Magisterio de la Iglesia

Divinum Illud Munus

9. El Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo

   Precisados ya los actos de fe y de culto debidos a la augustísima Trinidad, todo lo cual nunca se inculcará bastante al pueblo cristiano, Nuestro discurso se dirige ya a tratar del eficaz poder del Espíritu Santo. -Ante todo, dirijamos una mirada a Cristo, fundador de la Iglesia y Redentor del género humano. Entre todas las obras de Dios ad extra la más grande es, sin duda, el misterio de la Encarnación del Verbo; en él brilla de tal modo la luz de los divinos atributos que ni es posible pensar nada superior ni puede haber nada más saludable para nosotros. Este gran prodigio, aun cuando se ha realizado por toda la Trinidad, sin embargo se atribuye como "propio" al Espíritu Santo: y así dice el Evangelio que la concepción de Jesús en el seno de la Virgen fue obra del Espíritu Santo(14); y con razón, porque el Espíritu Santo es la caridad del Padre y del Hijo, y este gran misterio de la bondad divina(15), que es la Encarnación, fue debido al inmenso amor de Dios al hombre, como advierte San Juan: Amó Dios tanto al mundo que le dio su Hijo Unigénito(16). Añádase que por dicho acto la humana naturaleza fue levantada a la unión personal con el Verbo, no por mérito alguno sino sólo por pura gracia, que es don propio del Espíritu Santo: El admirable modo, dice San Agustín, con que Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, nos da a entender la bondad de Dios, puesto que la naturaleza humana, sin mérito alguno precedente, ya en el primer instante fue unida al Verbo de Dios en unidad tan perfecta de persona que uno mismo fuese a la vez Hijo de Dios e Hijo del Hombre(17).

10. Santificador del alma de Cristo

   Por obra del Espíritu divino tuvo lugar no solamente la concepción de Cristo, sino también la santificación de su alma, llamada unción en los Sagrados Libros(18), y así es como toda acción suya se realizaba bajo el influjo del mismo Espíritu(19), que también cooperó de modo especial a su sacrificio, según la frase de San Pablo: Cristo, por medio del Espíritu Santo, se ofreció como hostia inocente a Dios(20). Después de todo esto, ya no extrañará que todos los carismas del Espíritu Santo inundasen el alma de Cristo. Puesto que en El hubo una abundancia de gracia singularmente plena, en el modo más grande y con la mayor eficacia que tenerse puede; en él, todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, las gracias gratis datas, las virtudes, y plenamente todos los dones, ya anunciados en las profecías de Isaías(21), ya simbolizados en aquélla misteriosa paloma aparecida en el Jordán, cuando Cristo con su Bautismo consagraba sus aguas para el nuevo Sacramento.

   Con razón nota San Agustín que Cristo no recibió el Espíritu Santo, siendo ya de treinta años, sino que cuando fue bautizado estaba sin pecado y ya tenía el Espíritu Santo, entonces, es decir, en el bautismo, no hizo sino prefigurar a su cuerpo místico, es decir, a la Iglesia en la cual los bautizados reciben de modo peculiar el Espíritu Santo(22). Y así la aparición sensible del Espíritu sobre Cristo y su acción invisible en su alma representaban la doble misión del Espíritu Santo, visible en la Iglesia, e invisible en el alma de los justos.

11. Pentecostés

   La Iglesia, ya concebida y nacida del corazón mismo del segundo Adán en la Cruz, se manifestó a los hombres por vez primera de modo solemne en el celebérrimo día de Pentecostés con aquélla admirable efusión, que había sido vaticinada por el profeta Joel(23): y en aquel mismo día se iniciaba la acción del divino Paráclito en el místico cuerpo de Cristo, posándose sobre los Apóstoles, como nuevas coronas espirituales, formadas con lenguas de fuego, sobre sus cabezas(24).

12. Su acción en la Iglesia

   Y entonces los Apóstoles descendieron del monte, como escribe el Crisóstomo, no ya llevando en sus manos como Moisés tablas de piedra, sino al Espíritu Santo en su alma, derramando el tesoro y fuente de verdades y de carismas(25). Así ciertamente se cumplía la última promesa de Cristo a sus Apóstoles, la de enviarles el Espíritu Santo, para que con su inspiración completara y en cierto modo sellase el depósito de la revelación: Aun tengo que deciros muchas cosas, mas no las entenderíais ahora; cuando viniere el Espíritu de verdad, os enseñará toda verdad(26). El Espíritu Santo, que es espíritu de verdad, pues procede del Padre, Verdad eterna, y del Hijo, Verdad substancial, recibe de uno y otro, juntamente con la esencia, toda la verdad que luego comunica a la Iglesia, asistiéndola para que no yerre jamás, y fecundando los gérmenes de la revelación hasta que, en el momento oportuno, lleguen a madurez para la salud de los pueblos. Y como la Iglesia, que es medio de salvación, ha de durar hasta la consumación de los siglos, precisamente el Espíritu Santo la alimenta y acrecienta en su vida y en su virtud: Yo rogaré al Padre y El os mandará el Espíritu de verdad, que se quedará siempre con vosotros(27). Pues por El son constituidos los Obispos, que engendran no sólo hijos, sino también padres, esto es, Sacerdotes, para guiarla y alimentarla con aquélla misma sangre con que fue redimida por Cristo: El Espíritu Santo ha puesto a los Obispos para regir la Iglesia de Dios, que Cristo adquirió con su sangre(28); unos y otros, Obispos y Sacerdotes, por singular don del Espíritu tienen poder de perdonar los pecados, según Cristo dijo a sus Apóstoles: Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonareis los pecados, les serán perdonados, y a los que se les retuviereis, les serán retenidos(29).

13. El Espíritu Santo alma de la Iglesia

   Nada confirma tan claramente la divinidad de la Iglesia como el glorioso esplendor de carismas que por todas partes la circundan, corona magnífica que ella recibe del Espíritu Santo. Baste, por último, saber que si Cristo es la cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma: Lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia(30). Si esto es así, no cabe imaginar ni esperar ya otra mayor y más abundante manifestación y aparición del Divino Espíritu, pues la Iglesia tiene ya la máxima que ha de durarle hasta que, desde el estadio de la milicia terrenal, sea elevada triunfante al coro alegre de la sociedad celestial.

14. Su acción en cada individuo

   No menos admirable, aunque en verdad sea más difícil de entender, es la acción del Espíritu Santo en las almas, que se esconde a toda mirada sensible.

   Y esta efusión del Espíritu es de abundancia tanta que el mismo Cristo, su donante, la asemejó a un río abundantísimo, como lo afirma San Juan: Del seno de quien creyere en Mí, como dice la Escritura, brotarán fuentes de agua viva; testimonio que glosó el mismo Evangelista, diciendo: Dijo esto del Espíritu Santo, que los que en El creyesen habían de recibir(31).

15. Antes y después de la Redención

   Cierto es que aun en los mismos justos del Antiguo Testamento ya inhabitó el Espíritu Santo, según lo sabemos de los profetas, de Zacarías, del Bautista, de Simeón y de Ana; pues no fue en Pentecostés cuando el Espíritu Santo comenzó a inhabitar en los Santos por vez primera: en aquel día aumentó sus dones, mostrándose más rico y más abundante en su largueza(32). También aquellos eran hijos de Dios, mas aún permanecían en la condición de siervos, porque tampoco el hijo se diferencia del siervo, mientras está bajo tutela(33); a más de que la justicia en ellos no era sino por los previstos méritos de Cristo, y la comunicación del Espíritu Santo hecha después de Cristo es mucho más copiosa, como la cosa pactada vence en valor a la prenda, y como la realidad excede en mucho a su figura. Y por ello así lo afirmó Juan: Aún no había sido dado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado(34). Inmediatamente que Cristo ascendiendo a lo alto hubo tomado posesión de su reino, conquistado con tanto trabajo, con divina munificencia abrió sus tesoros, repartiendo a los hombres los dones del Espíritu Santo(35): Pues aquélla cierta donación y misión del Espíritu Santo después de la glorificación de Cristo había de ser tal cual jamás antes lo había sido, ni antes había sido nula, sino que no había sido tal(36). Y ello, porque la naturaleza humana es esencialmente sierva de Dios: La criatura es sierva, nosotros somos siervos de Dios según la naturaleza(37); más aún, por el primer pecado toda nuestra naturaleza cayó tan baja que se tornó enemiga de Dios: éramos por la naturaleza hijos de la ira(38). No había fuerza capaz de levantarnos de caída tan grande y rescatarnos de la eterna ruina. Pero Dios, que nos había creado, se movió a piedad; y por medio de su Unigénito restituyó al hombre a la noble altura de donde había caído, y aun le realzó con más abundante riqueza de dones. Ninguna lengua puede expresar esta labor de la divina gracia en las almas de los hombres, por la que son llamados, ya en las Sagradas Escrituras, ya en los escritos de los Padres de la Iglesia, regenerados, criaturas nuevas, participantes de la divina naturaleza, hijos de Dios, deificados, y así más aún. Ahora bien, beneficios tan grandes propiamente los debemos al Espíritu Santo.

16. Él es Espíritu de adopción

   El es el Espíritu de adopción de los hijos, en el cual clamamos: "Abba", "Pater"; inunda los corazones con la dulzura de su paternal amor; da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios(39). Para declarar lo cual es muy oportuna aquélla observación del Angélico, de que hay cierta semejanza entre las dos obras del Espíritu Santo; puesto que por la virtud del Espíritu Santo Cristo fue concebido en santidad para ser hijo natural de Dios, y los hombres son santificados para ser hijos adoptivos de Dios(40). Y así, con mucha mayor nobleza aún que en el orden natural, la espiritual generación es fruto del Amor increado.

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