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Carpe Diem

La Operación Lindbergh
Luis Figueroa
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Cuando pienso en la especie humana, pienso en la obra más grande y magnífica de la creación.  Las personas capaces de actos monstruosos de terrorismo son aberraciones; en tanto que la verdadera capacidad e ingenio del hombre se manifiestan en actos como la Operación Lindbergh.
El 7 de septiembre de 2001, un cirujano en Nueva York operó a una paciente que se encontraba en Estrasburgo (a 15 mil kilómetros de distancia).  

Nótese que no fue en la habitación de al lado, que ya suena bastante difícil, sino que la intervención quirúrgica se hizo de un extremo a otro del océano Atlántico.  La operación fue posible gracias a un robot llamado Zeus y a una transmisión de altas velocidad y calidad.

A la paciente de 68 años, que estaba en Francia, le fue extirpada la vesícula biliar en un plazo de 54 minutos, por un médico que estaba en Estados Unidos; y sin embargo, gracias a la tecnología, fue como si una y otro hubieran estado en el mismo quirófano.

Y si aquello no le parece maravilloso, pues cómprese un muerto y escriba un tango, e inscríbase en el club de los pesimistas perdidos; porque aún en medio del desasosiego que reina en estos días, saber que el ingenio humano es capaz de semejante portento, es emocionante y edificante.

Azañas como la Operación Linbergh son posibles solamente en un mundo donde privan la libertad y la razón.

Por eso es que los enemigos de la raza humana son aquellos que esparcen las profecías de Nostradamus, las teorías Milenaristas, la idea de que los problemas políticos pueden ser resueltos sin tomar en cuenta factores éticos, y otras especies que intentan reforzar las creencias de que el misticismo es superior a la razón (por limitada que esta sea) y de que es posible la libertad sin responsabilidad (sea esto por motivos de religión, raza, clase, el Estado, o por el destino).

Por eso no soy colectivista, que es la opción filosófica antípoda de la libertad y de la razón.

Así que como ejercicio dispuse preguntarme: ¿Por qué soy individualista?, lo opuesto al colectivista.
Primero, porque estoy convencido de que la justificación de mi propia existencia soy yo; y que la justificación de cada individuo es él mismo.  Es decir, creo que usted no necesita más razón que usted mismo para existir.

Segundo, porque en consecuencia, usted y yo tenemos derecho a vivir, a ser libres y a buscar nuestra propia felicidad, sin más obligación que la de respetar los mismos derechos de los demás individuos.

Tercero, porque he concluido que sólo en una sociedad de individuos libres y responsables, respetuosos de los derechos de los demás, es posible la vida pacífica, próspera y civilizada .

El colectivismo, en cambio, exige que las personas existan para la clase, la tribu, la comunidad, la étnia, el Estado, para Dios, o en acatemiento de su destino.  Ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad están a salvo de las demandas de la comunidad, o del colectivo. En el colectivismo, la felicidad es para el otro mundo.  Y no es extraño, entonces, que no sea en las sociedades colectivistas, donde tengan lugar proezas como la Operación Lindbergh.

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