Cuando casi había perdido la cuenta de tantos calendarios,
Y las sombras encubiertas de la noche, sin reparo,
Marchaban agostando lentamente mis atardeceres de otoño.
Fingiendo tolerancia, observaba derrumbado y vulnerable
Los abismos indefinidos ante el umbral de la muerte,
Mientras otras mismas negras brumas revoloteaban como aspas
Cargadas de hastío por sobre mi cabeza. 

Y apareciste tú, amiga mía,  peregrina viajera,
Como una ristra de luz titilante en mi camino.
Joven como el fresco roció del recuerdo
de pasadas mañanas,
Trino cristalino de cadenciosos pájaros,
Paloma grácil de mi ensueño!
Entonces pude volver a soñar con los ojos abiertos.
Aprendí de nuevo a transitar como antes
Desandando hacia atrás viejos caminos.

Ahora nada más… que la limpia sonrisa de tus soles mañaneros,
Se pondrá enternecida una y otra vez en mis atardeceres.
Renacieron de nuevo las flores y las fuentes,
Reverdecieron todos mis plantíos,
Un susurro delgado y sorpresivo de romanzas merodeó mi garganta.
Y hasta el sendero viejo del cortijo pareció regocijarse bajo tus plantas.

¿Cómo podía suponer que estos postreros latidos,
Pudieran remozar mi triste corazón enjuto,
Exhausto de pulsar sin sospechar nuevos propósitos?
Nunca siquiera imaginé yo que a mis años,
Un joven nuevo amor se postrara a mis pies
Arrojado y sensitivo, noble como una espada,
Crepitante y ardoroso como llama, firme como un anillo.
Inofensivo y dulce como la inusitada inocencia de los críos.

No te pido que me ames, amor!
Al entregarte a este añejo camaleón
Desheredado de tantos áridos desiertos;
Sino que te dejes amar hasta el cansancio,
Con la locura de quien solo sabe amar 
Cuando  advertimos cercanas las pisadas de la muerte.

Latiníssima.com © New York, All Rights Reserved. 2001 Designed by: Eddie Ferreira No part of this website may be copied or reproduced without prior permission

Hosted by www.Geocities.ws

1