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031229

Carpe Diem


Año Nuevo

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Los
añonuevos de mi infancia siempre fueron algo especial.  Mis padres organizaban fiestas legendarias y a mis hermanos y a mí nos dejaban en nuestra casa, o en la casa de la abuelita Juanita y su hermana, La Mamita.  Ahí era donde se ponía bueno.

La Mamita convertía esa casa en un salón de fiestas para dos adultos y dos niños (o tres, según cuántos hermanos tuviera).  En la sala reinaban el nacimiento y el árbol.  Llenos de luces y preparados para que a las 12 de la noche vistiéramos al Niño y lo sentáramos.  Eso sí, con sendas copas de vermouth o de rompopo en las manos.

Pero la mejor parte era el comedor.  Recuerdo que una vez lo adornó con docenas de farolitos chinos que ella había estado haciendo durante el día.  Utilizaba como moldes unos frasquitos de vidrio café y alrededor de ellos, con papel
crepé y papel dorado, hacía los farolitos de colores. En memoria de aquellas dos viejitas tengo un farol chino, de color rojo, en mi estudio. 

La mesa, pensada  para nosotros los niños, era impresionante.  Siempre habían más dulces y galletas que otra cosa, aunque nunca faltaban la pierna, el pavo, o unos deliciosos tamalitos que ellas hacía especialmente para nosotros.  La cosa era que los tamales no tenían más que unas tres pulgadas de largo cada uno.  Además nos servía el ponche jícaras pequeñas que cabían, perfectamente, en nuestras manos de niños.

A ellas no les gustaban los cohetes, así que no quemábamos más que estrellitas y hacíamos tronar, en el suelo, unas bolitas de colores.  Eso y nada más. 

Nos pasábamos las horas escuchando los cuentos de La Mamita y las historias de su juventud.  Ella nos contaba una y otra vez sus hazañas y mis hermanos y yo las disfrutábamos como si nunca las hubiéramos oído antes.  Mientras tanto la abuelita Juanita se ocupaba de mantener la cordura y de atalayar El brindis del bohemio en la radio.

Cuando crecimos un poco los
añonuevos se pusieron más variados.  A veces participábamos en las fiestas paternales en la casa de mi abuelita Frances.   Eso era fascinante, hasta que nos tocaba bailar con nuestras tías.   No se. Mi abuelo Luis era un celebérrimo bailarín de fiestas y yo no distingo mi pie izquierdo del derecho; así que lo del baile me ponía taciturno.  Eso sin contar con lo incómodo que es tener 12 años y bailar con una chica de 22 cuando el brazo derecho de uno a duras penas le llega al derrier.

En la adolescencia las cosas se pusieron difíciles.  Mis padres ya no hacían los fiestones de Año Nuevo y si los hacían ya no nos parecían tan emocionantes.  Ahora el problema era otro.  ¿Dónde iba a ser la mejor fiesta? ¿Qué pasa si acepto ir a una y luego resulta que la otra estaba más alegre? ¿Dónde va a estar quién? Claro que eso era cuando me iba bien; porque un año nadie se acordó de mí y tuve que llamar a unos cuates para propiciar que me invitaran a su fiesta.   La parranda estuvo excelente; pero fue una obra de arte de la diplomacia de adolescente tener que llamar como quien no quería la cosa.

Claro que cuando uno crece se complican más las cosas.  Una vez paré en una casa donde lo que había de cena (¡de Año Nuevo, por Dios!) era pollo en barbacoa.  Otra vez terminé en La Antigua en una fiesta que supuestamente iba a estar buenísima y en la que sólo habíamos ocho personas.   Los dos cuates con los que iba, y yo, terminamos celebrando en el parque central.

La celebración del 2000 fue muy especial.  Me fui con unos amigos y sus hijos a una finca en Taxisco a esperar el Y2K.  Allá no hay luz eléctrica y la pasamos iluminados con candelas, escuchando música y observando el cielo con mi telescopio.  El hijo mayor, como de 10 años, tenía el negocio del bar; y cada vez que yo quería tomar algo, tenía que comprárselo a él. La del 2002 fue una aventura porque una estrellita le pegó fuego al barranco de atrás de la casa de un amigo; y mientras su esposa llamaba a los bomberos, él apagaba el incendio con una manguera de jardín.  La del 2003 fue un alegre relajo familiar en la casa de mi abuelita Frances.

En esa tradición, reconozco que los mejores
añonuevos los he pasado junto a mi familia y/o mis amigos.  Al lado de las personas que amo y respeto. 

Ojalá que este año 2004, cargado de esperanzas, venga también lleno de felicidad y de prosperidad para todos, excepto para los corruptos; y que si Santa y el Niño se olvidaron de traerle lo que usted quería, espero que se lo traigan los Reyes. ¡Feliz Año Nuevo!

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