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010924

Carpe Diem

¡Otra vez Minugua!
Luis Figueroa
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¿Hasta cuándo, Catilina, vas a seguir abusando de nuestra paciencia? Cicerón

La ONU señala
apartheid en el país,  anunció un titular de Siglo Veintiuno. Según el procónsul Gerd Merrem, “si consideramos que en Sudáfrica existía un apartheid oficial, en Guatemala existe un apartheid de hecho”.

Pero, ¿qué es el
apartheid?  Las leyes del apartheid clasificaban a la gente en tres grupos raciales: los blancos, los negros y la gente de color; determinaban dónde debían vivir las personas de cada grupo; qué trabajos podían tener; y a qué educación podían aspirar.
El
apartheid prohibía casi todo tipo de contacto social entre los grupos, autorizaba servicios públicos segregados y le negaba representación política a las personas no blancas.
El
apartheid violaba los derechos individuales de las personas negras y de color; impidiéndoles ejercer sus derechos a la libertad, la propiedad, la búsqueda de la felicidad e incluso a la vida.  No había igualdad ante la ley dentro del apartheid.

Pero veamos: En Guatemala, donde la mayoría de la población somos mestizos de una u otra forma, nadie tiene prohibición de vivir en determinadas áreas. Yo estoy seguro de que en el la zona de la ciudad donde vive Merrem, no sólo viven europeos blancos.
En Guatemala hay médicos, ingenieros, periodistas, académicos y todo tipo de profesionales blancos, mestizos e indígenas; y el éxito de unos y otros no depende del color de su piel sino principalmente de sus capacidades. 
Si no hay muchos políticos indígenas, habría que entender por qué.  En los años 70, cuando se hizo el intento de formar un Partido Indígena, este fracasó por las divisiones internas en las diferentes etnias; pero no por el hecho de que fueran indígenas.
Aquí, cualquier blanco, mestizo, o indígena puede comprar su casa en dónde quiera y estudiar en dónde le venga en gana, siempre que tenga el dinero para ello.  El problema es económico, no de discriminación racial.
En Guatemala, los matrimonios interétnicos han sido cosa de todos los días, y no son motivo de escándalo como en muchos lugares de Europa,  Estados Unidos, o Asia.  Otra cosa distinta es que las personas prefieran casarse con sus pares (étnica, cultural, y socialmente); pero eso es parte de la naturaleza humana, y no una maldad deliberada, como el
apartheid.

El viernes, al escuchar a algunos dirigentes indígenas, por medio de Radio Punto en la frecuencia 90.5, confirmé que ellos consideran que el incumplimiento del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas constituye discriminación.
Pero hay varios errores en esa percepción.  El primero es que los individuos tienen derechos, no los pueblos.  Atribuirle derechos a los grupos es una trampa colectivista en la que no hay que caer. El segundo es que la mayoría de pretensiones calificadas como “derechos” en aquel acuerdo, son privilegios.  Eso se ilustra en el hecho de que los dirigentes entrevistados reclamaban que “no hay representación indígena” en los órganos de gobierno y en la sociedad. Es decir, que no han obtenido “cuotas” de participación, lo cual es otra trampa colectivista.
El problema con el enfoque colectivista es que destruye toda posibilidad de afianzar la igualdad de todos ante la ley (porque crea grupos privilegiados con “derechos” y cuotas de poder especiales); y una vez debilitado aquel elemento, la multiplicación de privilegios impide la consolidación del Estado de Derecho. Y siendo ese el caso, ¿por qué les extraña a Merrem y a la Minugua que los pobres no tengan acceso a servicios de salud, educación y vivienda, o que no haya mejores oportunidades de empleo?

La pretensión de hacer creer que en Guatemala se vive algo ligeramente parecido al
apartheid solo puede ser malintencionada con dos propósitos de corto plazo: Uno, desviar la atención hacia un problema que no existe, y evitar que los guatemaltecos lleguemos a acuerdos para consolidar un verdadero Estado de Derecho; y dos, mantener vivo el clima de enfrentamiento y resentimiento, que necesitan los burócratas internacionales para prosperar.


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