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010108


Carpe Diem

Ese derecho, llamado
libertad de expresión

Luis Figueroa
[email protected]

La libertad de expresión es un derecho, pero la libertad de fastidiar, no. Mi cuate, Tino.

Si uno tiene dificultades para diferenciar entre lo que es un derecho, y lo que no, aquí va un método.  Uno puede preguntarse: El ejercicio de tal, o cual facultad, ¿viola, o no un derecho ajeno?  Por ejemplo, si ejerzo mi derecho a la vida, ¿violo el derecho de alguien más?
Es que la característica distintiva de los derechos, para diferenciarlos de otras cosas que se les parecen, es que su ejercicio pacífico no fastidia a nadie.  No hay que dejarse engañar por aquellos que dicen que el ejercicio de los derechos conlleva más obligación que la de respetar los derechos de terceros.

Otro ejemplo nos lleva al grano: si expreso mi opinión, en el sentido de que la igualdad de todos ante la ley, es un pilar fundamental de la democracia, estoy en completa libertad de hacerlo, y el ejercicio de dicha facultad no afecta los derechos de otras personas, ni siquiera de aquellas que piensan que no es así.  Porque de que las hay, las hay.
En fin. Lo que no puedo hacer es obligar a otros ni a estar de acuerdo con aquella mi opinión, ni a colaborar para difundirla, ni a pagarme por expresarla.
Si así lo hiciere, entonces sí que estaría violando derechos de terceros; tales como el derecho a disentir, o el derecho a la libre contratación. 

Yo opino, y esta es una opinión impopular, que el consumo de drogas debería ser legalizado; y que, eso sí, a aquel que cometiere un delito bajo influencia de estupefacientes, deberían aplicársele penas especialmente severas. 
Pero, ¿qué tal si alguien se propusiera que todos los medios de comunicación del país deberían promover la legalización de las drogas?; o, peor aún, qué tal si alguien introdujera la moción de que una asociación pro legalización de los narcóticos recibiera una asignación presupuestaria del gobierno.  Con el pretexto de que hay que apoyar aquella idea.
¡Ahí mismo, me opondría!

Nadie puede exigir, legítimamente, que sus ideas sean apoyadas, difundidas, compartidas, financiadas, o entendidas por alguien más, sin incurrir en violación de derechos.
No está de más recordar que un derecho es una facultad del hombre, que se ejerce sin necesidad de pedir permiso, ni a expensas de nadie.
Puedo ejercer mi libertad de leer los libros que quiera; pero ni tengo que pedirle permiso a alguien, ni tengo derecho a exigir que alguien más me compre los que me gustan.  ¿Se entiende?
La única obligación aparejada con el ejercicio de los derechos, es, pues, la de no fastidiar a nadie con ellos. 

El hecho de que el ejercicio de los derechos no deba dañar a nadie, conlleva una característica que a veces queda en el olvido; y esta es la de la responsabilidad.  Si ejerzo mis derechos a la libertad y a la propiedad, debo ser responsable de las consecuencias.
Creo que fue Victor Frankl quien escribió que así como hay una estatua de la Libertad en Nueva York, debería haber una de la Responsabilidad, en San Francisco.  Excelente imagen, que ilustra la relación que hay entre ambos conceptos.
De ahí que la libertad de expresión esté razonablemente limitada por delitos como la injuria, la calumnia y la difamación; que castigan el abuso de aquella facultad.

Se olvida, por último, que la libertad de expresión implica la de abogar por las propias ideas y puntos de vista, así como la de aceptar las consecuencias, incluyendo el desacuerdo de otros, la oposición, la impopularidad y la falta de apoyo.


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