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011119

Carpe Diem

El gallo pagó el pato
Luis Figueroa
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Mientras que uno de los sacerdotes invocaba a Dios, a Satanás y al emperador, una sacerdotisa le pasaba un gallo por el cuerpo a una señora de edad mediana, y otro chamán rociaba con guaro a tres hombres. Esa fue mi primera experiencia en ceremonias mayas, y ocurrió hace dos fines de semana en Iximché, a dónde fui a pasear con un grupo de amigos, después de haber ido a desayunar a Santa Apolonia.

Del acto me llamaron la atención dos cosas: La primera fue que después de mucho whisky, candelas, miel y hierbas, la sacerdotisa (con ayuda de una niña) descabezó al gallo, le arrancó las alas, le abrió el pecho y le sacó el corazón, para luego esparcir la sangre del ave; y la segunda, fue que sus dos colegas llevaban sendos celulares al cinto.

Pasado el
shock de haber visto la forma cruenta en que el pobre gallo pagaba el pato por las necesidades espirituales y materiales de la dama que era sometida a la ceremonia, mi atención se centró en los teléfonos móviles.
Me vino a la mente una nota periodística que había leído en esos días, en la que un sociólogo de apellidos Aquevedo Soto, se manifestaba en desacuerdo con lo que él identificaba como el neoliberalismo.  Según la nota de prensa, el sociólogo en cuestión afirmaba que el neoliberalismo ha dejado más pobreza que beneficios, y afirmaba que “no es que estemos en contra de la privatización, pero se ha demostrado que las empresas estatales pueden ser eficientes y rentables”.

¡Je!, y yo pensé: Si  no hubieran ocurrido la privatización de la telefónica, ni la Ley de Telecomunicaciones, ¿tendrían celular estos sacerdotes mayas? Si no se hubieran impuesto los principios de libertad y de competencia (que son bien liberales, o neoliberales, como quiera el sociólogo), ¿tendrían celular aquellas personas?

Lo cierto es que no; porque cuando la telefónica era una empresa estatal ni siquiera era capaz de proveer de teléfonos fijos a la clase media, menos a los pobres.  Cuando era un monopolio había que pagar mordidas y esperar años para obtener un teléfono corriente.  En Costa Rica, donde no hay un mercado de teléfonos, y la empresa es estatal, los teléfonos móviles son carísimos y difíciles de adquirir.
En cambio aquí, donde hay un mercado, hasta los más pobres y humildes sacerdotes mayas tienen teléfono celular.  Los mismos pobres que antes no podían tener un teléfono común y corriente (porque no los podían pagar, porque no habían, o porque no podían caer con la mordida), ahora disfrutan de la comodidad de las comunicaciones rápidas, móviles y relativamente baratas. Exactamente igual que el presidente de un banco, o que un obispo.

Ahí esta. Igual que el gallo de esta historia, los pobres
pagan el pato por la ignorancia, la desinformación, y la mala intención de los mercantilistas, de los socialistas y de los políticos profesionales que aún añoran los tiempos en que poseían las empresas estatales y asfixiaban los mercados.

Por eso es importante que las cosas políticas se resuelvan conforme a principios y no conforme a acuerdos vacíos y superficiales.  La cuestión en cuanto a la privatización de servicios
no es ponerse de acuerdo sobre si los pobres deben, o no, tener acceso a ellos. La cuestión verdadera se refiere a qué vamos a hacer para que todos efectivamente podamos pagarnos servicios buenos, rápidos y a buen precio.
Esto último lo logró una legislación que garantizaba un mercado libre, competitivo y abierto (bien liberal, o neoliberal, como quiera el sociólogo); y no lo consiguen ni aquí, ni en ninguna parte, los monopolios, las regulaciones, las burocracias, ni los buscadores de rentas.


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