Dobla la lluvia las hojas del ciprés
Hundiendo en la tibieza del otoño
unos pocos pinceles detenidos.

El lamento piadoso de la brisa
toma de la mano a este hombre ciego,
que se sabe desnudo, y se pierde
entre el llanto rumoroso de los inocentes.

Soy un juglar sin canto definido
caido entre las voces,
que olvidó su esperanza.

El cuaderno de tapas negras está ahí
donde duerme mi númen.
Mi cofre de pasión, quién sabe dónde !

El recuerdo de ti y tu cordón de luz
son un instante...
sorprendentemente mágico en mi vida.

En la vana costumbre de amar porque sí
luces tierna y erguida
destrozando las heces del amor,
insensible con sus filamentos.

Ya no hablaré más con mi amor
en las tardes.
Ha remontado vuelo mi alegría,
ha devuelto su brújula
al viento imaginario,
a la esfera inmutable
de la ilusión sin tiempo.

Deslizándose atrás de la señora añeja
por los extensos valles
en que mi nombre nombran
mil coros ululantes
de bocas ensangradas.

Y llevo yo a mi cuello
una rama de olivo y azahares
para ornar el altar perfumado y milagroso
en el rito final de tu silencio.

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