Para Irving la primera edición del Panama Jazz Festival es una iniciativa digna de repetirse
Un encuentro revitalizador
Eduardo Irving
Músico panameño; colaborador frecuente de Talingo
Dentro de todo, fue buena idea la de organizar un primer festival de jazz en Panamá. Es así porque tenemos un linaje jazzístico con cantidad de nombres importantes: Víctor Boa, Gene White, Luis Rusell, Fred Ramdeen, Betty Williamson, Carol Greaves, Bat Gordon, Billy Cobham, Carlos Garnett, Carlos Ward, Violeta Green, Bárbara Wilson, Mauricio Smith y tantos más. Como organizador de este evento estuvo el pianista panameño Danilo Pérez, en estrecha colaboración con un equipo de voluntarios que realizaron un buen trabajo dentro de lo posible frente a las limitaciones de nuestro hostil ambiente cultural.
El Festival se llevó a cabo a lo largo de tres días: jueves 4, viernes 5 y sábado 6 de septiembre de 2003. Se me presentó la oportunidad de asistir el jueves al Teatro Anayansi de Atlapa para escuchar a las agrupaciones de Steve Turre, Danilo Pérez y Mike Stern. Desde un principio, me puse muy contento con la inclusión de Turre en el Festival; llevo años disfrutando su arte y, en mi opinión, es uno de los mejores trombonistas de la actualidad. No es comercial y tiene, además de una técnica consumada, un excelente gusto. Este balance no es fácil, porque tendemos a concentrarnos en un dominio técnico del instrumento a expensas de un sentimiento relevante y viceversa.
Son pocos los músicos que dominan las dos fases y Turre es uno de ellos.
El concierto inició con la agrupación del trombonista y de salida gustó. No tomó ni siquiera una o dos piezas para "calentarse", sino que entró con todas, barriendo cualquier aspereza mental y convenciendo de que el jazz es música creativa del máximo nivel.
Turre vino acompañado por Héctor Martignon en el piano, Steve Kirby en el bajo, Obed Calvaire en la batería y en las últimas piezas con Richie Flores en las congas.
Steve Turre
Claro que un artista del nivel de Steve no se va a acompañar de otra cosa que no sea lo mejor y cada uno de los integrantes supo defender su causa a la vez que ayudaba a que los otros sonaran lo mejor posible.
El grupo arrancó con un blues y después con un bebop, éstas en formato de cuarteto. Para la tercera y cuarta piezas entró Flores con las congas e interpretaron dos piezas de sabor latino que pusieron de manifiesto el buen talento del percusionista. Algo que no me gusta del desprestigiado "Latin jazz" (ya se toma como la opción fácil de digerir jazz) es que sirve como escenario a espectáculos muy superficiales de técnica por parte de congueros y timbaleros. Flores tiene unas manos rapidísimas y llegó para cumplir su misión: deslumbrar a un público hambriento de cualquier cosa que no fuera Shakira o Sammy y Sandra. El colombiano Martignon tocó buen piano, con peso y carácter, al igual que Kirby en el bajo: buena actitud, seguridad, unos dedos pesados paseándose por una madera muy larga y sin trastes. Aparte de Turre, todos eran desconocidos, tipos que viven la farándula neoyorquina noche tras noche en oscuros y pequeños locales ganando poco dinero y, como Eric Dolphy, acompañados por un saco de frijoles para cuando las vacas flacas asoman sus peludos dientes.
Danilo "Cholo" Pérez Seguido de Turre apareció Danilo Pérez con su trío. Se le hizo una merecida ovación de pie por la organización del Festival y luego empezaron a tocar. A Danilo le falta fuerza en el piano, no proyecta, se escuchan las notas pero no dicen nada, llegan hasta la epidermis y ahí mueren. Esto ya lo he notado varias veces, tanto en discos como en presentaciones en vivo, y en verdad que me pone a pensar. Dándole vueltas, pudiera concluir que Danilo no tiene todavía un estilo; es decir, un idioma propio en el que de veras imprimiría fuerza a la escena jazzística. Y noto más esto en las sesiones que él lidera, porque en la producción con la leyenda de la batería Roy Haynes y en lo poco que he escuchado de su disco junto a otro monstruo, Wayne Shorter, se escucha a un Danilo con más convicción, más suelto y con algo semejante a una voz propia.
Quizás no ha recibido toda la "iniciación" necesaria; esa parte invisible que un músico recibe de otro más grande, como en el tiempo de los budas, o Charlie Parker abriendo su tercer ojo junto a Lester Young, o Miles Davis de Charlie Parker, o Bud Powell despertando con Art Tatum. Pero en intervalos, Danilo de veras hace hablar al instrumento como en la segunda pieza este jueves, lo que indica que la luz está ahí; habrá que seguir disipando el arrastre mundano, los temores, traumas y demás obstáculos que impiden a cualquier artista llegar al pleno potencial, pero con paciencia, como cualquier cosa que de verdad trasciende. Me gustó el estilo del contrabajista Ben Street. No tenía la acrobacia de su similar en el grupo de Turre, pero le sobró el buen gusto. Buen ojo de Danilo por escogerlo a él y al baterista Adam Cruz, que ya tiene rato en el grupo y que esta vez lo escuché mejor que nunca.
Luego vino el cuarteto del guitarrista Mike Stern, junto a Lincoln Goines en el bajo, Bob Franceschini en el saxofón y Lionel Cordew en la batería.
Este grupo tiene un definitivo sonido de rock, el cual, por supuesto, cae bien a la guitarra eléctrica de Stern, pero para el sax tenor de Franceschini es un suplicio, porque casi lo obliga a sonar toda la distancia a una intensidad ridícula para un instrumento acústico como el saxofón.

No es lo mismo una guitarra en donde se recoge el sonido a través un "pick up" y va directo a pedales de efecto y posteriormente al amplificador, que las frecuencias de un saxofón que capta un micrófono.
El sax está en desventaja absoluta, pero es así y Franceschini hizo lo mejor que pudo.
Desde la última vez que escuché a Stern (hace quizás 2 años) no se oyó nada nuevo. Buenos músicos todos (principalmente Goines), sin embargo nada para caerse atrás.

Mike Stern
Turre, Barron, Stern y Regina Carter ofrecieron sendas clínicas en las facilidades de la Escuela de Música de la Universidad de Panamá en el área de Curundú. Esto de verdad que fue un ganador. Estos músicos se portaron tan bien, accesibles todos y durante horas estuvieron demostrando todo tipo de técnicas y conceptos de aprendizaje que hasta hoy los asistentes (que fueron muchos) hablan y mantienen la energía que resultó del encuentro.
El sábado en la tarde, varios grupos de la escena local sumados a los que vinieron de fuera se presentaron de forma gratuita en los predios del parque de la Catedral en el corregimiento de San Felipe. No asistí, pero varios me cuentan que fue brutal, aunque terminó algo tarde (2 de la madrugada). Escuché que los músicos tocaron hasta mejor que en los conciertos pagos; más sueltos, más dados a la descarga y a la experimentación informal. Se podía observar a los artistas de cerca, cómo digitaban, las posiciones en la vara del trombón. Los integrantes del trío de Barron: un japonés en el bajo y una casi adolescente en la batería asombraron por su nivel musical, igual que la percusionista del grupo de la violinista Regina Carter, Mayra Casales, que dio cátedra tanto a nuestros percusionistas del patio como a los que vinieron de fuera.

En todo, fue un éxito. Hasta algunos restaurantes tomaron vida: la sucursal del Casco Viejo en San Felipe cambió su nombre a "Take Five, Jazz and Wine" y está causando sensación con música en vivo por lo menos dos veces a la semana; el restaurante "Mantra" en el área de los cines "Cinemark", a un lado de la gran terminal de Albrook, también se ha beneficiado de esta nueva energía y tiene programaciones jazzísticas casi semanales. Estos dos "nuevos" lugares, sumados al "Yacht Club" de Amador, donde participa el quinteto "Los Nietos de Chet" , y el Restaurante Las Bóvedas, con sus regulares de Bárbara Wilson, y "Jazz Effects", disponen de una escena jazzística revitalizada que dependerá de todos, músicos y aficionados, para que se mantenga.
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