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020603


Carpe Diem

¡Felíz aniversario luctuoso!
Luis Figueroa
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El 1 de junio, los miles de guatemaltecos que participamos en las manifestaciones del Monumento a los Próceres de la Independencia, que se llegaron a conocer como Viernes de Luto, tenemos motivos para celebrar.

Estas se organizaron en primer lugar para protestar contra un paquete de impuestos que pretendía imponer el gobierno de Alfonso Portillo; pero rápidamente se convirtieron en un canal de expresión  para miles de chapines que repudiaban los abusos, las mentiras, y la corrupción que caracteriza a esta administración (¿Será administración la palabra correcta?).

Antes de esas reuniones, los únicos referentes que tenía la ciudadanía común, con respecto a manifestaciones, eran las violentas, desordenadas y peligrosas burucas armadas por políticos y grupos de interés.  ¿Quién no ha visto paredes pintadas, vidrios destrozados y monumentos estropeados? 

Sin embargo, los Viernes de Luto en los que la gente se vestía de negro, adornaba sus vehículos con listones de aquel color y con stickers que primero decían ¡No más impuestos! y luego ¡Al bote los corruptos!, se perfilaron como una opción pacífica, ordenada, limpia y cívica, para el ciudadano.  Una vez un grupo de participantes quería bloquear el tráfico alrededor de El Obelisco y causar un caos vial para llamar la atención.  Otra vez, un grupo intentó bajar la bandera que ondea en la plaza del monumento.  En ambas ocasiones privó la razón y nunca hubo terceros afectados por las manifestaciones.

Cuento esto para que conste.  Para que conste, también, recuerdo que el gobierno intentó vincular los Viernes de Luto a intereses políticos y a grupos de interés.  Y yo digo, a la luz de los hechos y de la posterior experiencia del Movimiento Cívico (que se dio en marzo de este año y colapsó casi inmediatamente), que si así hubiera sido, las reuniones no hubieran durado 13 semanas, ni hubieran asistido a ellas la calidad de ciudadanos que asistía, con el entusiasmo que lo hacían.

El león juzga por su condición, y los mezquinos de siempre no podían entender que hay guatemaltecos buenos y dignos, que no se venden y que buscan formas legítimas de expresión cívica.

Adentro y afuera, no faltaron quienes quisieron convertir los Viernes de Luto en un movimiento.  Empero, prevaleció el criterio de que aquellas jornadas eran sólo un ambiente de expresión, que no le pertenecía a nadie más que a las miles de personas que participaban en ellos.  En consecuencia, no podían ser comprometidas.  Había, sin embargo, principios que nos unían.   El amor a la libertad, el amor a Guatemala, el respeto a la propiedad y el repudio contra el abuso y la corrupción.

Claro que las cosas no salen de la nada; y los Viernes de Luto fueron posibles gracias al esfuerzo y trabajo de patojos como el doctor Armando de la Torre, Marta Yolanda, María Dolores, Lucía, Estuardo, Rafael, Jorge, Raúl, Lucila, Mayra, Mario, Cynthia y Marco, Boris, doña Miti y Paulina, Mauro, Constantino, Alejandro, y Giovanni; así como al de las personas que aportaban unos pesos durante las reuniones y al de las que asistían con entusiasmo.

Los
Viernes de Luto se acabaron cuando la gente dejó de llegar al Obelisco.  Quizás porque se cansaron, o porque perdieron la esperanza y la paciencia.

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