"La Loca de las Palomas."

Conocí una tarde de lluvia a Valentina a quien todo el pueblo conocía como "la loca de las palomas", la abuela fue quien me contó su historia que me embargó de tristeza. Y conocí lo suficiente como para narrarles esta historia agridulce de su existencia y su extraño final.

Era sabido por toda la comunidad que valentina vivía en una vieja casona a las afueras de Roncesvalles, completamente sola. Era la única posesión que había recibido de la cuantiosa herencia que había dejado su padre, quien fue uno, si no el mas importante de los hacendados de la región, su importancia en el desarrollo de la población era innegable, sus antepasados llegaron a estas tierras con el adelantado Andrés López de Galarza por los tiempos de la conquista hacia mas de cuatrocientos años y su familia fue prácticamente quien fundó a Roncesvalles sobre esa meseta feraz del valle de Cocora. A la muerte de su querido padre y por esos azares inesperados del destino, fue nombrado como albacea de los bienes de valentina el viejo Mardoqueo Albarracin, un agiotista registrado con honores en el libro de los avaros, que ganándose con artilugios indebidos la amistad del juez de Bienes y Raíces, que llegó a la población expresamente para finiquitar esta acción. El avezado cicatero logró hacerse ganarse la simpatía del honorable jurista hasta lograr la designación como en único custodio de la inmensa fortuna de la bella joven que por aquel entonces no tenia más de quinces primaveras.

Solitarios y desagradables comenzaron a ser los días de la hermosa impúber desde entonces, primero por la repentina perdida de su padre a quien tanto amaba y segundo por el inesperado secuestro de su madre una semana después, de quien nunca se volvió a saber absolutamente nada. Como hija única de la pareja, sin ningún pariente cercano ni lejano con quien pudiera compartir su fortuna, pues los mas cercanos familiares, para ella desconocidos, radicaban allende del océano, en las placidas orillas de la costa blanca del mediterráneo de donde era oriundo su linaje. Valentina oprimida en el corazón, se encerró a llorar su abandono por más de un año entre las paredes de su inmenso caserón, rodeada solamente de sus collarejas y de su jauría de perros de presa, quienes fueron por siempre su familia más querida.

Valentina pasaba largas jornadas llorando silenciosa mientras dedicaba su amor en el cuidado de sus amigos animales. Todas las mañanas se le veía atender su huerto sembrando con esmero frutas y legumbres, las mismas que utilizaba para su alimentación y la de sus amigos compañeros. Su inmensa propiedad le proporcionaba todo lo necesario para la subsistencia, al anciano Albacea nunca se le vio acercarse por la estancia aunque fuera por la consideración para dedicarle su apoyo, labor ésta que era de su entera obligación. Después de la muerte del prestigioso hacendado y mientras la niña solitaria se debatía entre la soledad y el abandono, el anciano usurero dedicó sus esfuerzos a llevar una vida de príncipesca en aquella población de campesinos. Vestía de chaqué confeccionado en la capital con los mejores paños importados de Londres, tenia en su haber varios reloj de oro "Ferrocarril de Antioquia", con incrustaciones de diamantes y rubíes fabricados expresamente para él por reconocidos orfebres de la relojería suiza. Casi nunca se le volvió a ver por el pueblo debido a los frecuentes viajes que realizaba, en compañía de bellas jóvenes de dudosa reputación a los más exóticos lugares del mundo. Las pocas veces que regresó al pueblo, lo hizo en un lujoso carruaje Rolls Royce negro de azabache, nunca antes visto en aquella región y fabricado exclusivamente para su medida y servicio.

Cuentan que la joven con el paso del tiempo solía salir a recorrer todas las tardes al anochecer las calles del pueblo solitario, rodeada de sus canes y envuelta en una nube de palomas, en busca de su madre y gritando a vez en cuello "¡quien la ha visto, quien la ha visto! ¡Devuélvanmela por favor!

Supuestamente eran las palomas las que servían de expreso correo a su niña. Ellas iban a las casas de la buenas familias de la población cuando su ama no podía valerse por si misma debido a las fiebres ecuatoriales, que llegaban siempre acompañando las crudas épocas del invierno, ni siquiera se posaban en ese lugar, sobrevolaban exactamente en círculos concéntricos sobre la casa de quien querían advertir. Al principio la gente no sabia la razón de su sobrevuelo, pero con el tiempo fueron haciéndose a la idea de la solicitud de auxilio de las aladas compañeras de valentina, que nunca la dejaron a la deriva ni siquiera en los días de las mas crudas tormentas en que les era difícil remontar el vuelo. Y las gentes acudían en su ayuda, la encontraban delirante en medio de las charcas sudorosas de la fiebre palúdica prodigándole todos sus cuidados. En sus convulsos delirios por momentos se le oía decir: - "Mamá te amo" "Por favor Regrésenmela, la necesito " "Ya voy papá" -. El amor inmenso por sus padres permanecía intacto en su débil corazón de niña. Los vecinos atribuían todo a su mente enfermiza por la soledad, suponiendo que ella los veía desde el porche de la casona, observándola limpiar el inmenso patio solariego.

Realmente era una mujer extraña, hasta parecía tener doble personalidad; cuando estaba en casa, vestía correctamente sus mejores galas, hablaba sola, saludaba con amabilidad sus fantasmas y siempre tenía una sonrisa en los labios, cuando salía al pueblo en los cálidos atardeceres de verano usaba el mismo batón viejo y raídos gustaba coronarse con un turbante a la manera de oriente la cabeza.
Su hogar de niña había sido lo que puede señalarse como muy feliz; una madre educada y dedicada por completo a su esposo y a su única hija y un padre espléndido que cumplía como un fiel esposo y padre todos los mandamientos de Dios, y que de cuando en cuando las llevaba de viaje a la capital o al extranjero para llenarlas de las mejores dadivas, que provocaban siempre el feliz encantamiento de sus amadas mujeres.

Mardoqueo, el avaro albacea, llevaba ya veintiséis años que casi nunca aparecía por el pueblo, y cuando lo hacia llevado por otros menesteres, llegaba muy temprano, se imbuía en sus asuntos y salía como un disparo para no regresar por varios meses, o lo hacía a hurtadillas cuando todos dormían.

Cuentan los que conocieron a valentina de cerca, que muy jovencita, casi niña, tuvo un gran amor, que cuando la embarazó huyó para siempre; su madre se ocupó de todos sus cuidados llevándola a los mejores médicos de la capital, pero el amor no floreció y la jovencita perdió su fruto llenando de desolación el alma de todos que anhelaban con amor la descendencia de su único retoño.
A pesar del rechazo que a primera impresión sintió la gente recelosa de la provincia donde era por todos conocida, la joven terminó por ganarse con su delicadeza y consideración el corazón de sus coterráneos, que aprendieron a sopesar que el acto de amor sublime y la clara ingenuidad de la niña no debia ser causa de su rechazo, mas bien el abandono del infame que la ultrajó termino por levantar a los vecinos que lo apalearon sin compasión sacándolo para siempre del pueblo.
Fue en aquella ocasión la primera vez que Valentía sintió que no sabía vivir sin esos dos grandiosos seres que la procrearon y la llenaron de cuidados ante su pecado de amor, y que con la más intensa dedicación y sin atenuaciones se hicieron participes de su propio dolor. A partir de entonces fue siempre una niña-mujer muy valiente y segura de si misma, con decisiones propias y llena de misericordia con la humanidad.

Mientras sus padres vivieron parecía vivir para servir a la gente, todo el mundo la amaba y hasta le brindaba reverencia como a su virgen protectora. Ahora solo emitía monosílabos y jamás se dio la oportunidad de pensar más allá de sus inocuos y amargos pensamientos que la condujeron a la insania de una vida insociable y solitaria. Treinta años atrás había fallecido su padre y su madre seguía sin aparecer. Nunca se pudo saber del todo cual era en realidad la enfermedad que la agobiaba, su mirada era ida como la de los orates y los iluminados, pero tenía un brillo enigmático y profundo que magnetizaba de amor a quien por la simple contingencia de la casualidad lograba verla a los ojos de frente.

Cierto día, el pueblo estaba intranquilo y preocupado por la postración del cura parroco que se moria de una enfermedad incurable, los medicos no le daban muchas horas de vida y el después de muchos años de entrega de su vida pastoral a la comunidad de aquel hermoso pueblo del valle de cocora, decidio que le llevaran en andas al atrio de iglesia para despedirse de su pueblo. De pronto una nube de palomas hizo su aparicion y comenzo a sobrevalar alrededor de la unica torre de la iglesia, su volar era tan energico que se formó una especie de siroco levantando una inmensa polvareda, se sintio el ladrido de los canes y en medio de ellos venia la loca de las palomas con su batola raida y sus pies descalzos, vino a postrarse a los pies del anciano sacerdote que un dia habia casado a sus padres y le habia ungido en la pila bautismal, su aparición duró poco y cuando una de las mujeres del pueblo llamó a la urgencia para auxiliar al moribundo que se habia perdido a los ojos del pueblo en medio del vendaval de polvo levantado por las palomas, la gente presumía que ya solo le quedaban horas de vida; el certificado de defunción diría " Muerte natural" y nadie se ocuparía de estudiar el mal que lo había llevado a la muerte, como nadie tampoco puedo nunca determinar porque el desvalido padre, cuando valentina se fue llevando atrás a sus perros y sus palomas, y cuando la nube de polvo de disipó, el cura apareció en medio del atrio, hierático y vigoroso, como levitando y mirando al cielo en actitud contemplativa como si estuviera conversando con Dios.
Los médicos que le habían declarado al anciano sacerdote una especie de leucemia cerebral y una amnesia galopante, lo declararon sano y revitalizado y todo el mundo quedó perplejo ante los designios de Dios, atribuyéndole el milagro a la loca de las palomas que con su mirada esquiva y vivificadora lo redimió de la muerte.

El padre Francisco, como se llamaba el canónigo, trabajo por la comunidad hasta la muerte de Valentina cuando se retiro hacia los Estados Unidos de donde había llegado después de la muerte de su madre, para recluirse en un monasterio trapense en los montañas rocallosas hasta el fin de sus días.

Valentina cambió bastante luego de la recuperación inesperada del clérigo, salía con mas frecuencia de la vieja casona que conservaba siempre como una tacita de plata, su huerto fructífero se mantenía cada vez mas espléndido, las frutas grandes y jugosas nunca faltaron prendidas en las ramas de sus árboles. Su palomar se permanecía cada vez más pleno y lleno de la actividad de sus pichonas que hasta la gente murmuraba por las esquinas del pueblo que las palomas llevaban mensajes de amor por todos los rincones del mundo.

Ahora Valentina iba al mercado con sus perrotes que llevaban sendos canastos asidos entre los dientes con los frutos del huerto, para distribuirlos entre los mas necesitados. Hasta había cambiado su raído batín por otro nuevo estampado con grandes flores amazónicas que había confeccionado ella misma. Y a veces solía conversar en silencio con algún vecino, siempre con la mirada al cielo, mientras sus impolutas palomas revoloteaban placidas sobre su cabeza.

Cuando transcurrían las festividades navideñas y la medianoche de año viejo se acercaba, salía a caminar por la población en medio de su jauría de perros y hasta las palomas hacían una excepción a su costumbre para ir a acompañar a su patrona a rendirle culto a las estrellas.

Caminaba ensimismada por la calle real cantando un villancico. Dejando tras de si un halito de jazmines que rápidamente se iba esparciendo por toda la población. En los escasos almacenes donde aún quedaba gente comprando regalos para el año nuevo, los propietarios de los negocios hicieron la costumbre de no cobrar por los artículos a las personas que estuvieran en la tienda cuando pasara la loca de las palomas; a cambio los compradores repartían el dinero de las compras entre los niños más pobres del caserío.

De pronto, una señora venerable, de apariencia humilde pero fina, con rasgos de mucho dolor reflejado en los pliegues de su rostro, que se encontraba de paso por el pueblo en busca de su destino, se detuvo frente a ella y colocó unas pocas monedas en la mano de Valentina que abrió sus ojos inmensos y por primera vez dirigió la mirada a algún mortal como sin atreverse a entender que sucedía. La loca de las palomas dio un salto de felicidad, abrazo fuertemente a la anciana y le estampó un beso en la mejilla, no por el agradecimiento de su misericordia sino porque reconoció entre las arrugas del tiempo y el destino, a su madre maltratada por la amnesia concluyente de las torturas de su secuestro.

La mujer sin entenderlo aún le preguntó ¿Te gustaría tener un año nuevo de verdad, en el calor de un hogar?
Dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de la joven y se abrazó sollozando al cuello de la buena mujer que sabía su madre.
- Junto a ti para siempre. - musitó Valentina, - porque no nos separaremos nunca más. -

La mujer recordó entonces después de tantos años la verdad de su amarga realidad. Una luz impredecible iluminó de pronto los apartados rincones de su memoria y salieron como de una caja de pandora, los despojos doloridos de su muerta existencia. Y encontró por fin su destino extraviado. Entendió claramente. Vio por primera vez en muchos años, con una lucidez incomparable, cómo fue llevada en rastras a un apartado lugar después de su secuestro. Advirtió a un señor de levita y peluquín que venia en un Rolls Royce negro de azabache dizque para negociar su libertad. Mientras tanto, cansados y sin esperanza por la larga espera de la inútil negociación, los sicarios torturaron sin compasión a la pobre victima hasta destrozarle no solo el cuerpo y la memoria sino el alma, para dejarla tirada como un guiñapo, abandonada en una zanja creyéndola muerta, ante la negativa del negociador de proporcionales cualquier suma de dinero. Nunca se supo a ciencia cierta si el supuesto negociador había sido arte y parte de aquella inicua aprehensión.

La Anciana observó con tristeza a la joven y continuó maquinalmente diciendo, como sin atreverse todavía a dar crédito al acontecimiento.
Ven conmigo, yo también estoy sola y he preparado todo lo que se necesita para una Noche de año nuevo feliz.
Valentina se abalanzó nuevamente sobre ella
Y las dos lloraron abrazadas, pero esta vez de la infinita alegría por saberse juntas de nuevo. Mientras sus amigos guardianes ululaban a su alrededor y las palomas revoloteaban alegres aquella noche de luna clara.

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