"TEQUENDAMA"
Cada trimestre
en Bacatá, noble ciudad de los chibchas que descansa mansamente
sobre las fértiles y extensas llanuras de la majestuosa
sabana, durante tres días con sus noches se organizaban
fiestas en honor de Bochica; eran días enteros de celebración
bailando y bebiendo hasta el paroxismo en honor de su Dios protector.
Las festividades se repetían también cuando se
prolongaba la temporada de lluvias que amenazaba con anegar los
labrantíos destruyendo las cosechas. Porque por estas
fechas las lluvias se volvieron tempestades y las tempestades
diluvios. Estos fenómenos ocurrieron porque Chibchacún
se enfureció al ver que la gente de la comarca no adoraba
como debieran a los dioses en manantiales y lagunas, y abandonando
sus cultivos, se dedicaron al escarnio peleándose constantemente.
En una ocasión memorable los espesos nubarrones comenzaron
a cubrir de gris los azules cielos de la sabana, convirtiendo
el día en una capa espesa de noche obscura. Entre incontables
rayos caían pesadas las gotas de la lluvia como esferas
de plomo. Las nubes gigantes que se revolvían sin cesar
se tornaron en monumentales cataratas que anegaban las quebradas,
los ríos y todas las fuentes de agua de la tierra exterminando
sin piedad la vegetación, los animales, plantíos
y poblados dejando a la población inerme y despavorida.
La población
corrió entonces a refugiarse en los pináculos más
altos de las montañas, con el hambre y el frío
de muchas jornadas de terror, mientras la lluvia pertinaz se
hacia eterna. Los sacerdotes, mensajeros del pueblo ante las
puertas del cielo, imploraban perdón a las divinidades
pero las aguas continuaban aumentando día por día
rebasando las cumbres más altas de la cordillera central
del altiplano.
Hasta que un día Bochica sintió piedad por su pueblo;
pensaba que esa no era la forma mejor de castigarlo, que el diluvio
era demasiado severo y que su pueblo moría.
Se paseaba
el buen Bochica caminando majestuoso por sobre el arco iris y
los chibchas lo saludaban pesarosos con cánticos de alabanza.
Allá en lo más alto de la cordillera donde se amontonaban
las aguas con las nubes, casi en el limite del propio cielo, Bochica
con un golpe certero de su vara de oro abrió las peñas
y entonces el agua se lanzó precipitadamente desde las
alturas. Así se formó el mayestático Salto
del Tequendama.
Una vez que
las aguas abandonaron la sabana y volvieron a sus cauces los
arroyos y los ríos. Bochica condenó a Chibchacún
a cargar eternamente la tierra sobre los hombros, que antes descansaba
serena sobre vigorosos guayacanes.
Cuando Chibchacún
siente cansancio y cambia de hombro su pesada carga y es cuando
ocurren los terremotos. |