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011029

Carpe Diem

¡Felíz cumpleaños PC!
Luis Figueroa
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Me encuentro ahora (ahora que escribo, no ahora que usted lee) frente a la pequeña maravilla que es mi computadora personal, o
PC. Algo que cuando yo tenía la edad de mis sobrinos era cosa de historietas de ciencia ficción.
Me veo frente a algo que me da un acceso inmenso a conocimientos, que ni el bibliotecario de Alejandría, ni Jorge de Burgos, pudieron haber imaginado, ni siquiera en sus sueños más salvajes.
Me hallo frente a esta máquina que me da un poder enorme, que era impensable hasta para las computadoras más grandes. Esta extraordinaria obra del ingenio humano, que es la
PC, ¡cumple 20 años!

¿Recuerda usted si existía la vida civilizada sin
PC, o sin correo electrónico y sin Internet?  Pero bromas aparte, hoy quiero rendirle un humilde tributo a los inversionistas, científicos, creadores y aventureros que pusieron en mis manos (y en las suyas) esta tecnología y este poder.
Y aprovecho esta ocasión, para seguir desintoxicándome de la oscura, corrupta y depresiva realidad nacional.

Sexteando, al fin
Algunos de los recuerdos más gratos de mi niñez están relacionados con la Sexta avenida de la zona 1; la cual recorría de la mano de mis padres, tías y abuelas para visitar tiendas como Mi Amigo, La Juguetería, La Perla, Biener, La Marquesa, El Gran Emir, El Cairo, y Max Tott,  para visitar San Francisco, El Panamerican, o El Tejano, o para tomar una Grapette pequeña en la Café de París.
Más tarde, allá por 1974, cuando estudiaba en el Inglés Americano, y me capeaba de las clases de Educación Física, pasaba buena parte del tiempo explorando el Centro Histórico.

Pero, después del terremoto, aquel enigmático y atrayente sector de la ciudad fue invadido por el cochambre, el desorden, los vagos y los delincuentes.  Los rótulos luminosos y el mal gusto de los años 70 ocultaron la riqueza arquitectónica del área. El abandono hizo mella en la estética ecléctica del Centro.

Por eso me alegra que el Centro Histórico esté siendo limpiado, pintado y remozado.  Creo que los guatemaltecos nos merecemos una vida mejor, y estoy seguro de que el orgullo de contar con un Centro digno, contribuirá a elevar nuestra golpeada autoestima cívica.
Quienes viven y trabajan en el centro, así como quienes añoramos visitarlo, estaremos en deuda con quienes desde sus casas, oficinas y negocios hagan posible el rescate de esa parte de nuestra capital.  Se que en el corto plazo tendrá un costo difícil de enfrentar para algunos; pero en el mediano plazo, cuando aquel sector deje de ser el refugio de lo
kistch, de la fealdad y de la mugre -cuando hayamos salido de este gobierno de sinvergüenzas y de saqueadores- seguramente podrán volver los buenos tiempos. 

¡Y viene el Fiambre!
Por fin, ya llega el 1 de noviembre.  En sólo tres días esteré almorzando frente a un hermoso plato de Fiambre.
Cuando yo era pequeño, era tradición que mi padre nos llevara, a mis hermanos y a mi, a visitar a los muertos de la familia.  Así que ese día nos levantábamos temprano y entrábamos a pié al Cementerio General, cargados de Nomeolvides.
A la salida pasábamos tomando horchata y luego nos dirigíamos a la casa de mi abuela en donde nos esperaba el Fiambre.
Allí se acostumbraba que cada quién se preparara su propio plato, y el mío era el más espectacular; no sólo por su tamaño, sino porque como yo no soy melindroso, incluía todos los adornos, incluyendo los pepinillos dulces que casi nadie comía.
Actualmente ya no vamos al cementerio; pero en la casa de mi madre todavía nos juntamos la familia y los amigos a devorar Fiambre, molletes, jocotes y ayote, y mi plato sigue siendo el más impresionante. Je je.


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