Narraciones y otros cuentos

 

"MATAOR DE INFORTUNIOS"


Como por esos azares y sorpresas que nos depara la existencia, inopinadamente tuve en suerte conocer la felicidad con los pies contrahechos, cara a cara. Lo que no podía adivinar era que la alegría aparecía enquistada en ese cuerpo tosco y medio deforme y venia ataviada de una historia tan irreal y espinosa como el personaje de marras que la entrañaba.

La plaza estaba a medio llenar, lucia el garbo y la elegancia de las gallardas que desfilaban a sus numerados en el tendido de sombra, la banda entonaba un sonoro pasodoble infundiéndole al auditorio el temple que avivaba efusivamente al calor de miles botas de manzanilla de jerez. Mientras tanto, Federico saltaba a respinguitos entre las ornadas hileras de cemento, conduciendo a la concurrencia hacia los lugares indicados en las contraseñas, silbando con denodado ímpetu y alegría los compases de la melodía al unísono con la banda del empastre como si quisiera hacer parte de la misma. Regresaba entonces zigzagueando velozmente y se revolvía en su vaivén continuo renco y desequilibrado, mientras iba poniendo en su bolsillo las pingües monedas que le proporcionaban los asistentes.

Cuando Federico finalizó con su tarea de acomodador de plaza, se apostó en el callejón de arrastre, en medio de banderilleros y mozos de espada y a grito herido levantó la voz gritando poderosamente: "Plaza de Toros de Santamaría, Extraordinaria corrida de abono, 6 poderosos toros de Guachicono del ganadero Luis Fernando Castro, del valle del Patía, serán lidiados y muertos por el numero uno del toreo en el mundo, el maestro de chiva de valencia Enrique Ponce y Don Cesar Rincón orgullo indiscutible de Colombia". "Cuadrillas completas de picadores y banderilleros".
Mientras tanto en el ruedillo del tentadero se realizaba la selección de los astados.

La algarabía y el retumbo de los pasodobles enardecían a la concurrencia acompañando la belleza multicolor del paseíllo dando inicio a la jornada.
Sonaron los clarines, se apresta el alguacilillo y por la puerta de toriles salió como un rayo el encastado.
Federico saltó de sus chapines y desbordante de euforia comenzó su concierto de olés que sobrevolaban ensordeciendo la plaza; del capote se sirve el matador para recibir el toro, generalmente con los dos brazos, tanto en lances artísticos como de brega, es decir, en aquellas suertes que implican correr al toro, fijarlo o ponerlo en suerte. Nuestro amigo no cesó de vitorear a matadores y cornúpetas.
Mientras el espada se adornaba de cacerinas, verónicas y filigranas mostrando del cuadrúpedo una personalidad bien definida que garantizaba a los aficionados el interés y la emoción que proporciona la recia movilidad y esa alegre nobleza que dan importancia a todo cuanto se hace con ellos sobre la arena.
Después vino el tercio de banderillas, uno de los momentos más vistosos de la corrida que se produce una vez los picadores han abandonado el ruedo. Habitualmente, a cada res se le colocan tres pares de banderillas. El diestro se sitúa frente al toro, en las tablas o en los medios, provoca la arrancada y lo espera con los pies juntos. Momentos antes del embroque saca el pie e inclina el cuerpo hacia un lado por donde quiere que pase su oponente y justo cuando el toro se humilla, el banderillero recupera su posición natural y clava los palitroques

¡Oh La fiesta de la tauromaquia!, fiesta de nobles iberos que inmortalizara don Francisco de Goya y Lucientes y corroborara Pablo Picasso, corría por las venas de Federico como su propia sangre. Desde Alfonso X "El Sabio", hasta Hemingway son muchos los que se han preocupado por explicar esta fascinación como una metáfora de la vida en su sentido más profundo y puro.

"... Porque detrás de lo que ocurre delante de sus ojos hay un mundo variadísimo de situaciones que, si se saben descifrar y se aprende a valorar, pueden desvelar gran parte del entramado de ese arte único por incierto, efímero e irrepetible..."

La plaza volcó la efervescente alegría sobre toros y toreros, corrieron mares de manzanilla, sangre y arena; las bellas manolas con sus pañoletas y abanicos refulgían en el ambiente realzando con su belleza la resuelta valentía de los de traje de luces

Después vino la muleta, el apartado más importante de la corrida. Toda una suerte de manoletinas, volapiés y naturales donde el torero se vale de un trozo de tela de color rojo con la que se encauza templando la embestida del toro.
y a continuación de una extraordinaria demostración de elegancia y valentía llegó el momento supremo, el cara a cara con la muerte, la estocada, la suerte suma, la culminación de la lidia del toro, el broche a una buena o una mala faena del matador de toros

Después del ultimo golletazo, partió como impulsado por un resorte nuestro afecto camarada, basculante con su paso de ganso, tras del ultimo en suerte; tomó entre sus manos el rabo y las orejas e izó sobre sus hombros al triunfante para sacarlo en vilo de la plaza, entre sudoroso y confundiso en medio de ese río humano que fluía como un torrente de lava para conducirlo clamoroso la media milla que separa la arena del céntrico tequendama donde se alojan todos los años en cada temporada los taurófilos, para contunuar sin descanso nuestro entusianta chapin en la tarea de auxiliar al diestro a despojarse de su traje oro y grana, mientras le indagaba con febril familiaridad sobre su amada paloma o le inquiría con firmeza si había recordado entregarle a doña Enriqueta y a don Emilio, padres del maestro, el manjar de pata de res que había traído expresamente para ellos desde su natal Ramiriqui.

La familiaridad y confianza que prodigaba Federico era envidiable, como envidiable también era el trato que a su vez le prodigaban. Terminaba la jornada cargado con muchos kilos de pesados capotes ensangrados que los espadas le confiaban para el aseo, obsequiándole por su efusividad y colaboración incondicionales, finas chamarras de gamuza, los mejores vinos y jamones españoles y dinero a manos llenas que para nuestro amigo no valían absolutamente nada; su verdadera recompensa era la confianza y la amistad de su amigo el matador de turno.

Este es a nuestro peculiar protagonista, recio y bravío como la fiesta misma de su corazón, pero manso y noble como sus de lidia que vemos pastar orondos en sus corrales cuando nos detenemos un minuto a suspirar los paisajes sabaneros a la vera del camino.

Nació Federico en Ramiriquí, una provincia gélida del altiplano Cundi-boyacense por donde cruzó Bolívar, libertador de América con sus sueños de Gran Colombia.
Era su padre un joven campesino que cuando decidió casarse lo enrolaron de obligación en las filas de ejercito nacional teniendo que abandonar a su mujer preñada. Pasaron años, cuatro para ser más exactos cuando le dieron de baja, después de haberle aplicado tiempo doble de servicio por esas cosas estúpidas que se les ocurren a nuestros gobernantes y que siempre recaen en cabeza de los débiles y desafortunados. Ya estaba el nefasto tirofijo haciendo de las suyas en aras de comunismo.

Cuando el joven miliciano regreso del servicio encontró que su esposa, cansada de esperar y aburrida de las frías noches solitarias del páramo había consiguido otro marido, ya su pequeño correteaba renco por las sabanas del caserío. La sorpresa de la mujer fue mayúscula pero nada pudo hacer, no habia reparo para lo que estaba hecho y el joven cabo dolido del desamor de su mujer y al ver la deformidad de su hijo en las extremidades inferiores, decidió partir para la capital para no regresar.

Fue la abuela quien se compadeció del chiquillo llevándolo a vivir con ella. Una crianza muy pobre en una finquita campesina al calor del cariño de su amantísima abuela, el abandono radical de su padre y la indiferencia denodada de su madre, quien años mas tarde partió también con su nueva familia para la capital, ya para entonces Federico tenia 3 hermanas desconocidas .
La casita de la abuela era muy pobre, estaba construida de barro cocido y guadua entreverada dentro de un latifundio de un hacendado que levantaba ganado de lidia. La abuela trabajaba como aparcera en las labores del campo mientras el niño colaboraba con las labores de la manutención del ganado, distribuyendo la melaza o la sal en las canoas de las reses, limpiando los horros o regando el tentadero, así se fue enamorando el chapín de sus amigos los gigantes cornúpetas

El destino del chico era deambular por las calles del pueblo, en sus domingos de descanso, de el estudio muy poco, casi nada aunque aprendió a leer, a escribir y lo mas elemental de la aritmética. Los chiquillos del pueblo se burlaba de él por la deformidad de sus pies y cierto retraso mental que manifestaba el desgraciado. Haciéndolo victima de sus burlas y haciéndose merecedor de la lastima de las señoras a quienes el chico, que a pesar de sus limitaciones se mostraba muy diligente y servicial, servía de recadero o sencillamente les ayudaba en las labores mas ingratas a cambio de un plato de sopa o algunas monedas que entregaba a su abuela, si no antes algunos pilluelos lo esquilmaban. Sus únicos ratos de solaz y felicidad estaban junto a sus verdaderos amigos, los de miura, esos toros de casta a los que dedicaba todo su amor y esmero.

El joven Federico en la adolescencia era ya por aquel entonces el bobo del pueblo. La abuela aburrida de la mala situación económica y social de la región y la mala leche que algunos desnaturalizados le propinaban a su nieto, decidió reunir unas cuantas mudas de ropa y con los escasos ahorros que tenía, partir a rehacer la vida en la capital.

De su hija no se tenía noticia alguna, nunca se le ocurrió escribir una carta para su madre ni indagar acerca del estado de su desvalido hijo, pero para aquel entonces con mas de 20 años de establecida en la capital donde habían incursionado junto con su marido en el negocio del transporte comprando un taxi que pagaron por cuotas, ahora eran dueños de una flota de buses y varios carros de tanque en que transportaban combustibles para la empresa petrolífera más importante del país; la suerte les había sonreído pero ni una migaja para su madre y mucho menos para su hijo.

Llegó la abuela a la placita de mercado del barrio santa lucía a trabajar en las cocinas, Federico que ya tenia casi 25 años se desempeñaba como cargador de estibas en los puestos de verduras y hortalizas. A pesar de su aparente incapacidad, Federico era un hombre fuerte y decidido, había aprendido a caminar largamente por los campos y a corretear a los toretes por los pastizales, era un hombre bueno para el trabajo y su temperamento servicial por naturaleza le hacia ganar amigos que lo protegían y algunos no muy amigos que lo explotaban.

cada domingo, en su dia de descanso, salía a caminar por las calles de la capital, en uno de esas peregrinaciones se topó con la plaza de toros, fue la primera vez que supo comprender el destino de sus encastados amigos y con esa personalidad y jovialidad ausente de penas y temores, se ganó la confianza del administrador del tentadero; ir los domingos a la corridas se volvió para Federico en un evento sagrado como quien va a la misa dominical. Su fanatismo y amor por los animales le permitió apreciar en toda su dimensión el noble arte y como Dios no desampara a sus hijos que anhelan y se esfuerzan, le permitió como por arte de magia entronizarse en ese mundo de ganaderos millonarios y famosos espadas de quienes se ganó su confianza, siendo así como tuvo la suerte de viajar a las mejores plazas del país asistiendo siempre como espectador privilegiado en el callejón, reservado a hombres de la fiesta brava y periodistas del medio taurino. Iba siempre Federico en la cuadrilla de algún famoso torero, se hospedaba en lujosos hoteles, solo sus modestos modales y su incapacidad de manejar el dinero no le permitió descollar plenamente.

Sin embargo, no podemos decir que Federico era feliz, sino que Federico era la felicidad misma, la transpiraba por todos los poros, fue por ese entonces que cogió la manía de silbar a la perfección todos los pasodobles que escuchaba en los ruedos y ejecutaba con verdadera obstinacion y virtuosismo.

Fue entonces cuando por la suerte del azar conoció a su padre que por aquuel entonces trabajaba conduciondo un camión de reparto para la factoría que hacia los ponqués, las colaciones y el pan tajado más vendido a nivel nacional, la compañía más grande del país "Comapan", su dueño era un empresario destacado y muy amante de la fiesta brava quien se convirtió en el protector incondicional de Federico.

Ahora comprendía porqué cuando Federico llegaba silbando sus pasodobles a visitarme a mi departamento, me llevaba siempre una bolsa gigantesca de recortes de galletas de manteca y deliciosos trozos de ponqué. Nunca necesitó de tocar a mi puerta porque desde muchas cuadras a la redonda se reconocía su alegre y melodiosa silbatina. No acostumbraba a recibír nada Federico como no fuera a cambio de cualquier labor, como era barrer los salones, lavar los baños, limpiar el carro, etc. y que la hacía con esmerado entusiasmo. Claro que siempre durante la temporada de la feria taurina llegaba cargado de enormes bolsas de polietileno a solicitarme permiso para poder tener un lugar donde lavar los capotes y las muletas de sus amigos toreros. A través de Federico y por mi inmerecida afición al arte de cúchares, tuve la suerte de conocer muchas de las más importantes figuras de toreo mundial.
Fue entonces cuando comprendí que Dios siempre está ahí, en cualquier lugar, como a la sombra pero dispuesto en cualquier momento a proteger a sus hijos los mas débiles, cuando los débiles tiene un alma transparente y limpia como la de Federico.

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