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030505


Carpe Diem


De vuelta a casa
Luis Figueroa
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Cuando era ni�o le�a los chistes de El Fantasma; y cada tanto, despu�s de una historia larga, el caricaturista pon�a una tira que contaba el origen del personaje.  Esa tira empezaba con una frase que dec�a algo as� como Para los que llegaron tarde.  Pues bien, esta columna no es para los que llegaron tarde, pero s� empieza con el origen de la frase que le sirve de nombre y una presentaci�n para los respetables lectores de Prensa Libre.

Carpe Diem es una frase del poeta romano Horacio, y significa poco m�s o menos Apod�rate del d�a.  Como lo pusieron en La sociedad de los poetas muertos, la pel�cula de Peter Weir: Apod�rate del d�a, hazlo tuyo, �s�cale la m�dula a la vida!   Ya s� que la frase es un latinajo, pero �no cree usted que es hermos�sima?  Con la vida tan breve como es, �qu� mejor que aprovecharla toda?

Los que ya hab�an le�do esta columna  me conocen; pero los que no, se estar�n preguntando qu� clase de bicho es este columnista.

Pues bien, me gusta etiquetarme como libertario; pero no como un simple apelativo, sino como una forma de vida y una convicci�n.  Creo que todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad, la propiedad y a la b�squeda de su felicidad.  Soy individualista.  Estoy convencido de que s�lo dentro de un marco de econom�a de mercado y de estado de derecho son posibles la convivencia y la cooperaci�n social pac�ficas para alcanzar el desarrollo y el bienestar de todos.   Estoy seguro de que la igualdad de todos ante la ley, y no los privilegios, facilitan aquellas condiciones.  Creo que la libertad y la responsabilidad son como u�a y carne.  Conf�o en la raz�n.

En esta columna no discutir� a cu�nto deben ascender el piso y el techo de los aranceles.  No discutir� cu�l es la tasa ideal del Impuesto Sobre la Renta.  Nunca leer�, aqu�, un an�lisis a favor de la tutelaridad del derecho laboral.  Esto es porque he llegado al convencimiento de que los aranceles y las aduanas deben desaparecer; que el citado tributo debe ser eliminado y sustituido enteramente por el Impuesto al Valor Agregado; y que el la legislaci�n laboral deber�a estar en un museo.

Como Thoreau, creo que por cada mil personas atacando las ramas de un problema, hay solo una o dos, que atacan las ra�ces.  Cuento esto porque el motivo por el que escribo esta columna es contribuir a un di�logo que ayude a construir una Guatemala mejor para todos. Me indignan la pobreza y los abusos de poder; y creo, sinceramente, que por medio de este di�logo podemos llegar a acuerdos sobre los cuales fundemos una mejor sociedad.  Eso s�, para m�, como para otros libertarios, lo que cuenta son los medios de la acci�n humana, no los fines.

Puede que un d�a lea usted que estoy a favor de que se le venda el Palacio Nacional de la Cultura a alguna cadena hotelera internacional; que el consumo de drogas sea despenalizado; o que sean eliminadas las leyes que proh�ben el trabajo de menores.   Ya ver� usted que a veces estaremos de acuerdo, y a veces no. 

Parafraseando a Thomas L. Friedman, cuando escribo una columna espero por lo menos una de cuatro reacciones de parte de los gentiles lectores.  La primera es que alguien diga:
�Puchis, este dijo exactamente lo que yo pienso! La segunda es que el lector diga: �Wow, yo no sab�a esto! Y la tercera es que se diga a s� mismo: �Ala gran!, �c�mo se le ocurri� semejante cosa? Hay una cuarta opci�n, que es menos deseable, pero no por eso despreciable.  Esta es que el lector exclame: �Odio a este sujeto! De todas formas, sea cual sea su reacci�n, el lector de Carpe Diem puede estar seguro de que lo que lee aqu� es mi opini�n franca, honesta y bien intencionada. 

Como vivo en Guatemala, un pa�s que a�n est� por ser construido y en el que los derechos individuales y la igualdad ante la ley tienen una existencia precaria, aquellos son mis temas favoritos para Carpe Diem.  Eso, sin embargo, no es obst�culo para que a veces me ponga lite y escriba sobre la Semana Santa, la Navidad, la comida (que es una de mis pasiones) o sobre los lugares maravillosos que visito en esta tierra bendita.

Antes de finalizar, no puedo dejar de agradecerle a
Prensa Libre por acogerme en sus p�ginas.  De alguna manera esta es una vuelta a casa porque aqu� publiqu� mi primera columna de opini�n el 15 de marzo de 1987. 

Tambi�n quiero agradecerle a Siglo Veintiuno, por los 5 a�os que me dio posada semanalmente.  Y agradecerles a ustedes, lectores, por su paciencia, su tolerancia y su tiempo. 


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