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010910

Carpe Diem

1774
Luis Figueroa
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Varios grupos de hombres armados se reunieron en algunas tabernas de Portsmouth y se dirigieron al fuerte de William & Mary en New Castle, donde le exigieron al pequeño contingente británico que entregara sus armas. Después de una resistencia simbólica, los soldados de Su Majestad se rindieron.
¿Cuál fue el motivo de este acto que ocurrió en diciembre de 1774? Lo que los habitantes de Portsmouth (en lo que hoy es los Estados Unidos) percibían como un sistema impositivo injusto.

Aquella incursión fue inmortalizada como “el primer acto de la guerra de independencia” de aquél país, según John Frink Rowe, en su libro
Newington, New Hampshire-A Heritage of Independence Since 1630.

Esto lo leí en un reportaje de Shawne K. Wickham, de MSNBC, denominado “Está creciendo la pasión por una revuelta impositiva”, que cuenta que en agosto pasado 52 residentes de Newington (un pueblo que hoy  tiene 900 habitantes) firmaron un llamado a una revuelta contra el gobierno del Estado, para protestar contra cierto impuesto a la propiedad.
Bien interesante es que el artículo 10 de la Constitución de New Hampshire dice, en una parte, que  “cuando los fines del gobierno sean perversos, y la libertad pública esté manifiestamente en peligro, y todos los otros medios de rectificación sean inútiles, el pueblo puede, y en derecho debe, reformar el viejo, o establecer un nuevo gobierno.”

Aquí en Guatemala, ahora, vivimos un ambiente similar en el que la indignación ciudadana está alcanzando niveles pasionales.
Los hechos de Jocotán, Camotán y Olopa confirman que mientras que el gobierno tiene tiempo y dinero para pagar el doble por las placas para los automóviles, para rescatar los bancos del mecenas presidencial,  para absorber el Banco del Ejército, para que el presidente se vaya a descansar a Cancún, y encima pedirle más plata a los contribuyentes; no hay tiempo, voluntad, ni recursos para establecer un estado de derecho y consolidar una economía de mercado, que permita combatir efectivamente la miseria.
Ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad de los guatemaltecos están mínimamente protegidas.  Ya no digamos el cumplimiento de los contratos.

Los fines del gobierno parecen perversos y la libertad pública hace ratos que está en manos de decisiones arbitrarias e incluso de bandidos.
¿Se han agotado los medios de rectificación?
Creo que no.  Pero la respuesta no puede ser encontrada en negociaciones superficiales, ni en cuotas, ni porcentajes.  La respuesta está en los principios.
Mi experiencia con el diálogo es que es relativamente fácil alcanzar acuerdos vacíos.  Por ejemplo, ¿quién va a estar en desacuerdo con que hay que dotar de servicios de salud a los pobres?  Ahí no hay discusión. 
El verdadero diálogo surge cuando lo que se discuten los principios que guiarán las políticas de salud, o de educación, o de vivienda, o de riego, o monetaria o de lo que sea.  ¿Quién se va a oponer a que las personas tengan acceso a medicinas, libros, casas, agua, y una moneda sana?  Pero hay que definir si para ello vamos a violar la vida, la libertad y la propiedad ajenas, o si vamos a fundar una sociedad (y a apoyar un gobierno) que mediante la protección de aquellos derechos individuales, favorezca la creación de riqueza, de modo que sólo los verdaderamente incapaces (en el buen sentido de la palabra), no puedan proveerse de infraestructura mínima para su desarrollo y bienestar, sin auxilio de los demás.

Ahora hay mucha gente involucrada en la búsqueda de una visión de nación y de consensos.  Pero si no se resuelve la cuestión de principios, ¡y si no se resuelve bien!, entonces no es más que una pérdida de tiempo; y
todos los medios de rectificación pueden tornarse inútiles.


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