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Carpe Diem

El caballo blanco
Luis Figueroa
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La guerra merece su lugar entre los 4 jinetes del Apocalípsis; y el caballo que monta el jinete de la guerra es de color blanco.  Los otros jinetes son el de la peste, el del hambre y el de la muerte.  Por eso es que Maca Barrett, tituló su hermosa novela sobre la conquista de Guatemala “El caballo rojo”, en alusión al color del caballo que jinetea la muerte.

Ahora que ha estado de moda discutir sobre la guerra me acordé de un estudio de
R.J. Rummel, profesor de la Universidad de Hawaii, que relaciona la guerra y sus resultados con la democracia.  Como el estudio es muy iluminador,  lo comparto con ustedes.   Hago la salvedad, eso sí, de que aunque la evidencia del mismo llega hasta principios de los años 90, a la larga se aplica igual al siglo XXI.

El punto de Rummel es que mientras más democráticas son las naciones, menos guerras tienen entre ellas, o con otras naciones no democráticas.  Pero además, señala que aunque haya guerra, mientras más democráticas son las naciones enfrentadas, menos muertes ocasiona el conflicto.

Por cierto, el estudio define guerra como cualquier enfrentamiento armado en el que hay más de 1000 muertos. Por democracia entiende la democracia liberal, donde aquellos que ostentan el poder son electos por sufragio universal y secreto, en elecciones competitivas; donde existe libertad de expresion de religion y de organización, así como un estado de derecho constitucional al que está sujeto el gobierno y que garantiza derechos iguales para todos.

Las evidencias del estudio de Rummel prueban que las democracias estables no  hacen la guerra entre sí.  Entre 1816 y 1991 el autor reporta que no hubo una sola guerra entre democracias.  En cambio  ocurrieron 155 enfrentamientos entre democracias y no democracias, así como 198 conflictos bélicos entre países no democráticos. 

Si me ha seguido hasta aquí, por favor continuemos con los números.  Mientras más democráticos son dos regímenes, menos intensamente luchan entre sí y menos interés tienen en pelear con otros.  Ente 1900 y 1980  No hubo guerra alguna entre democracias; pero los conflictos entre democracias y no democracias produjeron más de 567,000 muertos.  Las guerras entre democracias y regímenes totalitarios, así como las que hubo entre regímenes autoritarios, generaron casi 1 millón de muertos.  Las guerras entre gobiernos autoritarios y totalitarios resultaron en más de 1,600, 000 muertos.  Al final, las guerras entre estados totalitarios sumaron más de 2 millones y medio de fallecidos.

Esto ayuda a explicar por qué es que la guerra, en Irak, no duró ni un mes, a pesar de las peores predicciones de los chamanes.  Y por qué, en consecuencia, el número de bajas, en ambos lados del conflicto, seguramente fue más bajo del que esperaban los zahoríes.

Alguien  escribió que cuando los gansos no pueden pasar las fronteras, lo hacen las bayonetas, en alusión a que cuando no hay libertad de comercio, entonces hay guerra.  Esto tiene sentido, y encaja con las premisas y las conclusiones de Rummel, debido a que para que haya libre comercio deben haber un estado de derecho y un mercado, características ineludibles de una verdadera democracia.  Es decir, aquella que es entendida más allá de un simple ejercicio electoral, o peor aún, más allá de la que es entendida como “un instrumento por medio del cual unos pretenden vivir a costillas de otros”, para parafrasear al célebre Federico Bastiat, en su ingeniosa definición del Estado.

Aquellos hechos los entiende bien la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que, citada en un artículo denominado Libre Comercio: paz y desarrollo, por O´Driscoll y Fitzgerald, y publicado recientemente por el Centro de Estudios Económico-Sociales, afirma que “el libre comercio y la apertura de mercados pueden ser tan importantes para asegurar la paz en el largo plazo, como un financiamiento militar robusto”. 

En resumen, la democracia, el estado de derecho y el mercado son las mejores armas contra el jinete del caballo blanco.  Eso sí, sin que eso implique que las democracias deban desarmarse ingenuamente.  Así lo prueban las evidencias de Rummel y el análisis citado en el párrafo anterior.

De aquellas experiencias deberíamos aprender los guatemaltecos, que pasamos años y gastamos millones en discutir  y fantasear con  cómo acabar con nuestros conflictos.   Sin entender cuál es su causa verdadera.


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