Las intenciones del Tío Sam: ...y en el exterior destrucción - Noam Chomsky

Nuestra política de buena vecindad

¿Se han seguido con aplicación los preceptos establecidos por George Kennan? ¿Hemos hecho todo lo suficiente por desasirnos de «los vagos e irreales objetivos como los derechos humanos, la mejora de las condiciones de vida, y la democratización? Ya hemos observado nuestro «compromiso por la democracia», ¿pero y los otros dos principios?

Centrémonos en América latina y comencemos por echar una mirada a los derechos humanos. Un estudio realizado por lars Schouitz, un especialista en el tema, muestra que «la ayuda norteamericana ha afluido desproporcionadamente a aquellos gobiernos latinoamericanos que torturan a sus ciudadanos». No tiene nada que ver el hecho de que un país necesite ayuda, con el hecho de que ésta vaya destinada a los ricos y poderosos.

Estudios más amplios llevados a cabo por el economista Edward Herman revelan una relación más estrecha entre la tortura y la ayuda norteamericana y facilita a la vez su explicación: ambas favorecen un clima propicio para los grandes negocios. En comparación con esta brillante moral, las matanzas y la tortura no son más que asuntos insignificantes.

Pero, ¿qué sucede con la mejora de la calidad de vida? Este era el objetivo a que iba dedicado la Alianza para el Progreso diseñada por Kennedy, pero el tipo de desarrollo impuesto estaba en realidad orientado hacia las necesidades de los inversores norteamericanos. Ensanchó y profundizó el sistema ya existente mediante el cual América latina estái forzada a producir cosechas destinadas a la exportación, y a reducir los cultivos de subsistencia de la población como maíz y frijoles. Bajo los programas de la Alianza para el Progreso se incrementó la producción de carne de vacuno, pero el consumo decreció.

Este modelo de desarrollo agro-exportador habitualmente produce un «milagro económico» donde el Producto Nacional Bruto crece, mientras se incremento la hambruna de la población. Cuando se siguen este tipo de políticas, inevitablemente se produce un incremento de la oposición, que se tiene que reprimir entonces con terror y tortura.

El uso del terror está fuertemente enraizado en nuestro carácter. En 1818 John Quincy Adams elogiaba «la saludable eficacia» del terror para enfrentarse a «las hordas mezcladas de indios y negros sin ley». Estas frases tenían por objeto justificar las razzias de Andrew Jackson en Florida que aniquilaron virtualmente a su población nativa y condujo a la antigua provincia española a ser de dominio norteamericano, y que tanto impresionaron a Thomas Jefferson y a otros, por su sabiduría.

El primer paso es usar a la policía. Son imprescindibles porque pueden detectar el descontento y eliminarlo antes de que se necesite una «cirugía de más envergadura», como la denominan los documentos de los políticos. No obstante, si es necesario se llama al ejército. Cuando ya no se pueda controlar el ejército de un país latinoamericano, especialmente si es del Caribe o de Centroamérica, ha llegado el momento de derrocar al gobierno.

Los países que han intentado revertir el proceso, como Guatemala bajo el Gobierno democrático y capitalista de Arévalo y Arbenz, o la República Dominicana bajo el régimen democrático y capitalista de Bosch, se convirtieron en el blanco de la hostilidad y la violencia norteamericana.

El segundo paso consiste en usar a los militares. El Gobierno de los EEUU siempre ha tratado de establecer relaciones con los militares de los países extranjeros, ya que éstos son una de las mejores armas para derrocar un gobierno que se te ha ido de las manos. Así se establecieron las bases para los golpes militares de Chile en 1973 e Indonesia en 1965.

Antes de los golpes, el Gobierno de EEUU se mostraba extremadamente hostil a los Gobiernos chileno e indonesio, pero se seguían mandando armas. Conserva buenas relaciones con los oficiales de derechas y ellos harán el trabajo sucio por ti. Las mismas razones motivaron el flujo de armas norteamericanas hacia Irán vía Israel, a principios de los años ochenta, de acuerdo con los testimonios de altos oficiales israelíes involucrados, hechos bien conocidos en 1982, mucho antes de que hubiera rehenes.

Durante la administración de Kennedy el objetivo de dominar militarmente a latinoamérica cambió de concepto; de «defensa del hemisferio» pasó a utilizarse el término «seguridad interna», lo que básicamente viene a significar guerra contra la propia población. La profético decisión condujo a la «directa complicidad de los EEUU en utilizar los métodos de los escuadrones de exterminio de Heinrich Himmler» según el criterio retrospectivo de Charles Maechling, responsable de los planes de contrainsurgencia desde 1961 a 1966.

La administración Kennedy allanó el camino para el golpe militar de 1964 en Brasil, que destruyó la democracia en un país que estaba comenzando a convertirse en demasiado «independiente».

Estados Unidos prestó un entusiasta apoyo al golpe, mientras los militares de alto rango instituían un estado de corte neo-nazi, con tortura incluida, represión, etc... Además este golpe vino a inspirar experiencias similares en Chile, Argentina y en todo el hemisferio, desde mediados de la década de los sesenta hasta los ochenta, un período extremadamente sangriento.

Creo, desde un punto de vista legal, que hay sólidas evidencias para procesar a todos los presidentes de EEUU desde la 1ª Guerra Mundial. Todos se han visto envueltos en crímenes de guerra, aunque en diferente grado, los militares normalmente proceden a crear un desastre económico, siguiendo las recetas de los consejeros estadounidenses, y luego deciden hacerse con las riendas del poder. El control militar puede hacerse prescindible si nuevas opciones entran en juego, por ejemplo que el control sea ejercido por el Fondo Monetario Internacional, que como el Banco Mundial presta recursos al Tercer Mundo provenientes de las grandes corporaciones industriales.

Como contrapartida por sus préstamos el FMI impone una «liberalización»: una economía abierta al control y la penetración extranjera, grandes recortes en el capítulo de gastos sociales, etc. Estas medidas aseguran firmemente el poder en manos de las clases dominantes y los inversores extranjeros, lo que los EEUU denominan «estabilidad» y apuntalan el modelo clásico del Tercer Mundo: una capa de superricos junto con una capa de profesionales bien remunerados que les sirven, al lado de una enorme masa de desposeídos, los impagados y el caos económico que dejan los militares refuerza la «necesidad» de que las normas del FMI sean seguidas, hasta que las fuerzas populares entran de nuevo en la arena política, en cuyo caso los militares vuelven a actuar para conseguir «estabilidad».

Brasil es un caso instructivo. Está tan bien provisto de recursos naturales que tendría que ser uno de los países más ricos del mundo, aparte de que dispone de un alto grado de desarrollo industrial. Pero gracias a las buenas medidas adoptadas tras el golpe militar del 64, y al subsiguiente «milagro económico», por no hablar de la tortura, asesinatos y otras formas de control de la población, la situación para gran parte de los brasileños está ahora, probablemente a la par con Etiopía, y mucho peor que la de los países del Este europeo.

El ministro de Educación ha señalado que más de un tercio del presupuesto destinado a educación va a parar al capítulo de comidas en la escuela, ya que la mayoría de los estudiantes públicos o comen en la escuela o se quedan en ayunas.

De acuerdo con la revista Sur, una publicación económica que se ocupa del Tercer Mundo, Brasil tiene una tasa de mortalidad infantil más elevada que Sri Lanka. Un tercio de la población vive por debajo de la línea de pobreza y «siete millones de niños se dedican a la mendicidad, roban y esnifan pegamento en las calles. Para cientos de miles su casa son unos sacos en los suburbios... o, cada día más, un pedazo de tierra debajo de un puente».

Esto es Brasil, uno de los países con más riquezas naturales del mundo, la situación es parecida en toda América latina. Sólo en Centroamérica, el número de personas asesinadas por las fuerzas respaldadas por Estados Unidos desde finales de la década de los setenta ronda los 200.000, diezmando a las Fuerzas que querían democracia y reformas sociales. Estos lógros cualifican a los Estados Unidos como un «inspirador del triunfo de la democracia en nuestros días» según las elogiosas palabras del liberal New Republic. Tom Wolfe nos recuerda que la década de los ochenta es «uno de los grandes momentos dorados que la humanidad ha experimentado». Como Stalin solía decir estamos «borrachos de éxito».

La crucificación de El Salvador

Durante muchos años los dictadores instalados y apoyados por nuestro gobierno han llevado a cabo un amplio programa de torturas y asesinatos, algo que no parece interesar demasiado en este país. Ni siquiera se han tomado la molestia de encubrir los hechos. No obstante, a Finales de los setenta, el Gobierno de EEUU se vio implicado en un par de cosas.

Una fue Somoza, el dictador de Nicaragua, que estaba perdiendo el control de la situación. EEUU estaba perdiendo una zona crucial para su control militar de la región. Un segundo peligro era aún más amenazante. En El Salvador se estaba experimentando un sensible crecimiento de las organizaciones populares, asociaciones de campesinos, cooperativas, sindicatos, grupos de base de la iglesia que se convertían en grupos de ayuda mutua, etc. Una amenaza para la democracia.

En el mes de febrero de 1980 el arzobispo de El Salvador, Oscar Romero, envió una carta al presidente Carter en la que le rogaba no prestar ayuda militar a la junta que gobernaba el país. Argumentaba que la ayuda sería usada «para incrementar la injusticia y la represión hacia las organizaciones populares» que estaban luchando «por el respeto a los más elementales derechos humanos». Malas noticias para Washington, no hace falta decirlo.

Unas semanas más tarde, Monseñor Romero fue asesinado mientras estaba diciendo misa. Entre otras atrocidades, se le atribuye el asesinato al neo-nazi Roberto D'Aubuisson. Éste era el «líder vitalicio» del partido ARENA, que ahora gobierna en El Salvador; miembros de este partido, como el actual presidente Alfredo Cristiani tenían que hacer un juramento de sangre a este personalmente.

Miles de campesinos y de pobres de la ciudad tomaron parte en una misa de homenaje una década más tarde, junto con obispos extranjeros, pero la ausencia de EEUU fue clamorosa. La iglesia salvadoreña propuso formalmente a Romero para su canonización.

Todo esto sucedió sin apenas una breve mención en el país que había entrenado y apoyado a su asesino. The New York Times «el periódico liberal» no publicó ningún editorial sobre el asesinato, y ninguna noticia o editorial sobre la conmemoración.

El 7 de marzo de 1980, dos semanas antes del asesinato, se había establecido en El Salvador el estado de sitio, y había comenzado la guerra contra su población, con continuo apoyo e implicación de Estados Unidos. El primer gran ataque fue una masacre efectuada en Río Sumpul, una operación coordinada entre los Ejércitos de Honduras y El Salvador en la que al menos 600 personas fueron masacradas. Hubo niños cortados en pedazos a machete, y mujeres torturadas y estranguladas. Trozos de cuerpos se encontraron durante días en el Kio. Había observadores de la iglesia, de manera que las noticias llegaron inmediatamente, pero la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses juzgaron que no merecía la pena informar de la noticia.

Los campesinos han sido las principales víctimas de esta guerra, así como las organizaciones sindicales los estudiantes, curas, o cualquiera sospechoso de trabajar por los intereses del pueblo. Durante el último año de la administración Carter, 1980, la cuenta de muertos se elevó hasta los 10.000, alcanzando los 13.000 cuando los reaganistas se hicieron cargo de la presidencia.

En octubre de 1980 el nuevo arzobispo condena «la guerra de exterminio y de genocidio contra una población civil indefensa» llevada a cabo por las fuerzas de seguridad. Dos meses después fueron aclamadas por «sus valientes servicios, junto con el pueblo, contra la subversión» por el presidente José Napoleón Duarte, candidato moderado favorito de EEUU, en el acto de toma de posesión de su cargo como presidente civil de la junta.

El papel del «moderado» Duarte consistió en encubrir con una hoja de parra a los militares y asegurar el flujo de fondos estadounidenses después de que los militares hubieran raptado y violado a cuatro monjas norteamericanas. Esto sí acarreó algunas protestas en EEUU; masacrar salvadoreños es una cosa, pero violar y asesinar monjas americanas es un craso error. Los medios de comunicación diluyeron y tergiversaron la historia, siguiendo las directrices de la administración Carter y su comisión investigadora.

Los reaganistas fueron mucho más lejos, tratando de justificar tamaña atrocidad, especialmente el secretario de Estado Alexander Haig y la embajadora ante Naciones Unidas Jeane Kirkpatrick. De todas maneras se juzgó oportuno llevar a cabo un juicio farsa algunos años más tarde, mientras se exculpaba a la junta asesina y, por supuesto, al pagador.

Los periódicos independientes de El Salvador, que hubieran podido informar sobre estas atrocidades, habían sido destruidos. A pesar de que estaban en la línea general y a favor de las grandes corporaciones económicas, eran demasiado indisciplinados para el gusto de los militares. Los hechos ocurrieron en 1980-81, cuando uno de los editores fue asesinado por las fuerzas de seguridad; los otros se marcharon al exilio. Como de costumbre los sucesos no merecieron más que unas pocas líneas en los periódicos norteamericanos.

En noviembre de 1989, seis jesuitas, su cocinera y su hija, fueron asesinados por los militares. Esa misma semana por lo menos 28 salvadoreños fueron asesinados, entre los que se encontraban un líder sindical, una responsable de una organización de mujeres universitarias, nueve miembros indígenas de una cooperativa agrícola, y diez estudiantes universitarios.

Los teletipos llevaron una historia recogida por el corresponsal de la Associated Press, Douglas Grant Mine, en la que se contaba cómo los soldados habían entrado en un barrio obrero de la capital, habían capturado seis hombres, añadiendo un chico de catorce años para redondear la cifra, los habían alineado contra un muro y los habían fusilado. «No eran curas o militantes de los derechos humanos» escribió Mine, «de manera que la noticia pasará inadvertida». De la misma manera que sucedió con el reportaje de este periodista.

Los jesuitas fueron asesinados por miembros del Batallón Atiacati, una unidad de élite, creada entrenada y equipada por Estados Unidos. Fue formada en marzo de 1981, cuando 15 especialistas en contrainsurgencia fueron enviados a El Salvador, procedentes de la Escuela Militar de Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Desde el principio el Batallón estuvo implicado en matanzas masivas. Un instructor norteamericano describía a sus miembros como «particularmente feroces... Nos falta tiempo para conseguir que hagan prisioneros, en lugar de coleccionar orejas».

En diciembre de 1981, el Batallón tomó parte en una operación en la que más de un millar de civiles fueron asesinados en una orgía de muerte, violación y cremaciones. Más tarde se vio envuelto en los bombardeos de aldeas y en el asesinato de cientos de civiles por disparos, estrangulamientos y otros métodos. la gran mayoría de las víctimas eran mujeres, niños y ancianos.

El Batallón Atiacati había sido entrenado durante un corto período de tiempo por fuerzas especiales norteamericanas, justo antes de cometer la matanza de los jesuitas. Esto ha sido una constante durante toda la existencia del Batallón; algunas de sus peores matanzas han ocurrido cuando todavía estaba fresco el entrenamiento recibido de sus instructores norteamericanos.

En la «joven democracia» que era El Salvador, adolescentes de trece años eran reclutados en los barrios de chabolas y en los campamentos de refugiados y forzados a ser soldados. Eran adoctrinados con rituales copiados de los nazis, que incluían brutalización y violación, con el fin de prepararlos para los asesinatos, violaciones y ritos de carácter satánico que a veces se representaban.

La naturaleza del Ejército salvadoreño fue descrita por un desertor que recibió asilo político en Texas en 1990, a pesar de la reclamación efectuada por el Departamento de Estado para que fuera extraditado a El Salvador. (Su nombre fue ocultado por la corte a fin de protegerlo de los escuadrones de la muerte).

Según este desertor a los reclutas se les obligaba a matar perros y buitres mordiéndoles en la yugular y arrancándoles la cabeza, y tenían que mirar cómo otros soldados asesinaban y torturaban a sospechosos de disidencia, arrancándoles las uñas, cortándoles la cabeza y descuartizando los cuerpos para jugar con sus miembros.

En otro caso, un autoinculpado miembro de los escuadrones de la muerte salvadoreños, asociados con el Batallón Atiacati, César Vielman Joya Martinez, detaIló la participación de los consejeros norteamericanos y del Gobierno salvadoreño en las actividades de los escuadrones de la muerte. La administración Bush hizo todo tipo de esfuerzos para silenciarle y le embarcó de vuelta a una probable muerte en El Salvador, a pesar de los ruegos de las organizaciones de derechos humanos y llamamientos del Congreso para que fuese oído su testimonio. (El tratamiento que se dio al principal testigo en el caso del asesinato de los jesuitas fue similar).

Los resultados del entrenamiento militar del Ejército salvadoreño fueron gráficamente descritos en el periódico jesuita América por Daniel Santiago, un cura católico que trabajaba en El Salvador. Hablaba de una campesina que volvía a casa un día y encontró a sus tres hijos, su madre y su hermana sentados alrededor de la mesa, con su cabeza decapitada cuidadosamente colocada en frente de ellos, sobre la mesa, con las manos encima, «como si los cuerpos estuvieran acariciando su cabeza».

Los asesinos, de la Guardia Nacional Salvadoreña, encontraron cierta dificultad en colocar debidamente la cabeza de un niño de dieciocho meses, de forma que tuvieron que atar sus manos en torno a ésta. Un gran cacharro de plástico lleno de sangre estaba artísticamente colocado en el centro de la mesa.

De acuerdo con el reverendo Santiago, tales macabras escenas no son inusuales.

«La gente no es simplemente asesinada por los escuadrones de la muerte en El Salvador,- se les decapita y sus cabezas son colocadas sobre picos que salpican el paisaje. Los hombres no son solamente destripados por la Policía de Hacienda, se les cortan los genitales y se les meten en la boca. Las mujeres no son solamente violadas por la Guardia Nacional; sus matrices son extirpados y colocadas sobre la cara a modo de sudario. No solamente se mata a los niños; son arrastrados sobre alambres afilados hasta que la carne se separa de los huesos, mientras sus padres son obligados a contemplar el suplicio».

El reverendo Santiago señala que este tipo de violencia se acrecentó cuando la Iglesia comenzó a formar asociaciones de campesinos y grupos de ayuda mutua en un intento de organizar a los pobres.

Nuestro apoyo a El Salvador ha constituido un verdadero éxito. las organizaciones populares han sido diezmadas, tal y como predijo Monseñor Romero. Decenas de miles de personas han sido masacradas y más de 100.000 se han convertido en refugiados. Este es uno de los episodios más sórdidos de la historia de los Estados Unidos, y eso que tenía una dura competencia.

Hacer de Guatemala un campo de exterminio

Hubo un sitio en América Central que mereció recibir cierta cobertura por parte de los medios de comunicación norteamericanos antes de la revolución sandinista, y era Guatemala. En 1944 una revolución derrocó a un tirano vicioso, que condujo al establecimiento de un gobierno democrático que, báisicamente, se constituyó conforme al modelo del «Nuevo Pacto» de Roosevelt. En los diez años siguientes, se pusieron con éxito los cimientos de un desarrollo económico independiente.

Esto causó una verdadera histeria en Washington. Eisenhower y Dulles advirtieron que «la propia defensa y supervivencia» de Estados Unidos estaba en entredicho hasta que el virus Fuera exterminado. Los informes del espionaje norteamericano fueron bastante ingenuos al informar sobre los peligros que pudiera reportar una democracia capitalista en Guatemala.

Un memorandum de la CIA fechado en 1952 describe la situación en Guatemala como «contraria a los intereses norteamericanos» a causa de la «influencia del comunismo ... basada en la defensa de reformas sociales y políticas de corte nacionalista». El documento advertía que Guatemala «ha incrementado su apoyo a los comunistas y a otros militantes anti-norteamericanos en otros países centroamericanos». Un ejemplo citado fue el presunto regalo recibido por Figueres consistente en 300.000 dóiares.

Ya que lo mencionamos, hay que señalar que José Figueres fue el fundador de la democracia en Costa Rica y una de las figuras predominantes de América Central. Aunque cooperó ilusionadamente con la CIA, llamó a Estados Unidos «el portaestandarte de nuestra causa» y fue elogiado por nuestro embajador en Costa Rica como «la mejor agencia de publicidad que la United Fruit Company ha podido encontrar en toda América Latina», Figueres tenía una línea independiente, y por eso no era considerado tan fiable como Somoza u otros gángteres a nuestro servicio.

Según la retórica política de los EEUU, esto le hacía sospechoso de «comunismo». De manera que si Guatemala le daba dinero para ganar las elecciones, se demostraba que Guatemala apoyaba a los comunistas.

Y todavía peor, el mismo documento de la CIA continuaba afirmando que «la política radical y nacionalista» del Gobierno democrático y capitalista guatemalteco que incluía «la persecución de los intereses económicos extranjeros, especialmente los de la United Fruit Company» se había ganado «la simpatia y apoyo de casi todos los guatemaltecos». El gobierno estaba procediendo a movilizar «el tejido políticamente muerto de los campesinos» con el fin de minar el poder de los grandes terratenientes.

Y aún más, la revolución de 1944 había levantado «un potente movimiento nacional para liberar a Guatemala de los dictadores militares, el control social y el colonialismo económico que habían sido los cimientos del pasado» e «inspirado la conformidad y lealtad de los sectores más concienciados de Guatemala al propio interés nacional». Las cosas fueron incluso a peor después de acometerse con éxito una reforma agraria, lo que podría llevar a amenazar la «estabilidad» en los países vecinos donde sus maltratadas poblaciones seguían de cerca estos hechos.

0 sea que la situación se estaba poniendo fea, de manera que la CIA llevó a cabo con éxito un golpe militar. Guatemala se convirtió en el matadero que aún es hoy, con intervenciones regulares de Estados Unidos cuando las cosas amenazaban con irse de la manos.

Al final de la década de los setenta, las atrocidades subieron un grado por encima de lo normal, lo que provocó protestas formales. Todavía, al contrario de lo que mucha gente creía, la ayuda militar a Guatemala continuó afluyendo casi al mismo nivel anterior durante la administración Carter «de los derechos humanos». También se implicó a nuestros aliados, especialmente Israel, ya que se consideraba a este país, un «elemento estratégico» dada su experiencia como Estado terrorista.

Bajo la administración Reagan, el apoyo al genocidio en Guatemala continuó imperturbable. El más furibundo admirador de Hitler, Ríos Montt, era apoyado y elogiado por Reagan como un hombre enteramente dedicado a la causa de la democracia. A principios de los años ochenta, el amigo de Washington masacró a decenas de miles de guatemaltecos, la mayoría indígenas de las montañas, mientras un número incontable era torturado y violado. Grandes zonas fueron diezmadas.

En 1988 un recién abierto periódico guatemalteco, La Época, fue dinamitado por terroristas pagados por el gobierno. En ese momento, los medios de comunicación en Norteamérica hacían hincapié en el hecho de que el periódico fundado por EEUU en Nicaragua, La Prensa, hubiera dejado de salir dos días forzado por la carencia de papel prensa, lo que condujo a un torrente de críticas y despropósitos en el Washíngton Post y en otros medios sobre el totalitarismo sandinista.

Por otra parte, la destrucción de La Época no fue recogido en los medios norteamericanos, a pesar de que era bien conocido en los medios periodísticos. Naturalmente no podían informar que las fuerzas de seguridad respaldadas por EEUU, habían silenciado a la única y diminuta voz que había intentado hacerse oír en Guatemala unas semanas antes.

Un año después un periodista de La Época, Julio Godoy, que había huido después de la explosión volvió a Guatemala para una corta visita. Cuando regresó a Estados Unidos, contrastó la situación de América Central con la de Europa del Este. Los europeos del este «son más afortunados que los centroamericanos» escribió Godoy porque:

« ... mientras el gobíemo impuesto por Moscú en Praga ha degradado y humillado a los reformístas, el gobíemo impuesto por Washington en Guatemala los hubiera matado. De hecho lo está haciendo en un virtual genocidio que ha causado más de 150.000 víctimas, lo que Amnistía Internacional llama un programa gubernamental de asesinatos políticos».

La prensa o bien se conforma o bien desaparece como La Época.

«Uno está tentado a creer», continua Godoy, «que alguien en la Casa Blanca adora a los dioses aztecas ofreciéndoles la sangre de los centroamericanos». Y cita a un diplomático occidental que afirmó: «si los norteamericanos no cambian su actitud sobre la región, aquí no hay.

La invasión de Panamá

Panamá ha estado tradicionalmente controlada por una pequeña élite europea, que constituía menos del 10% de su población. Esta situación cambió cuando el general populista Omar Torrijos dio un golpe que permitió a los negros y mestizos pobres participar en el poder instituido por el golpe.

En 1981 Torrijos resultó muerto en un accidente de aviación. Hacia 1983 el verdadero amo de la situación era Manuel Noriega, un criminal que había formado parte de la corte de Torrijos y de la del espionaje estadounidense.

El Gobierno de EEUU sabía que Noriega estaba envuelto en tráfico de drogas, por lo menos desde 1972, cuando la administración Nixon pensó en asesinarle. Pero se encontraba bajo el paraguas de la CIA. En 1983 un comité del Senado concluyó que Panamá era un importante centro de tráfico de drogas y lavado de dinero negro.

El Gobierno de Estados Unidos siguió valorando los servicios que prestaba Noriega. En mayo de 1986 el director de la Agencia de la lucha contra la Droga elogió a Noriega por su «vigorosa política de lucha contra el tráfico de drogas». Un año después el director «Felicitaba nuestra estrecha asociación» con Noriega, mientras que el fiscal general Edwin Meese paró una investigación del Departamento de Justicia sobre las actividades criminales del personaje. En agosto de 1987 una resolución del Senado condenando a Noriega encontró la oposición de Elliot Abrams, el funcionario del Departamento de Estado a cargo de la política norteamericana sobre Arnérica Central y Panamá.

Y todavía más, cuando finalmente Noriega fue encausado en Miami en 1988, todos los cargos excepto uno eran relativos a actividades previas a 1984, cuando era nuestro colega, ayudando en la guerra sucia contra Nicaragua, cometiendo fraude en las elecciones con nuestra aprobación, y en general sirviendo satisfactoriamente a los intereses generales de Estados Unidos. No tenía nada que ver entonces con actividades gangsteriles y de narcotraficante súbitamente descubiertas ahora.

Era totalmente previsible, como lo demuestra un estudio tras otro. Un brutal tirano, cruza la línea que separa un admirable amigo de un villano y un escoria cuando comete el crimen de la independencia. Un error muy común es ir más allá de robar a los pobres, lo que está bien, y empezar a inteferir con los poderosos, ganándose la oposición del poder económico.

A mediados de los ochenta Noriega era culpable de esos crimenes. Entre otras cosas, creía haberse asegurado el puesto ayudando a EEUU en su guerra contra Nicaragua. Pero su independentismo amenazaba nuestros intereses en el Canal de Panamá. El 1 de enero de 1990 gran parte de la administración del canal debía recaer en manos panameñas, y en el año 2000 debía estar terminado el proceso de transferencia. Teníamos que asegurarnos el control de la gente en que iba a recaer esa responsabilidad antes de esa fecha,

De manera que ya que no podíamos confiar más en Noriega, éste tendría que irse. Washington impuso severas sanciones económicas que virtualmente destruyeron la economía, y las peores consecuencias recayeron sobre la mayoría no blanca. la población entonces comenzó a aborrecer a Noriega, no porque fuera el responsable del bloqueo económico, (que era ilegal, si alguien se molesta en estudiarlo), sino porque le hacían responsable de la hambruna infantil.

A continuación se intentó un golpe militar, pero falló. Ya en diciembre de 1989 Estados Unidos se aprestó a celebrar la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fria invadiendo Panamá al margen de todo derecho internacional y matando cientos o miles de personas, (nadie sabe, y pocos al norte de Río Grande se molestan en averiguarlo). Inmediatamente se procedió a restaurar el poder de la élite blanca rica, que había sido desplazada por el golpe de Torrijos, justo a tiempo de asegurar un gobierno lacayo antes de que se procediese al cambio de administración del Canal el 1 de enero de 1990, como no dejó de observar la prensa derechista europea.

Durante todo el proceso la prensa norteamericana no dejó de seguir las consignas de Washington seleccionando a los «malos» en base a las necesidades del momento. Acciones que habíamos perdonado se convirtieron en crímenes. Por ejemplo en 1984 las elecciones presidenciales panameñas habían sido ganadas por Arnulfo Arias. Noriega literalmente le robó la elección con una buena dosis de violencia y de fraude.

Pero Noriega no se había convertido todavía en un chico díscolo. Era nuestro hombre en Panamá, y se consideraba que el partido de Arias contenía peligrosos elementos de uitranacionalismo, de manera que la administración Reagan aplaudió sin tapujos la violencia y el fraude y mandó al secretario de Estado George Shultz para legitimar la farsa y elogiar la versión de Noriega de la democracia como un modelo a seguir por los equivocados sandinistas.

Los medios de comunicación de Washington y sus aliados de los principales periódicos del país se cuidaron muy mucho de criticar las elecciones fraudulentos, pero minimizaron y calumniaron las elecciones celebradas por los sandinistas en ese mismo ano, mucho mas honestas y libres más allá de cualquier duda, porque desconfiaban del resultado.

En mayo de 1989 Noriega volvió a robar una elección, esta vez a un representante del sector económico, Guiliermo Endara. Noriega utiiizó una dosis menor de violencia que en 84, pero la administración Reagan había lanzado la consigna de volverse contra Noriega. Siguiendo el libreto fielmente, la prensa expresó sus críticas sobre el fraude cometido a nuestras normas democráticas.

También comenzó a denunciar apasionadamente la violación de los derechos humanos que previamente no habían llegado a llamar su atención. En la época en que se invadió Panamá, diciembre de 1989, los medios de comunicación habían demonizado a Noriega, de manera que se había convertido en uno de los peores monstruos de la historia desde Atila, rey de los Hunos. Básicamente era una repetición del mismo proceso empleado para demonizar al libio Gadafi. Ted Koppel dictaminó que «Noriega pertenece a esa fraternidad especial de villanos internacionales, hombres como Gadafi, ldi Amin y el Ayatoiah Jomeini, que a los norteamericanos les encanta odiar». Dan Rather le situó «a la cabeza de la lista mundial de criminales, traficantes y demás basura». En realidad Noriega era un secuaz de pequeña categoría, exactamente el mismo que cuando estaba bajo la cobertura de la CIA.

Tómese a Honduras por ejemplo. Aunque no es un Estado tan terrorista y asesino como El Salvador o Guatemala, los abusos en el capítulo de los derechos humanos son probablemente más graves que los cometidos por Panamá. De hecho hay un batallón entrenado por Estados Unidos que ha cometido más atrocidades que el mismo Noriega.

0 considérese un dictador apoyado por EEUU como Trujillo en la República Dominicana, Somoza en Nicaragua, Marcos en Filipinas, Duvalier en Haiti, o toda una corte de gángsteres centroamericanos durante la década de los ochenta. Todos fueron mucho más brutales que Noriega, pero Estados Unidos los apoyó con entusiasmo a través de décadas de atrocidades, en la medida en que los beneficios siguieran saliendo de sus países con destino al nuestro. La administración Bush continuó honrando a Mobutu Ceaucescu y Saddam Hussein entre otros, todos peores criminales que Noriega. El presidente de lndonesia Suharto, que razonablemente es el peor de todos los asesinos, continúa siendo considerado por los medios de comunicación de Washington como un «moderado».

En el mismo instante en que se invadía Panamá por sus abusos sobre los derechos humanos, la administración de Bush anunciaba nuevas ventas de material de alta tecnología a China, nada menos que 300 millones de dólares de volumen de negocio para empresas norteamericanas, justo unas pocas semanas después de la matanza de Tiananmen.

El mismo día, el de la invasión de Panamá, la Casa Blanca también anunció planes (que fueron llevados a cabo inmediatamente), para conceder créditos a Irak. El Departamento de Estado anunció, con su cara más seria, que esto se debía al intento «de incrementar las exportaciones norteamericanas y situarnos en una mejor posición para pactar con lrak su respeto a los derechos humanos ... ».

El Departamento continuaba con su postura de ignorar la oposición democrática iraquí (banqueros, profesionales etc ... ) y bloquear los esfuerzos del Congreso de condenar los atroces crímenes del antiguo amigo de Bush. Comparado con los colegas del presidente Bush en Bagdag y Pekín, Noriega parecía la Madre Teresa.

Después de la invasión, Bush anunció una ayuda de mil millones de dólares. De esta cantidad 400 millones consistieron en incentivos a la exportación norteamericana con destino Panamá, 150 millones tenían como fin pagar créditos bancarios y 65 millones fueron al sector privado y a garantizar las inversiones de EEUU en el país. En otra palabras la mitad de la ayuda fue un regalo de los contribuyentes norteamericanos a las grandes corporaciones, también norteamericanas.

Estados Unidos devolvió el poder a los banqueros después de la invasión. Las conexiones de Noriega con el narcotráifico son insignificantes comparadas con las de estos personajes. El tráfico de drogas ha sido siempre canalizado fundamentalmente por los bancos; el sistema bancario no está regulado, de forma que es el camino natural del dinero negro. Además ha sido la base de la artificial economía panameña, y después de la invasión se mantiene intacto, o quizá goza de mejor salud.

Las fuerzas panameñas de defensa han sido reconstruidas con los mismos oficiales a su mando.

En general casi todo el sistema permanece estable, sóio que nuestros servidores son ahora mucho más fiables. Lo mismo sucede en Granada, que se ha convertido en uno de los mayores centros mundiales de lavado de narcodólares desde la invasión norteamericana. Nicaragua también es ahora una de las principales avenidas por donde circula la droga camino de los mercados norteamericanos, después de la victoria de Washington en las elecciones de 1990. El modelo permanece inalterable, de la misma forma que es estéril intentar llamar la atención sobre él.

Vacunar el Sudeste Asiático

Las guerras norteamericanas en Indochina siguieron los mismos patrones. Hacia 1948 el Departamento de Estado reconoció claramente que el Viet Minh, el movimiento de resistencia antifrancesa liderado por Ho Chi Minh era el auténtico representante de los intereses de Vietnam. Pero el Viet Minh no cedió el control a la oligarquía local. Favoreció el desarrollo local e ignoró los intereses de los inversores extranjeros.

Se extendió el temor de que el Viet Minh pudiera triunfar, en cuyo caso «el mal podría extenderse» y el «virus» podría «infectar» la región, para utilizar el lenguaje que los diseñadores de la política exterior norteamericana iban a usar diez años después. (Excepto algunos locos y algunos cretinos, nadie podía temer una verdadera conquista, lo que en realidad se temía era un ejemplo positivo de desarrollo real).

¿Qué es lo que se hace cuando se tiene un virus? Primero se destruye y luego se inocula a las potenciales víctimas, de forma que la enfermedad no se extienda. Esta es, básicamente, la estrategia de EEUU en el Tercer Mundo.

Si es posible, es preferible que el ejército se ocupe de la destrucción del virus en tu lugar. Si no puede, hay que utilizar las propias fuerzas. Es más costoso, es menos estético, pero a veces hay que hacerlo. Vietnam fue uno de esos países donde tuvo que hacerse.

Bien a finales de los años sesenta Estados Unidos bloqueó cualquier posibilidad de acuerdo político para solventar el conflicto, incluso las apuntadas por los generales de Saigón. Si se hubiera producido un acuerdo político, podría haberse dado algún progreso en dirección a una salida independiente de nuestra influencia, algo totalmente inaceptable.

En su lugar, se procedió a instalar el fipico Estado terrorista de corte «latinoamericano» en Vietnam del Sur, subvirtiendo las únicas elecciones libres que se habían producido en Laos, sólo porque ganó el lado «equivocado», y evitando que se produjeran en Vietnam porque era obvio que también iba a ganar el lado «equivocado».

La administración Kennedy incrementó la escalada bélica en Vietnam del Sur, cambiando la estrategia, desde el establecimiento de un Estado terrorista a una agresión al margen de todo derecho internacional. Johnson mandó una enorme fuerza expedicionaria para atacar Vietnam del Sur y expandir la guerra a toda lndochina. De acuerdo, destruyeron el virus, pero Indochina tardará más de cien años en recuperarse.

Mientras Estados Unidos estaba extirpando la enfermedad en su foco, Vietnam, también prevenía su extensión apoyando la llegada al poder en lndonesia de Suharto en 1965, respaldando el aplastamiento de la democracia en Filipinas realizado por Ferdinand Marcos en 1972, y promoviendo el establecimiento de la ley marcial en Corea del Sur, Thailandia, etc.

El golpe de Suharto de 1965 fue particularmente bienvenido por Occidente, ya que destruyó los partidos políticos ampliamente respaldados. Claro que esto condujo en pocos meses a una matanza de más de 700.000 personas, la mayoría campesinos sin tierra; «un rayo de luz en Asia», como describió la cabeza pensante de The New York Times, James Reston, exultante tras comunicar a sus lectores que Estados Unidos tenía el triunfo en las manos.

Occidente estaba encantado en hacer negocios con el nuevo líder «moderado» de lndonesia, como el Christian Science Monítor describía al general Suharto, después de que se hubiera lavado parte de la sangre de sus manos, mientras añadía a su cuenta cientos de miles de nuevos cadáveres en Timor Oriental y en otros lugares. Esta espectacular matanza en masa es «benigna de corazón» según nos asegura el respetado diario económico The Economist, refiriéndose sin duda a su actitud hacia las grandes corporaciones económicas occidentales.

Después de que la guerra del Vietnam terminara en 1975, el mayor logro de la política estadounidense fue maximizar la represión y el sufrimiento de los países que nuestra violencia había devastado. El grado de crueldad empleado es asombroso.

Cuando los Menonitas trataron de enviar una partida de lápices a Camboya, el Departamento de Estado trató de evitarlo. Cuando Oxfam intentó mandar diez estaciones de bombeo que funcionaban mediante energía solar, la reacción fue la misma. Y se volvió a repetir cuando algunos grupos religiosos intentaron mandar excavadoras para desenterrar algunas bombas norteamericanas que no habían llegado a explotar.

Cuando la India intentó mandar 100 búfalos de agua a Vietnam para reemplazar los grandes rebaños que habían sido destruidos por los ataques estadounidenses, y recuérdese que en este país retrasado un búfalo de agua significa fertilizantes, tractor, supervivencia, los Estados Unidos de América trataron de cancelar a la India el programa de ayuda Alimentos para la Paz. Esto es algo que Orwell hubiera podido imaginar. No hay un grado de crueldad suficiente para el sadismo de Washington. Las clases educadas saben bien cuándo mirar hacia otro lado.

Con el fin de seguir desangrando a Vietnam hemos estado ayudando indirectamente a los Khemeres Rojos a través de nuestros aliados, China y Thailandia. los camboyanos han tenido que pagar con su sangre nuestro rencor hacia Vietnam. los vietnamitas tenían que ser castigados por haberse resistido a la violencia norteamericana.

Contrariamente a lo que cualquiera, bien sea de derechas o izquierdas sostiene, Estados Unidos consiguió sus principales objetivos en Indochina. Vietnam fue demolido. No hay peligro de que un desarrollo independiente tenga éxito y sirva de modelo para otras naciones en la región.

Por supuesto no fue una victoria total para nosotros. Nuestra meta final era incorporar lndochina a nuestro sistema global de dominación y eso no se logró totalmente.

Pero una de las metas, la crucial, la que realmente contaba, era destruir el virus y lo conseguimos. Vietnam está destrozado y Estados Unidos hace todo lo que puede para mantenerlo en ese estado. En octubre de 1991, Estados Unidos desdeñó las timidas objeciones de sus aliados en Occidente y de Japón y renovó el bloqueo y las sanciones contra Vietnam. El Tercer Mundo tiene que aprender que nadie puede levantar la cabeza de forma desafiante. El amo del sistema global perseguirá sin descanso a quien se atreva a cometer este inenarrable crimen.

La guerra del Golfo

La guerra del Golfo ilustra los mismos principios básicos, como se puede apreciar claramente si levantamos el velo de la propaganda.

Cuando Irak invadió Kuwait en agosto de 1990, el Consejo de Seguridad de la ONU condenó inmediatamente a Irak y le impuso severas sanciones. ¿Por qué respondió la ONU tan pronto y tan firmemente? la alianza Gobierno EEUU con los medios de comunicación tenía la respuesta.

En primer lugar se nos dijo que la agresión de lrak era un crimen singular, por lo que merecía una respuesta singular y una reacción dura. «América permanece donde estuvo siempre, contra las agresiones, contra aquellos que usan la fuerza para reemplazar la ley», fuimos informados por el presidente Bush, el invasor de Panamá, y el único jefe de Estado condenado por la Corte Mundial por «su ilegal uso de la fuerza» (según la condena emitida por esa misma Corte, en el caso de la agresión norteamericana a Nicaragua). los medios de comunicación y las clases altas repetían obedientemente las consignas dictadas por su líder, sucumbiendo al temor de la magnificencia de tan altos principios.

En segundo lugar, los mismos agentes proclamaban como una letanía que por fin la ONU estaba funcionando en la forma en que fue primitivamente diseñada. Señalaban que no había sido posible antes del final de la Guerra Fría, debido a los obstáiculos que planteaba la Unión Soviética y a la obtusa oposición anti-occidental del Tercer Mundo.

Ninguna de estas quejas se sostienen si se realiza un escrutinio cuidadoso. Estados Unidos no estaba sosteniendo ningún alto principio en el caso del Golfo, ni ante cualquier otro conflicto. La razón para que se produjese esta respuesta sin precedentes ante la brutal agresión de Saddam Hussein era que se había equivocado de camino.

Saddam Hussein era un gangster asesino, exactamente el mismo que antes de la guerra del Golfo, cuando era nuestro amigo y un socio favorecido en nuestro comercio exterior. Su invasión de Kuwait era sin duda una atrocidad, pero de similar naturaleza que otros crímenes llevados a cabo por EEUU y sus aliados, y quizá no tan terrible como otros. Por ejemplo la invasión de lndonesia de Timor Oriental alcanzó las proporciones de un verdadero genocidio, gracias al decisivo apoyo de Estados Unidos y sus aliados. Quizá un cuarto de sus 700.000 habitantes fue asesinado, una matanza que superó a la de Pol Pot, si se tiene en cuenta las respectivas proporciones.

Nuestro embajador ante la ONU en aquellos tiempos, ahora senador por Nueva York, Daniel Moyniham explicó sus logros en la reunión de Naciones Unidas sobre Timor Oriental: «Estados Unidos deseaba que las cosas se produjeran como han sucedido, y han trabajado por su consecución. El Departamento de Estado deseaba que Naciones Unidas tomase medidas completamente inútiles. Esa tarea me fue confiada a mí, y la llevé a cabo con notable éxito».

El ministro australiano de Asuntos Exteriores justificó la aquiescencia de su país ante la Invasión y anexión de Timor Oriental, y de paso la participación de Australia junto con lndonesia en el robo de las riquezas petrolíferas de Timor, diciendo simplemente que «el mundo es un lugar sucio, enlodado con ejemplos de adquisiciones por la fuerza». No obstante, cuando lrak invadió Kuwait su gobierno publicó una declaración en la que se afirmaba que «los grandes países no pueden invadir a sus vecinos más pequeños y que no pase nada». La magnitud de este cinismo no empañó la ecuanimidad de los moralistas occidentales.

Respecto al hecho de que la ONU finalmente actuara como debía ser, condenando la invasión, los hechos hablan por sí solos, aunque empañados y manipulados por los guardianes de la ortodoxia política, que controlan también los medios de comunicación con mano de hierro. Durante muchos años las Naciones Unidas han estado bloqueadas, pero por Estados Unidos, no por la Unión Soviética o el Tercer Mundo. Desde 1970 los EEUU han vetado más resoluciones de la ONU que cualquier otro país, y en este ranking, Gran Bretaña ocupa el segundo lugar, Francia el tercero y la Unión Soviética la cuarta plaza.

Nuestro record en la Asamblea General es similar y «la obtusa y anti-occidental retórica» del Tercer Mundo normalmente se convierte en una llamada a observar las leyes internacionales, una lastimosa y débil barrera contra la depredación de los poderosos.

Las Naciones Unidas estaban listas para responder a la agresión iraquí porque, por primera vez, Estados Unidos lo permitia. La severidad sin precedentes de las sanciones era el resultado de las presiones y amenazas de EEUU. Las sanciones tenían una inusual posibilidad de funcionar tanto por su dureza como porque los habituales vetos de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña no se habían producido en esta ocasión.

Pero incluso después de permitir los sanciones, Estados Unidos se aprestó con celeridad a desmarcarse de la opción diplomáitica despachando una fuerte fuerza militar a la zona, a la que se unió Gran Bretaña y que era apoyada por los dictadorzuelos que gobernaban los Estados petroleros del Golfo, y con la participación nominal de otros países.

Una fuerza más pequeña de carácter disuasivo podía haber esperado a que las sanciones surtieran efecto; un ejército de medio millón no podía. El propósito de la rápida escalada militar trataba de evitar que lrak se retirara de Kuwait por medios pacíficos.

¿Por qué era tan poco atractiva la opción diplomáitica? A las pocas semanas de la invasión de Kuwait, el 2 de agosto, las líneas generales para un posible acuerdo político estaban claras. la resolución 660 del Consejo de Seguridad reclamaba la retirada iraquí de Kuwait, a la vez que llamaba a una negociación simultánea soóre los límites territoriales. A mediados de agosto el Consejo de Seguridad Nacional consideró una propuesta iraquí para retirarse de Kuwait en esas condiciones.

Aquí parecía haber dos problemas: primero el acceso iraquí al Golfo, que había quedado vinculado al control sobre dos llanuras áridas y deshabitadas asignadas por Gran Bretaña a Kuwait después de su retirada, y que había dejado a lrak práicticamente aislado. En segundo lugar, la resolución de la disputa sobre un campo petrolífero que se adentraba dos millas en territorio iraquí en una zona en que no estaban trazadas las fronteras.

Estados Unidos rechazó desdeñosamente la propuesta, o cualquier negociación. El 22 de agosto sin haber hecho pública la propuesta iraquí, que aparentemente parecía conocer el gobierno, The New York Times informó que la administración Bush estaba determinada a bloquear la opción diplomática por miedo a que se pudiera difuminar la crisis. Los principales hechos se publicaron una semana más tarde en el periódico de long lsland Newsday, pero los medios de comunicación en general guardaron silencio.

La última oferta conocida antes de los bombardeos, dada a conocer por oficiales norteamericanos en la zona, proponía una retirada total iraquí de Kuwait. No había connotaciones sobre conflictos territoriales pero se enmarcaba con otras propuestas «vinculadas»: las armas de destrucción masiva en la zona y el conflicto árabe-israelí.

Un propuesta posterior apuntaba la ocupación ilegal de Israel del sur del Líbano, en violación de la resolución 425 de marzo de 1978 del Consejo de Seguridad, que había reclamado una inmediata e incondicional retirada del territorio que los israelíes habían invadido. La respuesta norteamericana fue que ya no era tiempo para la diplomacia. Los medios de comunicación no informaron de los hechos, Newsday aparte, pero alabaron los altos principios de Bush.

Estados Unidos se opuso a considerar los hechos «relacionados» porque estaban opuestos a usar la diplomacia en todos los hechos «relacionados». Esto se había puesto de manifiesto meses antes de la invasión de Kuwait, cuando EEUU rechazó la oferta iraquí de negociar sobre las armas de destrucción masiva. En su oferta lrak proponía la destrucción de todas las armas químicas o biológicas si otros países de la región también desmantelaban sus armas de destrucción masiva.

Saddam Hussein era en aquel entonces amigo y aliado de Bush, de manera que sí recibió respuesta. Washington le dijo que daba la bienvenida a la propuesta iraquí de destruir sus propias armas, pero no quería «vincular este hecho a sistemas armamentísticos u otras propuestas».

No se hacía mención sobre los «otros sistemas armamentísticos» y había una buena razón para no hacerlo. Israel no sólo poseía armas químicas y biológicas, sino que es el único país en Oriente Medio que posee armamento nuclear, probablemente 200 artefactos. Pero la frase «armamento nuclear israelí» no puede ser escrita o pronunciada por ninguna fuente oficial norteamericana. Esa frase pondría de relieve la cuestión de por qué cualquier tipo de ayuda a Israel es siempre legal, aunque según la legislación sobre ayudas a países extranjeros está prohibida desde 1977 a cualquier país que desarrolle en secreto un programa nuclear.

Al margen de la invasión iraquí, Estados Unidos siempre ha bloqueado cualquier «proceso de paz» en Oriente Medio que incluyera una conferencia internacional de paz y el derecho palestino a su propia autodeterminación. Durante veinte años Estados Unidos ha mantenido esta actitud en solitario. Los votos de las Naciones Unidas ilustran claramente la situación: de nuevo, en diciembre de 1990, justo en medio de la niebla levantada por la crisis del Golfo, la llamada a una conferencia internacional, obtuvo un resultado de 142 votos a favor y 2 en contra, Estados Unidos e Israel. Esto no tenía nada que ver con Irak y Kuwait.

Estados Unidos también se negó tajantemente a permitir la retirada iraquí por los medios pacíficos que prescriben las leyes internacionales. En su lugar prefirió evitar la diplomacia y situar el conflicto en la esfera de lo violento, en el cual una superpotencia siempre se impondrá a cualquier adversario del Tercer Mundo.

Como ya hemos visto, EEUU lleva a cabo agresiones de forma regular, o bien las apoya, aún en casos más criminales que el de Kuwait. Sólo el más empecinado papista puede dejar de entender estos hechos. En el extraño caso de que EEUU se oponga diplomáticamente a alguna acción llegal de algún cliente o aliado, estarán dispuestos a admitir las «vinculaciones» de sus propuestas.

Tómese la ocupación sudafricana de Namibia declarada llegal por la Corte Mundial y las Naciones Unidas en los años 60. Estados Unidos predicó durante años «una tranquila acción diplomática» o un «acuerdo constructivo», respaldando un pacto que otorgaba a Sudáfrica amplio apoyo a sus atrocidades y barbarie, amén del mayor puerto de Namibia, y admiria las «vinculaciones» de esta ocupación con el Caribe, a la vez que bendecía los beneficios que se derivaban de la invasión para los intereses económicos internacionales.

Las tropas cubanas que habían defendido a Angola, el vecino de Namibia, de los ataques de Sudáfrica fueron retiradas. A pesar de ello, y tal como sucedió en Nicaragua tras los «acuerdos de paz» de 1987, Estados Unidos continuó apoyando al ejército terrorista junto con sus aliados Zaire y Sudáfrica y preparando unas elecciones para 1992 al estilo de las nicaragüenses, donde la gente tenía que acudir a las urnas bajo la amenaza del estrangulamiento económico y los ataques terroristas si votaban por el candidato «equivocado».

Mientras tanto Sudáfrica seguía saqueando y destruyendo Namibia, y usándola como base para agredir a sus vecinos. Sólo durante la época Reagan-Bush (1980-88) Sudáfrica causó unos daños valorados en más de 60.000 millones de dólares y más de medio millón de personas asesinadas en los países vecinos, excluidos Namibia y la propia Sudáfrica. Pero los comisarios políticos estadounidenses eran incapaces de afrontar estos hechos, y en su lugar, elogiaban la fascinante panoplia de principios con la que Bush «vinculaba» estos hechos, cuando alguien te pisa los callos.

Es decir, ahora sí se admifian «vinculaciones» que equivalían a un rechazo diplomático, pero light, es decir, de menor rango que un rechazo diplomáitico. En el caso de Kuwait, la posición estadounidense fue particularmente débil. Después de que Saddam Hussein se nos fuese de las manos, la administración Bush insistió en que debía ser eliminada la capacidad iraquí de ataque y agresión, una posición correcta en contraste con el anterior apoyo que se había brindado a las atrocidades y agresiones del pasado, y se hizo un llamamiento para lograr un pacto regional que garantizase la seguridad.

Bien, en esto consisten las «vinculaciones». Cuando nuestro opositor condiciona sus posiciones a otras premisas, no se permite que se dé la «vinculación»; es el caso de lrak. Sin embargo, si nuestro aliado es el condenado, «vinculamos» su agresión a otros factores: el avance del comunismo, etc., para protegerle.

La cruda realidad es que, en el caso iraquí, Estados Unidos temía que la diplomacia «difuminase» la crisis y por lo tanto se cerró en banda a aceptar sus «vinculaciones» mientras se preparaba para la guerra.

Al rechazar la senda diplomática, Estados Unidos conseguía sus mayores metas en el Golfo. Sabíamos con claridad que los incomparables recursos energéticos de Oriente Medio debían permanecer bajo nuestro control y los enormes beneficios que proporcionaban debían continuar dando soporte a las economías de los propios Estados Unidos y de su cliente británico.

También reforzábamos nuestra posición dominante y enseñábamos la lección de que el mundo debe ser gobernado por la fuerza. Estos objetivos han sido alcanzados, Washington procedió a mantener la «estabilidad», impidiendo cualquier amenaza de cambio democráitico en las tiranías de los Estados del Golfo y permitiendo que Saddam Hussein machacase los levantamientos populares de los chiitas en el sur, a pocos kiiómetros de nuestras líneas, y de los kurdos en el norte.

Pero la administración Bush todavía no ha conseguido lo que el portavoz de The New York Times y jefe de la sección internacional, Thomas Friedman llama «lo mejor del mundo: una junta de puño de hierro sin Saddam Hussein». Esto, continúa Friedman, supondria el retorno a la feliz época en que «el puño de hierro de Saddam mantenía unido Irak, para satisfacción de los aliados de Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita» para no hablar de la del patrón de Washington. La actual situación del Golfo refleja las prioridades de las superpotencias para quedarse con todas las cartas, otra verdad que permanece invisible ante los guardianes de la fe.

El encubrimiento de la operación Irán-Contra

Los principales elementos de la historia Irán-Contra eran bien conocidos antes de que fueran expuestos en 1986, excepto un hecho: que la venta de armas a Irán y la querra llegal de los contras llevada a cabo por el coronel Oliver North, funcionario de la Casa Blanca, estuviesen interconectadas.

El envío por barco de armas a Irán vía Israel no comenzó en 1985, cuando la encuesta del Congreso y el Fiscal especial tomaron cartas en el asunto. Había comenzado casi inmediatamente de la caída del Sha en 1979. En 1982 era de conocimiento público que Israel proveía gran parte de las armas que tenían como destino Irán; se podía leer en la portada de The New York Tímes.

En febrero de 1982 las figuras más importantes de los israelíes, cuyos nombres más tarde se vieron implicados en la vista del caso Irán-Contra, aparecieron en la cadena de televisión inglesa BBC describiendo cómo habían ayudado a organizar el trasvase de armas al régimen de Jomeini. En octubre de 1982, el embajador de Israel ante EEUU declaró públicamente que Israel estaba mandando armas al régimen de Jomeini «con la cooperación de Estados Unidos... casi al más alto nivel». los altos oficiales israeiíes involucrados también manifestaron las razones: establecer lazos de unión con elementos militares en Irán que pudieran derrocar al régimen, restaurando el que había bajo el Sha, es decir, el procedimiento habitual.

Al igual que en la guerra de la «contra», los actores básicos de las operaciones llegales CIA-North eran conocidos en 1985 (un año antes de que la historia estallase, cuando se derribó un avión de suministros norteamericano en Nicaragua y Eugene Hasenfus, un agente yanqui, fuera hecho prisionero). los medios de comunicación simplemente optaron por mirar hacia otro lado.

De manera que ¿qué es lo que generó el escándalo Irán-Contra? Se produjo en el momento en que ya no se pudo ocultar por más tiempo. Cuando Hasenfus fue derribado en Nicaragua llevando suministros de la CIA a los contras y la prensa libanesa informó que el consejero nacional de Seguridad norteamericano llevaba biblias y chocolates a Teherán, la historia no pudo silenciarse durante más tiempo. Después de eso, la conexión entre los dos hechos se hizo patente,

Entonces se pasó a la siguiente Fase: control de daños. De eso fue de lo que se sacó provecho.

Las perspetivas para Europa del Este

Lo que resulta más significativo acerca de los sucesos ocurridos en Europa en los años ochenta es que simplemente el imperio retrocedió. No sólo la URSS permitió los movimientos populares, es que, además, los impuIsó. Existen pocos precedentes históricos de este proceder.

No sucedió porque los soviéticos fueran buenos chicos, sino que se produjo a remolque de las necesidades internas. Pero de hecho sucedió y como resultado los movimientos populares no tuvieron que enfrentarse ni remotamente a algo parecido a lo que sucedió en nuestro patio trasero. El periódico de los jesuitas salvadoreños apuntó acertadamente que Vaclay Havel (el presidente checoslovaco que antes había sido prisionero político), en El Salvador no hubiera sueido prisión, simplemente le hubieran cortado en trocitos y los hubieran abandonado en la cuneta de cualquier carretera.

La Unión Soviética casi pidió perdón por su anterior uso de la violencia, y esto también constituyó un hecho sin precedentes. los periódicos norteamericanos concluyeron que, ya que los rusos habían admitido que la invasión de Afganistán había sido una violación de las leyes internacionales y un crimen, al fin podrían entrar en el mundo civilizado. Una reacción sumamente interesante. Me imagino a alguien, en los medios de comunicación norteamericanos, sugiriendo que quizá Estados Unidos debería contribuir a levantar la moral del Kremlin admitiendo que los ataques contra Vietnam, Laos o Camboya habían violado las leyes internacionales.

El único país del Este de Europa donde había habido grandes dosis de violencia en el derrumbe de la tiranía era en el que los soviéticos habían tenido menos influencia y donde nosotros habíamos tenido más: Rumania. Nicolas Ceaucescu, su dictador, había visitado Inglaterra y se le había dispensado recibimiento real. Estados Unidos le había concedido el estatus de nación más favorecida, ventajas comerciales y su aprecio.

Ceaucescu era tan brutal y despiadado entonces como lo fue después, pero ya que se había retirado del Pacto de Varsovia y estaba siguiendo una senda de corte independiente, creímos que estaba, en parte, de nuestro lado en la batalla internacional. (Estamos a favor de la independencia siempre y cuando se produzca en el imperio del enemigo, no en el nuestro).

En cualquier otro lugar de Europa del Este los levantamientos fueron increíblemente pacíficos. Hubo alguna represión, pero desde el punto de vista histórico 1989 fue un año único. No puedo recordar un caso semejante.

Creo que las perspectivas para Europa del Este son bien negras. Occidente tiene un plan meridianamente claro; quiere convertir grandes zonas de ese territorio en parte del Tercer Mundo.

Siempre ha habido una especie de relación seudocolonial entre Occidente y Europa del Este; de hecho el bloqueo soviético de esa relación constituyó una de las causas de la Guerra Fría. Ahora se están reestableciendo y hay un serio conflicto sobre quién va a ser el ganador en la carrera para asegurar la explotación y la depredación en esa zona del planeta. ¿Va a ser Europa Occidental llderada por Alemania, actualmente primera en la línea de salida, Japón aguardando a ver el tamaño de los beneficios, o Estados Unidos tratando de sumarse al borin?

Hay una buena cantidad de recursos para apropiarse, y cantidad de mano de obra barata para emplear en las empresas de ensamblaje. Pero primero tenemos que imponerles el sistema capitalista. No lo aceptamos para nosotros mismos, pero insistimos cuando se trata del Tercer Mundo. Es el sistema del Fondo Monetario Internacional. Si podemos conseguir que lo acepten, serán fácilmente explotados, y los llevaremos con facilidad a ejercer su nuevo papel de México o Brasil.

En muchos aspectos Europa del Este es más atractiva para los inversores que América latina. Una razón es que su población es blanca y de ojos azules, y por lo tanto mucho más presentable para inversores que proceden de sociedades profundamente racistas como las de Europa Occidental y Estados Unidos.

Y aún más significativo, Europa del Este tiene un nivel de salud general y de educación mucho más elevado que la media latinoamericana que, excepto sectores aislados y de gente acomodada, es un desastre total. Una de las pocas excepciones es Cuba, que supera el estándar occidental en salud y tasas de alfabetismo, pero sus perspectivas son más bien pesimistas.

Una razón para esta disparidad entre Europa del Este y latinoamérica radica en los diferentes niveles de terror ejercidos en ambos casos después de los años de Stalin. Una segunda razón se establece en términos de economía política.

De acuerdo con los servicios de espionaje norteamericanos, la Unión Soviética gastó alrededor de 80.000 millones de dóiares en Europa del Este durante la década de los setenta. La situación fue bien diferente en América Latina. Entre 1982 y 1987 alrededor de 150.000 millones de dóiares fueron transferidos de América Latina a Estados Unidos. The New York Times estima que las «transacciones ocultas (incluyendo dinero del narco, beneficios llegales etc.) podrían haber alcanzado la cifra de 700.000 millones de dólares. los efectos en Centroamérica han sido particularmente odiosos, pero casi lo mismo sucede en todo el subcontinente, donde hay una rampante pobreza, mainutrición, mortalidad infantil, destrucción ecoiógica, estados terroristas, y colapso generalizado de las condiciones de vida hasta llegar a niveles de décadas precedentes.

La situación en África es todavía peor. La catástrofe del capitalismo fue particularmente grave en los años ochenta, «una pesadilla inconmensurable» en los dominios de las potencias occidentales, según los términos de la Organización para la Unidad Africana. Cifras facilitadas por la Organización Mundial de la Salud estiman que 11 millones de niños mueren cada año en el «mundo subdesarrollado», un «silencioso genocidio» que hubiera podido ser conducido a un rápido final si los recursos estuvieran dedicados directamente a satisfacer las necesidades humanas en vez de al enriquecimiento de unos pocos.

En una economía global diseñada para satisfacer los intereses y necesidades de las corporaciones internacionales y financieras, y los sectores que las sirven, la mayoría de las especies se convierten en superfluas. Hubieran sido suprimidas si las estructuras institucionales de control y privilegio hubieran funcionado sin un desafío o cierto grado de control popular.

El mundo alquila un gorila

Durante la mayor parte de este siglo, Estados Unidos era, de lejos, la primera potencia económica mundial, y eso hizo que se utilizara el control económico como una poderosa arma, que incluía medidas que iban desde los embargos ilegales a la imposición de las reglas del Fondo Monetario Internacional a los países débiles. Pero en los últimos 20 años, Estados Unidos ha cedido parte del control a Japón y a la Europa liderada por Alemania, gracias en parte a la pésima gestión de la administración Reagan, que montó una verdadera fiesta para los ricos a costa del dinero pagado por la mayoría de la población y de las generaciones futuras. No obstante, al mismo tiempo el poder militar estadounidense se ha convertido en absoluto.

Mientras la URSS contaba en el panorama internacional, había un límite establecido sobre la fuerza que EEUU podía aplicar, particularmente en aquellas zonas remotas donde no disponíamos de una ventaja en fuerzas convencionales. Ya que la URSS apoyaba gobiernos y movimientos políticos que EEUU trataba de destruir, había un peligro cierto de que la intervención de Estados Unidos en el Tercer Mundo generase un conflicto nuclear. Una vez terminada la época de disuasión soviética, EEUU se ve más libre para utilizar la violencia en el resto del mundo, un hecho que ha sido reconocido con gran satisfacción por los analistas políticos de estos últimos años.

En cualquier confrontación cada contrincante trata de llevar la batalla al terreno donde tiene más posibilidades de victoria. Se pretende utilizar la fuerza, usar la carta más alta. la mejor carta de EEUU es la fuerza, de manera que si se puede establecer que el mundo debe ser regido por la fuerza, eso constituye una victoria para Estados Unidos. Por otra parte, si un conflicto puede ser resuelto por medios pacíficos, nos beneficia menos , ya que nuestros rivales son tan buenos o mejores que nosotros en ese aspecto.

La diplomacia es particularmente adversa a nuestros intereses, a no ser que pueda imponerse por la fuerza. EEUU tiene muy poco apoyo popular en la consecución de sus objetivos en el Tercer Mundo, y no es una sorpresa ya que intenta imponer estructuras de dominación y explotación. Un acuerdo diplomático puede tener respuesta, por lo menos en cierto grado, en interés de los otros participantes en la negociación, y eso es un problema cuando tus posiciones no son muy populares.

Por lo tanto las negociaciones son algo que Estados Unidos trata normalmente de evitar. Contrariamente a la enorme propaganda, esto ha sido así en el sudeste asiático, en Oriente Medio y en América Central durante muchos años.

Con estas premisas, es natural que la administración Bush haya contemplado la respuesta militar como el principal instrumento político, prefiriéndola a las sanciones y a la diplomacia, como en la crisis del Golfo. Pero desde que Estados Unidos ha perdido la base económica para imponer «estabilidad y orden» en el Tercer Mundo, debe confiar en otros para asegurarlos, ya que es ampliamente asumido que debe haber alguien que garantice el respeto a los amos. El flujo de beneficios provenientes de la producción petrolífera del Golfo no es desdeñable, pero Japón y la Europa liderada por Alemania debe pagar su cuota por el papel desempeñado por Estados Unidos, el de mercenario, asumido siguiendo los consejos de la prensa económica internacional.

El editor financiero del derechista Chicago Tribune ha estado haciendo hincapié sobre estos temas con especial claridad. Debemos ser «mercenarios voluntarios» pagados en concepto de nuestros amplios servicios por nuestros rivales, usando nuestro «poder monopolístico» en el «mercado de la seguridad» para «mantener nuestro control sobre el sistema económico mundial». «Debemos extender una red de protección» aconseja, vendiendo «protección» a las otras potencias mundiales que deberán por tanto pagarnos «un canon de guerra».

Y eso es en Chicago donde los palabras son perfectamente entendidas: si alguien te molesta, se llama a la mafia para que le rompa los huesos. Y si no se obtiene la recompensa suficiente, también tu salud puede resentirse.

Quede claro que el uso de la fuerza para controlar el Tercer Mundo es sólo un último recurso. El Fondo Monetario Internacional es un instrumento más barato que los marines o la CIA si puede encargarse de la tarea. Pero el «puño de hierro» debe poder ser contemplado en el horizonte, disponible para cuando se necesite.

Nuestro papel de «gorila de alquiler» también causa sufrimientos en casa. Las grandes corporaciones industriales siempre han confiado en el Estado para proteger e incrementar sus enormes intereses económicos en casa, para dirigir dinero público a las necesidades de los inversores, etc. y esa ha sido una de las razones de su poder. Desde 1950 Estados Unidos ha conseguido estos objetivos a través del sistema del Pentágono, que incluye a la NASA y al Departamento de Energía que produce armas nucleares. Pero ahora estamos amarrados a estos mecanismos para mantener los componentes electrónicos, las conputadoras y la industria de la alta tecnoeía en general.

Los militantes keynesianos de la época de Reagan se excedieron añadiendo nuevos problemas. La transferencia de recursos a las minorías acaudaladas y otro tipo de políticas gubernamentales condujeron a una enorme ola de manipulación financiera y a una orgía consumiste. Y además, se hacía poco en relación a inversiones en el aparato productivo, y d país estaba repleto de deudas: gubernamentales, corporativas, inmobiliarias y la incalculable deuda nunca superada de los programas sociales, a medida que Estados Unidos iba girando hacia un modelo tercermundista, con islas de gran riqueza y enormes privilegios en un océano de miseria y sufrimiento.

Cuando un Estado adopta tales políticas, se debe encontrar el método de distraer a la gente, eviando que adviertan lo que está sucediendo a su alrededor. Y no hay muchas maneras de hacerlo. La más clásica es inspirar temor a terribles enemigos que nos amenazan, y confiar en nuestros grandes líderes que nos rescatarán en el último momento.

Éste ha sido el modelo seguido durante toda la década de los ochenta, que requiere no poca ingenuidad por parte del público, una vez que la amenaza habitual, la Unión Soviética, se hubiera evaporado. De manera que la amenaza para nuestra existencia han sido Gadafi y sus hordas de terroristas, Granada y su ominosa base aérea, los sandinistas marchando hacia Texas, los narcotraficantes hispanos conducidos por el archimaníaco Noriega y los árabes, locos en general. Más recientemente ha sido Saddam Hussein después de que cometiera su único crimen, el de la desobediencia, en agosto del 90. Ahora es más necesario que nunca reconocer lo que siempre ha sido verdad: que el principal enemigo es el Tercer Mundo, que amenaza con «escapar a nuestro control».

Éstas no son leyes naturales. Los procesos y las instituciones que las han engendrado pueden ser cambiadas. Pero el proceso requiere cambios culturales, sociales e institucionales no coyunturales, que incluyan a las estructuras democráticas ya que la democracia no sólo consiste en elegir periódicamente entre una selección de representantes del mundo económico para que manejen los asuntos internacionales y domésticos.

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