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030122


Carpe Diem

Teorías a la medida

Luis Figueroa
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Si bien es cierto que el papel lo aguanta todo, la idea peregrina de que “los aranceles no son impuestos” es un absurdo intragable.  Créame, por favor, acabo de leer que como los aranceles se usan para proteger industrias locales, entonces no son tributos.

Ahora bien, ¿de dónde saldría un intento por desnaturalizar los impuestos a las importaciones?

De forma acertada,  la Corte de Constitucionalidad acaba de dictaminar que el Organismo Ejecutivo no puede modificar los aranceles porque estos son impuestos, y todos sabemos que los tributos sólo los puede imponer, o modificar el Congreso de la República.   Esto es en acatamiento a lo que manda la Constitución guatemalteca y está en congruencia con el principio de que no debe haber tributación sin representación.   La violación de este principio, por parte del rey Jorge, fue una de las principales causas de la revolución americana.

Entonces, según los políticos criollos, sedientos de más y más impuestos, ¿qué se necesita para desarticular siglos de teoría económica y de doctrina judicial?  Pues una teoría hechiza que sostenga que “los aranceles no son impuestos”.   Con eso y un par de funcionarios serviles, las resoluciones de la Corte podrían servir de papel toilette para esta administración.

Veamos un ejemplo que confirma el carácter impositivo de los aranceles.  El Diccionario de Economía y Finanzas, de Carlos Sabino, define aranceles como “impuestos que pagan los bienes que son importados a un país.”   Uno no puede perderse en esto, ¿o sí?  Pero, por si las moscas, ese mismo diccionario define impuesto como una “carga obligatoria que los individuos y empresas entregan al estado para contribuir a sus ingresos.”

Leamos otro: El Diccionario de Economía, de Arthur Seldon y F.G Pennance, dice de los aranceles: “Originalmente las listas oficiales de los impuestos que deben pagar los bienes importados.  Se emplean para obtener un ingreso gubernamental, o para proteger a la industria”.   Es decir, ya sea que sirvan para hinchar los bolsillos de los políticos, o para fines proteccionistas, un arancel es un impuesto por donde se le vea.  ¿Quién con una luz se pierde?

El asunto está tan claro, que incluso textos ajenos a la ciencia económica reconocen el carácter tributario de los aranceles.   El Diccionario de Sociología, editado por Henry Pratt Fairchild,  dice que los aranceles son “gravámenes exigidos por la autoridad pública…sobre bases específicas tales como rentas, herencias…importaciones…etc.”

La producción de teorías económicas a la medida, con el propósito de desvirtuar teorías legítimas es una faceta más de este teatro del absurdo que es Guatemala.   Claro que si el banco central asegura que la existencia de billetes de Q500 y de Q1000 no tiene nada que ver con la inflación ni con la pérdida de valor del quetzal, ¿por qué no iba a resultar, ahora, que los aranceles no son impuestos?


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