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011112


Carpe Diem

¿Dónde está el diablo?

Luis Figueroa
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Si el diálogo que se propone convocar el presidente Portillo no es sobre principios pueden pasar dos cosas: Que fracase y que pase al olvido como todos los diálogos, instancias, pactos y acuerdos que lo han precedido; o que tenga éxito y que pase al olvido como todos los que lo han precedido, con el agravante de que habrá oxigenado el sistema corrupto en el que vivimos.
Notese que he dicho que le dará más vida al sistema corrupto, no sólo al gobierno.

A ver, ¿cuándo ha visto usted un foro multisectorial en el que todos los representantes no salgan fotografiados en un abrazo fraternal? ¿Cuándo ha visto uno en el que los delegados no aseguren haber alcanzado acuerdos sin precedentes? ¿En qué diálogo no ha escuchado la frase aquella que dice: “Sectores que no se podían ni ver, ahora se sientan a la mesa”?
Lo que ocurre es que los acuerdos a los que se llega son superficiales, y no se discuten principios;  y eso lo sé porque he estado sentado en algunas de esas reuniones y le he seguido la pista a otras.
Por ejemplo: nadie, en esos pactos, se manifiesta contrario al Estado de Derecho, de modo que participantes y observadores salen de los salones orgullosos de haber alcanzado el acuerdo unánime de respetar aquel valor; pero, ¿qué sucede en realidad?

Ocurre que lo que para unos es Estado de Derecho, para otros no.  Estoy seguro de que los más altos funcionarios de esta administración, y sus amigos, están convencidos de que con sus actos están consolidando un Estado de Derecho en Guatemala, en tanto que aquellos que sufrimos la falta de igualdad ante la ley y el irrespeto a los derechos individuales, así como la corrupción, estamos seguros de que no es así.
El asunto es tan confuso que la Unión Soviética, con sus Constitución, sus
soviets, su unipartidismo y con todas las características de un estado totalitario, presumía de ser un Estado de Derecho, en el supuesto de que la dictadura del proletariado era una mejor forma de garantizarlo, que la democracia burguesa.
Ah, entonces lo importante no está en el acuerdo vacío de afianzar el Estado de Derecho (como una frase simplemente).  Lo importante está en acordar
los principios que lo definen.

Algo parecido ocurre con la lucha contra la pobreza.  En un foro nacional sólo un descerebrado se manifestaría a favor de la miseria; pero no es lo mismo embarcarse en la guerra contra la pobreza con base en el ahorro, el capital, la productividad y la igualdad de todos ante la ley,  que sobre los ilusorios cimientos de la redistribución de la riqueza, los impuestos elevados, el odio de clases y los privilegios.  La cuestión no es si vamos a combatir a la miseria, o no; el problema es
cómo lo vamos a conseguir.  El diablo, vea usted, está en los detalles, que son los principios.

De todos modos, si bien es cierto que hay individuos y organizaciones que prosperan en la oscuridad y el crimen, a los que no les interesa fundar el Estado de Derecho ni combatir la pobreza, lo mas seguro es que no estén sentados alrededor de la mesa de diálogo, sino que anden asaltando bancos, secuestrando, o haciendo cosas parecidas.

En esto del diálogo no hay que
chuparse el dedo; porque por no haber discutido principios en la Asamblea Nacional Constituyente de 1985 tenemos una constitución incapaz de defender los derechos individuales y de garantizar la igualdad de todos ante la ley.  Por no haber discutido principios durante el gobierno democratacristiano tuvimos que aguantarlo a ese y al de Serrano; y así se ha ido deteriorando la situación nacional hasta estos días, en los que no hay instituciones y no hay confianza.
Por no tener la madurez para discutir principios, y por andar de apaciguadores, es que nuestras dirigencias nos tienen de pacto en pacto, en tanto que crecen el desempleo, el hambre, la falta de oportunidades, la desconfianza, y la violencia.


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