello que contiene este mal de manera especial, pues mientras impone lo transitorio, esconde a la vista lo eterno; y mientras anda en busca de cosas externas, no observa las cosas que están en el interior; y mientras que busca cosas extrañas, éste es un mal que hace extraño para consigo mismo al que lo hace. Mirad, ¿a qué impulsa la sabiduría de este mundo al hombre? A vivir en placeres. Cuando esta dicho: Una viuda que vive en el placer, está muerta mientras vive(13). Impulsa al hombre a alimentar la carne con los más suaves deleites, con pecados, vicios y pasiones, a presionar al alma con inmoderación en la comida y el vino, y para reprimir la vida del espíritu, y poner en las manos del enemigo la espada para ser usada contra sí mismo. Mirad, ¿cuál es el consejo que la sabiduría de este mundo te da? Que aquellos que son buenos deberían más bien optar por ser malos, y que en error de mente ellos deberían ser celosos por ser pecadores, y que no deberían reflexionar acerca de aquélla terrible voz de Dios, "cuando el malvado deba ser quemado como hierba"(14).

   Todos los fieles deben recibir al Espíritu Santo después del bautismo por la imposición de las manos de los obispos, de modo que puedan ser hallados plenamente cristianos, ya que cuando el Espíritu Santo es derramado sobre ellos, el corazón creyente es ensanchado para la prudencia y la firmeza. Recibimos el Espíritu Santo para poder ser hechos espirituales; porque el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios(15). Nosotros recibimos el Espíritu Santo para poder ser sabios para discernir entre el bien y el mal, para amar lo justo, y para detestar lo injusto, así como para resistir la malicia y el orgullo, y resistir el lujo y diversos atractivos, y los deseos impuros e indignos. Nosotros recibimos el Espíritu Santo para que, encendidos con el amor a la vida y el ardor de la gloria, podamos ser capaces de elevar nuestra mente de cosas terrenas a cosas celestiales y divinas. Dado en las Nonas de septiembre, esto es, en el quinto día del mismo mes, durante el consulado de los ilustrísimos Antonino y Alejandro.

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