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Carpe Diem

El costo
lo pagamos todos


Luis Figueroa
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Veamos: si utilizo mi tarjeta de crédito para pagar ropa, discos, libros y cenas afuera, ¿tengo derecho a disfrutar lo que he comprado?

Veamos, otra vez: Si a pesar de que estoy apretado, sigo utilizando la tarjeta e incluso me sobregiro, ¿quién debe pagar mis cuentas?

Síganme, por favor.  Si llega el momento en que no puedo pagar mis cuentas, ¿tengo derecho a exigirle a usted que las pague por mi?; o mejor aún, si habemos más un insolvente, ¿tenemos facultad alguna para imponerle a usted que pague nuestras cuentas?

En esta semana, el presidente de la Junta Monetaria nos sorprendió con el hecho de que usted y yo vamos a tener que pagarle las cuentas a otros.  Ni usted, ni yo disfrutamos de la ropa, los discos, los libros y las cenas afuera; pero, para que el sistema sobreviva, los vamos a tener que pagar.
Al anunciar que hay cuatro bancos que están en riego de no poder seguir operando bajo la dirección de sus accionistas; el funcionario advirtió que el costo de garantizar los recursos de los depositantes recae en toda la población.
Y en buen castellano, eso significa que si un grupo de empresarios toma malas decisiones y hace inversiones que fracasan, usted y yo ¡no ellos! tenemos que garantizarle los depósitos a las personas que les tuvieron confianza.
Sosa no lo dijo, pero los cuatro bancos que según un informe de la Junta están en problemas son el del Ejercito, el Metropolitano, el Promotor y el Nororiente.

En términos prácticos, los Q500 millones que la Junta puso a disposición del banco Empresarial, recientemente, constituyen emisión monetaria, lo que significa que se traducirá en inflación.  ¿Qué quiere decir esto? pues que la próxima vez que usted pague más en el supermercado, puede hacerlo con la conciencia tranquila, sabiendo que su billetera garantiza los recursos de otras personas.

En el sistema bancario ocurre lo siguiente: Si una institución tiene éxito en el negocio, y en consecuencia tiene utilidades, esas las reciben los accionistas, lo cual no es extraño, ni está mal. Lo perverso tiene lugar cuando la empresa fracasa, porque entonces le puede pasar a usted sus deudas y sus compromisos; ya lo dijo Sosa, "todos pagamos el costo por la vía de la inflación e impuestos, pero lo más importante es sanear el sistema".
O sea que, para que no colapse el sistema en el cual unos viven a costa de otros, los contribuyentes y los trabajadores nos ponemos con nuestro salario y nuestros impuestos. Ese es, pues, el sistema de banca central; en el que, como dijo un mi cuate, "las ganancias se privatizan, y las pérdidas se socializan".

La cosa se pone mejor; porque según el presidente de la autoridad monetaria, "en caso extremo existen ofrecimientos millonarios del Banco Interamericano de Desarrollo y del Fondo Monetario Internacional para evitar cualquier crisis bancaria".  Y en buen español lo que esto significa es que si suficientes aventuras bancarias fracasan (por malas decisiones de sus propietarios, o por una mala política económica y monetaria) la banca central siempre puede acudir a endeudarnos a usted y a mi, y a endeudar a nuestros hijos, y a los hijos de sus hijos.
Todo está en no permitir que los empresarios que toman las malas decisiones, los burócratas que imponen políticas absurdas, y los depositantes desinformados, asuman la responsabilidad de sus actos; y todo está en impedir que sucumba el sistema.

Ahora bien, ¿por qué es que yo no lo puedo obligar a usted a pagar el saldo de mi tarjeta de crédito, y en cambio un puñado de accionistas y una gruesa de depositantes desinformados, sí?

Pues porque yo no puedo usar la ley para mi servicio; y porque el sistema está diseñado para que unos vivan a costillas de otros, no para que todos asumamos la responsabilidad moral de nuestros actos.


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