Narraciones y otros cuentos

 

Razones de Angustias...

en los dias desesperados de la huida.

 

Anoche se fué, Cada vez que presentía la huida me llenaba de un dolor sordo que disimulaba muy bien sin proponérmelo. Quisiera destruir las atalayas y pedirle que se quede, pero mis labios nunca pudieron encontrar las palabras extraviadas en lo más profundo de mi orgullo y preferí sonreir sardónicamente simulando una burla fría y mortecina que me transpasaba el corazón como un estilete.

Mi alma lloraba para adentro, implosionado de una lava ardiente que convulsionaba mis entrañas, pero mis labios solo atinaban, como un lamento petrificado, sonreir.

Esa mañana de penúltimo sábado de otoño, desperté un poco obnubilado por el jolgorio de la noche anterior escuchando bachatas en el cenadero de Narciso. Transité ensimismado las siete millas que me separaban de la cita, con una sed seca y desbordante que estrangulaba mi garganta y unos nervios de satín que recorrían saltando abruptamente por entre mis articulaciones.

"Por favor... sírvame un jugo de naranja natural?" ordené a la italiana a sabiendas que comprendería. Sonrió de obligación y apareció en el acto con un vaso sobre la charola que mantuvo en vilo en una mano, mientras limpiaba con la otra la superficie impecable de la mesa abanicando el trasero.

A través de la ventana del aparador observaba vigilante la llegada del objeto de mi magrugada. Pensaba con vehemencia en los trazos fuertes con que la pintora surcaba sus cuadros gigantescos, que eran de un estilo grave y morboso, un poco pasados de moda, pero de una gran fortaleza visual. Sus temas de mimos grotescos y desnudos, de paisajes hirvientes y deformes y de manolas huérfanas travestis con niños en los brazos, exteriorizaban involuntariamente sus ausencias, quizas sus anhelos simbólicos más ocultos.

Porqué los sentimientos humanos se manifiestan siempre en estos dualismos soterrados?

Giraban lentamente aquellas frases en mi pensamiento, mientras los sorbos apurados de zumo fresco efervecían deslizándose por mi garganta.

Fué entonces cuando la vi por primera vez. La miraba acercarse feliz e indiferente flotando en el paisaje, con su carita de angel demodé y sus ojeras lúcidas y entristecidas, ondulando entre un traje largo y suelto de color de chocolate claro y floreado, parecía sacada de un bromuro de los años veinte. Se acercaba distraída al lado de su madre, caminando a salticos rítmicos entre unas sandalias rosa que mostraban completamente la belleza de sus pies desnudos.

No tuve tiempo de fijarme en la pintora. La inesperada aparición de ese angelito como escapado del paraiso, me invadió hasta el alma.

Ya no tuve en adelante vida propia, desde ese preciso instante pertenecí a una nueva razón de vivir que se metió por mis poros con una alegría inusitada.

Salté como un resorte sobre la italiana con un billete en la mano para cancelar la cuenta, y me lancé raudo al encuentro de mis invitadas doblemente exitado, Anhelante de saberlo todo, de aprender todo sobre ella, con una involuntaria desesperación agravada por la resaca, queria saber su nombre, el tono de su voz, el hálito de sus fragancias que adivinaba de ambrosía.

Fué hasta entonces, cuando supe que no traiga conmigo las llaves del estudio para demostrarles la magia tecnologica de las reproducciones modernas, a pesar que en ese momento había perdido todo el interés por los negocios. Simulé a través de la reja, desde el exterior, entrelazar mis ideas para explicar el objetivo difunto de nuestra reunión. Ellas se mostraban interesadas y cordiales, mientras yo, naufragaba condenado a esa nueva manera de sentir. A partir de ese inusitado encuentro nunca más volví a ser el mismo.

Lo único que se me ocurrió para salvar la torpeza del olvido, fué invitarles a trabar conocimiento al calor de media docena de platillos típicos de mi país. Entonces me enteré que la yuca y las curubas no pertenecían a su paladar, sus sabores eran otros, peninsulares; y yo ni imaginaba todavía el sabor de sus besos. Mi corazón galopaba apresuradamente al vislumbre de su cercanía, tuve el tiempo medido para recorrerla toda palmo a palmo, con aparente disimulo, observando al milimetro la delicada pureza de sus manos de niña, adivinando solapadamente la tersa dureza de sus senos bajo los pliegues de color de chocolate estampado de flores vivas.

La adoré desde el primer instante, sin reservas, como un loco, atraído por esa fuerza subterránea que fluía de su ser frágil y en apariencia inocente. Sin saber como ni porqué, se convirtió en la unica razón de mi existencia dormida, como una obsesión inmarchitable.

Recuerdo el desconsuelo largo y desgarrado al verla alejarse, con sus salticos rítmicos acompasados, en el retrovisor del coche, despidiendose con una sonrisa en la mirada. Me desplazaba lentamente entre la maraña del tráfico al atardecer, observando embelesado cómo se achicaba su imagen hasta desvenecerse en el espejo mientras se ensanchaba su ausencia sin límites en mis suspiros.

No derramó una sola lágrima la noche que partió, se llenó de un supuesto valor desconocido y hasta quiso darme un último beso al despedirse, como para desmoronar mi máscara de granito.

Supongo que sufría igual que yo.

Habíamos maltratado tanto ese amor, ultrajado con mentiras de mentiras inventadas de resentimientos, pero estaba seguro que nunca podría derrumbarse; por momentos se doblegaría como las palmeras gráciles al paso enrevesado de los huracanes, para erguirse de nuevo más robusto sobre los nuevos paisajes arrasados de ausencias y de besos eternos.

Llamó un taxi a continuación de su madre, preparó minuciosamente el equipaje y salió, muy segura, dejando atrás el beso malogrado revolcarse en mi mente, para irse perdiendo en el oscuro silencio de la noche, sola, con el vientre pleno de ese gran amor sietemesino y lastimado. Sólo escuche el golpe de la puerta cerrarse detrás de mi agonía, y lloré largamente en silencio, sin lágrimas, pensando en Angustias, mientras intentaba leer nunca supe que cosa.

Cada día que pasaba a recogerla, todas las mañanas casi al amanecer, estaba allí siempre primero, saliendo fresca con el sol, recostada en el pasamanos de la escalera esperando por mi. Alegre, humeda y diligente bebiendo a sorbitos cortos su inseparable cafetito matutino. Entonces me iba llenando de esa energía necesaria para mover el mundo, soñándome para siempre entre sus brazos.

Fueron días alegres de esperanzas, de estudios, de trabajo, de alegría insostenible, tratando de entrever en el piélago profundo de sus ojos de miel, aunque fuera una olilla de su amor escondido. No me atrevía a profanar su secreto, solo atinaba a convidarla asiduamente para disfrutar de su exquisita compañía.

El tiempo fué pasando lento, como arrastrándose, casi extático. Cada segundo a su lado era una eternidad placentera. Compatíamos y mi alma se derretía de contento.

Hablábamos de las nuevas ilusiones, de la vida pasada, de viejas penas soterradas. Era para mi todo lo ideal que pudiera merecer un hombre enamorado y solitario.

La sabía la más pura y cristalina, sedosa y tierna como un suspiro. Bella, fragante y delicada como un capullo de rosa nuevo. La adivinaba como la aparición celestial de alguna virgencita frágil que haría el milagro que esperé por tantos años toda la vida.

Nunca antes había flameado en mi pecho solitario llama tan abrasadora.

Fué por esos días que apareció como una centella fulminante el primer beso, robado, sencillo obnubilado entre vinos y canciones.

Despues... llegó septiempre siete, el día del amor eterno, domingo incomparable de ilusiones y promesas enternecidas.
Y yacimos tirados en el césped, adormecidos de adoración, mirando deslizarse los barcos en el rio, suspirando renovadas esperanzas con las manos entrelazadas.

No podía presentir entonces que pudieran existir los adioses, solo pañuelos blancos como palomas que ondeaban al viento o quizas ósculos fugaces lanzados con las yemas de los dedos al infinito añorando nuevos encuentros.

Entonces fué cuando sonó el teléfono que me habló de engaños y de consultorios, y corrí a su lado urgido de tristeza desolado.

Observé detenidamente sus ojeras lánguidas al tiempo que vivaces, reclinada y pálida como la más hermosa bacante. Y entró en mi alma la melancolía, pensando que el amor inamovible y poderoso sobreviviría hasta el fin. Solamente se cambio el punto de observación, un ángulo inexplorado, un axis nuevo.

El ave del ensueño se desprendió del paraíso y se precipitó pesadamente sobre la tierra para habitar entre los mortales. Fueron dias de amor, fueron noches de amor, fueron tiempos de amor amargos.

Y la pasión estaba allí germinando una existencia, el amor permanecía, lastimado y confuso, siempre diligente desenterrando vórtices de sueños.

El amor verdadero a pesar de ser de humanos, pertenece a las regiones celestiales y no puede morir jamás.

Las flaquezas de la condición social se apoderan del ser pretendiendo doblegar el sosiego, y surgen miles pensamientos inauditos, los detalles más minimos, los egoismos inexplicables, los comentarios insospechados y las disculpas impedidas tratan de doblegar la felicidad empañando al amor.

Los hilos invisibles del destino se entrelazan en un rosario de situaciones casi imposibles de desenmarañar. y los reproches se vuelven catástrofes abruptas y los silencios, caos indefinidos.

Se atraviesa el umbral de la locura con el amor enredado en el corazón dolorido. Parece no poder volverse atrás a desandar los caminos desafortunados, para retornar a los senderos de la armonía y la reconciliación.

Sólo las almas superiores, privilegiadas y serenas encuentran esta vía.

Pero mi amor estaba ahí, aterido y yerto, pero tan vivo, esperando el resurgimiento con el canto nuevo y melodioso de las ocarinas y de las bandolas diciendo "te quiero" pidiendo "me quieras"; solicitando el regreso sin condiciones ni promesas, sólo con la fuerza indestructible de la ternura, el humilde poder de las resignaciones, de los buenos recuerdos, de mejores momentos que aniquilaran de una vez por todas la frustración del hundimiento.

Una nueva vida trae nueva vida. Es el acicate que permite superar la zozobra y la desconfianza, el resplandor que elucida las ideas a la luz invisible de renovados sentimientos hasta hoy desconocidos.

Necesitábamos estar más unidos que nunca, en el bien y en la adversidad, para enfrentar los inexplorados derroteros de esta nueva ilusión, juntos y alegres hasta el final.

Cuando se quiere se razona y olvida, porque el amor siempre está ahí como un niño enfermo y desvalido a la espera que renazcan miles domingos enamorados de septiembre, anhelando impaciente las manos tibias y adoradas que restañen las heridas, para que se consolide el don divino del perdón.

Volverán en efecto los tiempos de los hospitales, de los desengaños, todos los plazos se cumplen, retornarán los dias contados para la vida o la muerte.

Condenado y moribundo sobre el filo de la segur que reposaba entre sus manos de niña, arrepentido de nada y quejumbroso de la ignorancia de los enfrentamientos por nada, anhelante por compartir los pormenores de la vida que venia o resignado al suplicio de la soledad comprometida que recurriria con el infinito tormento de su bello recuerdo.

La amada murió con el amor entre los muslos apretado.

"TALITA CUMI"

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