"TISQUESUSA"
Eran tiempos funestos para nuestra estirpe, ya estaba la invasión
rondando nuestro territorio, extensas llanuras prodigas de leche
y miel, altas montañas que formaban el conjunto de empinados
nudos de esbeltas cordilleras y a sus pies vastas y fértiles
llanuras, lagos cristalinos y cálidos aires maravillosos
que hacían del clima un verdadero paraíso; la flora
y la fauna aún, a pesar de mas de medio milenio de inconmensurables
expoliaciones, se encuentra entre las más ricas del mundo.
La Cordillera Oriental estuvo habitada a la llegada de los españoles
por una gran diversidad de grupos étnicos, en su mayoría
de filiación lingüística Chibcha: chitareros,
guanes, laches, muiscas, cuyas poblaciones fueron extinguidas
ante el agrosivo e inhumano impacto colonizador europeo. Algunos
grupos periféricos han logrado sobrevivir (yukos, tunebos),
otros han desaparecido (muzos, colimas, panches, sutagaos).
El surgimiento de la sociedad Muisca en el I milenio d. C. estuvo
acompañado de cambios climáticos que favorecieron
la expansión territorial, por cuanto disminuyeron las
anteriores áreas anegadizas del altiplano cundiboyacense
ampliando la extensión de los campos aptos para la agricultura
y la ubicación de viviendas. Se tala el bosque para ensanchar
los campos de cultivo y construir viviendas, ocasionando los
primeros indicios de erosión de los suelos del altiplano,
especialmente por la región de Villa de Leyva, Sutamarchán
y Ráquira, aunque de extensiones limitadas dados los incipientes
sistemas agrícolas usados en esa época. Hacia el
siglo VIII y IX d. C. hay evidencias de ocupaciones de poblaciones
que elaboraban cerámica y tejidos que identifican sin
lugar a dudas a los grupos muiscas, subsistiendo a orillas del
río Tunjuelito gracias a una gran diversidad de flora
y fauna (peces, venados, curies entre otros) existente en los
alrededores. La combinación de estrategias de supervivencia
(agricultura, caza, pesca y recolección), la elaboración
de refinadas herramientas en hueso (agujas, punzones, cuchillos,
alfileres, ganchos para tiraderas o lanzaderas) además
del utillaje lítico (metates, manos para moler, cuchillos,
raspadores, hachas, pulidores, volantes de huso), aunada a la
presencia de adornos personales (cuentas de collares y dijes)
e instrumentos musicales (flauta y pito) demuestra que estos
grupos estaban muy bien adaptados a las condiciones de la Sabana.
Las redes de intercambio jugaron un papel importante en la consolidación
de los lazos comerciales, sociales, políticos, religiosos
y militares, tanto al interior de las confederaciones muiscas
(Bacatá, Hunza, Duitama, Sugamuxi), como con comunidades
vecinas chibchas y de otros grupos lingüísticos.
Este intercambio buscaba la ubicación de excedentes económicos,
obtener productos exóticos para resaltar la posición
social, participar en ceremonias religiosas y fortalecer los
lazos de amistad.
Dentro de los recursos extractivos más importantes sobresale
la explotación de la sal gema. La sal se utilizaba en
la preparación de alimentos, la preservación de
las carnes y en el intercambio comercial con poblaciones vecinas.
También explotaron depósitos de esmeraldas, cobre,
oro, carbón de piedra, serpentina, granito, cuarzo lidio
y areniscas. Resalta la carencia de recursos extractivos de mineral
de hierro de fácil acceso de acuerdo a las tecnologías
de la época, que hubiera posibilitado la elaboración
de herramientas más eficientes para el drenaje, canalización
y roturación de los cultivos.
Con los excedentes de los textiles que elaboraban con el algodón
procedente de tierras cálidas, y la sal de buena calidad
producida en los pueblos de Zipaquirá, Nemocón
y Tausa, comerciaban en mercados comunes a las comunidades vecinas,
en fechas también comunes. Así, en la tierra del
cacique Sorocotá en los términos de la ciudad de
Vélez, se reunían bogotaes, tunjas, sogamosos,
guanes, chipataes, agataes, saboyaes y otras muchas provincias,
a las que se les veía con gran suma de frutos de sus tierras,
y oro, en especial de los agataes y sus vecinos de las vertientes
del río Magdalena.
Hacia el occidente, los muiscas del valle de Subachoque, dada
su estratégica ubicación geográfica entre
clima cálido y templado y entre diferentes grupos étnicos,
tenían labranzas en época de cosecha de algodón,
coca y frutales,
La mayoría de comunidades indígenas, tanto de tierras
bajas como calientes no bebían agua pura, pues sentían
una gran afición por la chicha, con la que pasaban sus
comidas. Habitualmente, escogían a mujeres jóvenes
y de buena dentadura para que masticaran el maíz con el
que preparaban la chicha; la saliva aceleraba el proceso de fermentación.
La chicha superaba en sabor a la cerveza, a la sidra y al mismo
vino de Viscaya y mantenía a los indígenas gordos
y sanos pues lo bebían en grandes cantidades, especialmente,
durante las festividades cuando la cibaria adquiría unas
colosales dimensiones.
Al igual que en la cocina contemporánea, cuya tradición
persiste desde épocas inmemoriales, los alimentos se preparaban
en guisos, ajíacos, mazamorras, mutes, cuchucos, cocidos,
hervidos, sancochos y viudos. Además de carne, que en
su época era curí, venado, peces, aves y otros
mamíferos, combinaban las raíces con leguminosas,
maíz y verduras. Las arepas, los envueltos, panecillos
y tamales acompañaban la cocina nativa.
Finalmente, hay que resaltar el papel de la organización
social exogámica, la filiación matrilineal y el
matrimonio de primos cruzados con residencia avuncolocal existente
entre los muiscas y quizás en todos los chibchas y la
mayoría de sociedades prehispánicas, que permitía
la práctica de la reciprocidad y la redistribución
de los bienes producidos por todos para el bien común.
La exogamia y el intercambio económico con poblaciones
vecinas facilitaban la difusión de las innovaciones tecnológicas
y el enfrentamiento mancomunado a las calamidades y malas cosechas,
conduciendo a que el proceso de cambio cultural se convirtiese
en el pilar fundamental de los procesos adaptativos.
Al hacer un balance es pertinente subrayar que la ausencia de
herramientas metálicas y de animales de carga, impidió
un mayor desarrollo de la tecnología agrícola,
con una explotación más intensiva mediante obras
de ingeniería (acequias, canales, terrazas) y equipo agrícola
(azadones, arados rastrillos).
Con la llegada de los españoles se desataron hambrunas
y se produjo un intercambio microbiano que se reflejó
negativamente en la salud indígena, a través de
desastres epidemiológicos desatadas por la viruela, el
sarampión, la difteria, la rubéola y otras enfermedades
traidas por la degenerada civilización occidental y no
conocidas por sus organismos y a los que presentaban una gran
deficiencia inmunológica.
Eran sus habitantes hombres guerreros elementales, sabios por
instinto y por una educación basada en la tradición,
en la observación de los fenómenos naturales y
en el arduo trabajo de desnarigar breñas para extraer
el rico oro, las finas esmeraldas y demás piedras preciosas
que hicieron de su laborioso trabajo de orfebrería una
indiscutible leyenda milenaria. Tanta riqueza y apacible opulencia,
silvestres como lo eran y sin ningún otro afán
como no fuera el de la manifestación inequívoca
de la expresión de la belleza, que habla por si sola de
sus nobles sentimientos, crearon en las mentes pérfidas
y ambiciosas de los foráneos invasores una sed inaudita
de sangre. Esta fue la nefanda época que le tocó
vivir a nuestro protagonista, enfrascado como estaba en una disputa
abierta y en igualdad de condiciones por el dominio de sus territorios,
era una lucha de nobles guerreros, la contienda inmemorial que
nace de lo mas recóndito del alma humana, son los lazos
atávicos invisibles con que nace el hombre en su lucha
por la supervivencia, sin malicia, sin trampas ni artificios,
frente a frente como dos verdaderos guerreros que luchan por
su identidad. Tisquesusa el zipa de Bacatá, era sobrino
de Nemequene, a quien sucedió en el zipazgo, máxima
autoridad dentro de la jerarquía política de los
muiscas de Bogotá. Había sido cacique de Chía
y dirigió los enfrentamientos del zipa con los panches,
enemigos de los muiscas, al comienzo del gobierno de su antecesor.
Estuvo a cargo del gobierno mientras el zipa Nemequene dirigió
la guerra contra el zaque Quemuenchatocha (quien ejercía
su mando sobre los muiscas asentados en la parte norte del altiplano
cundiboyacense), en la cual murió Nemequene. Tisquesusa,
al igual que su tío, mantuvo como general de su ejército
a su hermano Sagipa, quien continuó los ataques contra
el zaque tunjano mientras se llevaban a cabo las ceremonias de
sucesión del zipazgo. Concluidas éstas, el zipa,
con acuerdo de los uzaques, decidió continuar la guerra
contra el zaque, luego de que sus guerreros al mando de Sagipa
sometieron al Ubaque, quien se había rebelado. El zipa
y su hermano se dirigieron con más de cuarenta mil hombres
contra el zaque Quemuenchatocha, quien, aunque también
contaba con un poderoso ejército, se hallaba debilitado
por las guerras pasadas. En esta oportunidad el zaque no recibió
el apoyo del iraca Sugamuxi, quien decidió mediar entre
los dirigentes para alcanzar un acuerdo pacífico, y logró
que se pactara una tregua que estaba por finalizar cuando llegaron
los españoles al altiplano. Popón, famoso mohán
del pueblo de Ubaque, el mohan era como el sabio clarividente
de los pueblos indígenas, le había pronosticado
al zipa Tisquesusa que unos extranjeros vendrían a su
territorio y le sacarían su sangre, en la cual él
moriría envuelto. Este presagio le hizo mirar con temor
la proximidad de los invasores españoles y evitar el contacto
con ellos. Cuando se enteró del avance de los invasores
por su territorio, envió espías a Suesca, hacia
donde éstos se habían dirigido, para que le informasen
sobre los extranjeros, sus armas, provisiones de guerra, el número
de soldados y poder intuir con cuántos guerreros podría
expulsarlos. Mientras los espías estaban en Suesca, tuvo
lugar la muerte de un caballo, lo que les permitió darse
cuenta que caballo y caballero no formaban una unidad, como hasta
el momento habían creído. Con base en la información
que le dieron sus espías, Tisquesusa salió de su
cercado en Bogotá, en sus andas de oro, y se asentó
en Nemocón. Esto motivó a los españoles
a salir hacia ese poblado. Durante el viaje, la retaguardia de
Gonzalo Jiménez de Quesada fue atacada por 600 guerreros
de Bogotá, que fueron repelidos. Los informes obtenidos
por Tisquesusa sobre la capacidad militar de los españoles
y, en especial, sobre los desconocidos "truenos" que
expedían los arcabuces, le indujeron a retirarse a su
casa fuerte de Cajicá, donde dijo a sus guerreros: "No
hay resistencia, ni le hallo poder contra estos hijos del sol,
porque como cosa del cielo tienen truenos y disparan rayos. Esta
mi casa fuerte, aunque llena de armas, no es suficiente defensa
para gente tan poderosa", y sin detenerse volvió
con toda prisa a su palacio de Bogotá. Una vez allí
ordenó la evacuación inmediata del poblado, de
tal suerte que cuando los españoles llegaron en su búsqueda
lo encontraron abandonado. Ante la imposibilidad de encontrar
al zipa, los españoles partieron nuevamente hacia el norte
y luego de someter al zaque retornaron a buscar a Tisquesusa.
Este se había retirado a su cercado, conocido como casa
de monte, en las cercanías de Facatativa, a las afueras
de Bogotá. Los españoles, mediante la aplicación
de infames "tormentos" y la delación del subazaque,
quien se había ofendido por los castigos a los que lo
sometió el zipa por ayudar a los invasores, lograron establecer
el sitio donde se había ocultado el zipa y lo atacaron
de noche. Para escapar de la emboscada, Tisquesusa salió
por un postigo falso, y un abucero, sin saber de quién
se trataba y al ver la manta tan rica que llevaba puesta, lo
hirió y lo dejó ir después de arrebatársela.
Herido, el zipa Tisquesusa se fue al monte, solitario y desvalido
donde murió desangrado; sólo fue descubierto tiempo
después por los indios debido a que vieron sobrevolar
a los gallinazos. El secreto de su muerte en 1539 se mantuvo
durante casi un año. Fue con esta infame persecución
que el abanderado Gonzalo Jiménez de Quesada fundó
la Noble ciudad de Santafe de Bogotá capital de la Republica
de Colombia. Pero este puñado de forajidos, lumpen de
la decadente y degenerada corona española, en su afan
de avaricia por encontrar el tesoro indígena de eldorado,
para sostener sus guerras intestinas, no pudo encontrar mejores
metodos para compartir este nuevo paraíso que habian tropezado
por accidente, sin el más minimo respeto por sus ancestrales.
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