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011224


Carpe Diem

¡Navidad, Navidad!
Luis Figueroa
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Hace años le� una historia que iba poco más o menos as�: En las Naciones Unidas le preguntaron al embajador de Estados Unidos que qu� deseaba para Navidad, y el diplomático contest� que quería que reinara la paz en el mundo.  Le peguntaron al representante de la ahora difunta Unión Soviética y pidi� que se acabara el hambre en La Tierra.  Luego la pregunta se la hicieron al enviado británico y respondi� que quería una caja de frutas confitadas.
¡Me encanta! Ese es el espíritu de la Navidad.  Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, compartir con los que no tienen, y en mi caso, turrones y tamales; porque no soy fanático de las frutas confitadas.

La fiesta de la Natividad, por supuesto, celebra el nacimiento de Jesucristo; y trae consigo un mensaje que paz y alegría que no hay que hacer de menos.  Para comenzar conmemora el nacimiento de un niño; luego, el festejo se expresa en el intercambio de obsequios y en el goce de la mesa.
Es una lástima que no todos disfruten el festejo y que haya quienes renieguen de la Navidad por su aspecto comercial.  Santa Claus, El Niño, y los Reyes Magos, son vilipendiados por repartir regalos.  Los enemigos de la alegría  y del placer aprovechan para emprenderla duramente contra lo que ellos califican de consumismo. Ellos preferirían, quizás, que el mensaje navideño fuera: Llorad y arrepentios, en lugar del que se manifiesta con la tradicional algarabía.

En el aspecto material, la Navidad genera una corriente inmensa de ingenio humano.  Creatividad que produce alimentos, ropa, juguetes, luces, adornos y numerosos objetos de placer.  Muchas gentes tienen trabajo durante todo el año,  principalmente para preparar la
paraphernelia navideña.
De modo que lo que los
Scrooges critican como la parte mala de la navidad, que es su carácter comercial, resulta ser el pan de cada día para miles y quizás millones de familias alrededor del mundo.

La Natividad es una fiesta poderosa cuyo encanto inocente y alegre invade no sólo a los cristianos de atrio como yo, sino que también a los no cristianos. Los judíos, por ejemplo, le dieron realce a la hermosa tradición de la
Hanukkah, o fiesta de las luces; y los negros en Estados Unidos inventaron la Kwanzaa, o fiesta de los primeros frutos (en swahili), para poder compartir, con comodidad, el espíritu navideño de diciembre.
Es evidente que los seres humanos, en todo el globo, necesitamos de un festejo alegre que nos recuerde los principios que apreciamos, y que nos permita intercambiar regalos y halagar a las personas que amamos.

Para mi, la Navidad huele a ponche, a manzanilla y a pinabete.  Me recuerda los nacimientos en las casas de mis abuelas, el almuerzo en la casa de mi tía, y la cena y el intercambio de regalos en la casa de mis papás.  Es el recuerdo de sentarse en la acera a quemar cohetes ¡de uno en uno!, con cigarro en mano.  Es desayunarme un tamal negro y uno colorado el 25 y almorzar caldo de huevos hecho con los huesos del pavo.  
Y ahora, es la fiesta en la que disfruto mas las risas de mis sobrinos y las llamadas de mis amigos.

Si alguien lee estas: ¡Que Dios los bendiga!, y que esta Noche Buena la pasen rodeados de amor y en paz.


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