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Carpe Diem

La Mir y los Talibanes
Luis Figueroa
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Una larga estela blanca, con el cielo azul del océano Pacífico y unas palmeras de las islas Fiji de escenario, fue la última vista que tuvimos de la estación espacial rusa Mir.  Yo andaba buscando Headline News, en la televisión, para ver los instantes finales de la estación, cuando pude observar, también, la destrucción de una antigua estatua del Buda, en Afganistán.
¿Qué tienen en común estos dos hechos?

La Mir fue uno de las creaciones humanas más extraordinarias, y fue la joya de la corona en el programa espacial soviético.  Con 15 años de servicio, fue el invento que más ha tardado en órbita.  En él habitó, durante 438 días, la persona que más tiempo ha estado en el espacio.  Además, con 135 toneladas de peso, fue el  objeto más pesado que haya orbitado el planeta tierra, con excepción de la Luna.
La estación puede ser un símbolo de  la magnífica creatividad e ingenio de los humanos. 

Cuando yo tenía unos 7 años, tenía una pequeña enciclopedia que se llamaba Mis Primeros Conocimientos, y en ella había un capítulo dedicado a la exploración del espacio.  Aquellos eran los días en que Neil Armstrong todavía no había pisado el suelo lunar, de modo que las ilustraciones de mi enciclopedia, que mostraba naves espaciales, astronautas y una estación espacial, eran casi cercanas a la ciencia- ficción.
A mis compañeros de colegio y a mí, que queríamos ser astronautas, ¿quién nos iba a decir que años después atestiguaríamos la muerte de la Mir y el nacimiento de la Estación Espacial Internacional?

Algo así pasó con el hecho de que ahora es posible que una computadora reconozca la voz humana y la convierta en texto.  Aquel era mi sueño de opio en las clases de Spelling; cuando la maestra nos dejaba un deber denominado Dictionary Work, que consistía en copiar del diccionario las definiciones de unas 25 palabras. Como el asunto era tedioso, mis amigos y yo soñábamos con una maquina a la que se le pudiera dictar la infame tarea.
Ahora eso es posible, y la semana pasada leí en el Wall Street Journal Americas, que alguien está trabajando en la posibilidad que la computadora lea la mente para ya no tener que dictarle.
¿No ama usted, nuestros tiempos?

Claro que todas estas maravillas, como la Internet, traen cambios que no todos podemos entender, ya sea porque son muy profundos, o porque ocurren muy rápido.  Pero si le tememos a los cambios, ¿deberíamos detenerlos, o deberíamos esforzarnos por entenderlos, aprovecharlos y disfrutar de ellos?
Yo me imagino que cuando se inventaron la imprenta y la televisión, más de uno debe haber pensado que esas eran cosas del diablo; y aquí es donde entran los talibanes.

Andaba yo en CNN, buscando lo de la Mir, cuando vi las imágenes de la explosión que acabó con una de las célebres estatuas del Buda, que los talibanes mandaron a destruir en Afganistán. La de la pantalla era una de las dos colosales esculturas de piedra, con poco más o menos 1500 años de antigüedad, que aquellos fanáticos mandaron a echar por tierra. Y ahora, como de la Mir, solo quedan sus recuerdos.

Ambos símbolos, salvando las diferencias cronológicas que los separan, representan la extraordinaria capacidad de la creatividad y la tecnología humanas; pero en tanto que la primera terminó su vida útil bajo control científico y racional (a pesar del riesgo que implicaba su desplome), la segunda cayó víctima del oscuro fanatismo y de la irracionalidad de un grupo político-religioso.
Claro que no podemos escapar al hecho de que las nuevas y las viejas formas de pensar conviven con nosotros.  Por eso estamos obligados a revisarlas y a repensarlas.  No vaya a ser que un día, sin darnos cuenta, despertemos como la raza que detona siglos de cultura, y no como la raza que construye estaciones espaciales.
Como seres humanos, pero sobre todo como individuos, tenemos la opción de unirnos a los que crean y construyen, o a los que destruyen.  Podemos ser Bill Gates, o podemos ser talibanes.


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