Las intenciones del Tío Sam: En casa lavado de cerebro... - Noam Chomsky

Cómo funcionaba la guerra fría

A pesar de las pretensiones, la seguridad nacional no ha sido un objetivo prioritario de los planificadores y de los cargos electos de la política norteamericana. Los archivos históricos lo demuestran claramente. Pocos analistas políticos serios refrendarían las posiciones de George Kennan en octubre de 1948 cuando afirmaba que «no nos amenaza el poder militar soviético, sino su poder político» ; o las del presidente Eisenhower que sostenía que los rusos no pretendían la conquista de Europa Occidental y que el papel principal de la OTAN era «crear un clima de confianza a la población europea, un clima que les hiciera reforzarse políticamente en su oposición a los comunistas».

De la misma forma, Estados Unidos trataba de disminuir las posibilidades de solucionar el conflicto de la Guerra Fría de forma pacífica, lo que podría haber puesto de manifiesto la verdadera «amenaza política». En su historia de las armas nucleares, McGeorge Bundy escribe que él «teme la falta de seriedad de las propuestas contemporáneas ... que podrían conducir a un acuerdo sobre misiles balísticos antes de que fueran empleados», aunque incluso fueran la única amenaza militar real para Estados Unidos. Siempre el primer objetivo era la «amenaza política» de lo que se denominaba «comunismo».

Subrayo que «comunismo» es un término amplio que incluye a todos aquellos con la «habilidad de controlar a las masas... algo de lo que nosotros no somos capaces» según se quejaba el secretario de Estado John Foster Dulles a su colega Alien, por aquel entonces director de la CIA. «Los pobres son a los que se dirigen, y siempre quieren saquear a los ricos» añadía. «De forma que debemos protegerlos para garantizar nuestra doctrina de que son los ricos los que deben saquear a los pobres».

Por supuesto tanto EE.UU como la URSS hubieran preferido que el adversario simplemente desapareciese. Pero ya que esto hubiera supuesto la mutua aniquilación, se estableció un sistema de control global llamado Guerra Fría.

Según posiciones convencionales, la Guerra Fría era un conflicto entre superpotencias, causado por la Unión Soviética, a la que nosotros tratábamos de contener, y proteger al mundo de su influencia. Si esta particular visión se convierte en dogma de fe, no hay necesidad de discutirla. Si se trata de aportar alguna luz a la historia, se puede tratar de pasar el test, manteniendo claro un principio: si se quiere entender la Guerra Fría, se debe prestar atención a los sucesos de la Guerra Fría. Si se hace de esta forma emerge un cuadro muy diferente.

En el lado soviético, los sucesos de la Guerra Fría consistieron en repetidas intervenciones en Europa Oriental: tanques en Berlín Oriental, en Praga y en Budapest. Estas intervenciones tuvieron lugar en el mismo escenario que se usó para atacar y casi virtualmente destruir a Rusia tres veces sólo en este siglo. La invasión de Afganistán es el único ejemplo de desviación en este teatro de operaciones, aunque también se encuentre tocando la frontera soviética.

En el lado estadounidense, las intervenciones se llevaron a cabo a lo ancho de todo el planeta, reflejando el estatus obtenido por EEUU como primera potencia global de la historia.

Desde un punto de vista interno, la Guerra Fria ayudó a mantener en el poder a una capa burocrática-militar, y dio a EEUU un método para amedrentar a su población y para subsidiar la industria de alta tecnología. No es sencillo vender esta historia a las respectivas poblaciones. La técnica usada era la única posible: el miedo a un gran enemigo.

Esto también lo facilitaba la Guerra Fría. No importaba cuan estúpida pudiera parecer la idea de que la Unión Soviética estaba estrangulando con sus tentáculos a Occidente, el «imperio del mal» parecía en efecto maligno, era un imperio y era brutal. Cada superpotencia controlaba a su principal enemigo, sus propios pueblos, aterrorizándoles con los crímenes de su enemigo, por otra parte reales.

En sus aspectos más relevantes, la Guerra Fría era un especie de acuerdo tácito entre EEUU y la URSS, bajo el cual Estados Unidos llevaba a cabo sus guerras en el Tercer Mundo y controlaban a sus aliados occidentales, mientras que los gobernantes soviéticos mantenían una tenaza de acero sobre su propio imperio y sus satélites en la Europa Oriental, usando cada uno a su oponente para justificar la represión y la violencia en sus propios dominios.

Así, ¿por qué terminó la Guerra Fría y a qué situación condujo ese fin? Durante los años setenta los gastos militares soviéticos tuvieron que estancarse mientras que los problemas internos se incrementaban, así como la recesión económica y la presión popular que clamaba por el fin de la tiranía. El poder soviético había ido declinando durante los últimos 30 años, como mostraba claramente un estudio del Centro de Información para la Defensa hecho público en 1980. Unos pocos años después el sistema soviético se colapsó. La Guerra Fria finalizó con la victoria de los que habían sido siempre los más ricos y los más poderosos adversarios. El colapso soviético formaba parte de la catástrofe económica general de los años ochenta, más severa en la mayoría de los dominios occidentales del Tercer Mundo que en el imperio soviético.

Como hemos visto, la Guerra Fría encerraba significativos elementos del conflicto Norte-Sur, para usar el eufemismo contemporáneo con el que se designa la conquista occidental del mundo. La URSS jugaba un papel independiente, facilitando asistencia a blancos seleccionados para los ataques occidentales y disuadiendo a los más violentos. Con el colapso de la tiranía soviética, gran parte de la zona puede esperar un regreso a su papel tradicional, con las anteriores capas burocráticas ejerciendo el mismo papel que juegan los élites del Tercer Mundo, es decir enriquecerse mientras sirven a los intereses de los inversores extranjeros.

Pero mientras esta particular fase ha terminado, el conflicto Norte-Sur continúa. En una parte se habrá podido terminar la partida, pero Estados Unidos sigue operando como siempre aunque más libremente, ya que la disuasión soviética es cosa del pasado. A nadie le hubiera debido sorprender que George Bush celebrara el símbolo del final de la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, invadiendo inmediatamente Panamá y anunciando alto y claro que Estados Unidos boicotearía el resultado de las elecciones en Nicaragua mediante ataques militares y estrangulamiento económico, a no ser que ganaran los «suyos».

Como tampoco debió sorprender a nadie que Elliot Abrams observara que la invasión estadounidense de Panamá era singular ya que podía llevarse a cabo sin miedo a la reacción soviética en cualquier otra parte, o los numerosos comentaristas que añadieron durante la crisis del Golfo que ahora EEUU y Gran Bretaña eran completamente libres para usar ilimitadamente su fuerza contra sus enemigos del Tercer Mundo, ya que no se veían constreñidos por la fuerza disuasorio soviética.

Por supuesto el final de la Guerra Fría también trae aparejados sus problemas. Sobre todo, que las técnicas para mantener controlada a la población deben cambiar, un problema reconocido durante los años ochenta como ya hemos visto. Deben inventarse nuevos enemigos. Se hace más divicil aparentar que los verdaderos enemigos han sido siempre «los pobres que quieren saquear a los ricos», particularmente en el momento en que el Tercer Mundo quiere sacudiese el yugo de su papel de servidor.

La guerra contra (algunas de) las drogas

Un sustituto para el Imperio del Mal que está desapareciendo ha sido la amenaza de los narcotraficantes latinoamericanos. A principios de setiembre de 1989, una gran campaña gubernamental en los medios fue lanzada por el presidente. Ese mes los cables de Associated Press transmitieron más noticias acerca de drogas que acerca de América Latina, Asia, el Medio Oriente y África juntas. Si se miraba la televisión, cada noticiero tenía una gran sección sobre como las drogas estaban destruyendo nuestra sociedad, convirtiéndose en la mayor amenaza a nuestra existencia, etc.

El efecto en la opinión pública fue inmediato. Cuando Bush ganó la elección del 88, la gente decía que el déficit presupuestario era el mayor problema que encaraba el país. Solo un 3% mencionó las drogas. Después de la campaña de los medios, la preocupación por el presupuesto estaba mucho más abajo y las drogas se habían elevado hasta el 40-45%, lo cual es altamente inusual para una pregunta abierta (en la cual no se sugieren respuestas).

Ahora, cuando algún estado cliente se queja de que el gobierno de EE.UU. no le está enviando suficiente dinero, ya no le dicen: "lo necesitamos para detener a los rusos" —sino, "lo necesitamos para detener el narcotráfico". Como la amenaza soviética, este enemigo provee de una buena excusa para la presencia militar dondequiera que haya actividad rebelde u otros disturbios.

Así pues, internacionalmente "la guerra contra las drogas" provee una cobertura para la intervención. Aquí [en E.E.U.U.] tiene poco que ver con las drogas pero ayuda a distraer a la población, aumentar la represión en las ciudades, y construir una base para poder atacar las libertades civiles.

Esto no quiere decir que el "abuso de substancias" no sea un problema serio. En el momento en que fue lanzada la guerra contra las drogas, las muertes por causa del tabaco estaban estimadas en alrededor de 300.000 al año, y otras 100.000 debidas al alcohol. Pero estas no son las drogas a las que la administración Bush apuntaba. Perseguía las drogas ilegales, que han causado muchas menos muertes —poco más de 3500 anuales— de acuerdo a los datos oficiales. Una razón para perseguir estas drogas es que su uso ha estado declinando en los últimos años, así la administración Bush podía predecir con seguridad que la guerra contra las drogas "tendría éxito", reduciendo el uso de las mismas.

La administración apuntaba también a la marihuana, que no ha causado ninguna muerte conocida entre sus 60 millones de usuarios. De hecho, ese ataque ha exacerbado el problema de las drogas —muchos consumidores de marihuana se han pasado de esta droga relativamente inocua a otras más peligrosas como la cocaína, las cuales son más fáciles de disimular.

Justo cuando la guerra contra las drogas era anunciada con gran fanfarria en septiembre del 89, la Cámara de Comercio de los EE.UU. (U.S. Trade Representative) sostuvo una audiencia en Washington para considerar la solicitud de la industria tabacalera de imponer sanciones a Tailandia, como desquite por sus esfuerzos para restringir las importaciones de tabaco desde los EE.UU. y su publicidad. Acciones así por parte del gobierno de los EE.UU. ya le han metido a la fuerza este letal narcótico adictivo a los consumidores de Japón, Corea del Sur y Taiwán, con los costos humanos ya descritos.

El director médico de los EE.UU. (US Surgeon General), Everett Koop, testificó ante el panel de la USTR que "cuando estamos exigiéndole a otros gobiernos que detengan el flujo de cocaína, es el colmo de la hipocresía para los Estados Unidos el exportar tabaco." Y añadió, "dentro de algunos años, nuestra nación revisará esta aplicación de la política de libre comercio y la encontrará escandalosa."

Los testigos tailandeses también protestaron, al predecir que una consecuencia de las sanciones estadounidenses sería el revertir la reducción en el fumado conseguida por la campaña de su gobierno contra el uso del tabaco. Respondiendo al alegato de las compañías tabacaleras estadounidenses de que su producto es el mejor del mundo, un testigo tailandés declaró: "Ciertamente nosotros en el Triángulo Dorado tenemos algunos de los mejores productos, pero nunca solicitamos que los rigiera el principio de libre comercio. De hecho los suprimimos." Los críticos recordaron la Guerra del Opio de hace 150 años, cuando el gobierno británico forzó a China a abrir sus puertas al opio de la India Británica, argumentando piadosamente las virtudes del libre comercio mientras imponía a la fuerza una adicción en gran escala a China.

Aquí tenemos la mayor historia sobre drogas del día. Imaginémonos los fabulosos titulares: "El gobierno de los Estados Unidos es el principal vendedor de drogas del mundo". Con seguridad vendería periódicos. Pero la historia pasó virtualmente no reportada, y sin ninguna pista sobre sus obvias conclusiones.

Otro aspecto del problema de las drogas, el cual también recibió poca atención, es el papel de vanguardia del gobierno de los EE.UU. en la estimulación del tráfico de drogas desde la Segunda Guerra Mundial. Esto pasó en parte cuando los EE.UU. dieron inicio a su tarea de posguerra de minar la resistencia anti-fascista, y el movimiento sindical se convirtió en un importante objetivo.

En Francia, la amenaza que implicaba la influencia y el poder político del movimiento sindical fue enfatizada por sus pasos para impedir el flujo de armas a las fuerzas francesas que buscaban reconquistar su ex-colonia de Vietnam, con ayuda de los EE.UU. Entonces la CIA se dio a la tarea de debilitar y dividir el movimiento sindical francés —con la ayuda de importantes dirigentes sindicales estadounidenses, quienes estuvieron muy orgullosos de su papel.

La tarea requería rompehuelgas y matones. Existía un proveedor obvio: la Mafia. Por supuesto ellos no se encargarían del trabajo solo por el gusto de realizarlo. Querían una compensación por sus esfuerzos. Y se les otorgó: fueron autorizados a reestablecer la red de heroína que había sido suprimida por los gobiernos fascistas —la famosa "conexión francesa" que dominó el tráfico de drogas hasta la década de los sesenta.

Para entonces, el centro del narcotráfico se había movido a Indochina, particularmente a Laos y Tailandia. El desplazamiento fue de nuevo un subproducto de una operación de la CIA —la "guerra secreta" peleada en esos países durante la guerra de Vietnam por un ejército mercenario de la CIA. Ellos también exigían una paga por sus contribuciones. Después, cuando la CIA desplazó sus actividades a Pakistán y Afganistán, la red de drogas se expandió allí.

La guerra clandestina contra Nicaragua proveyó también de una inyección de fuerza a los narcotraficantes de la región, pues los vuelos ilegales con armas de la CIA para las fuerzas mercenarias de los EE.UU. ofrecían una manera fácil de transportar drogas de regreso, algunas veces empleando las bases de la Fuerza Aérea estadounidense, según reportaron los traficantes.

La cercana correlación entre la red de drogas y el terrorismo internacional (llamado a veces "contrainsurgencia", "conflicto de baja intensidad" o algún otro eufemismo) no es sorprendente. Las operaciones clandestinas necesitan mucho dinero, el cual debe ser indetectable. Y necesitan igualmente operarios criminales. Lo que sigue es lógico.

La guerra es la paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es la fuerza.

Los términos del discurso político tienen típicamente un doble significado. Uno viene en el diccionario, y el otro es doctrinal, al servicio del poder.

Tomemos democracia. De acuerdo con su significado habitual, una sociedad es democrática si el pueblo puede participar significativamente en el manejo de sus propios asuntos. Pero el significado doctrinal es diferente; se refiere al sistema en que las decisiones son tomadas por influyentes sectores de la economía y de las élites relacionadas. La población sólo es «espectadora de la acción» y no «participante», como han puesto de manifiesto prominentes teóricos de la democracia, en este caso Walter Lippman. Se le permite ratificar las decisiones de sus superiores y prestar su apoyo a unos u otros de ellos, pero no interferir en asuntos como la política, que no son de su incumbencia.

Si se sale de la apatia y se baja a la arena política, eso no es democracia. Más bien es una crisis democrática según el lenguaje al uso, una amenaza que debe ser derrotada en uno u otro sentido: en El Salvador mediante los escuadrones de la muerte, en casa por medios más sutiles e indirectos.

0 tomemos la libre empresa, un término que se refiere en la práctica a un sistema de subsidios públicos y beneficios privados, con una intervención masiva del gobierno en la economía con el objeto de garantizar el bienestar de los ricos. De hecho, su uso corriente en cualquier frase que contenga la palabra «libre», significa lo contrario del uso anterior.

0 bien defensa contra agresión, una frase que se suele usar para referirse a una agresión. Cuando EEUU atacó a Vietnam del Sur a principios de los años sesenta, el héroe liberal Adlai Stevenson entre otros, explicó que estábamos defendiendo a Vietnam del Sur de una agresión interna, esto es, de la agresión que los campesinos sudvietnamitas estaban ejercitando sobre el Ejército del aire norteamericano y sobre nuestros mercenarios, de forma que debíamos sacarles de sus casas y llevarlos a campos de concentración para «protegerlos» de la guerrilla, aunque estos campesinos desearan sostener a la guerrilla, y el régimen pronorteamericano no fuera más que una cáscara vacía como se reconocía en todas partes.

El sistema doctrinario ha hecho tan bien su trabajo que incluso hoy, 30 años después, la idea de que Estados Unidos atacó a Vietnam del Sur es impensable, inmencionable. las verdaderas intenciones de la guerra están hoy más allá de cualquier discusión. los guardianes de la política correcta, pueden estar orgullosos de un logro que difícilmente podría conseguirse en un Estado totalitario bien gestionado.

0 echemos una mirada al término «proceso de paz». Los ingenuos pueden pensar que se refiere a los esfuerzos para alcanzar la paz. Bajo este significado podríamos decir que el proceso de paz en Oriente Medio incluye, por ejemplo, la oferta de un tratado de paz completa a Israel hecha por el presidente Sadat de Egipto en 1971, en la línea defendida virtualmente por todo el mundo, incluidos funcionarios estadounidenses; la resolución del Consejo de Seguridad de enero de 197ó introducida por los países árabes con el respaldo de la OLP, hacía un llamamiento para el establecimiento de dos Estados en términos prácticamente aceptados por toda la comunidad internacional. La OLP ofreció durante todo el año 1980 negociar con Israel para lograr un reconocimiento mutuo, y anualmente se vota en la Asamblea General de las Naciones Unidas resoluciones en este sentido.

Pero los sofisticados analistas norteamericanos entienden que estos esfuerzos no forman parte del proceso de paz. las razones, según los «guardianes de la política correcta» es que el término, proceso de paz, se refiere tan sólo a lo que hace el gobierno, en el caso mencionado, bloquear un proceso de paz verdadera. Los esfuerzos anteriormente señalados no forman parte del proceso de paz, ya que EEUU vetó la resolución del Consejo de Seguridad y se opuso a las negociaciones y al mutuo reconocimiento de Israel y la OLP, y sigue vetando regularmente cualquier intento de paz auspiciado por la ONU o cualquier otro organismo. (Como anteriormente señalaba N. Chomsky, esto es valido hasta que el proceso de paz sea conducido seqún los intereses norteamericanos). En el momento actual se está produciendo el reconocimiento mutuo y se está firmando, un acuerdo de paz, pero según los intereses de EEUU y su aliado sionista, desoyendo las precedentes resoluciones de la ONU que llamaban a una retirada total e incondicional de los territorios ocupados ilegalmente por Israel. El proceso de paz está limitado por los intereses norteamericanos, que reclaman un acuerdo concreto sin el reconocimiento de todos los derechos nacionales palestinos. Así funciona el asunto. Los políticos que no sean capaces de desarrollar esta habilidad pueden ir buscándose otra profesión.

Hay muchos otros ejemplos. Tomemos el término interés especial. La bien engrasada maquinaria del Partido Republicano acusaba regularmente durante los años ochenta a los demócratas de ser el partido de los intereses especiales: mujeres, trabajadores, tercera edad, jóvenes, granjeros etc., es decir, el pueblo en general. Sólo había un sector de la población que nunca salía en las listas: las corporaciones y el mundo de los negocios en general. Tiene sentido. En el discurso de los guardianes de la corrección política sus intereses especiales son los intereses nacionales ante los que todo el mundo debe inclinarse.

Los demócratas argumentaban airadamente que ellos no formaban parte de intereses especiales: ellos servían también a los intereses nacionales. Era cierto, pero su problema es que no tenían en cuenta la falta de conciencia y la simplicidad de la gente a la que iba destinado el mensaje de sus oponentes. Los republicanos no tenían ninguna duda de a quién representaban, a los ricos y a los propietarios, quienes estaban sosteniendo una agria batalla de clases contra la población en general, a menudo adoptando conceptos y retórica marxista vulgar, invocando la histeria, el miedo y el terror, clamando por grandes líderes y otros mecanismos de control de la población. Los demócratas son menos claros en sus alianzas, y por lo tanto menos efusiva su propaganda.

Finalmente analicemos el término conservador, que se ha convertido en referencia para los defensores de un Estado poderoso que interfiere masivamente en la vida económica y social de los pueblos. Reclamaron grandes inversiones públicas y un buen cúmulo de medidas proteccionistas para después de la guerra contra los riesgos del mercado, estrechar las libertades individuales a través de la legislación y la jurisprudencia, proteger al Santo Estado (En efecto, Israel concede una autonomía limitada de parte de los territorios ocupados por la fuerza de las armas y sique negando la posibilidad de un Estado palestino. Es decir, el acuerdo dá ez legitima lo conquistado por la violencia. N.T.) de las inspecciones arbitrarías de irresponsables ciudadanos etc., es decir, todo aquello que era precisamente lo contrario del conservadurismo más rancio. Su alianza es con «la gente dueña del país» y que por lo tanto «debe gobernarlo», según las palabras de la Fundación del Padre John Jay

En realidad no es difícil de entender, una vez que se le coge el truco.

Para conseguir que el discurso político tenga sentido, es necesario traducirlo correctamente, decodificar el doble sentido que aparece en los medios de comunicación, en los discursos de los cientificos sociales de carácter academicista, y en las órdenes religiosas seculares. Su función está clara: se trata de imposibilitar que las palabras tengan un sentido coherente en asuntos de índole social. Podemos estar seguros de que poco será inteligible de cómo funciona nuestra sociedad y de qué está pasando en el mundo. Una gran contribución a la democracia, en el sentido que los guardianes de la política correcta entienden.

Socialismo, real y fingido

Uno puede debatir el significado del término socialismo, pero si significa algo, significa control de la producción por los propios trabajadores, no patrones o jefes que dictan las reglas y controlan todas las decisiones, bien sea en un Estado capitalista o en otro totalitario.

Referirse a la URSS como un Estado socialista es un caso interesante de doble sentido doctrinal. El golpe bolchevique de octubre del 17 dio el poder a Lenin y Trotsky, que rápidamente se dedicaron a desmantelar las incipientes instituciones socialistas que habían crecido durante la revolución popular de los meses precedentes, los consejos de fábrica, los soviets, y cualquier organismo de poder popular, y a convertir a la clase trabajadora en lo que denominaron un «ejército laboral» bajo el mando de sus líderes. Según el verdadero sentido del término «socialismo» los bolcheviques se dedicaron a destrozar lo que realmente podía tildarse de tal. Desde entonces no se ha permitido ninguna desviación de carácter socialista. Este desarrollo no sorprendió a los intelectuales marxistas, que habían criticado la doctrina de Lenin durante años, como hizo Trotsky, a causa de que había centralizado toda la autoridad en manos del partido y de sus líderes. De hecho, décadas antes, el pensador anarquista Bakunin había augurado que la clase intelectual iba a seguir uno de estos dos caminos: o trataban de aprovechar las luchas populares para tomar el poder en sus propias manos, convirtiéndose en una brutal y opresiva burocracia roja, o bien si la revolución social no tenía éxito se convertirían en los gestores e ideólogos de las nuevas sociedades capitalistas. Fue una predicción acertada en ambos conceptos.

Los dos mayores sistemas propagandísticos del mundo no concuerdan en muchas cosas, pero si coinciden en usar el término «socialismo» para referirse a la inmediata destrucción que los bolcheviques llevaron a cabo de cualquier embrión de socialismo que existiera. No es sorprendente. Los bolcheviques denominaron socialista a su sistema con el fin de explotar el prestigio moral del término.

Occidente adoptó el mismo término por razones opuestas: para difamar los ideales libertarios asociándolos con los carceleros bolcheviques, para destruir la creencia popular de que realmente puede haber un progreso hacia una sociedad más justa, con control democrático sobre sus instituciones, y atención a las necesidades humanas y respeto a los derechos humanos.

Si el socialismo es la tiranía de Lenin y Stalin, la gente consciente lo rechazará. Y si es la única alternativa al Estado capitalista, nadie se someterá a sus autoritarias estructuras.

Con el derrumbe del sistema soviético existe una posibilidad de revivir los vigorosos ideales del socialismo libertario ya que no dará más cobertura a uno de los más represivos sistemas de poder. No podemos saber si la esperanza sobrevivirá. Pero se ha apartado uno de los obstáculos que se hallaban en el camino. En ese sentido la desaparición de la Unión Soviética es una pequeña victoria para el socialismo, mayor que la derrota del fascismo.

Los medios de comunicación

Bien sean liberales o conservadores, los medios de comunicación más importantes son grandes corporaciones, conectadas a su vez con conglomerados aún mayores. Como otras empresas, venden un producto en el mercado. El mercado lo constituyen los anunciantes, que son harina de otro costal. El producto es la audiencia. Para la élite de los medios que establece el programa al que otros se apuntan, el producto es por lo tanto una audiencia relativamente privilegiada.

Así tenemos grandes corporaciones que venden audiencias cualificadas, de gente poderosa y con dinero, a otros empresarios. De esta forma el retrato del mundo servido por estos medios refleja los estrechos y parciales intereses y valores de los vendedores, los compradores y el producto en sí.

Otros factores refuerzan la misma distorsión. los gurús de la cultura, editores, columnistas de prestigio etc., comparten intereses y asociaciones con los detentadores del poder económico y político. En realidad hay un permanente intercambio de la clase dominante a puestos del gobierno, a las empresas y a los medios de comunicación. El acceso a puestos en la administración es importante para mantener una posición competitiva; las filtraciones, por ejemplo, son fabricadas y facilitadas por el gobierno con la cooperación de los medios, que aparentan no conocer el proceso.

En recompensa, el gobierno solicita la cooperación y la sumisión de los medios. Otros centros de poder tienen dispuestos los medios para castigar a quien se sale de la ortodoxia, que van desde el control del mercado hasta un sofisticado aparato de calumnia y difamación.

Pero la respuesta no es, por supuesto, completamente uniforme. Para servir a los intereses de los poderosos la visión que se ofrece del mundo tiene que presentar un retrato verosímil del mundo. Y la integridad y la honestidad profesional a veces interfiere con esta misión. Los mejores periodistas son los que conocen perfectamente los factores que limitan el producto de los medios y tratan de aprovechar los resquicios del sistema. El resultado es que se puede aprender mucho leyendo de manera critica y escéptica lo que los medios producen.

Los medios de comunicación son sólo una parte de un sistema doctrinal más amplio; las otras partes son las revistas de opinión, los institutos y las universidades, los académicos, etc. Tememos más a los medios de comunicación, particularmente a los de cierto prestigio, ya que la mayoría de los que estudian críticamente la ideología se han centrado sobre todo en ellos. El sistema completo no ha sido estudiado tan concienzudamente ya que es dificil hacerlo sistemáticamente. Pero hay buenas razones para opinar que representa los mismos intereses que los medios de comunicación.

El sistema doctrinal que produce lo que llamamos «propaganda» tiene dos principales objetivos bien diferenciados. Uno es la que a veces se ha dado en llamar la «clase política», aproximadamente el 20% de la población que tiene un relativo buen nivel de educación, está más o menos vertebrada y juega algún papel en la toma de decisiones. Su aceptación de la doctrina es crucial ya que están en situación de diseñar e implementar determinadas políticas.

Luego está el 80% restante, el resto de la población. Según Lippman son «espectadores de la acción», a los que se refiere como un «rebaño sin voluntad». Se les supone sólo para recibir órdenes y para mantenerse apartados de la gente importante. Son el objetivo de los verdaderos medios de comunicación de carácter masivo: los tabloides, la prensa amarilla, etc.

Estos sectores del sistema doctrinal sirven para distraer a las masas y para reforzar los valores sociales básicos: pasividad, sumisión a la autoridad, las sempiternas virtudes de la ganancia personal y la avaricia, la falta de interés por los demás, el miedo a los enemigos reales o inventados etc. El objetivo consiste en mantener al pasivo rebaño sin hacer nada. Para ellos es innecesario preocuparse de lo que sucede en el mundo. De hecho a nadie le interesa, si ven parte de la realidad podrían intentar cambiarla.

Todo lo anterior no quiere decir que los medios de comunicación no puedan ser influenciados por la población en general. Las instituciones dominantes, políticas económicas o doctrinales, no son inmunes a las presiones populares. Los medios independientes, o lo que es lo mismo alternativos, pueden jugar un importante papel. A pesar de su falta de recursos, casi por definición, ganan en importancia de la misma forma que las organizaciones populares: juntando gente de recursos limitados de forma que su efectividad se multiplique así como su propio conocimiento de la realidad, a través de estas interacciones. Precisamente la amenaza que aterroriza a las élites dominantes.

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