Magisterio de la Iglesia

Magnae Dei Matris 

9. Su influjo en nuestras acciones

   No es menos recomendable y preciosa otra ventaja que la Iglesia quiere cuidadosamente procurar a sus hijos con el Rosario, a saber, el más esmerado celo en conformar su vida a la norma de costumbres trazada en el Santo Evangelio. en efecto: si es cierto, como todos lo creen fiados en la divina palabra, que la fe sin obras está muerta(5), puesto que la fe vive de la caridad y ésta es fecunda en buenas obras, de nada servirá al cristiano para alcanzar la vida eterna el tener fe si no obra cristianamente. ¿De qué servirá, hermanos míos, el que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Por ventura, a este tal la fe podrá salvarle?(6) Antes bien ha de decirse que en el tribunal de Dios este género de cristianos son más culpables que los infelices que ignoran la fe, porque estos tales, como carecen de la luz del Evangelio, no viven como aquellos, contradiciendo sus creencias con sus obras, y su ignorancia les hace, en algún modo, excusables o menos culpables. Así, pues, para que a la fe que profesamos corresponda gran abundancia de frutos, en los mismos misterios que va contemplando la mente ha de inflamarse la voluntad para obrar virtuosamente. 

10. Ejemplos de Cristo

   La obra de la Redención consumada por Nuestro Señor Jesucristo, ¡cómo resplandece maravillosamente fértil en hermosísimos ejemplos! Por exceso de caridad hacia los hombres, Dios, desde su omnipotente grandeza se humilla a la ínfima condición humana, vive entre los hombres como uno de ellos, les habla como amigo, enseña a los individuos y a las multitudes y les instruye en todos los órdenes de la justicia, dejando trasparentarse en la excelencia de su magisterio el esplendor de su autoridad divina; a todos se acerca benéfico; compasivo como padre; cura a los que sufren de los males del cuerpo, y más todavía, les remedia los del alma, diciéndoles: Venid a Mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que Yo os aliviaré(7). Y cuando nos estrecha sobre su Corazón y descansamos en Él, nos infunde aquel místico fuego que le trajo del cielo a la tierra, nos comunica piadoso la mansedumbre y humildad que en Él atesora, para que gocen nuestras almas de aquélla paz celestial que sólo Él puede y quiere darnos: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas(8).

11. Ingratitud y gratitud humanas

   Con tanta luz de celestial sabiduría, con tan gran número de beneficios como venía a hacer a los hombres, no solamente no consigue su amor, sino se atrae el odio, la injusticia y la crueldad humanas, y, derramada toda su Sacratísima Sangre, expira clavado en una cruz, aceptando gustoso la muerte para dar vida a los hombres. Al recordar memorias tan tiernas, no es posible que el cristiano no se sienta hondamente conmovido de gratitud hacia su amantísimo Redentor; y el ardor de la fe, si ésta es como debe ser, que ilustra el entendimiento del hombre y le toca en el corazón, le excitará a seguir sus huellas hasta prorrumpir en aquélla protesta tan digna de un San Pablo: ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Será la tribulación? ¿o la angustia? ¿o el hambre? ¿o la desnudez? ¿o el riesgo? ¿o la persecución? ¿o la espada?(9) Yo vivo, o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí(10).    

12. Ejemplos de virtud de María

   Para que la humana flaqueza no se acobarde con los altísimos ejemplos del Hombre-Dios, a la vez que los misterios del Hijo se nos ofrece la contemplación de los de su Santísima Madre, que aunque nacida de la regia estirpe de David, nada le queda del esplendor y riquezas de sus mayores. Vive ignorada en humilde ciudad, y en casa más humilde todavía, contenta con su pobreza y soledad, en que su alma puede más libremente elevarse a Dios, su amor y suma delicia. Pero el Señor es con ella y la llena y hace dichosa con su gracia; y de ella, a quien se lo anuncia el celestial mensajero, deberá nacer en carne humana por obra del Espíritu Santo, el esperado Redentor de las gentes. A tanta exaltación, cuanto mayor es su asombro y más engrandece el poder y sabiduría del Señor, tanto más profundamente se humilla, recogiéndose dentro de sí misma; y mientras queda hecha Madre de Dios, ante Él se confiesa y ofrece devotísima esclava suya. Como la ofreció santamente con pronta generosidad, comienza aquélla comunidad de vida que deberá perpetuarse con su divino Hijo, así en los días de gozo como en los de dolor; y alcanzará de este modo gloria tan subida que ningún hombre ni ningún ángel le aventajarán nunca, porque ninguno se le comparará en la virtud y los méritos. Será Reina del cielo y de la tierra, de los ángeles y de los hombres, porque será Reina de los mártires. Se sentará en la celestial Jerusalén al lado de su Hijo, ya que constante en toda la vida y singularmente en el Calvario, bebiera con Jesús el amarguísimo cáliz de la Pasión. Ved pues, cómo la Bondad y la Providencia divinas nos muestran e María el modelo de todas las virtudes, formado expresamente para nosotros; y al contemplarla y considerar sus virtudes, ya no nos sentimos cegados por el esplendor de la infinita majestad, sino que, animados por la identidad de naturaleza, nos esforzamos con más confianza en la imitación. 

13. Con su socorro es fácil imitarla

   Si implorando su socorro nos entregamos por completo a esta imitación, posible nos será reproducir en nosotros mismos algunos rasgos de tan gran virtud y perfección, y, copiando siquiera aquélla su completa y admirable resignación con la voluntad divina, podemos seguirla por el camino del cielo. Al cielo peregrinamos, y por áspero y lleno de tribulaciones que el camino sea, no dejemos, en las molestias y fatigas, de tender suplicantes Nuestras manos hacia María y de decirle con palabras de la Iglesia: A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas... Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos... Danos una vida pura; ábrenos seguro camino, para que viendo a Jesús nos alegremos eternamente(11). Y María, que aunque no lo ha experimentado, conoce bien la debilidad de nuestra corrompida naturaleza, y que es la mejor de las madres, pronta y benigna se moverá a socorrernos, confortándonos y alentándonos con su virtud. Y si seguimos constantemente el camino que se regó con la sangre de Jesús y las lágrimas de su bendita Madre con seguridad y sin grandes trabajos llegaremos a participar también de su inmarcesible gloria.   

14. El Rosario y la Sagrada Familia

     Así pues, el Rosario de Nuestra Señora, en el cual se hallan eficaz y admirablemente reunidos una excelentE forma de oración, un precioso medio de conservar la fe, y ejemplos insignes de perfección y virtud, merece, por todos los conceptos, que los cristianos lo tengan frecuentemente en la mano y lo recen y mediten. Y de un modo especialísimo, recomendamos la práctica de esta manera de orar a los individuos de la Asociación Universal de la Sagrada Familia, bella Asociación que recientemente hemos alabado y dado en forma regular Nuestra aprobación. Si el misterio de la vida de silencio y oscuridad de Nuestro Señor en la casa de Nazaret constituye la razón de ser de esa Asociación, en la cual las familias cristianas se aplican con todo celo a imitar los ejemplos de aquélla Sagrada Familia, divinamente constituida, también es verdad que la Sagrada Familia está íntimamente relacionada con los misterios del Rosario, principalmente con los gozosos, todos los cuales se condensan en el hecho de que, después de haber manifestado su sabiduría en el templo, Jesús "fue con María y José a Nazaret, a allí vivió sometido a ellos"(12), preparando en cierto modo los otros misterios que más tarde habían de referirse a la divina enseñanza y redención de los hombres. Los asociados de la Sagrada Familia  deben considerar cuán propio es de ellos ser devotos del Rosario, y aún sus propagadores. 

15. Indulgencias

   Por Nuestra parte, mantenemos y confirmamos los favores e indulgencias concedidos en años anteriores a los que cumplen regularmente , durante el mes de Octubre, las condiciones prescriptas sobre este particular, y esperamos mucho, Venerables Hermanos, de vuestra autoridad y celo para que se suscite, siquiera en las naciones católicas, una santa emulación de piedad para tributar a Nuestra Señora, que es auxilio de los cristianos, el devoto culto del Rosario.

16. El Papa profesa su amor a María y pide amor al pueblo cristiano

    Para terminar esta exhortación como la hemos empezado, queremos declarar nueva y más expresamente todavía, lo afectos de devoción y confiada gratitud que experimentamos hacia Nuestra Señora la Madre de Dios, Pedimos al pueblo cristiano que al pie de los altares de María Santísima ruegue por la Iglesia, tan combatida y probada en estos tiempos de desorden, y también por Nos, que nos hallamos en edad tan avanzada, abrumado de trabajos, en lucha con todo género de dificultades, y que sin contar con ningún socorro humano dirigimos el timón de la nave de la Iglesia. Nuestra confianza en María, en esta tan benigna y amorosa Madre, diariamente se acrece con la experiencia y Nos llena de júbilo. A su intercesión debemos los numerosos e insignes beneficios que hemos recibido del Señor; a Ella atribuimos también, en la efusión de Nuestra gratitud, el favor que Nos ha alcanzado de llegar al año quincuagésimo de Nuestra consagración episcopal. Porque es muy grande tal favor, como lo han de ver cuantos consideren el largo espacio de tiempo que Nos llevamos en el ministerio pastoral, agitado por gravísimos cuidados, y muy principalmente desde que gobernamos toda la grey cristiana. Durante todo este tiempo, conforme lo exige la condición de la vida humana, y se observa en los misterios de la vida de Nuestro Señor y de su Santísima Madre, no Nos han faltado motivos de júbilo, ni tampoco de dolor. Unos y otros, sometiéndonos agradecidos en todo a la voluntad del Señor, hemos procurado que redunden en bien y decoro de la Iglesia, y puesto que lo que Nos resta de vida no diferirá de los que hemos ya vivido, si brillasen para Nos nuevas glorias, o si Nos entristecieran nuevos dolores, o si algún nuevo destello de gloria se añadiera a Nuestro Pontificado, todo lo aceptaremos con igual espíritu y los mismos afectos, y con la mirada y el corazón puestos en Dios, esperando únicamente de Él el premio de la celestial recompensa. Nos gozaremos en repetir aquellas davídicas palabras: Sea bendito el nombre del Señor... No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu Nombre, da toda gloria(13). A decir verdad, de Nuestros hijos, cuya piedad y benevolencia Nos es bien conocida, más que alabanzas y fiestas, esperamos singularmente solemnes acciones de gracias a la soberana bondad del Señor, y súplicas y oraciones por Nos, y Nos sentiremos felices si alcanzan que tanto como Nos quede de fuerzas y vida y haya en Nos autoridad y gracia, otro tanto resulte en bienes para la Iglesia, y sobre todo la vuelta y reconciliación de los enemigos y de los extraviados, a quien Nuestra voz está llamando hace tanto tiempo. 

17. Fiesta jubilar del Papa

   Que Nuestra fiesta jubilar, si es que el Señor Nos concede llegar a ella, sea ocasión para todos Nuestros amadísimos hijos de recoger abundantes frutos de justicia, de paz, de prosperidad, de santificación, y de todo bien, que es lo que suplicamos a Dios en Nuestro paternal afecto, y lo que decimos con sus propias palabras: Escuchadme vosotros, que sois prosapia de Dios, y brotad como rosales plantados junto a las corrientes de las aguas. Esparcid suaves olores como el Líbano. Floreced como azucenas; despedid fragancia y echad graciosas ramas, y entonad cánticos de alabanza y bendecid al Señor en sus obras. Engrandeced su Nombre y alabadle con la voz de vuestros labios, y con cánticos de vuestra lengua, y al son de las cítaras... Con todo el corazón y a boca llena, alabad a una y bendecid el Nombre del Señor(14).

   Dígnese Dios benigno, por mediación de la Santísima Reina del Rosario, perdonar a los impíos, que se ríen de lo que ignoran, si se burlasen de estos consejos y deseos. Y vosotros, Venerables Hermanos, en prenda del favor divino y testimonio de Nuestra especial benevolencia, recibid la Bendición Apostólica, que amorosamente en el Señor os concedemos a vosotros y a vuestro clero y pueblo.      

   Dada en Roma, junto a San Pedro,el 8 de septiembre del año 1892, décimoquinto de Nuestro Pontificado.

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