12 de febrero de 2007
Nuestro medio barco hundido
En
Cataluña es andaluz y en
Andalucía es catalán, con lo que Montilla representa
algo así como la orfandad ontológica que deja esta
“España plural”, esculpida en la cara de un señor
triste que parece echado con la maleta de todas las pensiones a las
que llega. Se diría que España se va esquinando en sus
diferentes estatutos con el objetivo principal de señalar
traidores y enemigos en la propia casa o en una diagonal del país.
Además, cada región con su contrapeso no nos deja sino
un mapa de balancines. Todo esto ya es razón para que me
cuestione la bondad de este gran meneo. Cataluña y su Estatut
como una gran cuchara que entraba en España ya estaban en la
campaña andaluza bastante antes de que viniera Montilla a
traernos saludos de hermano o de sahib, según se vea.
Que el Estatuto andaluz ha interesado al PSOE como subrayado de ese
otro en el que se jugaban más dineros y más banderas,
es innegable. Que la reforma catalana aquí a unos les ha
servido de modelo para el traje de domingo que querían y a
otros como enciclopedia del mal, también es cierto. Lo que no
se puede decir es que Andalucía haya liderado nada, como tanto
gusta decir Chaves, sino que hemos sido discípulos, imitadores
y acompañantes, haciendo un seguidismo de escolta o de
revancha, pero seguidismo al fin y al cabo. Ha sido el PA quien más
ha mencionado a Cataluña porque ha sabido dar sus bocados y
forrar de hierro sus reivindicaciones o sus vanidades, cosa que ellos
envidian para Andalucía, que se ocupa más de buenismos
universales. Ya vimos en el debate de Canal Sur a Pepe Núñez
sacar a Cataluña como una cimitarra: quería sus
bilateralidades, sus blindajes, su pela y su tipito entrando en las
instituciones estatales señalando lo que va a llevarse. Por
cierto, Amparo Rubiales le contestaba alabando el Estatuto andaluz
por “nuestro”, como si esa obviedad bastara (nuestros son
igualmente los malos indicadores económicos y sociales y no
veo que eso sirva como condecoración). En el fondo, lo que se
discute no son los buenos o malos hermanos que tengamos por el norte,
sino el modelo de Estado que queremos.
Cataluña ha abierto la
puerta
al confederalismo y piensa en embajadas en Madrid. Hacia ahí
apunta la rebeldía del PA. Pero si el PA pide el no
precisamente porque no llegamos al techo de Cataluña, ¿qué
clase de eje Cataluña-Andalucía es ése que
vienen a sellar Montilla y Chaves? Sería un eje con nuestro
lado hundido como medio barco, la aceptación de sus
privilegios confederados mientras aquí un Estatuto tibio y
pastoril, que hasta el PP insiste en calificar de “plenamente
constitucional”, se limita a repartir sopa y a recitar versos. Esta
es la gran contradicción. Si en verdad Cataluña y
Andalucía están “pilotando” la modernización
del Estado autonómico, se trata de una modernización
que santifica la desigualdad y la gradación de las regiones
españolas. El fallo es que se ha empezado al revés. Yo
no creo en una España eternal o en piedra, ni me asustaría
verme en una federación de autonomías (la confederación
ya me preocupa más porque la historia nos enseña que
suele salir mal). Pero para meternos en esos berenjenales, el primer
paso debería haber sido la reforma de la Constitución.
Ahora, la salida no es fácil. De momento, diría que
sólo nos quedan dos opciones, a cual más inquietante:
intentar dar los mismos bocados que Cataluña, ya que esto va
de orgía caníbal (opción del PA), o aceptar
quedarnos en esa mitad del barco que está hundida (la del
resto). Salvo que el Constitucional tumbe el Estatut (tampoco sé
yo si quiero ver los muertos de esa guerra), parece que será
lo segundo. Y no pasará nada. Siempre hubo privilegiados, y
nunca nos tocó estar entre ellos.
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