Magisterio de la Iglesia

San Francisco de Sales

CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES
PRIMERA PARTE
DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
CAPÍTULO II
Errores de los ministros sobre la naturaleza de la Iglesia

   6. Es sabido que los Doce Patriarcas, los hijos de Jacob, fueron la fuente viva de la iglesia de Israel; y cuando su padre los reunió delante de si para bendecirlos37, eran visibles y se veían unos a los otros. ¿Y por qué digo esto? Porque toda la historia sagrada da fe de la visibilidad de la antigua sinagoga; entonces, ¿por qué no lo sería también la Iglesia Católica?

   7. Así como los Patriarcas, padres de la sinagoga de Israel —y de los cuales Nuestro Señor nació según la carne38— hacían visible la Iglesia (Judaica), así también los Apóstoles con sus discípulos, hijos de la sinagoga según la carne y, según el Espíritu, de Nuestro Señor, dieron inicio a la Iglesia Católica visiblemente, como dice el salmo: En lugar de tus padres te nacerán hijos; los cuales establecerás príncipes sobre toda la tierra39. Arnobio dijo: «Por doce patriarcas te nacieron doce Apóstoles». Estos Apóstoles, reunidos en Jerusalén con el pequeño grupo de discípulos y la gloriosísima Madre del Salvador, constituían la verdadera Iglesia. ¿Cómo? Visible, sin duda, y tan visible que el Espíritu Santo vino a regar estas plantas santas y viveros del Cristianismo40.

   8. ¿Cómo comenzaban a formar parte del pueblo de Dios los antiguos judíos? Por la señal visible de la circuncisión; nosotros por la señal visible del Bautismo. ¿Por quien fueron gobernados antiguamente? Por los sacerdotes del linaje de Aarón, también visibles; nosotros, por nuestros obispos, visibles igualmente. ¿Quién les predicaba? Los doctores y profetas, visiblemente; a nosotros, también visiblemente, los predicadores y pastores. ¿Qué comida religiosa y sagrada tenían antiguamente? El cordero pascal y el maná, ambos visibles; nosotros, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, signo visible de algo invisible. La sinagoga, ¿por quién era perseguida? Por los egipcios, babilonios, madianitas y filisteos, todos ellos pueblos visibles; la Iglesia por los paganos, turcos, moros, sarracenos y herejes, todos ellos, de la misma forma, visibles. ¡Santo Cielo! ¿Y aún preguntamos si la Iglesia es visible? ¿Qué es la Iglesia? Una asamblea de hombres con carne y huesos. ¿Aún diremos que se trata de espíritus y fantasmas, que solamente por ilusión aparece visible? ¡No y No! ¿Pero qué os hace pensar así? ¿De dónde os pueden venir esos pensamientos? Ved sus manos: mirad a sus ministros, oficiales y gobernadores; ved sus pies: mirad a sus predicadores, que la llevan al levante y al poniente, al mediodía y al septentrión —todos son de carne y huesos. Tocadla; venid, como humildes niños, echaros en los brazos de vuestra dulce madre; vedla, consideradla en todo su cuerpo, y veréis como es visible y bella, ya que una cosa espiritual e invisible, no tiene ni carne ni huesos, mientras que ella los tiene, como lo estáis viendo41.

   Éstas son nuestras razones, válidas para cualquier objeción; pero ellos tienen otros argumentos, que les parece sacar de las Escrituras, pero que fácilmente rebatiremos en seguida.

   En primer lugar, Nuestro Señor tenía en su humanidad dos partes, el cuerpo y el alma; del mismo modo, la Iglesia, su Esposa, tiene también dos partes: una interior, invisible, que es como si fuera su alma —la Fe, la Esperanza, la Caridad, la Gracia; otra exterior y visible, como el cuerpo— la profesión de la fe, los cánticos y loores, la predicación, los sacramentos, el Sacrificio. De esta forma, todo cuanto se hace en la Iglesia tiene su parte interior y su parte exterior: la oración es interior y exterior42; la fe llena el corazón de seguridad y la boca de confesión43; la predicación se hace exteriormente por los hombres, pero hace falta la luz secreta del Padre Celestial, pues hace falta oírlo y aprender todo de Él para poder llegar al Hijo44. En lo que respecta a los sacramentos, los signos son exteriores, pero la gracia es interior. ¿Quién no lo sabe? Tales son el interior y el exterior de la Iglesia. Lo más hermoso está dentro, pues lo de fuera no es tan excelente, como ya decía el Cantar de los Cantares: ¡Qué hermosa eres, amiga mía, qué hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos, además de lo que dentro se oculta … Miel y leche tienes debajo de la lengua (es decir, en tu corazón, o sea, en el interior); y es el olor de tus vestidos como olor de incienso45. Éste es el exterior. Y el salmista dice: La hija del rey avanza llena de esplendor (es el interior), de brocados de oro son sus vestidos; con ellos es llevada delante del rey (su exterior).

   En segundo lugar, hay que considerar que tanto del interior como del exterior de la Iglesia puede decirse que es espiritual, pero de manera distinta, porque el interior es espiritual puramente y por su propia naturaleza, al paso que el exterior es por naturaleza corporal. No obstante, como tiende y está orientado al interior espiritual, llámaselo espiritual, como decía San Pablo46 de los hombres que sometían su cuerpo al espíritu, aun cuando continuasen siendo corporales; y aunque una persona, por naturaleza, sea particular y privada, cuando realiza un oficio público, como los jueces, ¿no toma el nombre de pública?

   Ahora bien, si se dijo que la ley evangélica fue grabada en nuestros corazones y no en tablas de piedra exterior, como dice Jeremías47, debemos responder que en el interior de la Iglesia y en su corazón reside lo principal de su gloria, que no deja de irradiar hasta el exterior, y que la hace visible y reconocible; por eso, cuando se dice en el Evangelio que llegó la hora en que los verdaderos adoradores adorarán el Padre en espíritu y verdad48, con esto se nos enseña que lo principal es el interior, y que es vana toda la acción exterior que no esté dirigida al interior para espiritualizarse.

   Así también, cuando San Pedro llama a la Iglesia casa espiritual49, es porque todo lo que parte de la Iglesia tiende a la vida espiritual, y su mayor gloria es interior, y también porque no se trata de una casa hecha de cal y arena, sino de una casa mística de piedras vivas, donde la caridad hace las veces de cimiento.

   El Evangelio dice que el Reino de Dios no ha de venir con muestras de aparato50. El Reino de Dios es la Iglesia, y por consiguiente, la Iglesia no es visible. Nosotros respondemos: en aquel momento, el Reino de Dios era Jesucristo con su Gracia, o, si preferís, los discípulos de Cristo mientras Él estuvo en el mundo. Por eso se dice: el Reino de Dios está en medio de vosotros51. Este Reino no apareció con el fausto y magnificencia humana que esperaban los judíos, y además, como dijimos, la joya más preciosa de esta princesa está escondida y no se puede ver.

   En cuanto a lo que San Pablo dice a los Hebreos52, de que no os habéis acercado a una realidad sensible, como la del Sinaí, sino al monte Sión, a la celestial Jerusalén, no lo dice con el propósito de tornar invisible la Iglesia, pues San Pablo muestra en este pasaje que la Iglesia es mucho más rica y magnífica que la sinagoga, y que no se trata de una montaña natural como la del Sinaí, sino mística, lo que no quiere decir que sea invisible; aparte de que hay razón para que habla de la Jerusalén Celestial, es decir, de la Iglesia Triunfante —por eso habla de la multitud de los ángeles— como si nos quisiese decir que en la Antigua Ley Dios fue visto en la montaña de manera terrible, y que la Nueva Ley nos conduce a verlo en su gloria, en lo alto del paraíso.

   Finalmente, éste es el argumento que todos aseguran que es el más fuerte: «Yo creo en la Santa Iglesia Católica». Si creo, es porque no la veo, porque es invisible. ¿Puede darse argumento más débil? ¿Los Apóstoles no creyeron en la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Y no lo habían visto? El mismo Señor dice a Santo Tomás: «Tu has creído porque me has visto»53. Y para hacerlo creyente, añade: Mete aquí tu dedo, y registra mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel54. Notad bien que la visión no impide la fe, antes bien la produce. Ahora bien: lo que vio Santo Tomás fue una cosa, lo que creyó fue otra; vio un cuerpo y creyó en el espíritu y en la divinidad, porque no fue su visión, sino su fe que lo hizo exclamar: ¡mi Señor y mi Dios!55. Asimismo, nosotros creemos en un solo Bautismo para la remisión de los pecados: se ve el Bautismo, mas no la remisión de los pecados. Así, vemos la Iglesia, mas no la santidad interior; se ven los ojos de paloma, mas no el interior, que se oculta atrás de ellos; se ve el vestido ricamente bordado de oro, pero el esplendor de su gloria, que está dentro, nosotros lo creemos. En esta real Esposa hay de qué alimentar la visión interior y exterior, la fe y los sentidos, y todo para mayor gloria de su Divino Esposo.

§2 — En la Iglesia, hay buenos y malos, predestinados y réprobos

   Para probar la invisibilidad de la Iglesia, cada uno apunta sus razones, pero la más trivial entre todas es la que se refiere a la predestinación eterna. Ciertamente, no es pequeña la estratagema de desviar los ojos espirituales de la gente de la Iglesia Militante a la predestinación eterna, a fin de que, deslumbrados por el fulgor de misterio tan inescrutable, no veamos lo que tenemos ante nuestras narices. Dicen, pues, que hay dos Iglesias: una, visible e imperfecta, la otra, invisible y perfecta; y que la visible puede errar y desvanecerse al viento de los errores y de las idolatrías, y la invisible no.

   Si se les pregunta cuál es la Iglesia visible, responden que es la asamblea de los hombres que hacen una misma profesión de fe y tienen los mismos sacramentos, que está constituida por buenos y malos, y que de Iglesia sólo tiene el nombre; y que la Iglesia invisible es la que está constituida solamente por los elegidos, quienes, no siendo conocidos por los hombres, son reconocidos y vistos por Dios solamente.

   Pero vamos a demostrar claramente que la verdadera Iglesia encierra buenos y malos, justos y réprobos; he aquí de dónde:

   1. ¿Acaso no era la verdadera Iglesia aquella que San Pablo llamaba Casa de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad56? Sin duda alguna, ya que no es propio de una iglesia errante y vagabunda el ser «columna de la verdad». Pues bien, el Apóstol atesta que en esta verdadera Iglesia, Casa de Dios, hay vasos para usos decentes y otros para usos viles57, es decir, buenos y malos.

   2. ¿No es la verdadera Iglesia aquella contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán? Y, así y todo, en ésta hay hombres que necesitan ser desatados de sus pecados y otros a quienes hay que retenérselos, como Nuestro Señor hace ver en la promesa y potestad que otorga a San Pedro58. Aquellos a quienes se les retienen, ¿no son malos y réprobos? Es propio de los réprobos que sus pecados les sean retenidos, y normal en los elegidos que les sean perdonados; sin embargo, es evidente que aquellos cuyos pecados San Pedro tenía poder de perdonar o de retener estaban en la Iglesia, ya que es propio sólo de Dios juzgar a los que están fuera de la Iglesia59; por consiguiente, aquellos a quienes San Pedro debía juzgar no estaban fuera, sino dentro de la Iglesia, por lo que debía haber réprobos entre ellos.

   3. ¿No nos enseña Nuestro Señor que, ofendidos por hermanos, y habiéndolos corregido dos veces de diversas maneras, los denunciemos en la Iglesia? Díselo a la Iglesia; pero si ni a la Iglesia oyere, tenlo como por gentil y al publicano60. Ante este texto no es fácil escaparse, pues el argumento es incontestable: trátase de un hermano nuestro, que no es ni pagano ni publicano, pero se encuentra bajo la corrección y disciplina de la Iglesia, siendo, por eso, miembro de la Iglesia. Pero eso no impide que sea réprobo, obstinado. Los buenos, pues, no son los únicos que están en la verdadera Iglesia, sino también los malos hasta tanto sean expulsados; de no ser así, dígase que la Iglesia a la cual Nuestro Señor nos envía es una Iglesia errante, pecadora y anticristiana. ¡Eso sería blasfemar demasiado abiertamente!

   4. Cuando Nuestro Señor dijo: El esclavo no mora para siempre en la casa; el hijo sí que permanece en ella61, ¿no vale esto tanto como decir que en la casa de la Iglesia permanecen conjuntamente por un tiempo tanto los elegidos como los réprobos? Porque, ¿quién puede ser este servidor que no permanece siempre en la casa sino el que será lanzado a las tinieblas exteriores? Y ciertamente así lo entiende Él mismo cuando dice inmediatamente antes: Todo aquel que comete pecado, es esclavo del pecado62. Los que no se quedan para siempre, quédanse, sin embargo, algún tiempo, mientras fueren reclamados para algún servicio.   

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NOTAS

37 Gn 49, 1-2

38 Rm 9, 5

39 Sl 44, 17

40 Hech 2, 3

41 Lc 24, 38-39

42 1 Cor 14, 15

43 Rm 10, 9

44 Jn 6, 44-45

45 Cant 4, 1/11

46 Gal 6, 1

47 Jr 31, 33

48 Jn 4, 23

49 1 Pe 2, 5

50 Lc 17, 20

51 Lc 17, 21

52 He 12, 18/22

53 Jn 20, 29

54 Jn 20, 27

55 Jn 20, 28

56 1 Tm 3, 15

57 2 Tm 2, 20

58 Mt 16, 18-19

59 1 Cor 5, 13

60 Mt 18, 17

61 Jn 8, 35

62 Jn 8, 34

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