Larrañaga

Con el apellido que le tocó vivir Carlos no podia ser otra cosa que ese rebelde sin causa que siempre demostró. Cuando tuve la suerte o desdicha de conocerlo ya era casi una leyenda.

Siempre lo avistaba cada mañana con su eterno descolorido traje azul celeste, camisa de cuello almidonado y corbata de nudo con que se daba aires de ejecutivo y de las que posteriormente llegaría a ser su proveedor; Caminaba a paso lento, dando tumbos solitario por entre las calles desiertas del sosiego, con la melena despeinada, buscando a tientas llegar a su casa a dormitar sus repetidas noches de interminables libaciones.

Larrañaga era un hombre solo a pesar de sus muchos amigos, de su grande familia, de los cuidados que le prodigaba su amantisima madre y las acaloradas discuciones con sus hermanos, en especial con su hermana con quien rivalizaba por el dominio del territorio hogareño.

Su anciano padre, un caballero a carta cabal, padre ejemplar y mejor esposo, jubilado de dactiloscopista de la policia secreta, aparentaba todo menos haber pertenecido alguna vez en la vida a este cuerpo de hombres toscos y endurecidos por naturaleza, el viejito era un alma de Dios, menudo y caballeroso que ya apuntaba casi a los ochenta años.

La madre de nuestro personaje era una dama sin tacha, hacendosa de su casa y fiel amante y compañera de su marido a quien prodigaba todas sus atenciones, lo amaba intensamente, lo mimaba y cuidaba como a la niña de sus ojos, conformaban los esposos una pareja de las que no se encuentran con facilidad por estos tiempos, en cambio los hijos eran todo un cuadro de honor.

Fercho el iniciador de todos los proyectos, amante del teatro, simpático conversador y de quien pienso llegará lejos. Judith a quien sus padres se esmeraron por darle una carrera de abogado pero que nunca ejerció y que con toda su prole continuaba al lado de los viejos.

El hermano mayor de quien nunca supe su nombre y solo conocí por los osados comentarios de Carlota (como rebautizaran a nuestro personaje por el acendrado interés casi femenino que ponia en su persona) fue el único que siguió los pasos de su padre en el cuerpo de detectives, llegando a ser escolta del cuerpo consular americano y de quien se jactaba nuestro amigo haciendo de él tema central de sus parrandas, su hermano era poco menos que un superhéroe, tal vez el que siempre quiso ser y tal vez por eso mismo lo despreciaba a pesar de ensalzarlo en sus fantásticas elucubraciones.

Cuenta Carlos que un dia asistió su hermano a una reunión de negocios en un lujoso apartamento de la zona internacional del centro capitalino, como guardaespaldas de un reconocido mafioso (porque los policias trabajan horas extras y realizan también trabajos independientes en sus horas libres), la reunión se inició bien entrada la noche y consistia en una transacción de compra de varios kiletes de nacarado narcótico, el negocio se realizaba en santa paz y con un feliz y mutuo acuerdo decidieron cerrarlo con un brindis, designaron a nuestro héroe para que sirviera los tragos del fino licor; audaz el James Bond dispuso en cada copa de todos los presentes una pizca de borrachero o escopolamina como la llaman técnicamente, decidiendo poner a dormir a los peligrosos concurrentes y hacerse al cuantioso botin de armas, dólares, y droga; cuando el narcótico surtió efecto, salió velozmente a ocultar el botín en lugar seguro y regresó orondo a consumir su respectiva dosis; al otro dia despertaron todos sin saber los truhanes que diablos había acontecido y vomitando amenazas salieron furibundos los desarmados matasietes. Cuanta Carlos que con ese dinero su hermano se hizo a la lujosa mansión que decia poseer en un adinerado suburbio capitalino del norte de la ciudad.

Deciamos que Carlota ponia desmedido interés al cuidado de su figura, matenía siempre su mota, (daban este nombre al cabello engominado y protuberante que se puso tan de moda en la década de los sesenta por la influencia de Elvis Presley), acicalada y aceitosa, mantenia las uñas largas en especial la del meñique derecho que utilizaba diestramente para las labores de sacar la cera de sus oidos y tambien a modo de cucharilla para meter sus consuetudinarios pases de cristalina coca.

Podria aseverar que Carlota era un galán venido a menos, su imitacion en el comportamiento y la perfecta vocalización de las canciones de Daniel Santos y Carlos Gardel le daban el mérito suficiente para sentirse estrella; esa imagen de dandy engolado, asi como esas interminables noches de farra le permitian sentirse el tumbalocas perfecto, con la unica salvedad que el desmedido amor con sigo mismo y la mal disimulada timidez hacia las mujeres lo volvieron misógino. Claro está que las damiselas le encantaban, el cortejo vampirezco de las noches de arrabal eran su elemento, pero al igual que el conde drácula, la luz del sol lo volvia impotente, ese superhombre, mujeriego, petimetre y malandrin que oteábamos en los bares de malamuerte del centro de la ciudad, las cruces y sus alrededores, erea una mansa paloma al despuntar el alba.

En su mocedad desafiaba la muerte cara a cara, era el jefe supremo de la pandilla de su barrio y se enfrentaba a cuchillo con quien se le pusiera por delante; vivia del recuerdo... y en esas largas noches de bohemia intentaba revivir las viejas andanzas, pero el larrañaga de ayer era solo un espejismo, intentaba mostrarse como el osado y repetable villano de hacía treinta años pero la gente se lo gozaba y reia a sus espaldas, siempre habia uno que otro incauto que alimentaba su espiritu de soñador ayudándole a revivir aunque fuera verbalmente sus viejas hazañas.

Pero el presente era otro, ahora nuestro héroe estaba casado y separado, aunque por sus grandes dosis de licor y transnoche creo que nunca hubiera podido llevar la vida normal de un padre de familia y menos viviendo con su mujer arrimado en el cuarto de servicio de la casa paterna.

Empero, amor nunca le faltó y tuvo también para dar aunque la vida que llevó lo condujo a solidificarlo en su corazón.

Se de su amor que era inmenso, cuando lo veia salir de la mano de Jorgito, su amado heredero, con el pretexto de comprarle caramelos en las tiendas del vecindario dando inicio así a una nueva y diaria borrachera, el trago le hacia olvidarse de todo, el Licor era su verdadero amor.

Entrada la mañana, con la excatitus de un reloj, se le veia pasar almidonado, aparentemente repuesto, temblando de la resaca anterior y rogando por un revitalizante cuartico de aguardiente para mitigar sus espantos.

Tan pronto tenia la botella frente a sus ojos, su semblante cambiaba apareciendo de nuevo la sonrisa perdida, servía la primera copa convulsionadamente y como un ritual hermético procedia a sacar del bolsico del chaleco una gragea de diazepan, abria su inseparable navaja de carnicero y procedía a partirla en trocitos diminutos hasta hacerlos impalpables, mientras reia nerviosamente, la colocaba minuciosamente dentro de la copa de licor que apuraba con denodado placer dando inicio a su nuevo viaje por los oscuros mundos de la ebriedad amenizada con su cháchara de pendenciero, mientras por la mesa discurria la inagotable cola de admiradores y detractores de los que siempre conseguia: otro cuartico de aguardiente.

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