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030224
Carpe Diem

Por la civilización

Luis Figueroa
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De personas bien intencionadas he recibido varias cadenas con llamados a la paz y en rechazo a una eventual guerra con Iraq.  Yo no estoy de acuerdo y voy a explicar por qué.

En primer lugar, reconozco que la paz es condición indispensable para el disfrute de la vida, la libertad y la prosperidad.  Luego, reconozco que la guerra tiene bien ganado su lugar entre los jinetes del Apocalipsis.  Empero, no todas las personas son voluntariamente pacíficas, y de ellas es preciso defenderse.   La verdadera paz requiere que cualquiera que vulnere los límites jurídicos y morales de su libertad sea sometido al orden.

Por la forma en que fue perpetrado, el ataque al WTC, el 9/11, no sólo fue un golpe contra los Estados Unidos, sino uno contra los valores de libertad, razón, tolerancia, capitalismo y tecnología que representaban las torres.  En realidad no fue sólo un ataque contra Occidente, sino
contra la civilización en sí misma.

Algunas cartas, de las que mencioné al principio, niegan que los Estados Unidos tengan derecho a declararles la guerra a los terroristas, a sus cómplices y amigos.  Curiosamente esto lo hacen en los mismos términos en que se nos negaba, a los guatemaltecos, la posibilidad de defendernos de aquellos que detonaron una bomba en el Parque Central, que hicieron estallar otras frente a edificios como el del Banco Industrial (dos veces), o que secuestraron y asesinaron a su antojo aquí en Guatemala.

Por eso comparto la idea de que si hay justificación alguna para ir a la guerra, esta es, precisamente, en aras de los principios que aborrece la cultura del terrorismo.  No por altruismo, pragmatismo, o relativismo; sino en defensa de la libertad y la razón, por ejemplo.  De ahí que si bien es cierto que el propósito de corto plazo, para esta guerra, es acabar con las amenazas terroristas, en el mediano plazo el objetivo de cualquier política internacional debería ser la instauración de un orden en el que sea inaceptable la existencia de regímenes que no respeten los derechos individuales de sus ciudadanos; no importa si lo hacen en aras del fascismo, del socialismo, del etnicismo, del sexismo, del estado benefactor, o del nacionalismo, entre otros.  Los tiranos, porque violan los derechos de sus ciudadanos no tienen legitimidad alguna para ejercer el poder y de ninguna manera pueden escudarse detrás del concepto de soberanía, para perpetuar sus abusos.
Aquel orden debería ser uno en el que el comercio y las relaciones voluntarias sustituyeran al uso de la fuerza.

Estos principios y meditaciones, que quise compartir con usted, están contenidos en una valiosa declaración de The Objectivist Center publicada poco después del 9/11.  Si a usted le interesan por favor
léalos en detalle.


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