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010917


Carpe Diem

Shockeado
Luis Figueroa
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No importa cuantas veces haya leído de las atrocidades cometidas por asesinos como Adolfo Hitler, José Stalin, Vladimir Lenin, y Pol Pot. No importan cuantas veces haya oído historias de crímenes indescriptibles, o de actos de barbarie. Nada lo prepara a uno para ser testigo de un acto criminal, aunque sea por la Internet y la televisión.

El martes 11 de septiembre, me encontraba haciendo una presentación importante, cuando a la sala de sesiones empezaron a entrar llamadas con la noticia: Un avión se había estrellado contra una de las torres gemelas en Nueva York.

Mi primera reacción fue de incredulidad.  ¡Eso es demasiado malo para ser cierto!
Después más llamadas: ¡Otro avión, y otro y otro!; y entonces uno ve las imágenes en
foxnews.com y todavía no lo puede creer. ¡Hay miles de gentes ahí! Y además las torres del World Trade Center son (o eran) magníficos ejemplos de arquitectura y del ingenio humano.

¿Hay algo demasiado malo, como para ser cierto?

La incredulidad, entonces, dio paso a la aceleración del pulso y a la indignación.  ¿Qué clase de gente puede tener tan absoluto desprecio contra la vida humana?

Mi amigo Bill Eaton, ganador de un premio Pulitzer cuando escribía para el
Los Angeles Times, me comentó por correo electrónico: “El shock en mi sistema es enorme. Me recuerda el ataque traicionero a Pearl Harbor y hace que mi sangre hierva igual que en aquella ocasión”.  Y pensé: ¿si yo estoy perplejo aquí, cómo estarán los norteamericanos?  Definitivamente les ha de hervir la sangre.

Durante el curso del día no tuve acceso a la televisión; pero pude llegar a mi casa en la noche y ver una grabación de los sucesos en Nueva York y en Washington en su primera versión.  Es perturbador ver la secuencia de los hechos.  Los aviones se acercan y penetran en las estructuras.  El fuego y el humo.  La gente que salta de las ventanas.  ¡El colapso de los edificios!  Todo parece de película, pero es horriblemente real...hay gente muriéndose ahí; y los instrumentos de la muerte no fueron misiles de alta tecnología, ni rayos láser, ni bacterias modificadas genéticamente.  Los instrumentos fueron un puñado de fanáticos suicidas.

¿Y los autores intelectuales? Sujetos que actúan en absoluto desprecio por la vida humana,  en aras de su religión y de su patria, del mismo modo que otros asesinos de igual calaña han actuado por su raza, o por su clase. ¡Colectivismo, cuantos crímenes se cometen en tu nombre!

En este espacio, en el que debería estar celebrando mi cumpleaños, aprovecho la oportunidad para presentarle mis condolencias a mi familia y amigos en los Estados Unidos.  Y simbólicamente, a aquellos que perdieron seres queridos en los cobardes y despreciables actos de terrorismo cometidos el 11 de septiembre.

En su libro
Philosophy: Who Needs It, la filósofa Ayn Rand escribió: “Puedo decir –no como un eslogan patriótico, sino con pleno conocimiento de las raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas necesarias, que los Estados Unidos es el más grande, el más noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo”.

El énfasis es mío porque humildemente comparto esa opinión.  Y le deseo al pueblo de los Estados Unidos la paz; porque como escribió James Madison “De todos los enemigos de la libertad, la guerra es el más temible; porque trae consigo y desarrolla el germen de todos los demás”.



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