ES DEBER DE LOS CUBANOS EL REFLEXIONAR COMO NACIÓN.


por Pablo Felipe Pérez Goyry.

Desde la hondura del corazón, defiendo la benevolencia. También la Filosofía de
la Noviolencia del Mahatma Gandhi y Martin Luther King, Jr; como antídoto para
los graves problemas de la humanidad.

Empero... no estoy de acuerdo con la politiquería que se proyecta instalar en
Cuba "después de Castro", por la extrema derecha cubana. Si confío más en los
hermanos, de pensamiento comedido y conciliador, gestores del Proyecto Varela;
independientemente de que coincida o no con algún parecer político o religioso.
De todas maneras, cualquier cambio en Cuba, será como anhelamos los cubanos de
bien. Es decir, construir sólidos cimientos que impidan se hunda la patria en un
neoliberalismo salvaje y no sea la libertad de empresa el retorno de los "dueños
y señores de Cuba", como antes del "triunfo" de la revolución. Los conozco y sé
muchos cubanos también. Sinceramente no sería benéfico para la mayoría de los
cubanos se entronice en la isla el poder "status quo", como no ha mucho del
primero de enero, del cincuenta y nueve. No es un concepto superficial y mucho
menos retórica, miremos el mundo actual, en especial a Rusia. Que decir, de las
pretensiones - de la oligarquía criolla en Venezuela - contra Chávez y el pueblo
que lo eligió en las urnas como su presidente constitucional.

Toda la comunidad cubana tiene derecho a exigir ser escuchado en sus reclamos.
¡Estoy de acuerdo! Eso sí, algo esta claro para mí – guste o no –, la última
palabra la tendrá siempre la mayoría del pueblo. Esto ayuda a perseverar en él
dialogo, con respeto y sapiencia - todos los cubanos -, como raza y nación.
Estoy convencido que es posible, porque más allá de los intereses económicos,
políticos o religiosos estará primero la patria.

El altruismo y una coherente Filosofía de la Noviolencia, son de las mejores
opciones para solucionar la controversia entre cubanos, adentro y fuera de Cuba.
La experiencia a demostrado de que, por más de cuatro décadas, el enfrentamiento
violento – de palabras y hechos – no han generado ningún fruto salutífero para
el país.

Los cambios en la Constitución cubana son inevitables. Hay que exigir
modificaciones para permitir la participación - de todas las corrientes de
pensamiento - en los destinos de Cuba. Es ladino profesar la solución armada –
como la pretendida en Bahía de Cochinos y Playa Girón, el Escambray o los actos
terroristas – con ayuda de los EE.UU. Tampoco es honesto esperar indiferente lo
irremediable, para bien o para mal. No es meritorio que los agraviados - por la
revolución cubana y sus seguidores - quieran cobrar con violencia o "justicia"
los daños recibidos; en nombre de los presos políticos o de los que han muerto
cruzando el estrecho de la Florida o rehusen convivir con los que tienen ahora
el poder en Cuba. Todos – sin excepción – tenemos derecho a defender una ética
de hábitos y convivencia; hay que respetar con honorabilidad y sabiduría. Así,
derecho tengo yo para indulgentemente abogar por la Noviolencia y el
discernimiento, como esencia de la esperanza y la concordia nacional.

Las enseñanzas preclaras de los coterráneos que con honra construyeron la
nación, no deben desdeñarse. Tampoco debemos relegar - por acomodo personal – el
genuino pensamiento de José Martí. Es deber de los cubanos el reflexionar como
nación, desde el alma. Esto me motiva a compartir - con mis compatriotas, aunque
la desestiman algunos – el último documento que redactara nuestro apóstol,
dirigida a Manuel Mercado. Escudriñemos la historia de Cuba y el contenido
profético de esta carta. ¡Es útil para el futuro de Cuba!


Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.


Sr. Manuel Mercado

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y
agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y
obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por
mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo—de impedir a
tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los
Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como
indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de
proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para
alcanzar sobre ellas el fin.

Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos—como ése de Ud. Y
mío, —más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión
de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y
con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra
América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, —les habían impedido la
adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien
inmediato y de ellos.

Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y mi honda es la de David.
Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron
nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la
expedición catorce días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en
mi rancho, me habla de la actitud anexionista, menos temible por la poca
realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que
por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la
autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les
mantenga, o les cree, en premio de oficios celestinos, la posición de
prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora
del país, —la masa inteligente y creadora de blancos y de negros.

Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson: —de un sindicato
yanqui—que no será—con garantía de las aduanas, harto empeñadas con los rapaces
bancos, para que quede asidero a los del Norte; —incapacitado afortunadamente,
por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la
idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson, —aunque la certeza de la
conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca de cerca el
brío con que hemos levantado la revolución, —y la incapacidad de España para
allegar en Cuba o fuera los recursos contra la guerra, que en la vez anterior
sólo sacó de Cuba.—Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al final
de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España
preferiría entenderse con Estados Unidos a rendir la isla a los cubanos.—Y aun
me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida,
como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual Presidente
desaparezca, a la presidencia de México.

Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y
dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que sólo daría
relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en
América, para evitar, aun contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la
anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en
guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el
compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra
de independencia americana.

Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a
quien lo defiende? Sí lo hallará, —o yo se lo hallaré.— Esto es muerte o vida, y
no cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya yo lo habría
hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la
tiene, antes de obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses,
si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y
sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; pero estas cosas
son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que
tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué con
el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en el que llevé el remo de proa
bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce
días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle; —alzamos gente a
nuestro paso; —siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío
a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin
disputa, a tal punto, que en un mes sólo he podido oír un fuego; y a las puertas
de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo
parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino, al centro de la
isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la
emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado
nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los
revolucionarios en armas. La revolución desea plena libertad en el ejército, sin
las trabas que antes le opuso una cámara sin sanción real, o la suspicacia de
una juventud celosa de republicanismo, o los celos, y temores de excesiva
prominencia futura de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la
revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana, —la misma
alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la
representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los
revolucionarios. Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el
alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se
aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho
de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de
hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que
tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no
desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos
forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros.

Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que sólo la
emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que
Nájera no vive donde se lo vea, mejor lo conoce y acaricia como un tesoro en su
corazón la amistad con que Ud. Lo enorgullece.

Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda
nuestra alma; y callado él! ¡Qué engaño es éste y qué alma tan encallecida la
suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir
una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!

Hay afectos de tan delicada honestidad

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citando Autor y Fuente).


Medellín, 24 de junio de2002.


Pablo Felipe Pérez G.
Apartado Aéreo No. 56381, Medellín, Colombia.

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